Por Javier Arnau
EL ÁRBOL DEL DOLOR I
Parado frente al Árbol del Dolor
mientras la impía radiación
e lo que un día fue nuestro Sol
atraviesa sus marchitas hojas,
sus ajadas ramas,
y forma espectrales figuras
en el agostado remedo de césped
que hierve bajo mis pies,
recuerdo el día,
rememoro el instante
en que el fuego cayó del cielo
y el trueno ensordeció el mundo.
Las tumbas reposan ahora abiertas
allá donde los muertos se alzaron
pregonando la corrupta gloria
de un nuevo amanecer atómico,
una nueva no-vida
más allá de los páramos del Hades
más allá del inframundo de Horus;
carne corrupta,
almas adulteradas,
mentes degeneradas
en vicios y depravación
por la impía radiación,
el sacrílego fulgor
de aquello que sustituyó a nuestro Sol.
Recostado contra el Árbol del Dolor,
recuerdo el día,
porque yo estaba allí;
ayudando a salir a mis semejantes
de sus sepulturas
mientras nuestros cerebros
recibían la intensa radiación,
el impío fulgor
de aquello que creímos nuestro Sol.
EL ÁRBOL DEL DOLOR II: EL RECUERDO
Mirando hacia arriba,
entre las ramas del Árbol del Dolor,
pienso,
si se puede llamar así
a las corruptas correlaciones
que se establecen
entre las podridas sinapsis
de mis putrefactas neuronas,
en otra vida,
en otro momento,
en otra referencia…
pero no sé si es real,
o fruto de mis atormentados
y aleatorios procesos mentales.
Mis compañeros,
como yo,
miran sin comprender
un cielo sin estrellas ni Luna,
sólo una roca deforme
cuelga sobre nuestras testas;
hinchada, ulcerada;
su faz antaño límpida
ahora gangrenada y podrida
parece reírse
con su sombría luz rojiza
derramándose sobre nosotros.
Y esa luz nos recuerda
nuestra resurrección,
el eterno resplandor
que conectó de nuevo
aquello ya muerto y,
en ocasiones, podrido.
Mirando entre las ramas,
los infectos brotes
del Árbol del Dolor
recuerdo… intuyo
evoco formas, imágenes
seres pensantes,
como éramos nosotros
antes del Gran Resplandor,
cuando la Luna era
una sonriente cara
sobre nuestras cabezas,
cuando el sol
alimentaba la vida;
seres vivos,
entes pensantes…
recuerdo todo eso,
y el hambre me ataca sin piedad:
es hora de buscar nuestro sustento.
EL ÁRBOL DEL DOLOR III: LA MARCHA
Somos vacío,
ceguera encarnada,
cuerpos sin alma,
un mar muerto
ruge en nuestras entrañas,
como muerta está
nuestra esperanza.
Arrastramos vacuidad,
errantes con un solo objetivo,
tras nuestra no-muerte eterna,
existimos sólo para purgar
los pecados de una humanidad
que nos convirtió
en remedos de existentes.
Dejamos atrás el Árbol del Dolor,
ahora no tenemos ya
donde retornar,
solo tenemos ante nosotros
la eterna marcha,
el constante peregrinar
en estas carcasas vacías
hacia la luz,
el caduco fulgor
de aquellos que, aún,
no son como nosotros.
© Copyright de Javier Arnau para NGC 3660, Junio 2018