Por Daniel Verón
Corrían tiempos en que los hombres ya no sabían de todo lo que pasaba en las incontables miles de galaxias. Luego de haber conquistado todo el Grupo Local y aún el Supercúmulo Local, la comunicación no era posible a través de tantos miles de millones de años-luz, de modo que sucedían muchas cosas de las que nadie tenía idea o solo unos pocos se enteraban. La Federación estaba, a su vez, en un proceso de cambios luego de la desaparición de las antiguas razas humanas. En realidad, ni siquiera había una seguridad total de que hubieran desaparecido del todo. Lo único que estaba claro era que las antiguas razas habían cedido su lugar a otras, pero el «modelo humano» en sí no había desaparecido en modo alguno.
Surgían por diferentes regiones razas que, potencialmente, eran aptas para suceder a la raza solar y este era el cetro al que muchos aspiraban. Razas jóvenes, con características ideales, con morfologías simples y estéticas nuevas, en suma, hombres y mujeres de buen parecer que ahora tenían a su disposición una herencia cultural realmente impresionante. Sin embargo, nadie dudaba que una de las mayores virtudes del hombre solar era su afán por la exploración y la investigación, algo que siempre lo diferenció claramente del resto. Por lo tanto, quien deseara sucederle debía ahora demostrar un genuino interés en estas mismas áreas.
El caso es que la Federación era nuevamente presidida por los denebianos, otra raza amiga del hombre solar, con su característica piel verde claro. Ellos mismos no participaban de grandes empresas pero sí las favorecían. Fue así cómo se quiso avanzar en algunas empresas que habían quedado pendientes desde el apogeo mismo de los solares. La idea que circulaba por entonces era la de explorar los universos multidimensionales, algo sobre lo cual circulaban muchas leyendas, pero nada a nivel oficial. Se decía que diferentes individuos se habían lanzado en ciertas épocas a estas expediciones sin que volvieran jamás o, incluso, que a través de estos lugares se podía acceder a diferentes edades del universo, pero nada era seguro. De modo que se decidió enviar una flota oficial a realizar este viaje.
Los denebianos eran partidarios de delegar eventos importantes en mujeres, ya que para ellos, el hombre era más importante y debía mantenerse fijo en aquellas tareas que estaban directamente relacionadas con su supervivencia. Como la mujer no estaba involucrada en tales trabajos, podía ser enviada a esta clase de misiones. De modo que fue designada la comandante Reyla Sharkis para estar al frente de la flota. Se trataba de una bella y joven mujer, de piel tenuemente verdosa, con cabellos negros lacios, imitando algún peinado terrestre. Con ella irían como 30 tripulantes más, en dos grandes naves, las cuales estaban dotadas de la mejor tecnología ideada hasta ahora, ya superado el siglo 50.
En primer lugar, las naves se dirigieron hacia los bordes del Supercúmulo Local, es decir, a unos 150 millones de años-luz de distancia de la Vía Láctea. Para entonces, las grandes flotas de la Federación se habían adentrado mucho más allá en el cosmos, explorando otros supercúmulos vecinos, los cuales formaban parte del Hipercúmulo Local. Pero este lugar, separado de otros similares por impresionantes abismos intergalácticos, parecían el mejor para intentar aquel viaje. La idea era penetrar en una supercuerda, un filamento extremadamente delgado, nada menos que un remanente de la creación del universo, en donde subsisten una gran cantidad de dimensiones, sin que se sepa exactamente adónde conducen tales filamentos.
Las maniobras de acercamiento, tras dejar atrás verdaderas cataratas de estrellas, fueron seguidas personalmente por la comandante. Distinguir a lo lejos aquellas concentraciones de estrellas de un lado y tener, del otro, esa negrura sin fin, no era para todos. Había seres a los que asomarse de esta manera a las profundidades del cosmos les producía una especie de vértigo y no podían coordinar normalmente. Las pantallas de a bordo lograron que los lejanos filamentos que buscaban aparecieran rodeados con una fosforescencia violácea. Se movían extrañamente, como hojas impulsadas por una suave brisa. Detrás de ellos no se distinguía absolutamente nada. El instrumental de a bordo enviaba información continuamente.
