El mejor regalo

 

Por Joan Antoni Fernández

Guillermo se despertó de repente, sintiéndose nervioso y excitado a un tiempo. Un rayo de sol penetraba por la rendija de la ventana, jugando con sus cabellos. El chico rió alegre. ¡Ya era su aniversario, aquella tarde cumpliría diez años! ¿Le habrían traído el regalo que tanto deseaba? Aunque había intentando ser bueno y obediente, el juguete que quería era muy caro, tal vez sus padres no lo hubieran podido adquirir. Se estremeció inquieto, él lo deseaba tanto…

La puerta de su habitación se abrió de golpe y una figura adulta apareció en el dintel.

—¡Hola, Guillermo! —exclamó el recién llegado con voz alegre—. ¡Felicidades por tu cumple, hijo! ¡Te he preparado una sorpresa! Levántate enseguida y ven conmigo; hace un día precioso, iremos a pescar al río antes de desayunar.

Excitado, el chico saltó de la cama con rapidez. En un santiamén se lavó la cara y se vistió a toda velocidad para marchar enseguida. Padre ya le esperaba con los aparejos en la puerta de la casa y Guillermo salió mirando de reojo a madre, quién le sonrió desde la cocina al verles marchar.

No tardaron en llegar al río, bajando el sendero desde la casa. Guillermo cogió la caña de pescar que le tendía padre y aspiró el aire fresco de la mañana con satisfacción. Así pasaron dos horas muy entretenidas, pescando un montón de peces y charlando como un par de viejos compañeros. Padre le preguntó por sus estudios, por sus aficiones y sus amigos, interesándose sin llegar a hacerse pesado. También le contó varias anécdotas de lo más divertido y le propuso ir con madre al cine y al museo de ciencia a la semana siguiente. Guillermo estaba encantado; disfrutaba con aquella complicidad y se lo pasó muy bien.

Cuando volvieron a casa, madre ya tenía preparado el desayuno: galletas horneadas por ella misma y una enorme taza de leche caliente. Comieron los tres de muy buen humor, haciéndose muecas y explicándose cosas sin importancia pero divertidas. El niño gozaba con plenitud, saboreando cada instante de aquel ambiente familiar que le rodeaba.

Después de comer, los tres marcharon en bicicleta por el bosque. Padre y madre no pedaleaban demasiado bien y Guillermo se escabullía de ellos para esconderse tras los árboles hasta que ellos le llamaban a gritos. Fue una excursión muy agradable, cogieron varias piñas y volvieron a casa cansados pero felices.

Era la hora de hacer la comida. Guillermo ayudó a padre a lavar los peces mientras madre preparaba el caldo. Así pasaron un buen rato hasta que el almuerzo estuvo listo en la mesa. Guillermo se lavó las manos y se sentó entre padre y madre. Los tres comieron en silencio, lanzándose miradas cómplices de vez en cuando con caras alegres. Finalizados los postres, madre sacó del armario el juego de mesa preferido de Guillermo. Tras montar el tablero y las fichas, se pasaron la tarde jugando varias partidas entre risas.

El tiempo transcurrió con rapidez mientras Guillermo disfrutaba en tan buena compañía. Cuando se cansaron de jugar, ya reinaba la oscuridad tras la ventana. El chico se sentía algo cansado, las emociones del día habían sido muy fuertes. Decidieron cenar de forma frugal, habían acordado levantarse pronto a la mañana siguiente, planeaban hacer una excursión hasta la cumbre de la montaña y tomar fotos del paisaje.

—¿Quieres que te explique un cuento? —se ofreció padre.

—Hoy no tengo ganas, quizás mañana —contestó Guillermo, soltando un bostezo.

El niño se levantó y dio un beso a padre, al mismo tiempo que le pasaba la mano por la espalda y pulsaba el botón de apagado. En el acto, padre cerró los ojos y se desplomó sin energía. Entonces Guillermo repitió la maniobra con madre, desconectándola también. Luego observó a ambos con complacencia. ¡Qué regalo más maravilloso! Sin duda, aquél era el mejor equipo de juguetes familiares que jamás se hubiera fabricado.

Mientras entraba en su habitación y conectaba la videoconsola, pensó que quizás debería telefonear a sus padres verdaderos para agradecerles tan magnífico regalo. Aunque mejor les llamaba al día siguiente, seguro que a aquellas horas estaban de fiesta, fuera del hotel. ¡Resultaba tan difícil contactar con ellos! Siempre estaban viajando, aunque aquella semana no habían ido muy lejos, sólo a París. Eso sí, cada tres o cuatro días llamaban con regularidad a casa, preguntando si todo iba bien. ¡Un poco pesados sí que eran, los pobres! Guillermo ya estaba harto de aguantar sus sermones cuando hablaba con ellos por videoconferencia. Suerte que, entre el trabajo y los viajes, los veía muy poco tiempo.

Aun así, le había gustado mucho aquella sorpresa de cumpleaños.

«Padre y Madre, tus juguetes amigos…».

Sin duda se trataba del mejor regalo.

© Copyright de Joan Antoni Fernández para NGC 3660, Julio 2017 [Especial aniversario]