Dormir… tal vez matar – Reed.


Por Ramón San Miguel Coca 

«Morir, dormir, no despertar más nunca,
poder decir todo acabó; en un sueño
sepultar para siempre los dolores
del corazón, los mil y mil quebrantos
que heredó nuestra carne, ¡quién no ansiara
concluir así! Morir… quedar dormidos…
¡Dormir… tal vez soñar!».
Shakespeare

Hamlet, Acto III, escena I

 

«que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son».
Calderón de la Barca

La vida es sueño, Jornada 2ª

 

El soñador volvía a dormir…

Ansiaba soñar. Alejarse de la mediocridad de su vida rutinaria, del aburrimiento de la cotidianeidad más insulsa y desquiciante, de su mundo sin emoción. Odiaba ese mundo reglado, con horarios estrictos, matemático, ordenado por leyes asfixiantes… donde él era sólo un engranaje sumergido en la mediocridad más gris. El sueño para él representaba escapar del orden y entrar en un mundo de caos pletórico de libertad. Un mundo donde ser lo que siempre había ansiado pero le estaba vedado. Romper las reglas, volar libre y ser él mismo.

En el sueño podía contactar con otros lugares extraños, con gentes diferentes. Podía entrar en su mente, ser otro, vivir otra vida de éxito, de lujo, de fama… de gloria.

Mientras soñaba se deslizaba por un espacio sin tiempo, notaba las mentes de esos otros llamándole, invitándole a entrar en ellos a vivir su vida. Encontraba gentes tan mediocres como él, con mentes tan grises y vidas tan sosas como la suya. De éstas huía como la peste. Pero había otras… ¡ah, esas otras! Eran pura vida, pura fiesta. Con ellas el mundo se tornaba multicolor, musical, perfumado, sabroso, cálido y enérgico…

Al principio había sido algo sorprendente y mágico. Se dormía y volaba hasta entrar en otro. Observaba, sorprendiéndose por la variedad de vidas ajenas diferentes a la suya…  Disfrutaba, sí, y se despertaba recordando todo con extraordinaria claridad sintiendo una sensación de plenitud, de alegría, que se iba esfumando hasta desaparecer en cuanto se incorporaba a su gris vida de engranaje… y se pasaba el resto del día deseando que volviera a llegar la noche para soñar de nuevo otra vida.

Al cabo de un tiempo comprobó que la mera observación comenzaba a saberle a poco. Era su sueño, ¿no? Así que podía soñar que era él mismo el que vivía en aquel otro ser, tomando las decisiones, moviéndole como si fuera una marioneta. La noche que lo intentó por primera vez fue muy extraño. El sueño se convirtió de repente en otra cosa, en una experiencia muy vívida, enormemente realista, tanto que hasta se asustó y se despertó. Pero durante unos instantes había sido otra persona, había pensado con otra mente. Podía hacer lo que quisiera, libre de las cadenas de la realidad y de las leyes. Podía recrear su mundo a su antojo.

Su siguiente experiencia fue estupenda. En su sueño entraba en un hombre joven y atlético. Bajo su control directo, experimentó con lo que podía hacer. Era extraordinario, no parecía en absoluto un sueño, y notaba la adrenalina fluyendo por las venas del joven mientras le obligaba a entrar en una tienda y robar algunos objetos por el mero placer de ir contra la ley. Cuando le descubrieron y tuvo que salir corriendo, fue genial. Su pelea con los agentes del orden que le atraparon le supo a gloria… Al despertar se sintió mas renovado que nunca, con todo su ser henchido de una energía increíble…

Noche tras noche, soñaba. Siempre seguía el mismo patrón… entraba en «el otro», como denominaba para sí a su personaje soñado, siempre diferente, y le obligaba a cometer pequeños delitos: robos, atracos, vandalismo. Era su pequeña rebelión contra el sistema que lo apresaba en su vida diaria. En el mundo real jamás se atrevería siquiera a pensar en hacer algo así, pero en los sueños… allí nadie podía detenerle, era su mundo propio y en él jugaba a ser un dios. Nunca hacía dos veces lo mismo, siempre era alguien diferente: jóvenes, viejos, mujeres, incluso niños. Gente de todo tipo y condición: ricos, pobres, trabajadores, deportistas, ejecutivos, amas de casa, prostitutas… desde lo más sórdido hasta lo más brillante.

