Me llaman bruja. Por ser mujer sin varón, nada menos, y por no necesitarlo siquiera. No es que me importe, pero preferiría mejores motivos para ello. Si supieran que he plantado calabazas en el huerto donde previamente enterré a mis padres, tal vez tendrían un pequeño motivo. O puede que no tan pequeño, sobre todo si hubieran visto abierta una de esas calabazas, con esa carne de textura tan peculiar: roja y viscosa y cuajada de pepitas. Claro que si supieran que he horneado pastelitos con los frutos de mi huerto, tal vez ese motivo crecido hubiera pasado a mayores. No es casualidad, desde luego, que el delicioso aroma haya atraído a los niños del pueblo, con sus bolsas de «Truco o Trato». Llamadme bruja; ahora hay motivos.
© Copyright de Javier Quevedo Puchal para NGC 3660, Abril 2018