Futuro muerto en los ojos de la Emperatriz

Por Javier Arnau

Tejiendo vidas, hilos,

hebras de un porvenir;

un asidero de probabilidades

que nos lleve

hacia un camino de proyecciones,

caleidoscopio de la memoria,

sendero de la palabra

que actúe como catalizador,

enzima reactivo de la fusión

que disuelve nuestra existencia

en el caldero cósmico

que la Entropía,

asimilador Universal,

pone a nuestra disposición

para recrear,

fórmula antaño fallida,

nuestro paso por el Cosmos.

Como una hebra, un hilo,

apenas un hálito, en realidad

un suspiro de la Emperatriz del Mañana

que desde su Atalaya de la Eternidad

observa con inquietud

o, tal vez, pesadumbre,

su onírico marcador

de existencias descartadas.

 

En un libro de firmas astral

se procesa nuestra memoria racial

y la existencia de una civilización

antaño vigorosa, exánime ahora

acaba siendo un renglón más,

apenas una nota a pie de página;

una ínfima hebra del infinito tapiz

que las Nornas tejerán

o tejieron, ya no lo distinguimos

en el centro del Cosmos,

bajo las raíces del Árbol de los Mundos

que crece en la Ciudad del Tiempo Perdido

de la que fuimos, o seremos, habitantes,

en la línea temporal que la memoria racial

sea capaz de encajar,

caleidoscópico sendero de la palabra

nunca antes pronunciada

jamás después escuchada.

 

Y la Emperatriz dirigirá su mirada,

sus ojos de Entropía y Caos

hacia la urbe del mañana,

vacío desierto de esperanzas,

inhóspito yermo de variables sin futuro

matriz de probabilidades aleatorias

que cargan en nuestro debe

todo el hastío que las estrellas,

en su mundano vaivén celestial,

atesoran en vana carga vacía

mientras la vida de los mundos,

ansiada presa de la Entropía,

anhelado botín del Caos

degenera,

cae,

retrocede

en la espiral de la anarquía,

vorágine de la confusión.

 

El silencio del espacio rodea,

como un ente invisible,

la matricial superficie

de una constelación

que define,

en sus espurios vagabundeos,

el destino nunca definido,

el fin que nunca nos hemos

atrevido a encarar.

 

Y las lágrimas de la Emperatriz,

destiladas de pesadumbre

caerán sobre la nueva carcasa,

recreada mediante el molde,

útero celestial,

que el anterior Cosmos dejó

tras la muerte del silencio,

la desaparición del todo,

el cese del brillo estelar;

y una nueva hebra de vida,

un hilo de posibilidades

adquirirá, quizás,

novedosa forma…

aunque no quede nadie,

Universo muerto,

para apreciarlo.

© Copyright de Javier Arnau para NGC 3660, Febrero 2019