Por Ronald Delgado
La pieza llegaba a su clímax, y con ella, el concierto mismo estaba listo para concluir.
Los violines sostuvieron la nota, trémula, jadeante, y su clamor fue acompañado por un ritmo profundo y escurridizo, engendrado por las cuerdas de los violoncelos. La iluminación se atenuó, y sólo un par de haces láser recorrieron el escenario, bailando y entrelazándose, inmersos en una danza electrónica y sobrenatural. De pronto, los haces dorados se separaron, y apuntaron a lugares fuera del escenario. La luz coherente recorrió las piedras de las edificaciones con sutileza, acariciando los minerales que hacía miles de años habían sido apilados allí. Cada uno de los rayos luminosos se dedicó a la tarea de trazar el contorno de la arquitectura a la cual había sido proyectado. Uno, delineó las aristas y las columnas del Partenón, mientras el otro haz solitario dibujaba con su brillo las paredes del Erecteón. Sólido, líquido, gaseoso. Todos los estados de la materia eran presentados antes los espectadores en enormes pantallas flotantes, que volaban sobre el escenario. A su vez, claras ecuaciones, explosiones, imágenes del cosmos y del espacio-tiempo, recorrían el lugar al compás de la música que brotaba de todo altavoz oculto en el perímetro de la antigua Acrópolis. El público, acomodado entre piedras y grama, se deleitaba del espectáculo y justificaba con sus expresiones la cuantiosa suma de dinero que había pagado por presenciar tal evento.
El tempo se hizo cada vez más lento, hasta inmutarse. Los violines se apagaron, y dieron lugar a un suave golpeteo que se convirtió luego en un claro tronido, parecido a un llamado de guerra aborigen. El compás de los tambores fue acompañado por el redoble de la batería, ejecutada por un excelente músico. Seguidamente, un sonido resbaloso tomó posesión del lugar, y crepitó hasta reinar el Universo entero. De entre las sombras y los sintetizadores, un conocido guitarrista de Blues emergió para dar un solo.
El público explotó en aplausos.
El resto de la orquesta guardó silencio, y observó al sujeto ejecutar su instrumento. Las pantallas flotantes dibujaron en su espacio un número cero, y vibraron sobre el escenario. No había ciencia que traducir, no había números que convertir en notas y en melodías, así que la iluminación centró su atención al virtuosismo del guitarrista que de hecho improvisaba su pieza.
En el centro del escenario, de espaldas al público, con el rostro lleno de júbilo, el sudor recorriendo sus sienes y el éxtasis inflamando su pecho; Lázaro, director de la orquesta y compositor y creador de todo el espectáculo, sonreía satisfecho.
Con su mano derecha dirigía a los músicos frente a él, y con su mano izquierda manipulaba la consola principal que sincronizaba la entrada y la salida de cada uno de los algoritmos y las secuencias electrónicas que eran generadas por su computadora. Si bien Lázaro había compuesto gran parte de las piezas de este repertorio, el resto de ellas eran el producto de la naturaleza misma. Las leyes que mantenían al Universo en su lugar, los principios básicos del espacio y el tiempo, las propiedades de la materia, las generalidades de las matemáticas, todas ellas en perfecta polifonía eran traducidas por los algoritmos y los procesos diseñados por el director de orquesta. En definitiva, los espectadores escuchaban con profundo asombro la música de la ciencia.
El solo de guitarra terminó, y el guitarrista desapareció bajo el escenario. A lo lejos, más allá del monumento a Atenas, reflectores encendieron sus potentes haces y llenaron la noche estrellada de una blanquecina y artificial lluvia. El público aplaudió, mientras los instrumentos de viento galoparon su tempo hacia una melodía acelerada y culminante.
Observándolo todo, agobiada y maravillada, Marié Ciel acompañó los aplausos del resto de los espectadores. A su lado, su colega Giancarlo Mássimo asentía con la cabeza y arrugaba la comisura de la boca. Sin duda habían disfrutado del espectáculo, y aunque el motivo de su presencia en tal evento no era precisamente el atender al concierto, agradecían la oportunidad que el instituto les había brindado al correr con los gastos de los boletos.
Su intención era entrevistarse con Lázaro, indagar un poco más sobre su técnica y sobre su música, y una vez roto el hielo, hacerle la propuesta. El cóctel de celebración luego del concierto les daría tiempo suficiente para presentarse y conversar con el músico. Al menos, eso creían.
Finalmente, la orquesta entera tronó, las luces relampaguearon, las pantallas proyectaron sobre las presentes imágenes de la bóveda celeste y la Acrópolis entera sucumbió ante la furia del acorde final. Luego, el silencio lo tomó todo y por dos segundos, sólo por dos segundos, el escenario murió.
Los presentes llenaron el lugar con gritos y algarabía cuando las luces se encendieron y Lázaro se volvió para hacer una reverencia y agradecer al público. Señaló luego a cada uno de los músicos, y juntó sus manos en señal de aprecio. Por último corrió de un lado al otro del escenario palmeando los monitores de todas las computadoras que eran también músicos del espectáculo y se detuvo en el atril para acariciar la consola principal. Se inclinó de nuevo ante el público y se despidió agitando sus manos y sonriendo a diestra y siniestra.
Marié Ciel recuperó el aliento y suspiró mientras se incorporaba en el asiento, realmente sorprendida del espectáculo que acababa de ver. Giancarlo Mássimo sonrió satisfecho, y se levantó del asiento lentamente. Extendió luego su mano en dirección a su colega y ésta le correspondió asiéndose de ella y poniéndose de pie.
—¡Esto ha sido increíble! —dijo Ciel en perfecto inglés.
—Ciertamente —añadió Mássimo con su acento inundado de italiano—. Ahora, a la celebración. Espero que no tengamos muchos problemas para localizar a Lázaro en el cóctel.
—Localizarlo tal vez no sea difícil, el problema será el asegurarnos al menos una media hora de su tiempo —Ciel se hizo lugar entre los asientos y caminó hasta el pasillo que daba acceso a la salida—. Si bien le hicimos llegar nuestras intenciones de entrevistarlo unos días atrás, estoy segura que habrá una legión de periodistas que también querrán una exclusiva.
Mássimo frunció el ceño.
—Nosotros no vinimos a hacer farándula.
Ciel sonrió.
—Lo sé, pero luego de un concierto cómo este, ¿qué te parece más relevante para su carrera, la música o la ciencia?
El sujeto se encogió de hombros antes de tomar el brazo de su acompañante y caminar en dirección al camino de piedras que los llevaba hacia un nivel inferior de la Acrópolis, donde las bebidas esperaban.
Habían improvisado una serie de toldos sostenidos por pesadas columnas que trataban de emular a aquellas que erigían las paredes de toda la Acrópolis. El espacio era suficientemente grande como para albergar unas sesenta o setenta personas, que básicamente eran las invitadas al cóctel de celebración. Después de todo, la gira mundial de Lázaro terminaba en este escenario, y luego se esperaba que el músico se tomase unas merecidas vacaciones, seguidas de un posible nuevo álbum. Una fiesta cerraría con broche de oro esta etapa de su carrera.
Los invitados, en su mayoría europeos adinerados, empresarios, actores de teatro y cine, conversaban enérgicamente mientras lubricaban sus palabras con champaña y vinos de la más alta calidad. Piedras preciosas, trajes de alta costura, mujeres hermosas y risas presuntuosas llenaban los alrededores y de alguna manera le hacían recordar a las calles de Atenas la soberbia y ostentosa vida que alguna vez llevaron. El escenario rayaba en lo anormal para los dos modestos y sencillos científicos que entraron dudosos en dirección a la mesa de champaña. Sin embargo, ambos atrajeron unas cuantas miradas, tal vez porque en realidad eran completos desconocidos para aquellos círculos de amistades.
