Por David Jasso
Espero que no se note demasiado que mi sonrisa es fingida. Mi jefe cacarea estentóreamente como si su chiste hubiera tenido alguna gracia. Emito un je, je tan poco entusiasta que no desentonaría en un entierro. El tipo de administración se está descojonando. Se sujeta a la esquina de la mesa como si se fuera a caer al suelo. Si alguien cambiara sus fingidas carcajadas por gemidos, parecería que estuviera a puntito de correrse. Je, je, río yo, apresurándome a sacar de mi mente esa imagen.
—Y ahora, muchachos, sed proactivos —dice el jefe entre risas mientras pega una fuerte palmada en la mesa. Le encanta hacer eso. Dios, cómo me gustaría que alguien inventara las chinchetas transparentes. Pagaría lo que me pidieran.
Salimos de su despacho como grouppies rechazadas. Las risas cesan automáticamente en cuanto la puerta se cierra. Creo que el tipo de administración ha tenido un carcajeus interruptus. Me mira sobre sus gafitas llenas de grasa (probablemente procedente de sus cuatro pelos repeinaos al estilo cortinilla raída).
—Ya has oído. Tienes que darme hoy mismo las previsiones de ingresos trimestrales. —Sé que está disfrutando con mi marrón. Cabrón miserable.
Me encamino hacia mi pequeño despacho. No tengo ni idea de cuáles pueden ser esas previsiones. Según los informes sobramos todos, y antes de que acabe el trimestre nos iremos al paro de forma irremediable. Y mientras, el jefe hace chistes…
Al pasar por marketing veo a las dos becarias (en realidad ellas no son culpables de que despidieran a la chica que estaba antes, pero así la empresa se ahorra una pasta). Son jóvenes y guapas. Están muy juntas frente al monitor viendo un vídeo de Youtube. Levantan la vista un poco asustadas y cuando ven que soy yo sonríen y siguen a lo suyo. Se ríen, probablemente algún gatito acaba de caerse de un sofá. Su risa es sincera y fresca, todo lo contrario a la del cabrón de administración. Una de ellas lleva una camiseta bastante escotada con Maggie Simpson impresa ofreciendo su chupete. Estoy tentado de asomarme un poco, pero cierro los ojos. No hay nada que hacer, son tan inalcanzables como la paz mundial. A veces me duele mirarlas. O escuchar sus jóvenes risas. Me recuerdan todo lo que ya no conseguiré.
Sigo adelante arrastrando los dedos por la pared. Necesita una mano de pintura. Ya nadie se la dará. La máquina de café vuelve a mostrar el post it «No hay vasos». En mi cubículo los papeles se amontonan en la mesa. Me dejo caer en la silla, evito el muelle que siempre intenta colonoscopizarme. Han capado internet, ni siquiera puedo escuchar los anuncios de Spotify. Miro los informes sin ni siquiera tocarlos. Me gustaría fundirlos a golpes.
Esta noche al llegar a casa me desahogaré, puede que mate a varias personas. O quizás destruya el mundo. Es lo que tiene escribir. Sí, lo haré.
¡Oh, mierda! No me acordaba. Mis suegros estarán en casa, vienen a pasar una larga temporada. Y todavía tengo pendiente la conversación que mi mujer me ha pedido que mantenga con nuestra hija porque va desenfrenada y ha suspendido seis. Hogar, dulce hogar…
En cuanto pueda, destruiré todo el puto universo. Lo juro.
© Copyright de David Jasso para NGC 3660, Noviembre 2016