Voy a suicidarme…

 

Por Begoña Pérez Ruiz

Se nos llama «mitades». No es una mala definición, pues al fin y al cabo somos una parte de algo, una porción que lo completa podría decirse. Somos la fracción de un ser humano. El problema es que nuestra naturaleza no es considerada humana, así que la denominación de «mitades» se aleja del significado real.

Durante mucho tiempo he pensado que si yo fuera humano todo sería diferente y no me sentiría de esta manera. Quizá sería más feliz y no me cuestionaría tanto mi existencia. Pero sé que no puedo ser humano, pues no nací como tal. Los humanos me crearon, o me hicieron nacer como les gusta decir a todos ello. Notaría la diferencia si de alguna manera se me viera como a un humano. Pero no es así, ninguna «mitad» viene a esta sociedad con la categoría de humano, aunque todas nosotras seamos parte indivisible de uno de ellos.

Yo vine al mundo cuando David, el humano del que soy «mitad», nació. Es lo habitual, no hay nada raro en ello. Al menos no se considera extraño desde hace más de treinta años. Tiempo atrás, cuando el gobierno de la Unión de Países Supremos no ejercía el poder en esta región, todo era diferente. En ese pasado, ahora remoto, no había «mitades». Los androides como yo no ejercían una función semejante. Todo cambió cuando los avances psicológicos se unieron a los propios de la inteligencia artificial y la idea de la predicción, hasta entonces mística, divina y alejada de la ciencia, pudo ser controlada. Entonces crearon al gran Oráculo.

Debería comprender mucho mejor su funcionamiento de lo que en realidad lo hago, al fin y al cabo es, en muchos sentidos, una entidad más lógica que irracional. Y sin embargo, cuando estoy unida a ella, la noto como algo abstracto, como si algo irreal hurgara mis entrañas que no son más que componentes electrónicos. Es absurdo que lo sienta así y más aún que algo como yo lo perciba de esa manera. Para mí debería ser una mera conexión a una fuente de energía e información.

David, con todo su cuerpo orgánico y su naturaleza tan amiga de lo inverosímil, no siente así su nexo con el gran Oráculo. Para él es como un hermano mayor que vela porque todo siga los caminos de lo correcto, para que nadie haga nada malo. A David no le molesta porque no es él realmente el que está unido a él, sino yo. Yo soy la mitad conectada al Oráculo y que puede ver el futuro de David. Somos un triángulo perfecto, o al menos así lo creen los que nos gobiernan.

Todas las «mitades» funcionamos igual, desde el primer día se nos une mentalmente a nuestro humano. Yo, mediante un microchip, conozco todas las ondas cerebrales de David, incluso las ondas más extrañas llamadas gamma. Esas mismas ondas que trasmito al gran Oráculo y que este interpreta en clave de predicción futura. Nadie le llamaría gran Oráculo si no cumpliera su función de esa manera. Y la cumple muy bien.

Yo desearía que no fuera así, que no existiera el maldito gran Oráculo que conoce todo lo malo que puede hacer un ser humano antes de que esto suceda. Me gustaría no ser el enlace que trasmite los pensamientos de David al Oráculo, que este no existiera, o que yo mismo tampoco… Los humanos no tendrían que hacer «mitades» para controlarse a sí mismos, ni deberían llamarnos de esa manera cuando no tenemos sus mismos derechos, ni sus mismos deberes, solo somos cables de unión. No debería ser así. Aunque David me trate como un hermano, yo vivo para vigilar sus pensamientos, soy el centinela de su vida y si él decide cometer un delito, yo seré el primero en sufrirlo.

Es otra de las razones por las que se nos une a los humanos, pagamos sus pecados, incluso cuando estos aún no se han cometido. Si ves una «mitad» que se arranca un abrazo, sabes que su humano estaba dispuesto a perpetrar un acto contrario a la ley, si un humano tiene intención de contravenir al gobierno seriamente, su «mitad» se desconecta para siempre. Las «mitades» padecemos la pena no cometida y nuestro sufrimiento es la prueba que las autoridades necesitan para castigar al humano. Toda una espiral de dolor, para las «mitades» y para los humanos.