Marié Ciel se detuvo junto a una mesa repleta de bebidas y tomó con estilo una copa de vino blanco. Se trataba de una mujer de buen gusto, de profundos pensamientos y de una agudeza mental obscena. Llevaba el cabello negro recogido en una cola de caballo, un traje de noche negro con un sugerente escote en la espalda, y unos tacones altos que le aumentaban varios centímetros su estatura. En realidad, en pocas ocasiones se vestía de esa manera, pues su vida como científico no le brindaba tales oportunidades muy a menudo, pero eso no le restaba calidad a sus gustos y a su capacidad para hacerse ver hermosa siempre y cuando lo necesitase. Su rostro, oliváceo, se alejaba un poco del común francés, y sólo cuando hablaba español delataba evidentemente su acento, pues su ingles era impecable. Era físico de altas energías, y trabajaba en el Consorcio Europeo para la Investigación Nuclear, CERN.
Por su parte, Giancarlo Mássimo se sirvió una copa de champaña y se la llevó a la boca enseguida. Era un sujeto rechoncho, serio y confiado. Vestía un traje negro elegante y llevaba la barba prolija y bien afeitada. Era físico teórico y matemático, y ocupaba un cargo importante en el Centro Internacional para la Física Teórica, ICTP, en Trieste. Al igual que Ciel, Mássimo también formaba parte del equipo de trabajo del Instituto para la Unificación, con sede en la ciudad de Génova, cerca de las instalaciones del CERN.
Mássimo observó a su colega a los ojos luego de echar una mirada al resto de los presentes.
—Fuera de lo común, ¿no te parece? —preguntó.
—Para nosotros, sí. Ni en el mejor de los congresos somos los científicos tan pomposos.
Mássimo se encogió de hombros.
—Al parecer así se maneja este mundo —suspiró—. Pareciera que el festejo guarda una relación directamente proporcional con la magnitud del concierto.
Ciel sonrió y negó luego con la cabeza.
—En lo particular, me encantó el concierto.
Mássimo asintió.
—¿Crees que Lázaro considere nuestro trabajo? ¿Crees que considere colaborar con nosotros? —preguntó Ciel al italiano.
—Además de músico, Lázaro es matemático —respondió—. Hasta donde tengo entendido, tiene un doctorado. Si no fuera por la ciencia, me parece que jamás habría tenido el éxito que tiene. Estoy seguro que colaborará. Su mitad científica no lo dejará descansar hasta que pruebe su técnica con nuestras teorías.
Ciel entrecerró los ojos y se mordió el labio inferior.
En ese momento, una ovación que recorrió el lugar como una ola en medio del mar sobresaltó un poco a la científico. Lázaro, luego de desaparecer tras bastidores y arreglarse a sí mismo un poco, apareció en el cóctel junto con sus músicos, agradeciendo con sonrisas y estrechando manos. Pasó justo detrás de Marié Ciel, y ésta tuvo que darse la vuelta para observar lo que sucedía. Al menos ocho sujetos que claramente pudo distinguir como reporteros se abalanzaron sobre él, con sus grabadores flotando por doquier y sus preguntas a flor de piel. Uno de ellos empujó a Ciel y debido al impacto derramó un poco de su bebida.
Mássimo la trajo hacia sí y empujó un tanto molesto al reportero, que respondió con un gruñido nada intimidante.
—Vamos, Marié. Dejemos que los buitres sacien sus apetitos. Luego conversaremos con Lázaro.
—Estoy completamente de acuerdo —secundó Ciel arrugando el rostro y buscando en su vestido manchas de vino.
Se alejaron del tumulto y disfrutaron de la velada un poco aislados del resto de las personas.
Esperaron hasta que los ánimos se atenuaron, y hasta que la música se tornó ligera y relajante. Lázaro conversaba con un par de personas del otro lado del salón, bebiendo de manera pausada y sonriendo de vez en cuando. Marié Ciel lo observó con cuidado, entrecerrando los ojos. El músico era un sujeto alto y delgado. Su rostro, de facciones afincadas y de un color pardo, hacía obvia su procedencia latina. Parecía poseer un carisma innato, y su sonrisa despertaba confianza en sus interlocutores.
—Giancarlo —dijo Ciel dirigiéndose a su colega—. Será mejor que hablemos con Lázaro. Estoy comenzando a aburrirme.
Mássimo, que se encontraba unos dos metros más allá conversando de manera interesada con una excesivamente arreglada rubia, ignoró por completo sus palabras. Ciel arrugó la comisura de la boca.
—¡Giancarlo! —exclamó, y por unos segundos pensó en la esposa de su compañero.
El sujeto se volvió de un salto y asintió con la cabeza. Luego de decir un par de palabras a la rubia regresó con su colega.
—Disculpa, Marié. ¿Te parece si…?
—Por supuesto —interrumpió la francesa y caminó luego en dirección del músico.
Mássimo le siguió con la mirada clavada en el techo.
Ciel se detuvo a unos metros de Lázaro, justo detrás de las personas con las que conversaba. Lázaro, consciente de ello, la observó a los ojos y enarcó las cejas.
—Disculpen, caballeros —dijo el músico a sus interlocutores—. Había olvidado la cita que tenía con un par de invitados importantes.
Estrechó las manos de los sujetos y caminó luego en dirección de los científicos.
—Doctora Ciel, ¿cierto? —preguntó en inglés, estrechando su mano.
La científico asintió.
—Y usted debe ser el Doctor Mássimo.
El italiano agitó su cabeza a una alta frecuencia.
—Por favor discúlpenme. Recibí su mensaje, pero la verdad lo olvidé por completo.
—No se preocupe, señor Lázaro, está claro para nosotros que los asuntos de la farándula son más importantes en su entorno que los asuntos de la ciencia.
El músico frunció el ceño.
—No necesariamente, señorita Ciel. De hecho, me llama mucho la atención su presencia. Tengo entendido que querían ustedes conversar algo importante conmigo.
—Ciertamente —dijo Mássimo—. Deseamos saber un poco más sobre su trabajo, sobre su técnica.
Lázaro asintió y se mantuvo en silencio. Entonces, miró de lado a lado el salón y arrugó luego el rostro.
—Por favor, salgamos de aquí, conversaremos mejor en un lugar más tranquilo.
Dirigiéndose en dirección a las afueras del salón, invitó a los científicos a acompañarlo.
Caminaron por el camino empedrado hacia la parte superior de la Acrópolis. Desde tal escenario y gracias a la noche que se cernía sobre ellos, podía verse claramente la ciudad que alrededor de la colina vibraba y exhalaba vida. Los monumentos históricos se mantenían conservados, suspendidos en el tiempo, pero la ciudad a lo lejos se había desarrollado como la Tierra entera lo había hecho. Rutilantes podían observarse las infinitas luces de los altos edificios, y el tráfico de los autos, tanto terrestres como aéreos, formaban sinuosas líneas de luz y sombras.
—Soy todo oídos —dijo Lázaro mientras caminaba despacio.
Mássimo se aclaró la garganta antes de empezar.
—Señor Lázaro, como le hicimos saber en el mensaje que le enviamos, nosotros formamos parte del equipo del Instituto para la Unificación de la ciudad de Génova. La doctora Ciel es físico de altas energías y yo trabajo con construcciones matemáticas de la física teórica. Nosotros estamos interesados en su trabajo.
»Tenemos entendido que es usted matemático, además de músico. Es decir, es un científico, como nosotros.
—Sí, lo soy —añadió Lázaro con un tono suave—. Realicé mis estudios de pregrado en Venezuela, y llevé a cabo mi doctorado en Alemania. Allí también estudié música formalmente. Aunque nunca he ejercido como matemático, el noventa por ciento de mis composiciones musicales, gran parte de lo que escucharon hace unas horas, está construido gracias a las matemáticas.
