Quizás

 

Por Belén Fernández Crespo

Siempre me sentí inmortal, invencible. Morir era algo que sólo le ocurría a los demás, porque eran débiles.  Y ahora que estaba viendo la Muerte cara a cara, con su forma de gigantesca piedra de Sílex, no podía creérmelo.

 

Hace un año surgió la noticia. Y todos la consideramos una de tantas «filtraciones», una de esas teorías conspiratorias que aparecen de vez en cuando y luego se disuelven en el aire. Quizás los Gobiernos intentaron ocultar la realidad al principio, aunque sabían que llegado a un punto iba a ser imposible.  Por eso finalmente se confirmó: un asteroide de 20km de diámetro, el doble de tamaño del que destruyó a los Dinosaurios, se acercaba a la Tierra.  Lo habían llamado Inferno, probablemente porque es lo que iba a desatar aquí.  Con esas dimensiones, no había salvación posible, ni aunque cayera en el mar.  Nos bombardearon con tanta información día y noche, que tras el Terror inicial nos sentimos totalmente insensibilizados. Conocíamos todos los detalles de nuestro final: forma, peso, composición, fecha de llegada, y nada parecía afectarnos.  Era algo cotidiano que el reportero de turno diera información de última hora sobre él o que un documental con la imagen 3-D de Inferno nos acompañara como ruido de fondo mientras dormitábamos o tomábamos nuestros cafés de la sobremesa.

 

Muchos se suicidaron, intentando rebelarse contra su sentencia de muerte, pero la mayoría intentamos seguir con nuestras vidas.  Todo siguió igual que siempre: las guerras, la política, el trabajo, la escuela, los partidos de los domingos…Ni saqueos, ni disturbios, ni revueltas: nada de lo que típicamente se supondría esperar en estas circunstancias.  ¿Qué podíamos hacer sino intentar vivir una vida lo más normal y feliz posible el tiempo que nos quedaba?  Al final todos lo aceptamos como algo irremediable, como la Muerte que siempre acecha a los seres humanos, solo que en esta ocasión sabíamos la fecha en la que la encontraríamos. Seguía habiendo nacimientos y muertes a diario. Sí, algunos no lograron ni alcanzar la fecha límite en que llegaría Inferno. Tuvieron su Fin del Mundo personal y la vida siguió igual.  A lo mejor para ellos fue un alivio (o una decepción) no haber presenciado los acontecimientos que estaban por venir.

 

Yo no podía creer que esto fuera real. Pensaba que todo era producto de mi imaginación, una alucinación. Sentía que una mañana me despertaría y todo volvería a ser como antes, que estaba sufriendo una mala pesadilla que olvidaría gradualmente según abriera los ojos.  Pero Inferno avanzaba día a día implacable. Quizás alguien podría hacer algo. ¿No salvaban siempre los Estados Unidos al mundo en las películas? Ellos tenían un proyecto de tractores de gravedad, pero todavía estaba en pañales. La falta de financiación lo había condenado a ser unos cálculos en un papel. Haría falta construirlo y lanzarlo en menos de un año sin haberlo probado antes. Además, los tractores no se habían concebido teniendo en mente una mole tan gigantesca. La Unión Soviética se ofreció a usar los misiles que le quedaban de la Guerra Fría para intentar destruirlo, pero Inferno debía estar realmente cerca para poder usarlos contra él. Y los pedazos, si es que los misiles lograban hacerle mella, caerían por doquier destruyendo todo a su paso. ¿Qué nos daba más posibilidades de supervivencia? ¿Dejarlo de una pieza rezando para que cayera en el mar y al final no se extinguiera por completo la vida en la Tierra o partirlo en pedazos más pequeños y además sufrir la radiación de cientos de cabezas nucleares? ¿Dónde estaban los héroes? ¿Dónde los acontecimientos inverosímiles que iban a salvar a la Humanidad?  En ninguna parte: esto era la vida real. Todos aceptamos la destrucción del mundo que conocíamos como irremediable. Y, aun así, dentro de mí pensaba que algo iba a ocurrir al final.

 

Creo que todos lo hicimos.

 

Y eso es lo que nos ayudó a seguir respirando, a seguir existiendo anestesiados, a realizar nuestras actividades cotidianas como zombies. La esperanza y la duda razonable tiraban de nuestros cuerpos con un hilo invisible que nos obligaba a respirar y a no pensar.

 

Mi padre siempre fue una persona realista. Había dejado instrucciones claras de no reanimarle en caso de accidente grave, y de practicarle la eutanasia si quedara tan malherido que no fuera él. Nos enfrentamos tantas veces por este tema…Yo me negaba a llevar a cabo lo que él había dispuesto: no quería perderle bajo ninguna circunstancia.  Siempre había una posibilidad, aunque fuera remota, una esperanza en un nuevo avance de la ciencia o en un milagro… Le admiraba.  Era una persona fuerte y valiente, capaz de aceptar la realidad tal y como era, en su Terrible verdad y tomar las decisiones necesarias sin dudar. Por eso temí por él. Se me pasó por la cabeza que se suicidaría y yo no podía soportar la idea. Le vigilé muy de cerca durante meses, pero parecía tranquilo. Le dije un millón de veces que le necesitábamos y le adorábamos, quería que se le quedara marcado en lo más profundo de su mente. Tal vez fue eso lo que le retuvo aquí, o la incertidumbre de lo que pasaría cuando Inferno impactara con la Tierra. No me lo dijo y jamás se lo pregunté: no quería que sacar el tema le recordara algo que su subconsciente habría desechado.

En los últimos días la gente se reunió con sus seres queridos: familiares o amigos con los que querían compartir las horas que les quedaban. Refugiarnos con los niños en casa de mis padres nos hizo sentir seguros y protegidos, aunque en realidad no había lugar en el mundo donde pudiéramos estarlo. A pesar de la negación de mi padre, almacenamos víveres y agua en su sótano y tapiamos las ventanas para intentar protegernos cuando el aire se pusiera tan ardiente que carbonizara todo a su paso. Seguía pensando que había una posibilidad de que la Muerte nos esquivase, de que fuéramos parte de los elegidos, y teníamos que estar preparados para todo lo que vendría después: para cuando el Sol se nublara y murieran cultivos y animales, para acostumbrarnos al anillo de rocas que iba a girar alrededor de la Tierra para siempre, para intentar sobrevivir.

Y ahora estamos en el jardín, los seis juntos, de la mano, abrazándonos mientras vemos cada vez más nítidamente la forma de Inferno (sus negros cráteres y sus cicatrices), intentando predecir donde caerá. Los Gobiernos seguramente lo saben, pero lo han estado ocultando para evitarnos más Horror. Ya tiene el tamaño de la Luna. Parece una imagen colocada con Photoshop sobre el nítido cielo azul, que actúa como si nada estuviera pasando. Es una preciosa mañana de primavera: se oye cantar a los pájaros, corre una fresca brisa. Se siente como si la vida nos diera una nueva oportunidad de renacer, de ser felices, y solo tuviéramos que alargar el brazo para conseguirlo.

Y, sin embargo, ahí está.

Mis ojos no pueden abarcarlo. No puedo creer que esto esté sucediendo. No puede ser real.

Quizás…

© Copyright de Belén Fernández Crespo para NGC 3660, Enero 2018