La paradoja

 

Por Blanca Mart

Este cuento forma parte de

la Saga de los fílmicos, iniciada

en El Espacio Aural, (Alfa Eridiani).

 

Los fílmicos[1] ¿son terrestres o alienígenas? —preguntó el joven científico, entrando en el laboratorio de la nave-satélite.

El Dr. Lithio lo miró fijamente y sin responder se volvió a mirar al respetable colega que anotaba números cabalísticos, pues eso parecían, al otro extremo de la mesa blanca.

—¿Qué pregunta es esa, joven? —dijo este último sin levantar la vista.

—Es por las encuestas —respondió John Row sin inmutarse; sosegado como siempre, amable, casi contento—. Las estadísticas confirman que hay vida. Pero si es un tipo de vida parcial…

Ahora sí, los dos científicos —el astroquímico y el físico teórico—, levantaron la vista y detuvieron su incesante labor; la amenaza nublaba sus ojos.

Pero ¿cómo se nos coló este aquí? —pensó el Dr. Lithio.

El físico, el Dr. Kurl, verbalizó el pensamiento casi telepático.

—¿Pero usted que ha estudiado, Row?

—Antropología, también xenología. Dos doctorados —contestó amablemente.

Los dos científicos se miraron.

—Estudian las leyendas —afirmó uno entre dientes.

—Y los mitos —casi rechinó el otro.

Luego se volvieron al joven doctor.

—Las estadísticas miden realidades, cosas reales, sencillas, las cuerdas, las paradojas, los agujeros negros, los bucles, el tiempo y el contratiempo, la nada… ¿Para qué cree que estamos aquí?, ¿para escuchar cuentos en los bosques?

El joven suspiró.

—Aquí no hay bosques.

—Exacto —rugió el Dr. Lithio.

Los dos lo miraron fijamente. Él permaneció imperturbable, sosteniendo el ordenador plateado, aplicando sobre él la presión de un diminuto sensor axtraliano.

—Nada, no salen —suspiró al fin.

El Dr. Kurl se echó hacia atrás en su silla; lo miró largamente, luego preguntó muy despacio:

—¿Qué es lo que no sale?

—Algún fílmico. Es muy curioso, no se los puede fotografiar.

Los dos hombres volvieron a intercambiar miradas.

—Me preocupa lo que dice, Row, si no le entiendo mal, usted intenta fotografiar a un fílmico.

—Eso es. Deseaba enseñárselo a ustedes, pero no, no salen; anotaré eso en mis notas sobre seres extraterrestres.

Kurl se levantó, impaciente, nervioso.

—Basta, joven. Pierde su tiempo constantemente y nos lo hace perder a nosotros. Todos los seres que viven en otros mundos son descendientes nuestros. Colonos, hijos de colonos…, clones, ciborgs… No hay otra vida. No hay otros seres. Jamás los hemos encontrado.

—Porque no sabemos cómo.

—¡Oh, por los astros! —rugió el hombre furioso.

Quizás debería descansar —añadió Lithio, conciliatorio.

 —Duermo muy bien, gracias —contestó el joven—. Pero creo que tanto puede haber vida extraterreste como no haberla, y tanto pueden existir los fílmicos como no.

—El asunto de los fílmicos —añadió Lithio armándose de paciencia—, ha sido una alucinación colectiva interplanetaria provocada posiblemente por el mal uso en el siglo veinte de la dextroxa-celulosa y su mezcla con los contaminantes alimenticios y ambientales.

—Pues es una alucinación de coj….

—Joven, no hable de forma grosera, maldita sea —rugió Kurl.

Row se encogió de hombros.

—No se pueden ignorar los datos.

—Muy bien —afirmó Lithio, cruzándose de brazos—. Anote lo que usted considere oportuno, presente con su sola firma sus conclusiones, y le ruego que no vuelva a hablarnos de este tema a nosotros los científicos.

El joven, alto, atlético, se volvió lentamente hacia la puerta del laboratorio.

—Muy bien, muy bien —murmuró—, no quería perturbarlos. Pero… pero ¿qué demonios hago yo con el tipo que está fumando en la terraza?

 

II

 

Rick apartó su café de celulosa y aspiró el cigarro; el joven científico que había conocido hacía un rato, volvía acompañado de otros dos tipos con bata blanca.

«¡Ay, señor, lo que me espera!».

Los dos tipos mostraban asombro, estupefacción, ¿indignación? «¿Qué truco es este? —decía uno de ellos—. Row, no estamos para bromas».

Pasado el estupor, Lithio, el astrofísico, pudo reaccionar.

—Pero… ¿de dónde viene usted?

