Por Lin Carbajales
¿Cuál es el significado de una cara? Su aspecto no determina la personalidad tras ella, y, aun así, tanto se presume de un vistazo… El espejo casi le hacía llorar, pues odiaba la suya. Sus emociones se aferraban tan solo al consuelo de sus caras postizas, máscaras de piel de sus víctimas. Se puso la de una chica bonita, la que le pareció adecuada para ese día, y se miró. Era un parche crudo, y del todo ineficaz para cualquiera que lo viera, pero se consolaba con lo que podía, y le ayudaba a estimular su imaginación. Fantaseaba con que aquellos pómulos, con el perfil rosado que les había puesto con maquillaje, eran los suyos propios, y los tocó con anhelo y pena, con el corazón roto por el conocimiento del horror que había bajo la piel curtida, de saber que vivía una historia falsa.
Con la máscara puesta, salió a los maizales y corrió, gritando y revoleando su motosierra encendida, expresando sus sentimientos mediante aquel escándalo. Era su forma de desahogarse por su dolor, por todo el daño que le hacían sus familiares, y la única actividad que estos no se atrevían a interrumpir, pues ni siquiera cuando mataba a los extraños podía contar con algo de soledad. Ojalá pudiera ser como los extraños, y marchar a sus ciudades, vivir una vida como las de la televisión. ¿Por qué decidían dejar su mundo para invadir aquel solitario hogar, ese nido putrefacto de muerte y dolor? Al menos así conseguía nuevas caras, y nuevas vidas que podía imaginar y sentir a través de ellas.
La siguiente noche probó algo diferente. Utilizó su maquillaje, robado de los cadáveres, sobre la cara de un chico, algo inusual. Era como si estuviera confeccionando una persona nueva, en vez de tratar de imaginar cómo hubiera sido la real. No sabía muy bien por qué, pero sintió que se trataba de un pequeño acto de rebeldía. La violencia, matar y descuartizar personas, cocinarlas y comérselas, era lo normal en su casa y en su familia, lo que le habían inculcado. Esto, sin embargo, era algo que había hecho por su cuenta. Cuando se puso la máscara y se miró, se sintió muy bien. Ya no solo no era la persona de siempre, sino que no era una mera imitación de los extraños, ni tampoco el hombre, o la sustitución de mujer ausente, que su familia esperaba que fuera para realizar una tarea o la otra, según su idea de cómo habían de ser las cosas. Era algo diferente, que había creado con sus propias manos, por decisión propia. Nacido de su voluntad. Por primera vez sintió una chispa, una vaga silueta en su imaginación, de estar existiendo de verdad, no como la idea de alguien de lo que debía ser, sino como la suya propia. Eso le dio una fuerza que nunca había tenido antes, no física, de la que ya poseía de sobra, sino emocional. Continuó experimentando con máscaras toda la noche; las cortó, cosió pedazos entre sí fabricando nuevas caras no según creía que debían ser, si no como más le gustaba, y las pintó como le apetecía.
Por la mañana, las cosas volvieron a la normalidad. Sus hermanos ni siquiera se dieron cuenta de que llevaba una máscara diferente. Pero sabía que la nueva cara era su creación personal, y eso le hacía percibir las cosas de otra manera. Los abusos le parecían por primera vez inmerecidos. No más dolorosos, ni menos, pero hasta aquel día los había aceptado como algo natural e inevitable, incluso necesario, y eso empezaba a cambiar. Aquel despertar continuó día a día. Una noche, a solas en su duro colchón, pensaba en todo aquello, en los cambios que había estado experimentando. Algo en su interior le impulsaba a volver a llevar una máscara de las antiguas, a hacer como si nada de todo aquello hubiera pasado. Olvidar sus nuevos pensamientos, y volver a su vida de siempre; aceptar el maltrato y la identidad impuesta, la de una máquina que sirve su función, no distinta que su sierra… tan solo una extensión de esta. Esa voz interna le decía que lo mejor era olvidar sus nuevos sueños, fantasías estúpidas, que, aunque placenteras, le asustaban. Hacer como si nunca hubieran existido. Pero este sentimiento era doloroso, nacido de la humillación y la resignación, de un tormento que había aplastado y sometido su alma desde que tenía uso de conciencia. Lo desechó, y se enfureció con su propia mente, más que con su familia o con ninguna otra cosa, por querer enterrar su única fuente de alegría y esperanza. Gritó con todas sus fuerzas, a pesar de las altas horas, rompiendo las normas de la casa. Gruñendo y agitando los brazos, corrió por su oscura habitación golpeando los muebles y las paredes. Tiró la caja abierta de las caras, que se esparcieron por toda la habitación. Miró su faz desnuda en el espejo. Estaba llorando. Otras veces lo había hecho, pero siempre con máscaras puestas. Verlo en el espejo le dolió, y repugnó a una parte oscura y desagradable de su condicionamiento, pero también le pareció de algún modo hermoso, incluso a pesar de su aspecto, que odiaba tanto. Entonces se le ocurrió algo que hasta entonces le habría resultado impensable: maquillar su propia cara. Tenía experiencia, pues había maquillado decenas de pieles muertas, pero era diferente al hacérselo con la suya. El contacto de los utensilios sobre su piel le resultó fascinante y delicado, como la caricia que nunca había recibido. La pintó con cuidado, más del que había tenido jamás, y poco a poco, con aquella acción en apariencia simple, su ánimo despertaba, iluminando con timidez el único pozo de oscuridad que siempre había conocido. Al acabar, se miró un rato, inmóvil, hasta que lloró y gritó de nuevo, entre jadeos ansiosos; pero esta vez no era por la tristeza o la furia, sino por la emoción. El resultado estético estaba muy lejos de resultarle agradable, pero era verdadera y completamente suyo. No le importaba lo que pudieran pensar sus familiares o cualquier otra persona. Hasta aquel momento había sido, en apariencia, una página en blanco, rellenada, garabateada y manipulada por crueles abusadores. Ahora estaba descubriendo una identidad tras el destruido papel, bajo todo ese terror. Una mente con voluntad. La personalidad hundida, abatida y destrozada se recomponía y, con su primer resquicio de autoestima, se alzaba para encontrar un nuevo mundo, aun en el mismo desértico y sangriento pedazo del planeta que había sido su tumba en vida. Entre gruñidos, se arrancó la camisa, y continuó quitándose toda su ropa, un símbolo del papel que le había sido impuesto. Cogió su sierra, su única fiel amiga durante tantos años, y, quizá por primera vez en su vida, rio. Era un sonido cascado y gutural, pero demostraba auténtica alegría.
Uno de sus hermanos, con un palo en la mano, abrió la puerta a patadas, gritando.
—¿¡Qué coño es todo este jaleo a estas putas horas!?
Arrancó la motosierra, para hacerles a sus familiares lo que ellos mismos le habían enseñado.
© Copyright de Lin Carbajales para NGC 3660, Noviembre 2019