Por qué Úrsula y yo somos hombres

 

Por M. J. Sánchez

«I am a man. Now you may think I’ve made some kind of silly mistake about gender, or maybe I´m trying to fool you, because my first name ends in “a”, and I own three bras, and I`ve been pregnant five times, and other things like that you may have noticed, little details. But detail don’t matter. I am a man, and I want you to believe and accept this as a fact, just as I did for many years».

            (“Introducing myself”, in The Wave in the Mind, 2004).

 

Por qué Úrsula y yo somos hombres, M. J. Sánchez

Ilustración Jillian Tamaki

Este fue el texto que Ursula K. Le Guin escribió al comienzo de los noventa y que luego repitió con modificaciones a lo largo de varias ocasiones. Porque Úrsula sabía como yo y tantas otras, que somos hombres, pues es el único modo en que se nos ha permitido vivir nuestra vida.

Seguramente algunos lectores estén esperando una cascada de datos y reflexiones, más o menos acertados, sobre Le Guin y el feminismo. No cabe duda de que hay mucha tinta que derramar sobre una autora de su talla humana y literaria, así como de su conexión con el feminismo. En cualquiera de los muchos artículos que se han escrito en el último mes recordando su trayectoria y aportaciones, en la mayoría de ellos, aparece antes o después el adjetivo «feminista».

Sin embargo, yo no voy a entrar en esa discusión. Voy a explicar por qué Úrsula era un hombre con tres sujetadores y con cinco partos en su historia, como ella misma dice, «pequeños detalles» y nada más.

Recuerdo que a lo largo de muchos años he trabajado con hombres cientos de veces, tanto en mi profesión actual, la que me da de comer, como en aquellas otras facetas profesionales que he abordado con mayor o menor éxito. Ser mujer en este mundo es algo terriblemente incómodo. Todos esperan algo de ti por el hecho de ser mujer: una manera de pensar, de hablar, de vivir, de respirar, de hacer… Es probable que todas estas personas Por qué Úrsula y yo somos hombres, M. J. Sánchezque lo esperan estén en su justo derecho de hacerlo. Sin embargo, tristemente, no somos más que hombres. Como muchas veces les he dicho a los hombres con los que he trabajado: «Olvida que crees que soy una mujer; en realidad soy un hombre». Al fin y al cabo, para el trabajo, solo importa ser capaz de hacerlo y bien. Soy un hombre, relájate y trabajemos, no esperes nada diferente de lo que esperarías de cualquier otro. Quizá haya sido una desilusión para ellos, soy consciente, pero no hay otra cosa. Cuando eres un hombre, lo eres.

Cuando naces, lo haces en un cuerpo marcado por el sexo, por unos órganos reproductivos. A veces te gustan y te sientes cómoda con ellos; otras veces son un gran inconveniente y no los quieres en absoluto. No quieres lo que son y lo que suponen. Rechazarlos forma parte de nuestra libertad como seres humanos. Hoy día, se ha convertido en una reivindicación importante, ampliamente difundida por los medios de comunicación. Se usa para ello expresiones como, «hay una mujer/hombre dentro de mí», «no soy lo que mi cuerpo parece», etc. La idea que subyace en todas estas expresiones es que hay un ser «hombre» o «mujer» con unas características precisas definidas en gran medida por la forma de los genitales. Modificarlos con cirugía o sepultarlos en ropas y artificios se convierte en un elemento sustancial para la felicidad de estas personas.

Y, luego, estamos Úrsula, yo y otras que somos hombres con sujetador y madres no por equivocación, sino con deliberación. Es decir, nadie nos engañó o nos sentimos obligadas a ello por ningún motivo. Somos madres porque hemos querido serlo, no hemos tenido problema alguno con nuestros sujetadores, más allá de la incomodidad evidente de su diseño. A la vez, hemos rechazado usar zapatos con tacón, o hemos sentido afición por la historia militar. Nos ha gustado pintarnos los labios o no, usar faldas en verano porque Por qué Úrsula y yo somos hombres, M. J. Sánchezson frescas y pantalones en invierno porque abrigan más. Hemos conducido coches o autobuses, llorado cuando perdía nuestro equipo deportivo favorito o gritado como salvajes cuando ganaba. Hemos sentido una pasión loca y desmesurada por nuestro trabajo o por la literatura, hemos defendido ideas políticas con tesón y arriesgado nuestra vida por ellas, hemos combatido en guerras o aspirado a ser policías o bomberas, incluso alguna ha conseguido pilotar cazas, la aristocracia de la masculinidad del siglo XX.

En definitiva, y sin lugar a dudas de ningún tipo, somos hombres.

Cuando en este pequeño opúsculo tan satírico como real, Úrsula Le Guin hace esta afirmación, siempre cabe la tentación de considerarlo como un juego literario, una metáfora extrema de la conquista por parte de las mujeres de parcelas exclusivamente masculinas. Somos muchos los hombres con pechos y menstruaciones más o menos dolorosas que poblamos este mundo terrible y lo hemos hecho antes, hoy, y lo seguiremos haciendo. Trabajamos y trabajaremos en fábricas, conduciremos ambulancias en frentes de guerra, cuidaremos heridos y enfermos, arrancaremos de la tierra con dolor y sacrificio el producto que mantendrá con vida a la familia.