Rick se tocó el ala del sombrero.

—No tengo ni idea —murmuró, condescendiente.

—¿Y eso no le preocupa? —preguntó el Dr. Kurl, sumido en perplejidades, paradojas y números.

—En absoluto. Aquí estoy. Ahora —Los miró un momento, y luego añadió—, ¿de dónde vienen ustedes?

—De Tierra —contestaron ambos casi al unísono, con orgullo, deleitándose en su superioridad, en su genealogía realista y comprobable.

—¿Y antes?

Los dos científicos lo miraron.

—¿Acaso es usted filósofo? —protestó el Dr. Kurl, molesto.

El hombre de la gabardina y el sombrero ladeado sonrió levemente.

—Soy un hombre viviendo su existencia. Buena experiencia. Me gusta.

—Pero no tiene idea de cuánto puede vivir —insistió Kurl.

—¿Y ustedes?

—Podemos responderlo con más o menos exactitud —intervino Lithio—. Alrededor de unos 95 años en perfectas condiciones. ¿Puede usted?

—Creo que en medida terrestre, equivaldría a hora y media, dos horas, quizás tres en este tiempo…

—Pero ¿no es demasiado breve? —siguió Kurl, cada vez más asombrado.

—Apenas un relampagueo en el Universo; disculpe, pero así es para nosotros —intervino pensativo, amable, el joven antropólogo.

El hombre, o fílmico o actor o ilusión, lo miró fijamente.

—No crea, también pueden ser unos segundos en medida terrestre. Qué más da, si es perfecto.

Durante unos momentos todos quedaron en silencio. El visitante los contempló intrigado. Siguió fumando, disfrutando de su existencia, bajo la mirada inquisitiva de los científicos.

«Este es un filósofo» —pensaba uno.

«Este es un jipi» —pensaba el otro.

«Qué lata dan» —pensaba el fílmico.

—Pero usted comprende mi interés; el desconcierto de mis colegas —asumió John Row.

Estos últimos lo miraron fríamente y luego se miraron entre ellos. «Mis colegas».

—Me resultan ustedes curiosos, porque de repente, entiendo su afán por su pasado y también por el después. Según está asimilado en mi ser, eso les preocupa mucho, y también si hay otros seres diferentes a ustedes, y también lo que les pueda ocurrir o… En fin, no puedo darles soluciones; solo estaba descansando un momento aquí. Sentí que Ilsa iba a venir…

—Quizá tenga hambre o desee una taza de café, mientras Ilsa llega, Humprey — interrumpió John.

El fílmico suspiró.

—Desayunaría con gran placer, gracias joven. Pero mi nombre es Rick, y ahora recuerdo que he estado en Casablanca; la Tierra, ¿eh? Tiene sus encantos. ¿No tendrá por ahí un té de celulosa?

—Por supuesto, de la mejor calidad.

 

III

 

«Y ustedes, ¿saben de dónde vienen?».

La pregunta los había irritado profundamente, y los dos científicos se miraban inquietos desde el interior del laboratorio. En la terraza cubierta, rodeados de la oscuridad del universo y los brillos estelares, el joven doctor en antropología conversaba amigablemente con Rick, o mejor dicho, con la alucinación, el delirio que sin duda les habría producido el olor de alguna de las plantas que el joven cultivaba en su pequeño invernadero.

—Cuando se nos pase la alucinación, debemos prohibirle que plante nada.

—Exacto, es un antrop… bueno, eso, pero no un jardinero.

—Y eso que el tipo, en fin, la alucinación, se ve sólida —apuntó el Dr. Lithio.

—Forma parte del juego —advirtió el Dr. Kurl—, pero defendámonos, no nos dejemos engañar. Mire, Row, se está despidiendo, hasta hace un gesto de adiós.

—Observe que no se tocan.

—Claro, porque no debe existir.

—Kurl…

—¿Sí?

—¿Ve lo mismo que yo?

—¿Una mujer muy hermosa? Sí, pero no es más que una ampliación de nuestra mente: un engaño. Ya no están. Por fin, todo acabó. Ahora debemos hablar severamente con Row.

—Sí, y quizás empezar a preparar su regreso a Tierra.

—Pero ¿qué hace? —bramó Lithio—. ¿Y qué es ese ruido?

En la terraza, el joven antropólogo se apartaba rápidamente y se pegaba contra el cristal. Ante él pasaban hombres y mujeres motorizados, raudos, ruidosos; rodeados de haces resplandecientes, de paralelogramos de los que salían delicadas cuerdas, de vibraciones perfectamente sensibles. Y, de pronto, ya no estaban. Solo una breve aparición de Rick, haciendo gestos hacia John; dando concisas y rápidas explicaciones a las que el joven asentía. Y, de repente, de nuevo, la soledad, el ruido grave del espacio, el susurro del universo.

