Por Félix Díaz
Joshua detuvo su bote junto a las ruinas del Buckingham Palace. Cerca de allí podían verse un par de columnas del Victoria Memorial, surgiendo entre las aguas negras. Lo mismo que surgían las paredes del palacio, por cierto.
Las aguas que inundaban Londres apestaban, pero Joshua no lo notaba, llevaba toda su vida viviendo entre ellas. Cerca de allí, en las lomas del Hyde Park, tenía su cabaña, donde había nacido años atrás. Allí le esperaba su madre, enferma de algo desconocido, quizás relacionado con la contaminación de las aguas.
Joshua no tenía forma de evitarlo, pues carecía de medios para ir a otro lugar que no fueran las ruinas de Londres. Cuando sus padres habían llegado desde NeueZurich a lo que quedaba de Londres, confiaban en prosperar con lo que sacaran de los restos. Sí, había riquezas incontables bajo las aguas y entre los restos de los edificios, sobre todo metales, pero no eran tan sencillas de recoger.
De todos modos, su padre, Omar, había hallado lo suficiente para mantener su familia. Pero no había contado con la contaminación de las aguas. Los mismos metales que buscaba envenenaban el agua junto con los restos de aceites, plásticos y materia orgánica de la vieja megalópolis.
Omar había muerto tres años atrás, dejando a su esposa Mariam y a su único hijo solos en la cabaña del Hyde Park. Joshua heredó la ocupación de su padre.
Se sumergió en el agua. El traje de neopreno olía tan mal como todo lo demás, pero aún servía. Joshua buceaba conteniendo la respiración, lo que los especialistas llamaban apnea. Sabía que otros usaban botellas de aire comprimido, pero esos eran los pudientes, los que podían gastar gasohol o biodiesel en sus motores. Él apenas contaba con los remos y un motorcito de alcohol para emergencias. Ya era suerte tener un bote de aluminio, rescatado de entre las ruinas por su padre años atrás.
En la primera inmersión no encontró nada de interés. Pero creía saber ya dónde podrían estar las joyas de la Reina…
Joshua tuvo que hacer cuatro inmersiones para dar con una pequeña caja fuerte. No podría abrirla, por supuesto, pero tal vez en las cercanías… ¡sí!
Entre los restos de lo que parecía un viejo mueble de madera había un collar de perlas y rubíes, junto a una pulsera de oro. ¡Eureka!
Joshua recogió aquellas joyas imaginando que habían pertenecido a la vieja Reina. Por supuesto, no tenía forma alguna de saberlo, pero no costaba nada imaginarlo. Las llevó al bote.
Volvió a buscar más tesoros. Tal vez pudiera hallar un arma. Aunque no sirviera como tal, el metal sería aprovechable. De hecho, con los viejos tubos de los fusiles se construían armas nuevas de carga manual. Aunque eso era al norte, en New Birmingham, le darían buen dinero por un par de tubos de fusil.
Se sumergió cuatro veces y tan sólo halló la carcasa de un viejo ordenador. Era metal, aunque no del bueno…
Con la carcasa chorreando aguas negras volvió al bote. La pondría junto a las joyas y volvería a su casa, a ver cómo estaba su madre.
Las joyas… el collar y la pulsera, ¿dónde estaban? ¡Las había dejado en el bote!
Un lejano ruido de motor le respondió. Drake, el pirata, había robado una vez más. ¡Mierda!
Ni uno solo de los ciento cincuenta habitantes de Londres era inglés de pura cepa. Todos los ingleses, galeses, escoceses e irlandeses perecieron en el Desastre que acabó con casi toda la población humana del planeta.
Hubo ingleses que sobrevivieron, pero tan sólo porque no estaban en Britania. Por ejemplo, el bisabuelo de Frank estaba en Ginebra cuando el Desastre. Cuando las olas gigantes barrieron las tierras bajas.
Años más tarde, Frank hizo lo que algunos otros, abandonó los Alpes para asentarse en Londres.
Del resto, no más de quince habían nacido en territorio inglés, como Joshua. Los demás procedían de Noruega, Iberia o las tierras alpinas.
Casi todos eran pescadores, «fishers» como preferían decir; pero no pescaban peces, sino objetos perdidos, metales casi siempre: las aguas pantanosas no contenían vida adecuada, sólo gusanos y otros bichos incomestibles. El pescado decente lo traían otros del océano.
Veinte londinenses se habían atrevido a cultivar trigo o patatas en las tierras emergidas. No les iba tan mal, por cierto. Incluso tenían ganado.
Todos los fishers estaban reunidos. Tenían que hacer algo con Drake, pues a todos ellos había robado en un momento u otro.
Frank tenía una posible respuesta.
Mostró una enorme hoja plegada de papel, muy vieja, que desplegó ante todos. «LondonTube» ponía en letras bien visibles.
—Aquí se esconde el pirata —dijo.