Porque ser hombre o ser mujer, no significa nada, más allá de ser una palabra que nos permite actuar de una u otra forma. Y cuando hay un guion que seguir, hay una mente que lo ha escrito, una mente con sus intereses propios, con sus deseos, inclinaciones, consideraciones, una mente que diseña la realidad y no admite protesta ni rebelión alguna. Esa mente es la que dice que tienes que asignar un comportamiento a unos genitales caprichosos. No importa quién eres; una vez que adquieres esos genitales, te definen, limitan, te expresan y se convierten en una forma externa donde tienes que encajar aun a costa de mutilarte para entrar en el modelo.

¿Y qué pasa cuando tus genitales no te importan? ¿Qué pasa cuando convives con ellos como un accidente fortuito?

Entonces, te conviertes en un hombre por defecto. Es decir, no en un hombre exactamente, sino en una no-mujer, igual que los vampiros y los zombis son no-muertos, se definen por aquello de lo que carecen. Da igual que muerdas cuellos o devores cerebros. Ser no-algo se convierte en todo aquello que importa que los demás sepan sobre ti. En nuestro mundo, generalmente la palabra que se aplica a la no-mujer, es feminista. Porque nadie quiere llamarte hombre aunque en todo lo que importa lo seas, tanto para escribir el libro más laureado de la ciencia ficción como para desarrollar una profesión cualquiera.

Las mujeres no existimos. Para existir y tener valor social has de convertirte en un hombre, pensar como un hombre, hacer las cosas como las haría un hombre, es decir, ser «normal». Esa normalidad la ha definido el hombre a lo largo del tiempo: para acudir a una reunión se lleva traje formal, para socializar en el bar se habla de deporte o de cine, para hacer un trabajo se siguen las pautas que seguiría cualquier hombre. No hay alternativa a esto. Las mujeres somos «normales» cuando conseguimos ser hombres. No hay mayor elogio que decirle a una mujer que ha llegado donde han llegado otros hombres, o donde no han llegado, pero por el camino que ellos definen y con los logros que ellos consideran como tales.

Por qué Úrsula y yo somos hombres, M. J. SánchezAscender en el trabajo, logro conseguido. Si mientras tanto no has tenido una vida familiar porque estabas concentrado en ello; si no has escuchado a tus amigos porque no tenías tiempo para ello; si has sacrificado cualquier otra parcela de tu vida a obtener ese fin, no importa. Has marcado el camino que las mujeres hemos de seguir si queremos ser hombres de verdad, no un hombre mediocre, como reflexionaba Le Guin en su ensayo. Porque las mujeres, si queremos seguir siendo mujeres, no podemos ser hombres tan buenos como los que tienen éxito en nuestra sociedad. No, porque nuestros hijos estarían abandonados. No, porque nuestros abuelos no tendrían quien les atendiera. No, porque no tendríamos amigas. Nuestra casa tendría que estar en manos de otros, para gestionar las miles de necesidades pequeñas y molestas que la vida cotidiana conlleva. Nuestra vida de mujeres es incompatible con ser un hombre de éxito, un hombre de verdad.

Así que nos arrastramos en esta vida de no-mujeres, de feministas respondonas, de crítica continua de una sociedad que no comprende que el mundo tal como lo han definido los hombres es una pura mascarada que se basa en el trabajo esclavo de las mujeres. Sin que ellas sostengan la estructura básica de la cotidianeidad, todo el tinglado se viene abajo. Hay que redefinir el mundo, hay que acabar con aquella división del trabajo que tan bien nos funcionó cuando éramos homínidos, pero que ahora, en la edad de la máquina, se ha quedado completa y absolutamente obsoleta, junto con las hachas de piedra. Ahora hay que cambiar la imagen del éxito por uno en el que las personas puedan construir sus vidas sobre el terreno de la igualdad. No vale correr más lejos y más rápido echando a patadas a los demás de la carrera. Compitamos de verdad pero compartiendo todas las cargas. Entonces ya no tendremos que ser hombres. Ni mujeres.

Viviremos en un mundo que Úrsula entrevió en Los desposeídos con su reparto igualitario de las tareas tanto entre sexos como entre personas fueran cuales fueran sus características. Viviremos en un mundo donde ser padre o madre no tendrá importancia, porque serán lo mismo, como en La mano izquierda de la oscuridad. Viviremos en un mundo donde no habrá noción de competencia, porque la vida discurrirá a un ritmo distinto, como en El eterno regreso a casa. Viviremos en un mundo donde los mayores no serán desechos sociales que no sabemos dónde aparcar, como en “El día antes de la revolución”.

Viviremos en un mundo donde Úrsula K. Le Guin dejará de ser un hombre con «pequeños detalles» como un sujetador y cinco partos y será mujer por fin.

© Copyright de M. J. Sánchez para NGC 3660, Marzo 2018 [Especial Féminas 2018]