—¿Podría hablarnos un poco más sobre eso? —preguntó Ciel esbozando una sonrisa.
—¿Sobre la matemática de mi música?
Ambos científicos asintieron. Lázaro sonrió.
—Realmente he debido decir sobre la música de la matemática —tomó aliento y ordenó sus pensamientos—. Como ustedes sabrán, la música no es más que la perfecta conjunción de sonidos y ritmos, producidos por instrumentos musicales, o también, por sintetizadores y computadores. Por supuesto, estos instrumentos ponen a vibrar al aire y esa vibración llega a nuestros oídos de la manera como ya la conocemos.
»Al mismo tiempo, estoy seguro que saben perfectamente la manera como está construida la octava musical. Los pitagóricos, luego de la construcción del monocordio, notaron que existía una relación entre la longitud de una cuerda vibrante y el tono que ésta producía, y experimentando con ello llegaron a lo que hoy conocemos como la octava, la escala de notas básicas en la música. El tono de un sonido depende de la frecuencia con que la onda sonora vibra, y estas ondas sonoras están descritas matemáticamente con funciones conocidas.
Lázaro tomó de nuevo aliento. Ciel y Mássimo escuchaban con interés, aun cuando el contenido de sus palabras no eran nada nuevo para ellos.
»A su vez, los ruidos, los golpes, todo lo que genere sonido, puede ser descrito también de una manera físico matemática. Estas ondas representan soluciones, por supuesto, de la ecuación de onda. Las escalas, los ritmos, el tempo, todo ello es producto de una serie de reglas matemáticas que en mi caso pude estudiar y definir con claridad.
»Entonces, conociendo este contenido matemático inherente de la música, me decidí a extender el problema un poco más allá, y traté de asociar operaciones matemáticas con sonidos, construcciones físicas con ritmos, y finalmente, teoremas y postulados con canciones, con composiciones musicales. A decir verdad, tan solo tomé los sonidos que tales operaciones y postulados generaban, y poco a poco los transformé en melodías».
—¿Quiere decir que su música traduce en sonidos y ritmos teorías matemáticas y físicas? —preguntó Ciel enarcando las cejas.
—Así es —dijo el músico orgulloso—. Por supuesto, son las computadoras las que hacen la mayoría del trabajo. Yo me encargué de desarrollar algoritmos que tradujesen, por ejemplo, ecuaciones diferenciales e integrales en tonalidades y secuencias de audio. Todo ello partiendo de operaciones sencillas hasta generalizar otras más complicadas. Podría enseñarles el aparato matemático computacional de mi trabajo, pero necesitaría una pizarra electrónica, o al menos papel y lápiz.
—Impresionante —dijo Mássimo, con una expresión de asombro en su rostro—. En ese caso no es cierto que jamás ha ejercido como matemático.
Lázaro soltó una carcajada.
—Puede decirse, sí. Lo que sucede es que nunca me he dedicado a la investigación, o a la docencia propiamente dicha. Todo esto lo desarrollé con el fin de componer música. Como verán, ha resultado mejor de lo que me imaginaba.
—Nos ha dicho —continuó Ciel—, que usted traduce ecuaciones en música. ¿Ha trabajado con leyes, por ejemplo?
—¡Oh!, por supuesto. Me atrevo a decir que ustedes no se han molestado en oír mis otras composiciones —sus interlocutores se sonrojaron un poco—. He logrado hacer de las leyes de Newton una sinfonía, y también una melodía de la termodinámica.
—Y el concierto de hoy, titulado Melodía Cuántica, supongo que es producto de sus postulados —dijo Mássimo.
Lázaro arrugó el rostro.
—A decir verdad, este repertorio es el que menos ciencia tiene, por decirlo de alguna manera. He estado trabajando con los postulados de la mecánica cuántica, y haciendo de ellos composiciones, pero mientras más complicado es el fenómeno que se quiere traducir, más tiempo y esfuerzo requiere. Además, no todas las veces la música que obtengo es agradable a los oídos. No tienen idea de lo horrible que suenan las ecuaciones de Maxwell.
Todos rieron e hicieron ecos en el desierto escenario en el que se encontraban ahora, rodeados de los antiguos monumentos.
—Me resulta fascinante su trabajo, señor Lázaro —dijo Ciel—. En pocas palabras, usted ha podido enseñarle al mundo cuál es el sonido de las matemáticas.
—O mejor aún, cómo suena la naturaleza —añadió Mássimo.
El músico asintió.
—Algo por el estilo —dijo con modestia.
Tanto Mássimo como Ciel se mantuvieron en silencio unos segundos, y se miraron entrecerrando los ojos. Luego, la francesa habló:
—Señor Lázaro, en definitiva, usted ha logrado hacer música con la física y la matemática —se calló dos segundos—. Nuestra pregunta y, de hecho, proposición es: ¿Puede usted hacer física y matemática, con la música?
Lázaro frunció el ceño y se quedó mudo, tratando de encontrar respuesta a esa última pregunta.
No ofrecieron más explicaciones, sino que invitaron al músico a visitar el Instituto.
Ahora el vehículo volaba despacio sobre la ciudad de Génova, haciendo más denso el tráfico aéreo que era controlado por computadoras y satélites. Era temprano, el Sol brillaba cerca del horizonte, y en la superficie empezaba a notarse cierta actividad. El músico siguió con detenimiento la línea circular que trazaba el viejo acelerador de partículas del CERN, y la comparó con el nuevo artefacto que de hecho era unas tres veces más grande que el anterior, compartiendo sus instalaciones equitativamente entre Francia y Suiza. El verde de los árboles pintaba la mayoría del territorio, y tan solo los modernos edificios del Instituto para la Unificación contrastaban con el resto de la arquitectura de la ciudad.
Marié Ciel, que observaba el rostro de su invitado, frunció el ceño.
—Señor Lázaro, ¿es esta la primera vez que viene a Génova? —preguntó.
El músico se volvió y sonrió.
—Por favor, llámame Eleazar. Mi nombre real es Eleazar Cruz.
Giancarlo Mássimo, a su lado, enarcó las cejas.
»Y para responder a su pregunta, sí. Es la primera vez que vengo. Había visitado antes Francia y Suiza, por supuesto, pero nunca había venido aquí, al CERN.
—Bienvenido entonces —dijo Mássimo, asintiendo con la cabeza.
Eleazar entrecerró los ojos y volvió su vista al horizonte.
—Mis equipos serán trasladados al Instituto, de aceptar, ¿cierto? —preguntó.
—Así es —respondió la mujer—. Inclusive, existe un grupo de personas que lo asistirá, incluyéndome entre ellas.
Eleazar observó al italiano.
—¿Qué hay de usted?
—Colaboraré en toda la parte teórica y fundamental, pero la parte técnica queda a cargo de Marié. Además, tengo responsabilidades adicionales con la administración del Instituto.
El vehículo giró alrededor de sí mismo y vibró sobre un puerto de aterrizaje, en la azotea del edificio más alto del Instituto. Luego bajó con suavidad y se detuvo al encontrarse con los retenes magnéticos. De la nada salieron un grupo de personas uniformadas con un traje azul claro y se acercaron al vehículo. Las puertas se abrieron con un zumbido sereno y un viento fresco golpeó los rostros de los científicos.
Marié Ciel fue la primera en bajar. Luego le siguió Eleazar y por último Mássimo. Los sujetos de los uniformes saludaron a la mujer y le señalaron el camino con un ademán.
—Por aquí —indicó Ciel al músico.