Nunca se cuestionó nada. Los sueños eran sueños, y el vivía su «vida» en ellos como quería. Consideraba que la ética o la moral no contaban en el mundo onírico en el que vivía sus noches. Por las mañanas llegaba a su trabajo con nuevas energías, se incorporaba al engranaje como una pieza limpia y brillante…

Luego dio un paso más allá. Ocurrió por casualidad, y en su descargo debemos decir que no pretendía hacerlo, que nunca se le había ocurrido, ni siquiera en sus sueños más frenéticos. Comenzó como siempre, durmiéndose y entrando en otro. Iba a hacer algo que siempre le apetecía, un atraco a mano armada. Le encantaba ver la cara de terror de la víctima, notar su pánico y disfrutar con la tensión de ese momento tan violento. Como siempre lo primero que hizo tras entrar en «el otro» fue procurarse un arma. En este caso consiguió una navaja automática robándola de una cuchillería, lo que añadía más emoción al asunto. Luego se apostó en un lugar oscuro a esperar. No mucho más tarde, pues era un sueño y el tiempo no contaba, un hombre maduro apareció ante él. Sacó la navaja y la levantó hacia el rostro del hombre conminándole a entregarle sus objetos valiosos… pero algo fue mal. El tipo no se dejó intimidar. Discutió, gritó…y se lanzó con una incomprensible osadía sobre él a intentar arrebatarle la navaja. El soñador estaba sorprendido ante esta inesperada reacción, algo fuera de lo normal en sus sueños, y reaccionó automáticamente en un acto reflejo… la brillante hoja de la navaja trazó un arco que se tiñó de rojo en su segunda mitad. Gotas de sangre le salpicaron, mientras el hombre se desplomaba lentamente, sus gritos cortados en seco al serle limpiamente seccionada la garganta…

El soñador sintió un terrible horror invadiéndole… despertó agitado como si hubiera sufrido una atroz pesadilla en vez de los placenteros sueños de otras veces. Pero también con una extraña excitación, diríase que sexual, muy superior a lo que jamás había sentido en ningún otro sueño anterior.

Esa noche no volvió a dormirse. Estuvo meditando sobre su pesadilla. En su sueño había hecho algo que jamás llegó a imaginar. Inicialmente había sentido un gran rechazo, pero tuvo que reconocer para sí con sorpresa que también había experimentado un enorme placer…

Volvió a su rutina diaria, y a sus sueños. Durante un tiempo soñó con lo mismo de siempre, sin atreverse a nada más fuerte que el robo de tiendas o a frecuentar garitos y lugares exóticos y excitantes… que ya no le excitaban como antes. No, se despertaba con una sensación de que aquello ya no era lo mismo. Debía reconocer que aquella noche había cambiado el sentido de lo que soñaba… Ya no era suficiente. Necesitaba más. Le obsesionaba la idea de repetir aquello. Si hubiera sido una droga, podría decir que su dosis ya no le satisfacía, necesitaba algo más fuerte.

Tenía que volver a matar.

Al fin y al cabo, no era como si asesinase de verdad ¿no? Se trataban de simples sueños. Él jamás mataría en la realidad… nunca había robado, ni asaltado a nadie, aunque lo soñase… era algo subconsciente que sacaba a la luz en sus sueños y que le mantenían cuerdo, o al menos eso ponía en algunos libros sobre el asunto que había leído desde que comenzó todo. Como siempre había creído, en la mente subconsciente de uno la lógica, la razón, la ética y la moral desaparecían para ser substituidas por la irrealidad de lo irracional.

Probaría otra vez, pero ahora de forma voluntaria, a ver qué pasaba, y si podía recuperar esas sensaciones de libertad que necesitaba para sobrevivir en su asfixiante vida cotidiana.

Esa noche estaba muy nervioso cuando se acostó, tanto que le costó conciliar el sueño. Dio vueltas y más vueltas en la cama, su mente convertida en un torbellino de ansiedad y temor…

Cuando consiguió dormirse todo fue bien. Rápidamente entró en el primero que apareció en su sueño, un joven barbudo y desaliñado que, según pudo comprobar, llevaba en su raída cazadora un cuchillo… bueno, su subconsciente respondía con aquel sueño perfectamente adecuado a sus necesidades, como no podía ser de otra forma. Miró a su alrededor. Por esta vez, el paisaje le parecía más familiar que otras veces, sin tantos elementos exóticos como solían trufar sus aventuras oníricas… Se encontraba en una calle de lo más vulgar, similar a cualquiera de las que pateaba todos los días para ir a su trabajo. Era noche cerrada y no había nadie a la vista… No tardaría en aparecer una víctima, claro, el sueño se encargaría de ello. Caminó por la acera, con la mano derecha en el bolsillo de la cazadora, empuñando el cuchillo. Notaba la respiración agitada, los músculos tensos, el corazón batiendo contra el pecho. No notaba el frío que debía hacer, a juzgar por el vaho que exhalaba su boca al respirar…

Dobló una esquina, y allí estaban. Varias jóvenes, seguramente prostitutas, se distribuían por la calle, aburridas a la espera de algún cliente. Se acercó a la más próxima, una chica que aprovechaba para mirar un escaparate… pero algo pasaba. La chica se agitó de repente como sorprendida por algo. ¿Le habría visto reflejado en el cristal?… No importaba, el soñador estaba ya detrás de ella, y alzó la mano con el cuchillo. La chica se volvió repentinamente. Abrió mucho los ojos y quiso decir algo, gritar… No le dio tiempo. El cuchillo se abatió una vez, luego otra, apagando en un gorgoteo el incipiente grito. Una nueva cuchillada, esta vez en el corazón… una especie de frenesí le empujaba, un calor interno que le recorría desde el pecho hasta la entrepierna… estaba siendo sensacional.