 

IV

 

—Debemos irnos, cojamos la nave-lanzadera y partamos hacia el laboratorio anexo. Quizás tengamos una hora en tiempo terrestre. Póngase los trajes. Llévense las memorias y los chips de los trabajos —exclamó John Row, entrando a toda velocidad en el laboratorio—. Dense prisa. Si no creen en lo que han visto, vean las marcas de las motos o las roturas ocasionadas por el paso de los que huyen a otro universo. Yo pilotaré, no se preocupen. Pero si no vienen, igualmente me iré.

—Pero, pero ¿qué ocurre? —exclamó Kurl, alterado.

—Que vienen los bárbaros.

 

Lejos, se oía un ruido, pero ¿no dicen que no se transmite el ruido en el espacio exterior? ¡Pues vaya si se oía! Ruido de caballos galopando, de hierba muriendo; la respiración de la ferocidad y el caos organizado de la tierra antigua.

Lo siguieron, claro, y aunque les gustaba tanto cuestionar y criticar y discutir, por una vez callaron y columpiándose en su incredulidad saltaron en la navecita de emergencias tras el antropólogo trastocado en eficiente piloto.

El asunto duró poco. Quizás horas terrestres, o segundos de una existencia fílmica, o un tiempo infinito por mil, como cuentan algunas crónicas del espacio. E iniciaron el regreso.

Todo estaba destrozado en la nave satélite, o casi todo, porque mientras los dos científicos se echaban las manos a la cabeza, consternados, horrorizados, John Row entraba en la pequeña sala de experimentos, buscaba bajo las cajas de hierbas calcinadas, sacaba una pequeña radio —un proyector fílmico (aparato de colección en Tierra)—, y empezaba a unirlos con diferentes cables. En cuanto ambos ingenios empezaron a parpadear y a runrunear, lanzó un SOS al cercano laboratorio de Luna III y, ya puestos, a Tierra.

Ambos puntos quedaron alertados. Luna III se pondría en acción inmediatamente y recogería a los tres científicos, luego acordarían quién se encargaría del descenso al planeta. Los anteriores datos enviados por el Dr. Row, habían sido recibidos y considerados de prioridad documental y científica. ¿Podría rescatar algo de documentación fotográfica de los últimos acontecimientos?

El Dr. Lithio y el Dr. Kurl vieron cómo el joven empezaba a grabar todo el fenómeno; los destrozos, los rastros, cualquier resto alterado del laboratorio, cualquier huella dejada por lo imposible e inexistente.

 Cuando terminó se volvió hacia ellos.

—En media hora llegarán los de Luna III. Ustedes dirán si presentamos el fenómeno juntos o por separado. Por mí no hay problema. Decídanse.

 —Pero, pero —protestó el Dr. Kurl— ¿qué es eso de que usted había enviado documentación?, ¿cómo sabía…?

—No sabía nada. Intento aprender. Simplemente miro al espacio, observo, tomo notas. Rick no es el primer fílmico que ha aparecido aquí. Intentaba fotografiarlos, nunca pude; no les dije nada pues no quería turbarles, se ponen ustedes muy nerviosos…

 —Muy considerado —masculló Kurl.

—¿Qué es lo que envió? —preguntó Lithio.

El joven sonrió amablemente, miró al espacio y suspiró; poeta del XIX, contemplativo, hermoso. Los científicos lo miraron con resentimiento.

—Puesto que desean saberlo, envié unas hélices congeladas que quedaron aquí tras la última lluvia de polvo de cometas. Ya saben ustedes que los fílmicos, en ocasiones, se deshacen; se transforman en gotas líquidas, en hélices, y se evaporan…

—Leyendas —protestó Kurl.

 —Ya. Pues conseguí congelar a tres. Las envié a Tierra. En fin, mediten ustedes, tenemos un cuarto de hora antes de que lleguen a rescatarnos.

V

Los científicos se retiraron a un rincón de su destrozado laboratorio. Esperaron a que el joven se alejara y lo vieron preparar con eficiencia sus aparatos; una bolsa de lona y una enorme mochila. Ahora era un chico serio, concentrado en su tarea.

Los otros se miraron fijamente.

—¿Tiene la sensación de que posee ojos en la nuca? —preguntó Lithio.

—Desde siempre —contesto el Dr. Kurl.

—A lo mejor es un fílmico —se burló Lithio, sarcástico.

—Je, je, je.

Los dos rieron contentos de su chistecillo. Pero pasados los segundos de humor retomaron su tesis habitual.