Caminaron hacia el final de la plataforma y tomaron el ascensor que los llevaría hacia el laboratorio asignado. Llegado al piso ocho del edificio, caminaron en medio de un espacioso pasillo rutilante, de amplias y silenciosas paredes blancas. Se encontraron con una serie de personas en su camino, y todas ellas saludaban y le sonreían a Ciel y a Mássimo. Finalmente, se detuvieron al final del corredor donde un rótulo sobre la puerta electrónica anunciaba: Músico-Matemática. Instituto para la Unificación.
Eleazar arrugó la comisura de la boca.
—No estábamos seguros de qué nombre ponerle —dijo la francesa.
—No me gusta —dijo Cruz.
Mássimo se encogió de hombros e introdujo el código de la puerta.
El laboratorio resultó ser un lugar extremadamente espacioso, repleto de computadoras, consolas, pantallas, sintetizadores, pizarras, y personas. Eleazar no pudo evitar el enarcar las cejas impresionado y sonreír.
—¿Qué le parece? —preguntó Mássimo.
—Excelente, verdaderamente excelente. ¡Puede que mis equipos ni siquiera hagan falta!
—Debemos ofrecerle buenas condiciones de trabajo si queremos que nos ayude, Eleazar —dijo Ciel sosteniéndole la mirada.
—Por esa parte me han convencido, pero aún no tengo claro cuál será exactamente mi trabajo en el Instituto.
—Bien, por favor, sentémonos —dijo Mássimo y se dirigió al ala este del laboratorio, donde un amplio mesón circular con ocho sillas esperaba ser usado.
Ciel hizo una seña a las otras seis personas que habitaban el laboratorio y todas se sentaron alrededor del mesón. Eleazar tomó uno de los asientos y Ciel se sentó a su lado. Mássimo permaneció de pie. Ciel presentó a cada uno de los colaboradores, que se trataba de un grupo de estudiantes de Doctorado dispuestos a trabajar a las órdenes de Eleazar en este ambicioso proyecto.
Eleazar asintió y saludó a cada uno de los presentes, y luego volvió su mirada a la francesa.
—¿Y bien?
Ciel esbozó una sonrisa.
—Bien, Eleazar. Como sabrás, el Instituto para la Unificación es una dependencia de varios gobiernos del mundo, básicamente creado como centro de investigación para la física teórica y experimental, con el fin de construir una teoría de unificación sólida, que pueda ser demostrada experimentalmente. Hace ya unos cuarenta años que la unificación de tres de las cuatro fuerzas fundamentales del Universo se logró con una teoría relativamente simple, de la cual se pueden extraer casos particulares que nos lleven, por ejemplo, a la mecánica cuántica, el electromagnetismo o la mecánica clásica. Sin embargo, los intentos de unificar la gravitación hasta ahora han sido fútiles. Hoy en día el clima alrededor de este punto está realmente tenso. Hay quienes creen que es imposible encontrar tal teoría unificada, y que la construcción teórica del Universo debe tomarse tal cual está actualmente. Por otro lado, otro grupo de científicos sostiene que tal teoría puede lograrse, y que aun cuando esta no necesariamente describiría la totalidad del comportamiento del Universo, podría significar un avance considerable en el conocer científico.
Ciel tomó aliento.
»Personalmente, yo sostengo que tal teoría es posible de construir, pues la naturaleza misma nos ha demostrado que son simples y claras las leyes que ella sigue. Sin embargo, desde su fundación, el Instituto ha formado personal humano brillante y capacitado, además de desarrollar nuevas tecnologías de experimentación y medición, pero aún no hemos logrado obtener el resultado que buscamos.
»Hemos hecho adelantos, por supuesto. Hemos rearmado viejas teorías, y obtenido soluciones a problemas que por años habían obsesionado a los físicos y matemáticos, pero cada vez parece hacerse más difusa nuestra empresa. Tenemos una innumerable cantidad de publicaciones que han salido del Instituto, y en gran parte eso nos ha llenado de prestigio, pero dentro de nuestras propias instalaciones, muchos de nosotros nos hemos frustrado en nuestra búsqueda de la Unificación.
Tomó aliento de nuevo.
»Sé que no se trata de algo sencillo, se trata de algo ambicioso, y puede que aún no tengamos el nivel de conocimiento y tecnología que nos permita lograr nuestro cometido, pero eso no nos impide buscar nuevos elementos que por su originalidad o rareza nos ayuden en nuestra búsqueda.
—Originalidad o rareza —dijo Cruz, pronunciando lentamente—. Supongo que por eso me solicitaron.
Ciel asintió.
—En definitiva, Eleazar —dijo Mássimo caminando alrededor del mesón—, hemos investigado su técnica, la hemos estudiado de cerca y algo nos dice que usted puede sernos muy útil. Deseamos mostrarle el trabajo que hasta ahora hemos realizado en este asunto, la teoría que hemos desarrollado. Una serie de ecuaciones y expresiones que no tienen solución hasta ahora, pero que tal vez podrían tenerlo gracias a su técnica. Cómo le mencionamos en Atenas, nos preguntábamos si usted podía hacer física con la música. Tal vez, pueda usted componer las soluciones de nuestras ecuaciones, o bien escribir una sinfonía que represente tal unificación.
Eleazar enarcó las cejas y soltó una risita, no de burla, sino más bien de asombro.
—¡Vaya!, veo que en realidad son ambiciosos ustedes.
Marié Ciel le sostuvo la mirada con una expresión seria. Cruz la miró y se mantuvo en silencio. Se perdió en pensamientos por medio minuto.
—No puedo prometerles nada —dijo el músico—. En realidad nunca pensé utilizar mi técnica a la inversa, pero pensándolo bien, es posible que funcione. Sin embargo, hay mucho de esto que ustedes conocen y yo no. Tendría que estudiar, prácticamente comenzar de cero.
—El Instituto le facilitará toda la ayuda académica que necesite —dijo Ciel.
—Y, por otro lado —añadió el músico—. No puedo dejar mi carrera a un lado. Decidí tomarme un año de vacaciones antes de grabar un nuevo álbum. Una vez transcurrido ese año, volveré a mi estudio a grabar.
—No se preocupe, Eleazar —dijo el italiano—. No es necesario que trabaje tiempo completo en el Instituto. Además, sabemos que un proyecto como este puede durar años, si es que no se hace eterno. Todo dependiendo de cuán fructífera sea la investigación. Usted podrá ausentarse todas las veces que desee o lo necesite, nuestro equipo se encargará mientras tanto.
Eleazar asintió y miró con detenimiento al italiano. Luego volvió sus ojos y se encontró con los hermosos ojos de la francesa. Sabía que no podía negarse, pues en realidad la idea de componer ciencia le resultaba, ahora que lo pensaba, fascinante.
—¿Y voy a dormir en este frío laboratorio? —preguntó entonces, sonriendo.
Los presentes soltaron carcajadas que hicieron ecos en el laboratorio.
***
El rostro barbudo de Giancarlo Mássimo flotaba sobre el escritorio de Eleazar, proyectado en una de las cuatro pantallas que formaban parte de la consola principal. Se mantuvo en silencio un segundo, y luego continuó:
—No estoy seguro, Eleazar. Será mejor que revises la base de datos de las ecuaciones. Recuerdo cómo deduje parte de los términos pero no todos. Lo siento, ese trabajo lo hice hace tiempo.
Eleazar Cruz tronó los dedos de sus manos y se echó hacia atrás en el asiento.
—No te preocupes entonces —le dijo a su compañero—. Buscaré la información en la red.
—Si se te presenta alguna otra duda, no vaciles en llamarme, pero a partir del día de mañana —Mássimo sonrió—. Amigo, son las once de la noche.
—O sea que pronto será mañana.
