Por Blanca Mart
Este cuento forma parte de
la Saga de los fílmicos, iniciada
en El Espacio Aural, (Alfa Eridiani).
Somos dos científicos en el asteroide G-Ex-3-55; yo, Frank Túo, y mi ayudante, John; sospecho que este brillante joven, llegado de Tierra, pertenece a la perniciosa especie de los románticos; a pesar de ello, hay que reconocer que trabaja bien. Más le vale. Ahora, en sus ratos de descanso le ha dado por hablar sobre los fílmicos. A fin de cuentas, es un investigador; es normal que lo investigue todo.
—Jefe —me dijo el otro día—, ese asunto de los fílmicos-imagen… parece que se hayan escapado de alguna «peli…».
Le interrumpí, mirándolo severamente.
—Si los científicos empezamos a verbalizar confusas imaginaciones, ¿a qué va a derivar luego tu pensamiento? ¿A leyes, a hipótesis o a leyendas, quizás? No, ni lo pienses —continué—, rotundamente, no. Los Imágenes son una consecuencia de los Cambios Climáticos Imprevistos, los CCI; eso ya se demostró.
—Pero…
—Nada. Ya se ha encontrado un componente en su hélice, es celulosa carboximetilcelulosa-versuniana.
—¿De Venus?
Lo miré enojado.
—No, de Versus. Así que, si quieres hablar sobre esos seres, los fílmicos o imágenes, primero, infórmate. En los Archivos Hurus, puedes encontrar toda la información que se conoce hasta ahora.
Se quedó pensando unos segundos, luego se levantó.
—Gracias Frank. Voy a revisar los sistemas.
Se alejó. Es un joven alto, de complexión atlética, siempre rompe las batas del laboratorio por los hombros. Las chicas lo miran fascinadas y, la verdad, no tiene el aspecto de los sabihondos que pululamos en los vericuetos de la ciencia. A pesar de su apariencia deportista, es un extraordinario científico. Por la noche, a la hora de la cena, volvió a la carga.
—Jefe…
—¿Qué?, y no me llames jefe.
—Pues que Gilda ha «aparecido» en diferentes mundos…
—Ya has investigado, ¿eh?
—Sí.
—Entonces empieza por no decir «aparecido». No se «aparecen»; se solidifican… y, claro, te gustaría que Gilda se solidificara aquí, ¿no?
—Pues no exactamente.
Lo miré interrogante.
—¿No?
—No, Frank, a mí me gustaría que se solidificara Ilsa Lund, ya sabes…
No, yo no tenía ni idea de quién podía ser Ilsa Lund, aunque John, amablemente, se apresuró a aclarármelo.
—Verás, es Ingrid Bergman, pero en su papel de Ilsa en aquella «peli» antigua, Casablanca. ¡Uff, bellísima, no te la puedes imaginar!
—Ya, Casablanca —murmuré y alargué mi mano hacia el ordenador subsidiario, pero antes de que lo tocara, él dijo:
—La probabilidad de que solidifique aquí es de 0,000.000.000.407…
Su tono era triste; ¡ay, esa melancolía romántica…! Y entonces dije:
—Es posible.
—¿Por qué?
—Porque existen unos cuatrocientos mil millones de enamorados de Ilsa. La proporción desciende, no es una cifra estable. Cada día aumenta el número de enamorados. Quizás un 0,4% pueda verla.
Sentí que se relajaba. Me miró con su sonrisa franca y hasta me dio un golpecito en el hombro.
—Gracias, jefe.
Pero sus ojos reían; naturalmente no me había creído.
—Es solo una hipótesis —gruñí—. Luego cada uno seguimos con nuestros trabajos.
Exactamente cuatro días después encontramos a Ilsa en la pequeña sala donde desayunábamos. Se había preparado un café, que endulzaba con cuadraditos de celulosa transparente y gris.
—Buenos días –dijo—, su café es excelente. Espero no molestar.
Somos científicos, se supone que nuestra mente debe estar siempre controlada, pero John se adelantó inmediatamente.
—Nunca, nunca molesta, Ilsa, bienvenida.
Tengo que reconocer que nuestra experiencia fílmica fue muy gratificante. Tomé apuntes sobre sus presencias y ausencias; se veía sólida, un ser humano normal, con un interesante aire nostálgico. John la rondaba con prudencia, en un cortejo inexplicable y sin sentido. Tomaban café juntos mientras charlaban y reían, y una mañana me di cuenta de que John le ponía más cuadraditos de celulosa en su bebida, ¿quería hacer que se densificara más?, ¿quizás que permaneciera con él un tiempo indefinido? Está bien experimentar, pero ¿cuál era su propósito? Hablé con él.
—John —le dije—, estos seres son ajenos a nosotros. Seamos serios, no creo que para ellos tenga importancia la permanencia, el pasado o el futuro. Son volátiles. ¿Son un escenario? ¿Un fotograma? En su ADN no hay rastros: no hay huellas. Son un flashback antes del fundido en negro. Esa es su evolución.
—Quizá puedan amar —dijo el mejor científico que he conocido.
—Quizá —contesté—; es cosa de experimentar.
Unos días después Ilsa había desaparecido.
II
—Entonces es cierto —suspiró John—. Era solo un flashback antes del fundido en negro.
No comentó nada más, tomó un café humeante mirando hacia el espacio y se puso a trabajar en su investigación sobre el asteroide Monro-III.
Somos científicos, quizá mi deber era decírselo. Pero él, ¿querría saberlo? Aquel día, unos minutos antes del desayuno, yo había oído la voz de Ilsa en el comedor.
Hola Rick.
¿Nos vamos Ilsa?
La sombra de un hombre con gabardina. Luego, el silencio.
Así es el amor: resulta que puede dejar rastro. Lo anoté en mis estudios sobre los imágenes (vulgarmente llamados fílmicos): «Un amor en otra realidad puede dejar huella en un Imagen».
Pero a John, el científico romántico, el mejor ayudante que he tenido, no le expliqué nada de este pequeño descubrimiento, porque ¿acaso un hombre enamorado no sufre en semejante circunstancia?
© Copyright de Blanca Mart para NGC 3660, Septiembre 2018