Las Que Juegan A Las Tinieblas

 

Por Rubén Serrano

Ellas están aquí. Siento su presencia. Me observan. Me vigilan. A mí. Yo las llamé. Yo, aprendiz de brujo, las invoqué. Pronuncié sus nombres secretos y vinieron. Después las rechacé, pero no se fueron. Quieren algo. ¡Me quieren a mí!

Ellas son Las Que Juegan A Las Tinieblas. Ellas son las mismísimas tinieblas. Vienen de una región imposible, fuera de toda dimensión. Yo lo denomino el Reino de la Noche, pues sé que allí jamás llegó la luz. Se trata de una negrura infinita, nacida del Caos Original y que no evolucionó para convertirse en un universo de luz. Sus soles jamás ardieron; la vida jamás nació. Solo los demonios eternos pueden vivir en semejante lugar. Ese es, pues, el único infierno.

Las Que Juegan A Las Tinieblas son poderosas. No tuvieron principio y no tendrán fin. Han existido siempre. ¿Es eso posible? Debo creer que sí: Ellas mismas me dejaron palpar por un instante su inmortalidad… Y me mostraron también otras muchas cosas. Vi un millar de universos, naciendo y muriendo. Viajé fuera de los límites del espacio y del tiempo. Contemplé imágenes increíbles, escuché melodías inigualables, me proyecté en aureolas de colores aún no inventados, me zambullí en energías vivientes… Y, por un breve espacio de tiempo, pude rozar a Dios.

Pero todo eso tiene un precio. Y, además, intuyo que será elevado (¿mi vida? ¿mi alma, quizá?). Después de ese acontecimiento he estado viviendo un tiempo prestado, pues yo ya no me pertenezco. Soy propiedad de Las Que Juegan A Las Tinieblas. Pero, en lugar de exigirme el pago de forma inmediata, me han permitido disfrutar de lo que vi y sentí en mi mágico viaje con Ellas durante estos dos últimos años.

Eso lo he comprendido ahora, ya que, por aquel entonces, pensaba que yo tenía voluntad sobre Ellas y que era su amo indiscutible, su señor. Así, cuando les ordené que volvieran a su mundo y no lo hicieron, empecé a pensar que algo iba mal, pero no me alarmé. Y, poco a poco, se fueron introduciendo en mis sueños, no como parte de ellos, sino como algo real. Estaban verdaderamente allí y se divertían envolviendo mis ensoñaciones con mantos de oscuridad, creando escenarios perfectos para poder jugar a las tinieblas.

Ahora, cansadas ya de esos juegos, quiere cobrar lo que les debo…

Sin embargo, no piensen que Ellas son malvadas (pues están por encima del bien y del mal). No. Simplemente reclaman algo que es justo. Yo solicité su servicio y debo entregar algo a cambio. Esa es la ley.

Lo que ocurre es que tengo miedo. Es el lógico temor a lo desconocido. Ellas pretenden arrancarme de mi mundo y llevarme a su tétrico Reino de la Noche. ¿Quién no se sentiría intimidado ante semejante perspectiva? Además, ni siquiera sé si voy a morir o si seguiré viviendo de alguna forma, aunque no sea con un cuerpo físico.

Lo más gracioso de todo es el porqué de todo esto: Ellas, de alguna manera que todavía no alcanzo a comprender, están encadenadas a su esfera extradimensional, a esa espesa negrura donde habitan. Pueden moverse por otros planos y visitar otros universos —incluidos el de la fantasía o el de los sueños—, pero siguen ligadas a su reino de infinita oscuridad. Son prisioneras en su propio hogar. Mientras las imperturbables barreras de las dimensiones permanezcan ahí, Las Que Juegan A Las Tinieblas no pueden tocarnos y se limitan a observarlo todo. Pero la contemplación ya no les basta. Quieren tener a alguien, a un ser conocedor de la Luz, allí, en su mundo de noche perpetua… Y resulta que el elegido para semejante fin soy yo.

Por eso escribo apresuradamente esta carta, con la intención de que se conozca lo que me ha sucedido, aunque me imagino que nadie creerá en mis palabras, pues parecen los desvaríos de un loco.

Me da igual, pues pronto tendré que partir. Mi tiempo aquí se ha agotado.

Es terrible, pero sé con todo detalle cómo va a ser mi desaparición. Ellas me lo mostraron. Es otra escena más de esta absurda obra de teatro en la que me he visto inmerso, otra parte de su extravagante juego. De un momento a otro, un sobre negro será introducido por debajo de mi puerta. Mi nombre estará escrito en él con grandes caracteres de un color todavía más negro si cabe. Aun sabiendo lo que eso significa, no podré evitar recogerlo del suelo y abrirlo a continuación. Un grito se me escapará al ver esa luz negra (la anti-luz) brotar del interior del sobre. Escucharé entonces sus voces, llamándome. Sentiré el frío del vacío cósmico en mis huesos al ser absorbido por el terrible torbellino de la Nada. Giraré como una peonza, al tiempo que veo cómo se desmorona el mundo a mi alrededor. Vueltas y vueltas en un mar de burbujas. El camino de sólida oscuridad extendido hacia la negrura del infinito me llevará hasta el Reino de la Noche…

…Y nunca más volveré a ver un rayo de sol ni un arco iris.

© Copyright de Rubén Serrano para NGC 3660, Septiembre 2018