—Ni siquiera lo intentes —sonrió—. Vamos, mi esposa me necesita, nos vemos luego.
La comunicación se cortó y la imagen de Mássimo desapareció para dar lugar a una consola de exploración en blanco.
Eleazar se incorporó en el asiento y buscó la mencionada base de datos. Encontradas las ecuaciones que requería, tecleó sobre la consola y tres de las cuatro pantallas dibujaron en su espacio nuevas cantidades y expresiones, todas ellas en una tonalidad verde clara, en contraste con el fondo negro. La cuarta pantalla se mantuvo vacía por un instante, hasta que el sujeto manipuló de nuevo la consola, haciendo aparecer en la pantalla una expresión diferencial sencilla. Eleazar giró luego sobre la silla y se encontró a la derecha con un moderno piano electrónico, acompañado de sintetizadores y demás aparatos electrónicos. Colocó los dedos sobre las teclas, y los arqueó con sutileza. Inhaló, y entonces comenzó a tocar una pieza.
El sonido de hecho era distorsionado y desagradable, pero nadie se quejaba pues sólo él habitaba el laboratorio a esas horas. Tocó con prisa, y luego manipuló con habilidad los sintetizadores a su lado. El tono de la pieza cambió y se escucharon ritmos delicados, suaves, llenos de notas disonantes pero agradables como los de la música japonesa. Mientras hacía esto, volvió su mirada a la pantalla donde vivía ahora la ecuación diferencial. Su tonalidad verde había cambiado, tornándose un poco más clara, dándole lugar al amarillo. Eleazar sonrió.
Había reconstruido sus códigos de manera que, al tocar la pieza adecuada, las ecuaciones se tornasen de un color rojo brillante, y enseguida aparecerían las soluciones en letras de la misma tonalidad. En las pruebas que había realizado con operaciones sencillas, había obtenido con éxito tales colores, demostrándole así que su técnica, hasta esa escala, funcionaba en el sentido inverso. Por supuesto, la reconstrucción no la había llevado a cabo él solo, pues el equipo de asistentes, además de gran cantidad de científicos que trabajaban en el Instituto, le habían ayudado en su labor.
Ahora, buscaba con anhelo aquellas expresiones de color rojo que solucionaría el problema de la unificación. Cambió el ritmo de la pieza, así como el tono y el estilo. Las expresiones vibraron en las pantallas, pero luego de cinco segundos, dejaron de moverse y volvieron a su tonalidad verde. La ecuación diferencial pareció derrumbarse en su espacio electrónico.
Eleazar gruñó y golpeó las teclas del piano, frustrado.
Apoyó sus codos sobre el sintetizador y se sostuvo las sienes con las manos. Había intentado tantas cosas que ya comenzaba a pensar que se le acababan las alternativas. Intentó introduciendo poco a poco notas y ritmos, luego piezas completas, totalmente improvisadas. Ciertos tonos lograban resultados sobre ciertas partes de las construcciones matemáticas, pero para lograr resultados exactos, debía tocar la pieza exacta. En su estudio logró separar expresiones que podían ser aproximadas a partir de sonidos y ruidos, de aquellas que requerían respuestas analíticas que se traducían en rítmicas y piezas cortas pero concretas, que debían ser ejecutadas con el tempo preciso. A pesar de todo, aquellas expresiones matemáticas que formaban el pilar actual que teorizaba la unificación, se negaban a ser traducidas en música, y menos aún, en conseguir la canción que despediría su solución.
El músico levantó la cabeza y volvió de nuevo a la consola principal. Tecleó rápidamente y navegó a través de la red buscando de manera específica un servidor que recopilaba canciones conocidas de la historia del mundo. Manipuló los controles para que la información pasase a través del sintetizador y de allí a las ecuaciones. Luego, de manera casi aleatoria, puso a sonar un popurrí de canciones y ritmos del mundo entero. Miles de estilos, desde música clásica hasta rock, pasaban por las ecuaciones haciéndolas cambiar de color, de tamaño y de forma, como corazones que latían al compás de la música. Eleazar se echó hacia atrás en el asiento y dejó caer sus manos a los lados, cansado.
—Deberías ir a dormir —dijo Marié Ciel en español, a su espalda.
Eleazar se volvió sorprendido.
—No sabía que estabas aquí. ¿Desde hace cuánto tiempo estás allí parada?
—No mucho, a decir verdad —dijo, sonriente, y tomó una de las sillas del lugar para sentarse junto al músico—. ¿Cómo vas?
Eleazar arrugó la comisura de la boca.
—Nada nuevo, nada interesante. Simplemente estoy jugando un poco con el sistema. Tal vez una serie de ritmos aleatorios converjan a una solución, aunque me parece poco probable. Es deprimente.
—No seas tan duro contigo mismo. Has hecho adelantos en tu investigación.
—Nuestra investigación —corrigió Cruz entrecerrando los ojos.
Manipuló la consola e introdujo una serie de comandos. La música cesó, y el laboratorio se llenó de un silencio ensordecedor. Eleazar cerró los ojos y movió su cabeza de lado a lado.
»Ha pasado un año desde que comenzamos el trabajo —habló—, y poco hemos resuelto del problema original. Empiezo a dudar que esta aproximación de hecho funcione. Tal vez estamos enfrentando el problema desde una perspectiva equivocada, o tal vez simplemente nada de esto sirva para algo.
Marié arrugó la comisura de la boca.
—Eleazar, la investigación científica requiere tiempo y paciencia.
—¡Como la música! —exclamó, y abrió los ojos para encontrarse con los de su amiga.
—Hemos recibido numerosas llamadas de tu agente y tu disquera, Eleazar. Les prometiste volver al estudio una vez terminadas tus vacaciones, y hace ya unos meses que dichas vacaciones terminaron.
—Lo sé. Y ya he hablado con ellos. Me tomaré un poco más de tiempo. Deseo continuar con este trabajo.
Ciel frunció el ceño.
»No te preocupes. Tan solo serán un par de meses más.
La físico se hundió en el asiento.
—Jamás pensé que diría esto, Eleazar, pero, me parece que debes volver a tu música, a tus grabaciones. Lo necesitas, necesitas alejarte un poco de todo esto. Necesitas estar un tiempo con eso que sí te brinda resultados. Tu público lo necesita.
—¿Y qué hay del trabajo aquí? No puedo dejarlos solos.
—¡Por supuesto que puedes! —exclamó Ciel—. Has formado un equipo de trabajo que puede manejar al laboratorio con los ojos cerrados y las manos atadas.
Eleazar clavó la mirada en el suelo y cruzó los brazos.
—Tal vez tengas razón.
—Claro que la tengo —afirmó Ciel con modestia—. Ven, te invito a una copa.
Marié Ciel se levantó del asiento y le extendió la mano a su colega. Eleazar sonrió y la acompañó, dejando el laboratorio atrás, con las computadoras y las consolas llenas de electrónica vida.
—De cualquier manera, estaré al tanto de todo —dijo Cruz observando a Mássimo—. En Alemania tengo todos los equipos necesarios para continuar el trabajo.
—Se supone que deberás trabajar en tu nuevo álbum, no en la investigación —se quejó Ciel, que clavó su mirada en la ventana y observó la superficie bajo sus pies.
El vehículo se desplazaba lentamente sobre la ciudad, dirigiéndose hacia el aeropuerto. Habían dejado el Instituto temprano, y con el trabajo listo para ser suspendido por unos meses. Los asistentes de Eleazar tomarían vacaciones, así como Mássimo y Ciel.
—No te preocupes, Marié —dijo Cruz—. Utilizaré parte del material del trabajo para componer. He estado pensando un poco y me parece que puedo hacer varias piezas interesantes con tonadas en las que he venido trabajando —sonrió—. Lo quiera o no, estaré pensando en la investigación.
