23:00h, 6 cervezas
Tras una tarde deambulando entre generosos escotes y pantalones de talle bajo, el grupo de protoescritores hizo un alto en Geográfic, un pub salsero. La intención del colectivo: divertirse. La de Ernesto Fernández, seguir trasegando cerveza en tanto que tendía sus redes amatorias sobre las hembras locales. Confiaba en que su desparpajo, unido a la acreditación en el pecho, le traería éxito. Y así, de forma lenta y taimada, como todo depredador que se precie, tanteó el terreno y, cuando todo estuvo calculado, anunció con sorna el inicio de la cacería.
00:00 h, 10 cervezas
Horas y botellines se sucedían, conduciendo a este aventajado prosélito de Baco a una considerable embriaguez. Pero, a pesar de lo ingerido, no solo se mantenía en pie, sino que se sumaba a bailes y aceptaba cuantos chupitos le obsequiaba el camarero.
01: 00 h, 14 cervezas
Unos tras otro los asistentes a la Indalcón se fueron retirando a sus respectivos hoteles, pero Ernesto Fernández se obstinó en seguir allí, y a eso de las cuatro se quedó solo.
04:00 h, 25 cervezas
Las horas se sucedían, y sobre la mesa más cercana los botellines vacíos eran legión. Inmerso plácidamente en su embriaguez deambulaba por el pub, comentando, bailando y echando unas risas con la fémina de turno. Así prosiguió hasta que la necesidad impuso su quinta visita al servicio. Ya en el interior, ausente de todo y de todos, se entregó al placer de una larga y cálida meada. Justo en el instante en que sonaron en la taza las últimas gotas de orina, la luz se apagó. El servicio quedó en penumbra y, tras dos segundos de desconcertante silencio, alguien lo aferró del pelo y lo golpeó contra la pared. Ernesto Fernández, aturdido, pudo vislumbrar al girarse a una figura pequeña, de pelo largo y rizado, que lo empujó, dejándolo sentado de mala manera en el retrete. Antes de que pudiera reaccionar, una mano pequeña y llena de uñas se introdujo en su bragueta, todavía abierta, y tomó posesión de sus testículos.
Aun sabiéndose atrapado, Ernesto Fernández se debatió como pudo para zafarse, pero ella, al sentir que la asían del pelo, clavó sus uñas sin piedad.
Un sobrecogedor lamento salió de la garganta de Ernesto Fernández. Derrotado, se abandonó a la agresora, quien lo tomó del pene y, rebosante de ardor, lo lamió con fruición.
En la penumbra, aquella cabeza poblada de rizos subía y bajaba entre sus piernas en un bucle infinito. Así prosiguió, hasta que Ernesto Fernández, seco y extenuado, perdió el conocimiento.
A la mañana siguiente lo encontraron en el servicio. Era la decimoquinta víctima. No fue hasta unos meses después que lograron coger a Amanda, «La chupona de Mojácar», fugada tiempo atrás del hospital psiquiátrico Huercal Overa.
© Copyright de Ángel Vela para NGC 3660, Septiembre 2017