Aquí fue donde comenzaron las primeras sorpresas. Claramente se pudo comprobar que no todas las supercuerdas son iguales. Algunas presentaban un aspecto más «enrolladlo» que otras; algunas parecían cortarse a no mucha distancia; otras parecían perderse en el infinito. Se realizaron entonces diversos estudios comprobándose que algunos filamentos, los más cortos, poseían cinco dimensiones o propiedades; otros, 6, 7 o 10 y, los más largos, no se podía precisar con exactitud cuántas tenían. Uno de los oficiales científicos, Vioosk, sugirió que a nuestro cosmos no lo vemos como un filamento por la simple razón de que pertenecemos a él. Si se pudiera ver desde afuera, asemejaría también un filamento de cuatro dimensiones. Por lo tanto, ahora era necesario decidir en cuál incursionar primero. Reyla consultó con los sabios y guiándose más que nada por la lógica, decidieron incursionar primero en el de cinco dimensiones solamente.
En primer lugar, uno de los filamentos correspondientes es, literalmente, enganchado por una especie de imán. De no estar debidamente aislados, se habría producido una terrible descarga. Luego, con pantallas que amplían miles de veces las imágenes, logran «escarbar» las rugosidades del filamento y llegar así hasta uno de sus extremos. Este tiene una extensión de pocos miles de kilómetros y parece flotar en el vacío. En el otro extremo, la punta se ve exactamente igual. Con ayuda de inmensos generadores de energía, el extremo que han capturado es «ampliado» desde un tamaño miles de veces inferior al de un átomo, hasta lograr una importante abertura superior al tamaño de las naves. Una mirada descuidada de algún hombre terrestre lo confundiría con la trompa de un elefante. El caso es que la asombrosa tecnología ha capturado una supercuerda como si se tratara de enlazar alguna clase de animal. Las pantallas enfocan la abertura.
Ante ellos se puede apreciar lo que parece ser la entrada a un túnel, pero más de eso. Será preciso recorrerlo para ver qué hay en su interior. Reyla dirige los preparativos para el viaje. Consigo han de llevar un sofisticado instrumental para guiarse lo mejor posible. Son seis los que han de acompañarla en tanto que Boynich, uno de sus mejores técnicos, supervisará todo desde las naves. Lo cierto es que nadie sabe con qué se van a encontrar. Si bien van a estar protegidos por campos de energía, que les darán hasta el aire necesario, a partir de aquí todo será nuevo. La comandante y sus oficiales se dirigen a la esclusa de salida para pasar directamente a la entrada del filamento. La operación se lleva a cabo en silencio. A sus ojos solo aparecen destellos desconocidos, como si fueran relámpagos. Sin embargo, apenas Reyla da el primer paso dentro de aquella estructura, se siente caer como por un tubo, hacia adelante. La valiente mujer no se impresiona. Sin embargo, cada uno de sus compañeros se siente arrastrado por la misma fuerza.
La caída se detiene, pero, al incorporarse, es como si pisaran algo vivo. A su alrededor todo parece moverse de una extraña manera. Continúan los relámpagos. Tapándose la cara por momentos, para no marearse, los exploradores alcanzan a distinguir diversas estructuras pero no alcanzan a asimilar de qué se trata. Luego de largo rato, cuando parecen acostumbrarse a aquel lugar, pueden caminar lago, como pueden. El paisaje a su alrededor cambia a cada momento, como si se tratara de un caleidoscopio. Así deambulan por un rato aunque sin perder de vista el punto de donde provienen. Aunque es muy difícil poder orientarse en ese sitio, después de un rato el oficial Marnoy señala un punto a la distancia. Transformadas de una extraña manera, como si se tratase de hojas de papel recortado, se ve lo que, indudablemente, son las dos naves de la flota.
Haciendo un alto en el camino, y tratando de acostumbrarse a aquel paisaje movedizo, Marnoy explica exactamente lo que perciben los instrumentos. Están ocupando el mismo lugar del espacio en donde se encontraban. Lo que se ve a lo lejos son los enjambres de estrellas y, efectivamente, lo que hay en esa otra dirección son las naves. Lo que ha cambiado es que a sus cuatro dimensiones normales se le ha añadido otra más. ¿En qué consiste? El efecto que produce es, precisamente, el de un caleidoscopio, en donde las figuras aparecen como recortadas. Donde partes de lo lejano se ven cerca y viceversa. Un sitio de apariencias, para ellos, pero perfectamente real.