»Además, puede que visite a mi hermano en Buenos Aires este año. Hace tiempo que no lo veo.
Marié enarcó las cejas.
—¿No tendrás problemas con la disquera si sales de Alemania?
—En lo absoluto. A estar alturas de mi carrera, puedo darme ciertos lujos que otros no pueden.
—¿Aun cuando has incumplido parte del contrato al posponer tu regreso a Alemania hasta este momento? —preguntó Mássimo con una expresión sarcástica.
Eleazar no respondió.
El vehículo aceleró y tomó una menor altura para adentrarse luego en el camino aéreo que lo llevaba hacia el estacionamiento del aeropuerto. Unos cuantos metros al este, la pista de aterrizaje mostraba una enorme nave que despegaba lentamente, separándose del suelo ayudado por sus modernos elevadores. Detrás de ella, una nueva nave llegaba a la ciudad, posándose con suavidad sobre el caliente asfalto.
Los sujetos salieron del vehículo y tomaron el camino hacia la recepción del aeropuerto. Media hora más tarde, Eleazar Cruz estaba listo para volver a su estudio de grabación en la ciudad de Essen. Mássimo le estrechó la mano y luego lo abrazó con energía.
—Hasta luego amigo, mantente en contacto.
Eleazar asintió, y luego observó a Marié.
—Espero que tengas hermosas ideas —dijo la francesa, y abrazando al músico le propinó un beso en la mejilla.
—Si sucede algo, si alguien hace algún adelanto, por favor, no dudes en llamarme.
Ciel asintió.
El músico asió las maletas sonriente y caminó en dirección del pasillo de embarque. La nave se hizo lugar en los aires unos cuarenta y cinco minutos después, y voló silenciosa hacia el horizonte.
Sus compañeros, sus músicos amigos, los chicos de la banda, lo recibieron con abrazos y apretones de manos. La orquesta estaba completa y dispuesta a sesionar una vez más. El estudio había sido ampliado y la tecnología renovada. Comenzaron las prácticas tres días después de su llegada. Eleazar había prometido un repertorio de al menos doce piezas, y en su estilo eso representaría meses de trabajo. Los chicos de la banda lo sabían y lo disfrutaban. Trabajaron, crearon, tocaron durante meses. Eleazar tuvo que dejar a un lado la investigación pues se encontró atareado con sus responsabilidades como músico, pero jamás olvido comunicarse con el equipo de Génova, y siempre estuvo ahí para cualquier consulta.
Ahora, volvía al estudio después de haber disfrutado de un café y una comida ligera. El lugar, espacioso y frío, repleto de pasillos alfombrados y paredes decoradas con instrumentos musicales y proyecciones de famosos músicos, se le hacía tan familiar que lo consideraba su verdadero hogar, aun cuando le había tomado cariño al Instituto.
Entró en su lugar de trabajo y se encontró con una habitación habitada sólo por un joven músico que se encargaba de mantener los equipos de computadora y de vez en cuando afinar y sustituir los instrumentos. De los altavoces del lugar salía un ritmo repetido, un poco estridente y monótono, pero interesante. Eleazar sonrió y caminó en dirección del muchacho, que manipulaba la computadora principal del estudio.
—Hans —dijo Cruz, palmeando el hombro del muchacho.
—¡Señor Lázaro! —el muchacho dio la vuelta en el asiento y sonrió. Tenía unos dieciséis años—. ¡¿Cómo ha estado?!
—Bien bien… ¿Qué haces? —preguntó Cruz sentándose a su lado.
—Tan solo depurando el sistema. El supervisor me mandó a hacerlo ya que no iban a trabajar el día de hoy.
Eleazar asintió.
—¿Y qué es eso que escuchas? —preguntó Cruz interesado en la canción.
—¿Eso? —dijo el joven enarcando las cejas—. Se llama Jippy Joe, un nuevo rapero. Está sonando bastante en América y España.
Eleazar escuchó en silencio. Luego, habló:
—¿Cómo se llama la canción?
—Space —respondió Hans.
—Ah.
Hans miró con detenimiento al músico.
—Señor Lázaro, ¿puedo hacerle una pregunta?
—Por supuesto.
—Ese trabajo que está haciendo en el Instituto… ¿Cómo le va?
Eleazar se echó hacia atrás en el asiento y arrugó la boca.
—La verdad, no muy bien. Hemos logrado ciertas cosas, pero nada parecido a lo que buscamos.
Hans entrecerró los ojos.
—¿Y qué buscan?
Eleazar sonrió, y se incorporó luego en el asiento para manipular la consola. Tecleó rápidamente y en la pantalla principal aparecieron las verdes ecuaciones.
—Necesitamos que esas ecuaciones se vuelvan rojas.
—¡¿Rojas?!
—Algo así. En realidad, utilicé mi programa para resolver operaciones matemáticas. Lo que estás viendo son términos de teorías nuevas que se manejan en física, y que pretenden encontrar una formulación compacta y única de las leyes del Universo. Componiendo música, he podido resolver ciertos casos, pero no han sido relevantes en la solución del problema.
—¡No entiendo nada! —se quejó Hans.
—Dependiendo de la tonada, se introducen soluciones en las ecuaciones. Las ecuaciones cambian de color según su respuesta a la tonada. Si llegase a obtener una melodía que las resolviese, las expresiones se tornarían rojas y al cabo de cierto tiempo me mostrarían sus soluciones —Cruz miró al techo y manipuló de nuevo el teclado—. Observa, abriré el canal y dejaré que la música de Space entre en el sistema.
Las ecuaciones se mantuvieron inertes, pero de cuando en cuando su tonalidad osciló entre el verde claro y el púrpura.
—¡Lo está resolviendo entonces! —exclamó Hans.
—Oh, no. Esa es una respuesta natural del sistema. Es más complicado de lo que te imaginas.
Hans observó en silencio.
—¿Te quedarás un rato más en el estudio? —le preguntó el músico al muchacho.
—Sí, sólo un rato más.
—Está bien, apaga todo cuando termines.
Eleazar se levantó del asiento y caminó en dirección a la puerta de salida.
—¿Qué hay de su programa, señor Lázaro?
—No te preocupes, juega con él un poco si quieres.
Hans asintió y volvió su rostro a la pantalla.
La tonada de Jippy Joe terminaba, y en su parte culminante, un ruido sostenido y difuso, como de estática, formaba parte de la canción. Hans, en un abrir y cerrar de ojos, vio las expresiones tornarse rojas. Agitó la cabeza y miró de nuevo. Las letras flotaban en un verde brillante. Se encogió de hombros, y continuó su trabajo de mantenimiento.
La canción había terminado un segundo antes.
La mañana siguiente Eleazar fue despertado temprano, por el repetido tronar del videófono. Se levantó de la cama entre bostezos y gruñidos y caminó envuelto en sábanas hacia la sala de estar.
—Adelante llamada —dijo a la nada, y el monitor que estaba sujeto a la pared centelleó.
El rostro tostado y delicado de Marié Ciel apareció en su totalidad.
—¡Marié! —exclamó Cruz, arreglándose el peinado.
—Eleazar, ¿cómo has estado? —en el rostro de la francesa se notaba cierta melancolía.
—Bien, bien. ¿Y ustedes?
Marié agitó su cabeza de un lado al otro.
—Tengo malas noticias, Eleazar.
El músico frunció el ceño.
»Recibimos ayer una notificación del Instituto donde nos informaban que recortarían el presupuesto del laboratorio, además del personal.
Eleazar le enseñó las palmas de sus manos.
—¿Eso quieres decir que eventualmente clausurarán la investigación, no es cierto?
Marié asintió frustrada.
