El séptimo paciente

 

Por Regino García iconocorcheas

Como hoy en día sabemos, la percepción de una posible amenaza externa en el organismo humano es transmitida por los nervios hasta el cerebro, activándose el sistema límbico, concretamente la amígdala situada en el lóbulo temporal, que precipita la respuesta de lucha o huida. Tal es el efecto de lo que comúnmente suele denominarse como MIEDO. Sin embargo, no existe una explicación científica adecuada para justificar el ingreso en mi hospital psiquiátrico, en los últimos tres meses, de siete pacientes, aquejados todos ellos de un trastorno paranoico grave, con características extrañamente idénticas. Los enfermos hablan de luces blancas en el cielo, y de dioses celestes venidos de otros mundos para devorar el nuestro. De algún modo, Ellos habían establecido contacto y su presencia les había llenado de terror hasta los huesos. En sus templos estelares, esos seres escrutaban sus secretos, intentando desentrañar los mecanismos de funcionamiento de nuestra voluntad e inteligencia, para llegar así a un control absoluto de nuestros destinos.

 

 

Estas narraciones fueron pasadas por alto en un primer momento por todos los doctores del hospital; sin embargo, a medida que iban llegando más enfermos relatando la misma historia, y sin existir conexión alguna entre ellos, los rumores se extendieron entre el personal médico, y las conversaciones comenzaron a sucederse en los pasillos y la cafetería. Sorprendentemente, fue el doctor Arróstegui, el veterano jefe de psiquiatría del hospital, el que quedó más impresionado con la similitud de las historias. Ningún arquetipo junguiano, ninguna patología orgánica podían dar razón del increíble parecido que existía entre estos relatos, y no solo en el fondo y la forma, sino también en los pequeños detalles: la estructura de los templos estelares, que él había supuesto eran artefactos voladores; la naturaleza de los seres que los tripulaban, incapaces de error pero igualmente malévolos; y, sobre todo, sus oscuros propósitos de dominación. El doctor Arróstegui concluyó que en pos de un análisis médico certero lo más adecuado era un diagnóstico diferencial, aislando cualquier matiz de veracidad que pudiera haber en los relatos. Resuelto como estaba a ello, decidió, de acuerdo con los escritos suyos encontrados, personarse en varios de los lugares en que fueron encontrados los enfermos de madrugada por la Policía, decisión que sin duda puede explicar su ausencia de la clínica durante varios días.

 

Sin embargo, la pasada semana, durante la guardia nocturna, llegó el séptimo de los mencionados pacientes al hospital: el propio doctor Arróstegui, vociferando y sujetado a duras penas por los celadores, con síntomas de hipotermia y deshidratación, y farfullando de forma atropellada y confusa la misma historia, una y otra vez.

 

Como corolario de todo lo expuesto, podríamos concluir que lo relevante de estos hechos son los inquietantes parecidos entre todos los relatos, y la ausencia de un nexo común entre sus narradores; así como el súbito acceso de locura del doctor Arróstegui, junto con los de sus compañeros, que no puede sino augurar un trastorno mental crónico e irreversible, de difícil curación. Pero lo más relevante, por lo que a mi interés personal se refiere, es que hasta ahora nadie los ha creído. Por ello debo informar de todo esto a mis superiores, para que tomen las medidas que consideren apropiadas.

Con seguridad se hallarán sumamente complacidos.

Su plan de invasión está siendo ejecutado sin ningún contratiempo.

© Copyright de Regino García para NGC 3660, Junio 2018