Me estoy muriendo.
La vida se me escapa en chorros escarlatas que no puedo contener. Igual que los demás… Me descuidé. La horrorosa visión me conmovió de tal manera que olvidé la prudencia. Debió de haber visto mi sombra…, o quizás hice algún ruido.
Ahora está a salvo. Yo era el único que sospechaba de él. ¡Nadie lo creería!… Parecía uno de tantos, a pesar de su reserva y de sus costumbres algo raras. Yo fui el único que recordó que él conocía a todas las víctimas. Y todas las muertes habían ocurrido en noches de luna nueva. Y las heridas… ¡Sólo uno de ellos podía causar esas heridas!
Pensé en las viejas leyendas… y me dediqué a vigilarlo de cerca.
Y ahora confirmo mis sospechas. Pero me muero, y ya nadie lo sabrá…
Aún lo distingo, aunque cada vez con menos claridad, erguido frente a mí sobre sus dos patas blancas…, su repulsiva desnudez sin pelo, y su hierro tronador humeante todavía. Y ríe…, ríe, ¡con la espantosa risa roma de los lobos-hombres!
© Copyright de Carlos M. Federici para NGC 3660, Enero 2018