—¿Por qué, por qué razón? —preguntó Cruz.
—Tú conoces la razón, Eleazar. A pesar del entusiasmo inicial, en la Junta están empezando a creer que la dirección es la equivocada. Que la técnica no solucionará un problema tan complicado.
Eleazar clavó la mirada en el suelo y dio vueltas alrededor de sí mismo.
—Debe haber algo que podamos hacer.
—Trataré de mantener al equipo trabajando lo más que pueda, y revisaremos las notas nuevamente —dijo Ciel con voz trémula—. ¿Puedes venir, Eleazar? Tu presencia ayudaría.
El músico apretó los puños hasta hacer blancos sus nudillos.
—No, no ahora. Estamos a punto de terminar el disco, y ya está programada una gira a Sur y Norte América… Pero no hace falta que vaya a Génova, puedo trabajar desde aquí. Envíame el resumen de resultados, los revisaré en la noche y me mantendré en contacto todo el tiempo.
—Eso podría darnos tiempo.
—¿Qué opina Giancarlo?
—También está frustrado. Está presionando desde arriba para mantener la investigación.
Ambos sujetos, separados por una enorme distancia, guardaron silencio, mirándose fijamente.
—No te preocupes. A pesar de todo, todavía no han clausurado el proyecto. Cualquier cosa podría pasar —le dijo a la francesa, que asintió sin prisa.
Conversaron otro rato, sobre cosas irrelevantes para la investigación. Terminada la plática, Eleazar negó con la cabeza y maldijo para sí. Algo le decía que por mucho que lo intentase, no lograría encontrar las soluciones del problema. Lo había probado todo: ruidos, notas, melodías, jazz, blues, rock, pop, golpes, gritos. Nada parecía funcionar. La naturaleza se negaba a ser traducida, a ser escuchada. Era como si el Universo mismo no quisiese que fuese descifrado, o como si el espacio y el tiempo se negasen a mostrar el palpitar mismo de su esencia, su sinfonía intrínseca.
Eleazar trabajó tan duro como pudo desde Alemania, pero el tiempo pasó, y aun teniendo contacto directo y diario con el personal del Instituto, no lograron nada antes de su partida a América. La gira era una realidad, y su tiempo se reduciría a presentaciones, entrevistas y festejos, la verdadera vida de una estrella de la música.
El recorte en el presupuesto fue un hecho, pero no clausuraron el proyecto. Al menos, no por un tiempo.
***
Eleazar Cruz se paró frente al espejo y se observó a sí mismo. El traje negro y ajustado le quedaba a la perfección. Sonreía, no podía evitarlo. El camerino había sido construido detrás del escenario, entre las columnas y las paredes rocosas del Coliseo. Como era ya costumbre, procuraba para sus conciertos de clausura los más espectaculares escenarios posibles. Por supuesto, siempre tenía que lidiar con los agentes gubernamentales y muchos grupos conservacionistas, pero al final siempre lograba su presentación, y exigía de su equipo de músicos y técnicos total cuidado hacia los monumentos y las arquitecturas milenarias que los rodeaban. Ahora, la multitud de Roma esperaba afuera, en medio del legendario campo de batalla, ansiosos de la presentación del célebre Lázaro.
Un viento frío se coló por la puerta del camerino, y acarició el rostro del músico. Éste cerró los ojos y levantó la cabeza. Al abrirlos, se encontró con el techo acrílico del camerino, cuya transparencia permitía ver las estrellas a lo alto. Pensó en la naturaleza, en el Universo, en su música y en su trabajo en el Instituto. Irónicamente había llamado a este concierto Unificación. Quizás era una manera de convencerse a sí mismo que tal vez sus esfuerzos no habían sido inútiles, pues al menos un repertorio completo había sido capaz de componer. Negó con la cabeza, y giró sobre sí mismo cuando escuchó alguien tocar a la puerta entreabierta del camerino.
—Adelante —dijo.
Con timidez, Giancarlo Mássimo entró en el lugar. Detrás de él, Marié Ciel sonreía.
—¡Muchachos! —exclamó Cruz y se lanzó hacia ellos.
Abrazó a Giancarlo con energía, y luego tomó entre sus brazos a Marié, besándole la mejilla cariñosamente.
—Qué agradable visita.
—Es bueno verte de nuevo, Eleazar —dijo Mássimo.
—Lo mismo digo —respondió el músico—. Pensé que los vería entre el público, o en el cóctel. Nunca pensé que me visitarían antes de la presentación.
Marié sonrió.
—Nos costó un poco llegar hasta aquí, pero una vez que mencionamos nuestros nombres y nuestra relación contigo, nos dejaron pasar libremente —dijo.
—Ya veo —Cruz buscó un par de pequeñas sillas y las colocó una junto a la otra—. Siéntense, por favor.
Se sentaron.
—¿Cómo te preparas para esta noche? —preguntó la francesa.
—Bien, muy bien. En realidad, casi nunca me pongo nervioso. La noche es clara, el auditorio está lleno, ustedes están aquí, nada puede salir mal.
El semblante de Giancarlo cambió un poco. Eleazar pudo darse cuenta.
»¿Qué hay de la investigación?
—Ordenaron una inspección. Debemos entregar un reporte completo de actividades dentro de dos meses. Es nuestra única esperanza.
—Yo puedo escribir algo, un informe completo que justifique la investigación. Esto no sólo ha sido de importancia para la física teórica, sino también para la matemática, e inclusive la música.
Marié negó con la cabeza.
—No te preocupes por eso, Eleazar —dijo Mássimo—. Estoy haciendo un esfuerzo enorme en la Junta, pero no puedo prometer nada.
Los sujetos guardaron silencio.
—¡En fin! —dijo Marié, acabando con el momento incómodo—. Espero que este sea tu mejor concierto, Eleazar.
Eleazar sonrió, sosteniéndole la mirada.
Una nueva persona apareció tras el portal del camerino, una joven un tanto despeinada que habló con prisa:
—Lázaro, diez minutos.
—Gracias, Raquel.
Mássimo se levantó del asiento y se encogió de hombros.
—Supongo que eso quiere decir que ya va a comenzar el concierto —estrechó la mano de su compañero—. Suerte.
—Gracias, viejo.
Mássimo caminó en dirección de la puerta.
—¿Vienes, Marié?
La francesa negó con la cabeza.
—En un minuto —dijo.
Mássimo asintió y dejó el lugar.
Eleazar frunció el ceño.
—¿Qué sucede?
Marié se acercó al músico.
—¿Cuánto francés aprendiste en estos años?
—Ah —Cruz sonrió—. Poco, a decir verdad. Sólo lo que tú me enseñaste.
—¿Alguna vez te dije qué significaba mi apellido?
Eleazar hizo memoria.
—No.
La físico tomó la mano de Eleazar y lo llevó fuera del camerino. Alrededor de éste, los pasillos del Coliseo no eran más que paredes rojizas sin techo. Marié condujo al músico hasta una amplia habitación, donde la negrura de la noche llenaba cada rincón con su etéreo velo. En medio de tal lugar, Marié llevo su mirada a las estrellas y sonrió.
—Cielo. Eso es lo que significa.
Eleazar la miraba a ella, a sus ojos, a su rostro.
»Cuando era niña, miraba el cielo todas las noches. Miraba las estrellas, la Luna, y me hacía tantas preguntas sobre esas estrellas. Mi imaginación volaba, bailaba y me hacía olvidarme de todos y de todo. Crecí deseando encontrar respuestas a esas preguntas, y fue eso lo que me llevó a convertirme en una científico. Siempre creí que mi apellido era una señal, una marca del destino. Creí que en ese cielo se encontraban todas las respuestas.
