Hoy, inesperadamente,
amanecí sin ojos.
Creo que en verdad nunca me pertenecieron
—quizás ni estas palabras ni mi lengua sean mías,
sino tan solo un sueño
del que no puede escaparse a través
del túnel de la sed.
Mis ladridos de dolor
huyen, anónimos,
a través de estas tinieblas que tal vez sean luz,
—pero no sé—,
como una trampa frágil de vidrio
donde otros vienen a jugar a las escondidas
con los ojos cubiertos por una venda de noche.
Soy una marioneta sin rumbo ni hilos,
y solo a veces escucho lejanas voces
como una ribera azul, ávida de náufragos,
que gritan
A la bruja, A la bruja, A la bruja,
y la fiebre me dice que hablan de mí,
que soy yo la bruja,
la culpable,
y en mi mano la piedra que debió ser luz y no fue.
A la bruja, A la bruja, A la bruja,
yo que me levanté seis veces de la tumba
—porque no sé morir—
y mi cuello no cede a la fatiga del ahorcado
y mi carne no es abono de las llamas
ni mis huesos son inesperados a las jaurías.
Yo,
llamada bruja
y quién sabe si no será cierto:
hoy amanecí sin ojos, pero viva,
y las bestias del tiempo siguen hurgándome la carne:
sus máscaras devoran mis intentos estériles de escapar.
A la bruja, A la bruja, A la bruja,
dicen
y yo intento correr entre los bosques,
agazapada en la tierra como un muerto,
ungida por las crines del fango.
A la bruja, A la bruja, A la bruja:
hoy amanecí sin ojos, pero viva,
que la inmortalidad es, casi siempre,
un árbol insólito.
© Copyright de Elaine Vilar Madruga para NGC 3660, Abril 2018
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