Hacía falta un cebo, y lo sacaron de la caja fuerte que Joshua encontró en el Buckingham Palace. Entre todos lograron abrirla y en su interior había gran cantidad de monedas antiguas. Valioso metal. También había una pistola. Bueno, y un montón de pasta de papel, viejos documentos inservibles.
No sabían si Drake andaría vigilando, así que dejaron la caja abierta con su contenido intacto bajo el agua.
Al día siguiente, Joshua volvió solo con su bote y su equipo de buceo. Bajó a donde se hallaba la caja fuerte. Y sí, su contenido estaba completo. (Si Drake hubiera sospechado algo, tal vez la hubiera vaciado; por lo tanto era buena señal).
Recogió unas cuantas monedas y la pistola y las llevó a su bote. Luego se volvió a sumergir. O eso aparentó.
Escondido entre las ruinas, oyó el conocido ruido de motor. Vio cómo se acercaba otro objeto a su bote. Era un extraño artefacto amarillo. De su interior salió un hombre que enseguida se hizo con las piezas de metal. Volvió al extraño bote.
Poco después, el objeto amarillo se sumergía en las oscuras aguas de Londres.
¡Era un submarino! ¡Un submarino amarillo!
Joshua se movió con rapidez. Lanzó una cuerda con un garfio en un extremo y éste se enganchó en el timón del submarino.
De algo le tenían que servir las botellas de aire comprimido que le habían prestado. Joshua iba a remolque del aparato. Contaba con que le durara el aire lo suficiente.
El otro chico, Frank, tenía razón. El submarino se introdujo en un túnel oscuro. Joshua apenas podía ver por dónde iba, pero el aparato tenía unos focos que alumbraban hacia delante.
Durante un tiempo que a Joshua le pareció eterno, el submarino del pirata Drake recorrió los viejos túneles del metro inundados. Alguna que otra vez pasó por lo que debían ser estaciones, y en dos de ellas cambió de túneles.
Por fin, salió a la superficie. Joshua apenas tuvo tiempo para ver que estaban en otra estación, soltar la cuerda y sumergirse de nuevo. Leyó el nombre de la estación del metro: «Rynes Park». Se lo diría a Frank.
Por su parte, se fue nadando por el tubo inundado. Ahora no veía nada de nada, así que tuvo que ir palpando las paredes. Por fin, salió en lo que debía ser otra estación del metro. Joshua usó la linterna que llevaba sujeta al traje, y cuyas baterías había ahorrado con usura.
«Wimbledon» ponían las paredes de la estación.
Casi se queda sin aire en las botellas…
Menos mal que Joshua conocía bien los pantanos de Londres. Porque en cuanto se hubo orientado, comprendió que estaba bastante lejos de Hyde Park.
Casi se le hace de noche, pero logró llegar a la cabaña donde le esperaba una madre preocupada.
Al día siguiente, comentó lo que había averiguado con Frank y los demás.
—Está escondido en Wimbledon Common —explicó el chico listo con el mapa delante.
El nombre no les decía gran cosa a los demás. Pero Frank explicó que eran parte de las tierras que algunos cultivaban hacia el sur, donde había varios bosques tupidos. Tierras elevadas todas ellas y además cercanas a la estación del metro.
—Creo que hay algunos habitantes escondidos por ahí —dijo una mujer.
Encontraron la cabaña de Drake entre los árboles de Wimbledon, como había dicho Frank. Varios hombres a caballo, armados con ballestas, le hicieron frente. Apenas ofreció resistencia.
Hallaron gran cantidad de metal, en forma de oro, plata, hierro, bronce y aluminio, junto con otros tesoros. Objetos de valor recuperados del agua del Londres anegado.
En la vieja estación de Rynes Park, Drake había montado una instalación de paneles fotovoltaicos para recargar las baterías del submarino amarillo.
Todos se quedaron atónitos al verlo.
Era un aparato viejo, de antes del Desastre, pero estaba en muy buenas condiciones. Incluso tenía un reproductor de música MP3 que podía funcionar.
Entre los temas musicales había uno que les llamó la atención de inmediato. Yellow Submarine, se titulaba.
Había hojas de papel pegadas a las paredes, dos de ellas con la vieja bandera, la «Union Jack» y la palabra «Brexit», cuyo significado ignoraban. El resto eran dibujos en los que se veían cuatro hombres de pelo largo; en algunos estaban junto a un aparato muy parecido al que flotaba en el agua negra. La ropa que llevaban, muy extravagante, era idéntica a la usada por Drake. Aquellos cuatro hombres se hacían llamar Los Beatles, o algo parecido.
¿Quiénes habrían sido?
Joshua y Frank concluyeron que serían los primeros dueños de aquel aparato. Aquel submarino amarillo.
Si quieres saber más sobre el Desastre de Londres Inundado, lee Aislados.
© Copyright de Félix Díaz para NGC 3660, Agosto 2016