En el siguiente capítulo se examinan otros aspectos, ya que hay varias cosas que no pueden explicar, por ejemplo, el piso que los sostiene o el origen de los relámpagos. Por supuesto que toda comunicación con las naves es inútil y aun sus propias voces se escuchan con una especie de eco. Reyla decide explorar algo de los alrededores pero solo consiguen volver a tener esa sensación de caída como por un tobogán. Imposible sería decir si se encuentran más lejos o más cerca, tal vez ambas cosas a la vez. Aquí es donde uno de los tripulantes, Lorney, desaparece sin que lo puedan hallar. La búsqueda se extiende por largo rato hasta que, por fin, lo encuentran. Lo que ha sucedido es que, cada vez que se produce esa caída, es como si el espacio quedara recortado en zigzag, separando así a Lorney del resto.
Para el regreso, los exploradores deben lanzar primero una señal de gran potencia para que las naves los ubiquen. Efectivamente, a bordo alcanzan a distinguir el haz lumínico como si se tratara de un abanico de colores. El transportador es exigido al máximo y no es sino con grandes esfuerzos que logran recuperarlos. La experiencia ha sido agotadora pero todos están satisfechos. Han logrado algo cuyas consecuencias solo serán debidamente apreciadas con el tiempo. En este sentido, todos los sabios de a bordo se abocan a estudiar los datos recogidos llegando más o menos a una conclusión de qué es aquella quinta dimensión.
Sin embargo, los científicos ahora saben menos que antes. Durante su estada en aquel lugar, que se prolongó mucho más de lo que Reyla suponía, se ha descubierto que existen infinidad de supercuerdas de diversas dimensiones. En realidad, la mayoría parecen ser diferentes unas de otras. Desde luego, esto plantea cuántas dimensiones existían al ser creado el cosmos y cuántas subsisten hasta ahora. Otros, por su parte, se plantean la posibilidad de desenrollaras en su totalidad, aunque no se conoce ningún procedimiento por ahora. Tal parece que el único medio para desentrañar su contenido es el recorrerlas en su totalidad. Nuevos estudios también demostraron que las cuerdas podían llegar a ser eventualmente clasificadas y que las había en mayor cantidad cuanto mayor era el espacio intergaláctico intermedio. Faltaba determinar, sí, hasta qué punto estaban influyendo actualmente en la distribución de materia en el universo.
Reyla volvió a reunirse largamente con sus principales oficiales haciendo planes sobre los próximos pasos a seguir. Ciertamente, la tarea que tenía por delante parecía inmensa. Solamente en la quinta dimensión, lo que a ellos les había parecido durar unas pocas horas, se había extendido por varios días, así que nadie sabía cuánto tiempo les podía llevar esta empresa. Por otro lado, era probable que llegaran a un punto del cual ya no podrían volver, pero, después de todo, estaban para eso: la gloria o la muerte. Así como alguna vez hubo prisioneros que fueron los primeros en llegar a las estrellas, saltando el inmenso espacio interestelar, ahora ellos eran los primeros en atravesar los imponentes abismos dimensionales.
Finalmente se convino en seguir explorando, una por una, cada una de las dimensiones que faltaran, sin importar demasiado el tiempo que llevara. Solo se habló de tomar algún descanso, si esto era posible, cada cinco viajes a partir de ahora. Igualmente, la tripulación de desembarco fue ampliada y algunos instrumentos fueron mejorados a partir de aquella primera experiencia que habían tenido. Algunos tripulantes rotarían entre sí, pero la comandante Reyla habría de estar presente en cada ocasión. La última jornada que pasaron a bordo antes del siguiente viaje, la mujer denebiana se dirigió a la tripulación expresándoles lo que esperaba de ellos. Señaló las pantallas adonde se veían aquellos filamentos serpenteando en el vacío y dijo: «Ahora nos espera a nosotros. Allá vamos, adonde otros no quisieron ir. ¡Gloria o muerte!». Y todos levantaron las manos gritando a una voz las mismas palabras. Empezaba otra gran aventura.
© Copyright de Daniel Verón para NGC 3660, Noviembre 2019