Pulp Terror – Reed.

 

Por Ramón San Miguel Coca 

San Francisco, 1919

 

Han venido a por mí, como sabía que harían más tarde o más temprano. Acudieron en la noche, como fantasmas, atravesaron mis defensas y mis trampas como si no existieran y me arrastraron fuera, a la oscuridad de las desiertas calles. Escoltado por cuatro silenciosos y encubiertos esbirros armados soy conducido hacia mi destino final. Me llevan ante su Amo. Voy a encontrarme con él. Voy a ser juzgado por el Temible…

Mientras, silenciosos, me llevan en volandas bajo la suave noche californiana, medito sobre lo que está pasando, tratando de encontrar algún indicio, alguna pista, que me diga qué error he podido cometer… Temo que, a pesar de mis precauciones, mi doble juego haya sido si no descubierto, sí al menos objeto de sospecha. Pues yo, uno de sus más fieles ayudantes, soy también, y sobre todo, un traidor al Amo y a su causa. Trabajo a sueldo de sus enemigos de la neblinosa Inglaterra. Combato al Temible con las armas del secreto y la delación. Le combato porque representa el mal, porque en su locura emplea técnicas y saberes prohibidos y blasfemos, porque representa una idea de China, y del mundo, que nunca debe ser.

Me conducen a través del laberinto de callejones de Chinatown hasta un almacén que conozco bien. Allí se reúnen en secreto sus principales esbirros para seguir sus mandatos, para cumplir con sus planes maléficos. Como miembro de ese selecto círculo yo acudía también a esas reuniones. Aquí recibíamos sus órdenes, que llegaban siempre selladas desde donde quisiera que estuviese. De China primero, de Londres después. Órdenes de muerte, órdenes de terror. Pues la muerte y el terror son su medio, el gobierno del mundo es su fin último.

Soy introducido en una pequeña estancia de paredes recubiertas de madera medio apolillada, veladas con cortinas para amortiguar los ruidos e iluminada por dos lamparillas. Es el cuartucho que usamos habitualmente para interrogar, una pequeña estancia preparada para que los ruidos que se producen no alcancen el exterior. Es la sala de tortura… pero ahora está vacía excepto por una vieja silla, donde me obligan a sentarme. Me tratan sin violencias, pero con indiferencia. Ni siquiera me atan o sujetan. Así de confiados son. Simplemente se disponen uno en cada esquina y se desprenden de sus capotes para revelar sus vestiduras chinas de asesinos Si Fan y sus largos cuchillos templados por sangre humana, afilados como bisturíes, el arma perfecta para degollar de un solo tajo. No les conozco. Deben ser de su guardia más íntima y personal… Me miran inexpresiva e inescrutablemente. Para ellos no soy nada, sólo un prisionero y un posible traidor. Así que se plantan, silenciosos, esperando a que llegue su Amo, con infinita paciencia.

Noto un olor diferente en el ambiente. No es el típico olor del barrio chino, olor a sándalo y jazmín, a pescado y frutas, a jabón y lejía. Es un olor como nunca he olido antes, ni siquiera en mi juventud en Pekín. ¿Es el olor del miedo? Porque a pesar de toda mi preparación, a pesar de saber que este momento podía llegar, a pesar de mi aparente confianza, en el fondo tengo miedo. Nunca he conocido en persona al Temible, nunca le he visto el rostro excepto en dibujos y aquel viejo daguerrotipo, nunca me he enfrentado directamente a él. Pero conozco sus métodos, ¿cómo no? Y su crueldad refinada, su falta de piedad, su implacabilidad. No en vano llevo ya actuando en su contra, así infiltrado, desde hace más de dos años.

Los minutos se van alargando en la espera. Aprovecho, una vez más, para repasar mi defensa. No encuentro grietas. Es, como no puede ser de otra forma, perfecta. He sido muy cuidadoso con mis pasos, he cubierto todo resquicio, tengo respuestas convincentes para todas sus preguntas y evidencias que las respaldan. No obstante, estoy inquieto… ¿Qué sabe el Amo para que me hayan sacado a medianoche de mi casa? ¿Cómo puede haber averiguado que sus últimos planes maestros en América han fracasado por mi culpa? No puede. Es imposible. Mi disfraz es impenetrable, mi cobertura es perfecta, y mi voluntad y mi determinación son firmes. Estoy preparado incluso para sufrir torturas. No se ha dejado nada al azar. Mis jefes, mis auténticos jefes allá en Londres, saben muy bien lo que hacen. Saben que han escogido bien. Soy el hombre perfecto para la misión. No obstante, el mismísimo Amo viene a interrogarme. Un espantoso e inaudito honor… Dentro de mí una vocecilla me dice que algo va mal, muy mal. Y clama aterrada.

Algo ocurre. Se oyen sonidos apagados fuera de la sala. El Temible ha llegado al fin. La representación está a punto de comenzar. Me envaro en mi silla, e intento acallar esa vocecilla que grita en mi interior. Debo mostrar calma, tranquilidad. ¿No soy acaso inocente ante los ojos de todos?

