Y la muerte los seguía

 

Por Amparo Montejano

 

«Escuchad, orgullosos pueblos indios. El pasado habla por sí mismo. ¿Dónde están hoy los Pequot? ¿Dónde otras poderosas tribus de nuestra gente? Se han desvanecido ante la avaricia y la opresión del hombre blanco, como la nieve ante el sol del verano… ¿qué veis ahora? Nada salvo los estragos de los destructores rostros-pálidos. Pues yo os digo que aquel que ha irrumpido en nuestras tierras sagradas y las ha mancillado, se verá perseguido por la muerte. Una negra y oscura y zumbadora, que le explotará en el corazón como una mosca…».

 

¡Tan inquietantemente oscura y pavorosa era la danza!

Ominosos y acerbos sus compases, subdivididos en negros pulsos miasmáticos procedentes de la madeja nervuda de las agarbanzadas moscas que a su alrededor timbraban.

Bzzzz, Bzzzz, Bzzzz

Y a sabiendas de la sombría réplica que le daría su cerebro, se afanaba por seguirlas; por continuar tras el rastro escatológico que en el pesado aire dejaban los insectos. Y un brazo aquí y otro allá. ¡No podía impedirlo!…

Y el baile continuaba brumoso y denso como la negra tierra de lo que aquello manaba.

Bzzzz, Bzzzz, Bzzzz

Se repetía, incesante. Y un giro aquí y un salto allá…

Y sin poder remediarlo, sus movimientos ya no le pertenecían: ¡se habían hecho alucinógenos!… Propios del totemismo ilusorio que se desprende del comportamiento de aquellos que han caído en el embrujo de lo muerto.

¡No! ¡No podía parar! ¡Vueltas y vueltas! ¡Oh, sí! ¡Entorno a aquello!…

Bzzzz, Bzzzz, Bzzzz

 

***

 

¡Cómo odiaba aquella tierra, aquel humedal grumoso que debía «arreglar» a toda costa!…

Thomas llevaba ocho años trabajando como inspector de geo-diversidad para el coloso Becthwell (con sede en San Francisco); un tiburón empresarial dedicado a reconvertir las tierras húmedas —tanto las de vegetación herbácea como aquellas con árboles y arbustos— en auténticos agro-ecosistemas alimenticios. Becthwell actuaba como administrador y distribuidor de los productos del recién creado sistema, exportándolos después a mercados altamente cualificados en donde los costes de las ventas rebasaban sus gastos de producción en casi la friolera proporción de un 90%. En resumen: Thomas debía supervisar las labores de reconversión y transformación de aquellos apestosos pastizales infectados de chinches, en fructíferas tierras en las que se cosechasen raíces y granos, alimentos principales de muchos países en desarrollo a los que se los venderían a precios desorbitados.

¡No! Su trabajo no era fácil, y más teniendo en cuenta que desde hacía un par de años —en concreto, tras la muerte de sus socios fundadores— cualquier atisbo de moralidad que pudiese albergar la compañía, había sido diezmado con despidos y revisiones de convenios.  Y esa fue la razón por la que, de un tiempo a esta parte, cualquier terruño era adquirido por Becthwell a precios risibles, y después, transformado en suelo empresarial para grandeza del país.

¿Acaso tal proceder estaba mal? Desde una lógica de mercado, no, pero, el hecho de quedarse con tierras expropiadas de los indígenas amerindios —normalmente, tierras sacramentales como aquella— era algo que a Thomas solía darle una cierta desazón; una especie de grima surrealista que lo mantenía sin dormir un par de noches seguidas (al menos hasta que los ingenieros acudían y se hacían con el control).

Y allí estaba él: midiendo los niveles de humedad, sopesando la textura del grumo, evaluando las riquezas minerales… ¡Aquello era fango hecho de huesos! De huesos de indios.

Ya lo hizo notar en su primer informe de evaluación, pero, ¡tanto valías para Becthwell como dividendos al cabo del año les dieras!  Por lo que, no tuvo más remedio que hacer un dossier favorable y cruzar los dedos para que los técnicos pudiesen obrar milagros.

—¡Qué…! ¿Qué demonios es eso? —Se oyó pronunciar a sí mismo ante aquella especie de eco zumbador que, calculaba, provenía de la línea de tierra que abalizaba el ocaso.

En efecto: desde el negro manto grumoso —cuya mirada no daba a alcanzar— se alzaba un extraño chiflido balanceado por el viento, una especie de salmodia hueca que, sin pies, parecía avanzar hacia adelante.

 

***

 

Cerca… ¡Cada vez más cerca! … Sin detenerse.

Bzzzz, Bzzzz, Bzzzz

¡Fuerte!… ¡Más ominosa y fuerte su cadencia, más primitiva y descorazonadora!… ¡Sí!… ¡La tenía encima!, pero… ¡Allí no había nadie! ¡El horizonte sin vida lo abrazaba!  Mas… ¡Sí! ¡El zumbido se aproximaba! ¡Delante, detrás, por los costados!…

Bzzzz, Bzzzz, Bzzzz

Y Thomas se sorprendió a sí mismo corriendo por entre los fantasmales cuajarones de tierra en los que sus botas se clavaban. Y con cada paso, un tropiezo. Y con cada pisada, una huida… una mareante huida de aquella gran sombra insectívora que se le había pegado a los talones.  ¿Qué?… Y la umbría avanzaba. Y le subía por las piernas…

Bzzzz, Bzzzz, Bzzzz

Un reguero negro, cuajado de antenas y ampollas…

Bzzzz, Bzzzz, Bzzzz

¡Larvas! ¡Cientos, miles de larvas de mosca explotándole en la piel!

Bzzzz, Bzzzz, Bzzzz

Y, sobre los ojos…

Bzzzz, Bzzzz, Bzzzz

¡Oh, los ojos! ¡Los ojos infectados!

Bzzzz, Bzzzz, Bzzzz

¡No! ¡No quiero tragaros!… ¡Fuera!… ¡Dejadme!… ¡Fuera, fuera!…

Bzzzz, Bzzzz, Bzzzz

 

***

 

Lo hallaron muerto por miasis. Lleno de pústulas. Heridas sangrantes del tamaño de alfileres… Y sobre cada abertura, un huevo; y dentro de este, una larva en movimiento.

Bzzzz, Bzzzz, Bzzzz

¡Oh, qué inquietantemente pavorosa es la danza de sus patas!… Y ¡qué increíble baile agita al muerto!

© Copyright de Amparo Montejano para NGC 3660, Mayo 2019