»Todavía hoy, cada vez que veo las estrellas, mi mente se llena de preguntas, y me doy cuenta que, por más que estudie, por más que investigue y aprenda, jamás podré saberlo todo sobre la Naturaleza.
Volvió su rostro al de su compañero.
»Pensé que escuchando la música del Universo podríamos encontrar nuevas respuestas… Supongo que estaba equivocada.
Eleazar negó con la cabeza.
—Tal vez no estamos afinando bien nuestros oídos, o tal vez no estamos escuchando lo que debemos.
Marié entrecerró los ojos.
—Lamentablemente, puede que nunca lo sepamos.
Medio minuto después, sus labios se encontraron.
La audiencia miraba con entusiasmo. Las luces detrás del escenario centellearon, una, dos veces, y luego una miríada de lásers atravesaron el cielo de Italia completamente. La orquesta estaba preparada, las computadoras puestas a punto, las consolas vibraban, y la música en crescendo fue tomando el lugar. Lázaro apareció por debajo del escenario, y se acomodó en medio de la orquesta. El público aplaudió y se emocionó. Giancarlo y Marié sonrieron, sentados en la primera fila. Lázaro hizo una reverencia, y luego manipuló la consola principal. Los violines sostenían una nota grave, y el teclado electrónico un tono extraño, extraterrestre, que daba vueltas alrededor de la audiencia. Las pantallas que flotaban sobre el escenario mostraban imágenes sin verdadero sentido. Líneas, cuadriláteros, triángulos, rectas que se interceptaban y que luego desaparecían. Lázaro levantó las manos, y cerró los ojos. La música poco a poco fue aumentando su volumen, haciéndose espesa, llegando al fondo de los corazones. Luego, bajo la orden del director de la orquesta, la música cesó. Los muchachos de la banda esperaron la señal de Lázaro, mirándolo con detenimiento. Éste, con los ojos aún cerrados, frunció el ceño. Abrió los ojos entonces, y se encontró con el cielo estrellado de Italia. Miró cada una de esas estrellas, las escrutó, las analizó. En su cabeza, las palabras de Marié resonaron. Se llenó de preguntas, de dudas, como nunca antes. Entrecerró los ojos y se dejó transportar por esas estrellas, por ese Ciel. Los muchachos de la banda comenzaron a extrañarse, y susurrando se miraron los unos a los otros. Eleazar, bajó sus manos y ladeó su cabeza. Marié, en medio del público, sintió preocupación. El músico entonces enarcó las cejas, y dio media vuelta en medio del escenario, con los ojos centelleantes y las manos frías.
—¡Marié! —gritó, y tanto el auditorio como la orquesta hablaron sorprendidos—, ¡Marié, sube, enseguida!
El corazón de Marié Ciel se aceleró. Se puso de pie en un segundo y confundida miró de un lado al otro.
—¡Marié! —gritó de nuevo Eleazar.
Mássimo empujó a la francesa.
—Ve.
La físico corrió hacia el escenario, y los agentes de seguridad, al ver que Eleazar señalaba a la mujer, la ayudaron a subir. Mientras tanto, el músico tecleó en la consola y dispuso las pantallas flotantes encima de ellos. Luego, se conectó a la base de datos del Instituto, y llamó a los programas que ponían su computadora de Alemania en línea. En las pantallas aparecieron las ecuaciones rutilantes en su coloración verde.
—¡¿Qué sucede, Eleazar?! —preguntó Ciel temerosa, escuchando el cuchicheo de unas diez mil personas confundidas.
—¿Puedes conectarte desde aquí a algún servidor del RadioTelescopio Orbital? ¿Tienes acceso a sus archivos, a sus lecturas?
Marié clavó la mirada en el suelo y se mordió el labio inferior.
—Creo… Creo que sí, pero…
—¡Vamos, vamos! —apuró Eleazar, y le colocó el teclado en las manos.
La francesa tecleó nerviosa. En las pantallas todo el auditorio era capaz de ver lo que ella hacía. La dirección electrónica del ORT apareció llenando de claridad el escenario, y luego, una nueva pantalla de acceso requería una contraseña.
—La contraseña del CERN —dijo, buscando en sus recuerdos—. La contraseña del CERN.
—Vamos, cielo.
Marié volvió su rostro al de Eleazar, que la miraba excitado.
»Están allí, las respuestas están allí. Simplemente no nos dimos cuenta.
Marié tecleó y ganó acceso al ORT.
—Listo —dijo—. ¿Ahora qué?
—Busca en los archivos, accede a cualquier lectura reciente o vieja de señales recibidas por el radiotelescopio.
Marié tecleó y encontró con rapidez las referencias. La multitud comenzó a impacientarse. Alrededor de los científicos, algunos músicos de la banda se acercaron nerviosos. Eleazar observó la pantalla a lo alto, y sonrió cuando encontró exactamente lo que buscaba.
—¡Allí! —dijo, y señaló una línea de la pantalla—. El canal está abierto, las ecuaciones están esperando una entrada.
—¡No entiendo, Eleazar!
—¡Reproduce el quinto archivo, reprodúcelo!
Marié tecleó sin prestar atención al contenido de dicho archivo. Enseguida, el Coliseo entero se llenó de un sonido, un ruido sin forma, sin contenido evidente. Una distorsión sostenida, eterna, ininteligible para el oído humano. La audiencia se inmutó.
De pronto, una de las ecuaciones comenzó a estremecerse. Vibró, se movió de un lado al otro, hasta que su coloración cambió de verde a amarillo, luego a púrpura, y finalmente, rojo. La coloración se mantuvo, un segundo, dos segundos, diez segundos. En la parte inferior de la pantalla comenzaron a parecer nuevas expresiones, nuevos términos, posibles soluciones. Marié Ciel se estremeció. Tomó la mano de Eleazar, llena de asombro, alegría y confusión. Una lágrima recorrió su mejilla.
Eleazar respiraba acelerado, tratando de creer lo imposible. Mássimo corrió desde el público hacia el escenario, gritando de emoción.
Las ecuaciones continuaron vibrando, cambiando de color y saltando de un lado al otro del espacio electrónico. Algunas se tornaban rojas, otras se negaban a ello. Elaboradas expresiones matemáticas aparecían y desaparecían, al compás de ese sonido áspero. La multitud confundida llenó de murmullos al Coliseo Romano.
Marié Ciel volvió su mirada a la consola, y observó las letras que indicaban el contenido del archivo, la fuente del sonido estático que estaban escuchando, y que de hecho, estaba solucionando parte del problema. Luego de leer, miró a Eleazar sonriendo.
—La radiación de fondo —dijo, y nuevas lágrimas recorrieron su rostro.
Eleazar asintió absorto en reflexiones.
—Habíamos probado todo, Marié. Composiciones nuevas, viejas obras maestras, melodías, sonidos poco comunes. Buscamos en nuestras mentes las respuestas del Universo cuando en verdad debíamos buscar esas respuestas en el Universo mismo. Esa es la música que estábamos esperando, Marié. Desde hace quince mil millones de años el Universo nos ha estado susurrando sus propios secretos, pero jamás habíamos prestado atención.
Las palabras de Eleazar podían ser escuchadas por toda la audiencia, y aquellas personas que conocían el trabajo del músico y su relación con el Instituto, exclamaron expresiones de asombro.
»Hace quince mil millones de años no sólo se creo el Universo conocido, Marié, sino que también se creo la primera pieza musical… —Eleazar se calló unos segundos—. La Sinfonía Universal.
Marié Ciel sonrió, y volvió su mirada al cielo.
Aquella estática que llegaba a sus oídos se convirtió enseguida en la tonada más hermosa que jamás había escuchado en su vida.
© Copyright de Ronald Delgado para NGC 3660, Junio 2017