La puerta se abre. Por fin me encontraré, en unos instantes, frente a frente con quien es a la vez mi Amo y mi enemigo más feroz. Trago saliva y una vez más fortalezco mi mente para el encuentro.

Aparece ante mí. Alto. Seguro de sí. Es exactamente como el antiguo daguerrotipo que vi de él, la única imagen que se conserva del Temible. Vestido con el ropaje tradicional de los altos Mandarines de la patria, hecho de la más rica seda. Con la coleta tradicional que ahora le pasa por el hombro hacia delante, y el gorro propio de su elevada posición. Delgado, severo, su lacio y fino bigote cayendo desde las comisuras de los labios. Y sus ojos. ¡Sus ojos! Brillan gatunos, con un color verde. Todo en él es felino, sus andares suaves, sus movimientos corporales contenidos…

Destila odio y crueldad.

Provoca el más abyecto terror.

Ante su presencia, el tiempo se congela. Mi misma alma se congela. Jamás había esperado algo así. Nada más entrar, y con su sola presencia nos ha dominado a todos, a sus esbirros y a mí. El miedo, el pánico más bien, pugna por subyugarme. Mi entrenamiento apenas puede contenerlo. No puedo moverme. Recuerdo las palabras de uno de mis jefes, allá en Londres, hablando de él: «Es el terror oriental, el peligro amarillo, encarnado en un solo hombre».

A un casi imperceptible gesto suyo, los dos esbirros a mi espalda me aferran por los brazos y me ponen en pie. Cara a cara con él. ¿Podré resistir el desafío?

Entonces me mira. Directamente a los ojos. No puedo apartar los míos de su feroz mirada. Ni quiero. Estoy fascinado. Noto, tras esos iris esmeralda, una voluntad aún mayor de lo que jamás pude imaginar. Una voluntad más que firme, rocosa, anclada en el odio, cultivada con esmero, dedicación constante y una disciplina feroz. Una voluntad satánica, diabólica, perversa, con un único propósito: el dominio sobre los demás. Ante esa atroz mirada mi propia voluntad, hace meros instantes firme como el acero templado, se hace añicos como hecha del más frágil de los cristales. Me siento como la presa acorralada de un depredador implacable. No hay huida posible de esa luz verde.

Permanece en silencio. No habla. No pregunta. No hace gesto alguno. Simplemente mantiene sus ojos clavados en los míos. Todo mi plan, todas mis respuestas tan cuidadosamente estudiadas se diluyen como humo ante esa mirada taladrante. Mis barreras caen. ¿Me esta hipnotizando? Si es así, no puedo evitarlo, no tengo ninguna posibilidad. ¡Todo parece tan fútil! ¿Cómo pude siquiera creer que podría engañar a tal hombre? Esta leyendo mi mente como en un libro abierto. Estoy seguro de que conoce todas mis actividades en su contra, mi traición está clara, surge de la maraña de mentiras que hemos tejido para presentarse desnuda ante sus ojos. Tiemblo descontroladamente. El pánico se ha apoderado de mí, por fin.

Quiero gritar, negar, proclamar que soy inocente, hacer algo que oculte esa terrible verdad ahora expuesta a su mirada. Mas no puedo. Permanezco callado, con un total terror atenazándome y paralizando mis cuerdas vocales, pues sé que aunque gritase mi inocencia, sonaría vano, falso… e inútil. La verdad de mi desafección ya está expuesta ante él. Conoce mi felonía, mis delaciones, mi connivencia con sus enemigos jurados.

Entonces, con mi mente desnuda ante él, ocurre algo. Sabe que durante este tiempo le he causado mucho daño, y eso me causa una alegría inesperada. Me revelo ante él como soy: su enemigo, su antítesis, su Némesis. El terror, al fin, se desvanece.

Mi alma se ve inundada como por un tsunami refrescante de serenidad. Libre del peso de la mentira y del fingimiento, me siento, aún al borde de mi destrucción, libre de miedo. He causado daño a ese hombre, a ese ser cruel y feroz que solo vive de dañar a los demás, y él lo sabe. Sabe que no es invulnerable, mis actos se lo han demostrado. Ahora es el orgullo la sensación que me invade. Soy yo quien lanza ahora el desafío.

Un brillo inesperado cruza sus ojos. ¿Sorpresa? ¿Disgusto? ¿Turbación? No lo sé. Pero noto que ya no tiene poder sobre mí. Su arma, el miedo, no le sirve. Sabe que ya no podrá romperme. Sabe que estoy libre de su presa. Entonces se desentiende de mí. Ya tiene lo que quería, a pesar de todo, y yo estoy condenado. Ha descubierto el punto débil de su organización y se dispone a extirparlo como un cirujano. Un nuevo gesto sutil a sus esbirros con sus dedos provistos de largas uñas, y en silencio, como ha entrado, vuelve a irse.

Permanezco de pie. Ahora tranquilo y calmado. Ni siquiera ver cómo un Si Fan empuña firme su cuchillo me provoca sensación alguna.

En mi interior sé que he herido al monstruo.

He vencido. He venc…

© Copyright de Ramón San Miguel Coca para NGC 3660, Abril 2017