Hay humanos más sensibles que otros, eso es evidente, algunos sufren solo al ver cómo sus «mitades», a las que aprenden a amar como a sí mismos, se lesionan por su causa. Les duele más esto que la propia tortura que puedan imponerles las autoridades. Se sienten culpables de algo que no han cometido, pero cuya pretensión futura ha provocado el mal de su «mitad».

Sé que David es un humano muy sensible. Sé que le va a doler mucho lo que tengo que decirle.

—Voy a suicidarme… —. Como era de esperar, tarda en reaccionar. Cuando al fin me mira lo hace como si me viera por primera vez, como cuando su mirada de bebé me contempló en un primer momento. Yo era todo un enigma para él y sus ojos inexpertos me taladraron tratando de encontrarme sentido. Ahora, de nuevo, parece que mi significado también se le escapa, es incapaz de entenderme.

—Eso no es posible… yo, no tengo intención de hacer nada malo, estoy convencido de ello. No puede ser… —. Es curiosa, sin embargo, la lógica humana que lo domina, incluso en este momento dramático se siente él el protagonista. No puede pensar que hay error alguno más allá, asume con ciega certeza que el Oráculo ha leído en sus propósitos futuros y que me ha trasmitido a mí la información para que la procese ante él. Yo sé qué crimen va a cometer en breve sin que él pueda saber aún nada. Por primera vez, desde que vine al mundo, me siento poderoso, más que David, aunque él siga creyéndose el centro de todo lo que está por pasar.

—No quiero que te desconectes, eres parte de mí, no quiero que sufras por mi culpa…—su voz se quiebra y deja de mirarme avergonzado. Se concentra en observar el paisaje ante el que estamos. Yo he decidido venir hasta aquí. Es el mejor escenario para nuestra charla. A David siempre le ha gustado contemplar el mar en lontananza. Desde esta parte norte del paseo marítimo es donde más su aprecia su naturaleza grandiosa y salvaje. Esta visión asusta y calma a los humanos por igual, porque les hace sentir minúsculos, impedidos para hacer nada más que asumir lo que ven, algo que no se puede plegar ante ellos. Desearía ser el mar. Pero ahora, en este momento trágico, no puedo quejarme. Me siento poderoso.

—No has de preocuparte por eso. Lo importante es que estés tranquilo cuando la policía venga a arrestarte, con suerte no tendrás una pena muy alta. Eres muy joven y los programas de reeducación que usan son más efectivos en mentes adolescentes…—. David no me deja terminar de explicarle cómo será todo. Me dedica una última mirada de terror y salta la barandilla que separa el paseo marítimo de las rocas que forman el precipicio ante el mar. En otro movimiento, se arroja al vacío.

Podría intentar ir tras de él, comprobar si sigue vivo tras la caída, si el mar no le ha engullido. También podría haberle intentado frenar antes. Sabía que esta iba a ser su reacción, su crimen. Resulta paradójico que su suicido sea dos cosas contradictorias a la vez: su final y mi liberación. Sin embargo, será una libertad muy breve la que yo disfrute. Aunque nunca antes una ha provocado y ha sufrido algo así, ellos pronto sabrán qué ha pasado realmente. Ni siquiera el lenguaje críptico del Oráculo, ese que sólo un nexo como el mío puede interpretar, les frenará a la hora de saber la verdadera historia de David… No, no, ellos la llamarán así, pero en realidad esta es mi historia y el final de David. No sé de cuánto tiempo dispongo antes de que me localicen y me reduzcan a fragmentos para observarme en un laboratorio, para descubrir cómo es posible que una «mitad» haya actuado de forma defectuosa. Creo que tengo tiempo suficiente para que mi historia sea más grandiosa. Puedo ir hasta el secreto edificio donde albergan al Gran Oráculo, yo sé dónde está. Y puedo conseguir que todo él vuele por los aires.

© Copyright de Begoña Pérez Ruiz para NGC 3660, Marzo 2018 [Especial Féminas 2018]