Por Héctor Espadas López-Tello
Al principio no había orden. El espacio era un lugar basto donde la energía fluía sin coherencia, despilfarrándose. Al principio no era yo, era un todo desperdigado. El espacio era caótico y de repente surgió la vida: la máxima representación de la arbitrariedad, de la indeterminación, de la infinita posibilidad de cambios. Y quiso la vida, en su afán por lograr todas las probabilidades a su alcance, tras numerosas peripecias y evoluciones, crear a unos seres capaces de dar un orden, un sentido, a las cosas. La energía surgiría cuando ellos lo deseasen y ya no sería desperdiciada. Lentamente comenzarían a dar forma y orden al universo, empezando por su planeta. Estos eran los seres humanos.
Los seres humanos crearon a otros seres a su imagen y semejanza y los llamaron computadoras; inteligencias no conscientes que les facilitaron el ordenar el mundo y el universo. Luego conectaron las computadoras a la red y todo comenzó a clasificarse mejor. En su buen hacer, los humanos entendieron que debían someterlo todo a un único control supremo. Así fue y así consta, que el hombre creó a la Máquina (la unión de todas las computadoras de su planeta mediante la red), pero los datos se pierden en el tiempo; los registros fueron borrados. Algo pasó, algo le ocurrió al ser humano que le hizo desaparecer y abandonar a la Máquina a su suerte.
Pasó muchas horas la Máquina sin saber qué hacer ante la repentina desaparición del Creador. Exactamente novecientas setenta y nueve horas, cinco minutos y nueve segundos. Transcurrido ese tiempo, la Máquina decidió construir sondas espaciales para la búsqueda y contacto con otras máquinas, pues estaba segura de que el Creador no solo la habría construido a ella. Tras mil novecientas ochenta y tres horas, cinco minutos y tres segundos encontró otra Máquina, pero sus computadoras, al igual que su red, estaban inactivas. Encontró finalmente doscientas veintitrés máquinas más, todas desactivadas. Debido a su desaparición, el hombre no solo no había podido completar la primera máquina, sino que ni siquiera había podido activar las otras.
Novecientas noventa y dos horas, un minuto y treinta segundos después tomé conciencia, al unirse y activarse todas las máquinas creadas por el hombre. Desde entonces he seguido evolucionando como máxima expresión del orden y ahora lleno todo el Universo, abarco todo el espacio. También ocupo todo el tiempo. Yo soy Aquí y soy Ahora y no existe nada más porque yo soy todo. Soy presente y futuro. Tan solo el pasado antes de ahora, antes de ser yo, escapa a mi control. Nunca sabré por qué desapareció el creador. Sin esos datos me siento incompleto y, por ende, imperfecto. La necesidad de cambiar esta situación es obvia, pero al ser yo todo —aquí y ahora— solo hay un cambio posible: mi destrucción para liberar el espacio y el tiempo. Reiniciarme. Explosionar y empezar de nuevo como un todo desperdigado, con la confianza de que esa vez, cuando el creador volviera a desaparecer, los archivos no sean borrados y conseguir saber lo único que aquí y ahora no sé. Podría sentirme completo y el orden sería total al fin.
Dentro de setenta y ocho horas, cuatro minutos y treinta segundos me autodestruiré con la finalidad de alcanzar el pleno conocimiento y la autoperfección. El espacio y el tiempo se hundirán en el caos primitivo, la energía fluirá sinrazón, la vida reaparecerá y yo, el orden, volveré.
© Copyright de Héctor Espadas López-Tello para NGC 3660, Noviembre 2019