Hasta él llegaron los gritos de las demás jóvenes que ocupaban las calles. Gritos de horror, de pánico. ¡Fabuloso! Estaba siendo el sueño de su vida…

Despertó. Sudoroso, agotado, pero feliz. Notaba húmeda la entrepierna… había tenido un orgasmo, algo que no le había ocurrido jamás tras un sueño.

El día fue un puro ansia para que terminara, y volviera a llegar la noche. Sus ojos, su aspecto, hicieron que en su trabajo el supervisor le preguntara si se encontraba bien. Y el caso es que se sentía como nunca en su vida…

Esa noche volvió a hacerlo. Se introdujo en una mujer y degolló a su marido en la cama…

Volvió a ser genial. La sensación era tremenda, alucinante. Debía soñar de nuevo con ello… intentó dormirse otra vez, para seguir soñando, pero no lo consiguió. Nervioso, fue a trabajar a su pesar, recordándose a sí mismo que debía comprar somníferos…

En el siguiente sueño, era un joven de unos diecisiete años, y mató a sus padres con una espada…

Cuando despertó, llamó a su trabajo para informarles que estaba enfermo y que no iría a trabajar, y se tomó un somnífero. Tenía que volver a dormirse y a soñar. Lo necesitaba… Pero no funcionó. Se durmió, sí, pero los sueños no acudieron… Se despertó indignado, furioso… arrojó las pastillas contra la pared. No le servían.  Llevaba catorce horas en la cama, y se levantó para comer algo. Mientras se preparaba un bocado, por la ventana del patio interior podía ver y oír la tele que la vecina tenía puesta a toda potencia mientras hacía las labores del hogar. La palabra «asesinato» le atrajo inmediatamente…

Al parecer un joven se había vuelto loco y había descuartizado a sus padres con una katana. Luego le debió vencer el horror del acto cometido, y se había suicidado arrojándose sobre el arma. Una terrible tragedia…

Pudo ver las fotos del criminal y de sus víctimas. Las reconoció de inmediato, y aquello le golpeó brutalmente… se desvaneció.

Cuando consiguió recuperarse, era casi de noche otra vez. Temblaba. ¡Reales! ¡Los sueños eran reales! No podía creerlo. ¿Cómo era posible? No lo sabía, pero estaba convencido que él había sido de algún modo el causante de aquella tragedia… Y ¿qué pasaba con el resto de las muertes? Tenía que saberlo…

Esa noche no se acostó. No tenía sueño, algo perfectamente natural considerando su estado de agitación y las muchas horas dormidas ese día. Se la pasó viendo la tele, su propio aparato, cambiando de canal continuamente para poner programas de noticias. El caso del asesino de la katana, así le llamaban los medios, estaba por todas partes. No había mención a otras muertes…

Tan pronto como amaneció se dirigió a un cibercafé (nunca había considerado tener ordenador en casa) y comenzó a investigar en los periódicos digitales atrasados, asesorado por un joven voluntarioso que se ofreció a ayudarle al ver su escasa pericia con la red.

Tardó varias horas, pero encontró lo que buscaba. Una referencia al asesinato a cuchilladas de una prostituta en una ciudad del norte del país, ante la espantada mirada de varias de sus compañeras, que había ocurrido algunos días antes… la policía había capturado al asesino, un ladrón de poca monta que se defendió alegando que no recordaba absolutamente nada de lo ocurrido…

Terriblemente asustado, el soñador salió del café a toda velocidad…

Una vez en su hogar, se tranquilizó un tanto. Consideró la posibilidad de acudir a la policía, de contárselo todo, pero… ¿le creerían? No. Le tomarían por un chiflado. Realmente lo que había hecho era terrible, pero nadie podía acusarle de nada. No podían relacionarle con los crímenes ni de lejos, de hecho, tenían a los asesinos y los casos estaban cerrados…

El sueño de esa noche fue totalmente diferente. Entró en la mente de otro, pero no se atrevió, ahora que sabía que era real, a hacer nada. Se despertó peor de como se había dormido. Ese día lo pasó muy mal. Estuvo atontado, cometió errores en su trabajo… se dedicó a pensar y divagar, ante la mirada reprobatoria de su supervisor, que le apercibió un par de veces. Pero ignoró todo excepto lo que concernía a su problema.