—El muy perro… —empezó a maldecir Lithio.

—Nos la ha jugado, pero lo ha hecho bien, nos va a convenir —interrumpió Kurl.

—Pero es una tontería… No podemos admitir lo que hemos visto; puede haber sido una alucinación y trozos de meteorito, ¡fílmicos!, ¿qué teoría sustenta eso?

—Ninguna —masculló el físico teórico.

—Es un absurdo.

—Casi, Dr. Lithio: una paradoja.

—¡Qué dice usted!

—Veámoslo así: Los fílmicos no existen, pero se solidifican en nuestra dimensión. ¿No?

—Por cierto que sí.

—Siguen sin existir, pero los vemos, los oímos y afectan a nuestro ambiente.

—Cierto.

—Por lo tanto, sí existen, pero no podemos tocarlos o precisar en qué consiste su existencia.

—Entonces…

Los dos hombres se miraron. Después miraron al joven, que con todo el equipaje preparado a sus pies observaba el espacio. Luego, como si tuviera ojos y oídos en la nuca, se acercó a ellos, silencioso como un tigre joven.

—Entonces —dijo—, pueden ser un reflejo cargado de una potente energía, quizás electromagnética, o un tipo de energía que aún no conocemos, pero que se comunica con nosotros densificándose a través de filmes. El filme es el camino.

—¿Un reflejo en el espejo? —preguntó Lithio, pensativo.

—¿Con un sesgo de posibilidad de vida extraterrestre? —indagó Kurl.

Row sonrió.

—Podría ser, si no, no hay explicación. Pero es una paradoja. Hay extraterrestres si hay fílmicos, pero no existen los fílmicos y, sin embargo, tenemos sus espirales congeladas, si no se han vaporizado ya, lo que suele ocurrir. Luego: si hay fílmicos, sí hay extraterrestres, pero quizás nunca nos podamos comunicar —suspiró—. Es como si habláramos con la tormenta.

—Hay que estudiarlos —afirmó Lithio.

—Hay que hacerlo —afirmó Kurl.

Los dos se volvieron al joven.

—Nos gustaría trabajar con usted —dijeron casi a la vez.

El joven asintió en silencio. Luego señaló lo controvertido del asunto.

—La paradoja no queda clara, lleva paradojas dentro de ella, habrá que despejar contradicciones. «Tontear» con las leyendas y los mitos…Tendremos que creer algunas cosas. Lo de creer ya sé que no les gusta. Van a ser muchos años de trabajo. Y bien pagado, doctores, eso ya está hablado. Vamos, ya vienen a por nosotros.

Los dos científicos se miraron.

—Me empieza a caer bien este muchacho —murmuró Lithio.

—Pues claro, hay que ser comprensivo con los jóvenes —contestó Kurl.

—Ah —dijo John, sin volverse, mientras se dirigía al túnel de recogida—. Ya había elegido el nombre de nuestro estudio. Se titulará: La paradoja de fe.

Fuera, los astros brillaban, y en su reflejo y su llamada se escondía el conocimiento. Las respuestas permanecían lejos. Los filamentos se alargaban, pacientemente. Un día llegarían.

 

LEYES FÍLMICAS

  • Un fílmico vive la vida a su aire.
  • Un fílmico jamás se plantea cómo se generó su existencia.
  • Un fílmico jamás toca a un sólido.
  • Un fílmico debe sopesar el significado de la palabra «Acción», en los diferentes mundos.
  • Un fílmico debe sopesar el significado de la palabra «Corten», en los diferentes mundos.

[1]Primeros estudios sobre los fílmicos

Un fílmico recibe diferentes denominaciones: fílmico, imagen o reflejo.

Los fílmicos se alimentan de celulosa versuniana (carboxilmetilcelulosa).

El análisis del ADN de los fílmicos presenta una hélice cristalina con residuos de helio y una sombra de deuterio.

El fílmico suele actuar según el papel que interpreta en un filme terrestre.

¿Puede elegir un fílmico aquel papel en el que se solidifica?

El fílmico puede actuar según el llamado Cambio Imprevisto en el Guion (CIG)

El fílmico suele aparecer coincidiendo con un Cambio Climático Imprevisto (CCI)

Un fílmico densificado, ¿recuerda su actuación en el filme en el que salió?

Un fílmico densificado, ¿siente los mismos sentimientos que representó en la actuación fílmica por la que es conocido?

La existencia de los fílmicos, ¿plantea la existencia de diferentes universos que se solapan?

¿Somos diferentes versiones de una misma existencia?

© Copyright de Blanca Mart para NGC 3660, Diciembre 2018