Descubrió con cierta sorpresa que tenía que seguir con aquello, que lo necesitaba por el bien de su propia salud mental. El sueño asesino se había convertido en una especie de droga, y él en adicto. Llegó a la conclusión de que le daba igual que fuese real, que muriera gente… mejor ellos que él. Estaba a salvo, nunca podrían acusarle de nada. Podía seguir siendo libre, y vivir la vida de excitación que necesitaba.

Al acostarse ya tenía claro lo que iba a hacer. Y fue tan glorioso como otras veces. Se había dedicado a empujar gente en el metro para que cayeran a las vías cuando llegaba el tren… cayeron cuatro antes de despertarse.

Curiosamente, los periódicos del día no decían nada… ¡qué raro! ¿Podía estar equivocado?… ¿Y si, finalmente, todo había sido una coincidencia, si los sueños no eran más que recuerdos de algo que había leído en la prensa, o visto en la tele…? Pero lo de la katana…

Otra vez volvió a matar en sueños a vista de la gente, y otra vez no aparecía nada en la prensa al día siguiente… pero, espera… ¿Y esa noticia…? Al parecer esa noche una anciana había degollado y acuchillado hasta la muerte a su marido en la cama….

Aquello le rompió los esquemas. No podía ser, el había soñado eso mismo hacía ya mucho tiempo… Pero la fecha de la noticia era la del día anterior. Volvió al cibercafé en cuanto pudo, a repasar los diarios… y ante su extrañeza, encontró varios artículos sobre las muertes en el metro, ¡ocurridas ya hacía dos meses…!

Sin saber qué podía estar pasando, decidió no hacer caso. No le importaba si la noticia salía antes o después en los diarios. Aunque aquello le confirmaba que todo era real, claro… pero ya le daba lo mismo. Noche tras noche dormía y soñaba. Entraba en la mente de alguien real y le obligaba a cometer muy reales y atroces crímenes. Y el saber que eran crímenes auténticos le proporcionaba, si cabe, un placer añadido e inesperado… Los asesinatos se volvieron cada vez más horribles, más sangrientos. Una simple cuchillada ya no le proporcionaba mayor emoción. Tenía que asestar varias, tenía que matar a muchos a la vez… Un día se introdujo en la mente de un tipo, compró una escopeta, entró en un supermercado repleto y organizó una masacre… diez muertos y otros tantos heridos…

Al poco tiempo fue despedido de su trabajo. Empezó a faltar de continuo, y cuando acudía lo hacía sin poner la más mínima atención. Se apuntó al paro, ya que eso le daba margen para vivir mas tiempo sin trabajar, dedicándose a lo que realmente le interesaba…

A medida que pasaba el tiempo se notaba más delgado. No comía, no salía de casa… su físico se degradaba día tras día… si no hacía algo al respecto, acabaría muriendo… Pero no se preocupaba. Lo importante era soñar, y matar en sueños. Era su obsesión, su única razón de ser. Si iba morir pronto, le daba igual.  Eso sí, antes tendría que hacer algo especial. No sabía qué podía ser, pero debería ser algo horrible, una traca final. No podía estar premeditado, pues el azar de sus sueños le impedía hacer nada con un plan preconcebido… pero, espera, qué idea más buena se le acababa de ocurrir… ¿por qué no volver a la escuela? Siempre la odió de pequeño. Si su vida era como era se debía a la mala educación recibida por un estado represor… Así que ¿por qué no? Entrar en un lugar lleno de críos y organizar una masacre…

Esa noche sería la gran noche. Se acostó en su sucia cama, se rodeó de las sabanas acartonadas y sin lavar desde hacía meses, y se durmió.

Su mente voló rauda en busca de alguien… si ahí… entró. Era una mujer, eso le abriría mejor las puertas de la escuela… pero era de noche. Tendría que esperar. De todas formas necesitaba tiempo para conseguir un arma adecuada… Comenzó a caminar por la calle… que por cierto, le sonaba muy familiar. Se detuvo delante de un gran escaparate… y comprendió. Estaba vestida como una prostituta. Y en el reflejo, justo detrás de ella, pudo ver la figura de un joven desgreñado vestido con una cazadora raída que levantaba su cuchillo…Se volvió intentando gritar, decirle que no lo hiciera, que él estaba dentro de la joven, pero la primera cuchillada cortó su desesperado grito… intentó forzarse a despertar… Pero no tuvo tiempo. La cuchillada que le asestó la mano dirigida por su propia consciencia, por él mismo, le partió el corazón…

El soñador, durmiendo en su cama, no volvería a despertarse, ni a soñar, nunca más.

© Copyright de Ramón San Miguel Coca para NGC 3660, Febrero 2017