Era de noche cuando el viento soplaba sus más íntimos delirios, se llevaba mis pensamientos cuando los pronunciaba a oídos que nunca escucharían mi voz llena de locura. El dolor de cabeza que sufría era intenso, mis venas estaban inflamadas porque mi sangre recordaba la dureza del mar y el funesto latido de las olas que emergían de la profundidad abismal. Mi respiración era agitada, me acercaba al olvido de mi ser; la muerte ya venía. Mis sentidos habían perdido la cordura, ya no distinguían entre lo real y lo que provenía de mi mente perturbada.
La oscuridad imperaba en el cielo, se había perdido la claridad del sol. Reposaba en mi vieja silla, cerca de la ventana, que daba vista a la nada. De mi bolsillo saqué un libro de poemas para condecorar a mi mente con versos. Recité al aire libre las mayores mentiras del hombre. Las páginas del libro fueron avanzando como la rotación de la Tierra. Me levanté para contemplar las constelaciones y así perderme en su misterio; cuando era niño oí decir a los mayores que descendemos de las estrellas, pero no les encuentro parecido con el hombre, el origen del hombre no tiene tanta suerte.
Antes de mi despavorido estado actual, hice un viaje de cuatro meses a las aguas profundas del océano Pacífico, viajé en una embarcación holandesa que se dedicaba a la pesca de camarón. El capitán era Andries Williams, un amigo que perdió la vida cuando cayó al embravecido mar después de beber demasiado licor. Si alguien logra ver su cuerpo varado en alguna costa, tiene un tatuaje de un cuervo en la ceja del ojo derecho, denle un entierro digno. Me invitó a trabajar porque mi vida estaba arruinada y necesitaba un poco de dinero para comida y vestimenta. Acepté. Por las noches vomitaba pese al maldito olor del camarón, nunca me acostumbré. Con el tiempo aprendí algunas cosas sobre navegación marítima. El capitán Williams por las noches acostumbraba a relatar historias tenebrosas para avivar el miedo entre los tripulantes de la nave.
Las tormentas que se presentaban cada dos o tres días tenían la intención de hundir la embarcación, y el cielo lloraba porque sus hijas las gotas no lo conseguían. Jamás imaginé que el agua tuviese tanta fuerza cuando está reunida y es empujada por el viento enfurecido. Me queda claro que la naturaleza odia al hombre y el hombre cree amarla por su belleza, como si fuera una mujer.
Mis días eran monótonos: despertaba agotado, preparaba la red cuando el alba tenía ganas de salir, subía la red al terminar el día, miraba el cielo con la esperanza de ver la sonrisa de la luna, en las noches escuchaba las historias del capitán y dormía. Nada interesante hasta el momento.
Hubo un día cuando el trabajo estaba estéril, algunos marineros malgastaban su tiempo masturbándose frente a las fotografías de sus amadas hasta el anochecer, y otros bebían licor hasta perder el sentido, olvidándose de sus horribles vidas. Yo di un recorrido nocturno sobre la popa, tenía la intención de aventarme al mar para escuchar más de cerca la musicalidad del agua al chocar con las hélices del motor. El suicidio era mi acto de rebeldía contra la vida. Mi alma quería conocer el infinito, pero sin mi cuerpo, ¡quería ser libre de la prisión con la que había sido obligada a nacer! Fue entonces cuando una canción llegó sin avisar a mis oídos, caminé hacia otra sección, y ahí encontré desnudo y ebrio al capitán Williams, leyendo un libro negruzco de hojas marchitas, entonaba una canción en un idioma que no pude reconocer.
El cielo comenzó a inundarse de truenos y de lágrimas. Las nubes con su agua aumentaban el volumen del océano, llovía. Le pregunté al capitán sobre lo qué hacía. No estaba sobrio, con su voz perdida de tono me reveló las coordenadas de sustanciosos cofres de oro nazis, que fueron distribuidos por los siete mares, y que en algún momento prepararé mi propia tripulación para encontrarlos. Fue un gran obsequio de mi amigo.
Sabía que el capitán estaba a un paso de perder la cordura, se mal hablaba de él en la embarcación, decían que por las noches tenía pesadillas y se levantaba gritando arañándose el rostro, también se comía su propia materia fecal y bebía la sangre de los cerdos que estaban encerrados en la cámara de desperdicios. Era un tipo extraño. El capitán Williams me dijo que había otro hombre viviendo en sus entrañas, su alma compartía su estancia con otra cosa, con un hombre de tiempos lejanos, que no era él.
El nombre de aquel ser era Jinurk, ninguna cultura ancestral había sido capaz de siquiera pronunciar su nombre o de haber tenido el valor para agregarlo a la historia, protegieron a los hombres del futuro para no sufrir de sus males. Aún no sé qué consecuencias traerá a mi vida el dar a conocer su nombre, y a ustedes estimados lectores les advierto que no lo pronuncien. Se creía que había caminado junto a los hombres con la apariencia de uno, después de conocer nuestro mundo no pudo regresar al suyo, había perdido un mapa con la ubicación exacta de la entrada a la oscuridad subterránea, robado por navegantes vikingos en el año 845 a. C., cuando quemaron Isbiliya.
Jinurk había obligado al capitán Williams a viajar al océano Pacífico, creía que desde la embarcación podía ver la entrada en el fondo del mar, pero no lo consiguió, sólo contempló a las bestias que el agua resguarda con su velo. El mar es el mayor enemigo del hombre, en sus venas se encuentran las ciudades perdidas que nunca podrá encontrar, la historia tendrá que interpretarse siempre con los relatos; a veces tomados como ficción.
Al relatarme estas palabras mi amigo tomó un aspecto diferente; cerré los ojos porque comenzaron a lagrimar sin motivo y apareció otro hombre, vestido con una extraña armadura decorada con distintos grabados, sus ojos eran negros como las sombras, su piel se caía y no sufría la ley de la gravedad, llegaba al piso como una ligera pelusa; pero sin tocarlo, levitaba, y su cuerpo se regeneraba al instante, la piel desechada permanecía suspendida por periodos cortos de tiempo; después se convertía en un humo apestoso.
Mi dialogo ya no era entablado con el capitán Williams sino con Jinurk, quería que lo ayudara a cumplir su deseo: regresar a su hogar. No sabía qué hacer. Mis ojos alucinaban. Jinurk me enseñó el libro negruzco, donde había una serie de palabras para desmembrar el alma propia del cuerpo y poder habitar otros cuerpos, incluyendo el de los animales. El cuerpo es una ilusión, ya que las almas son estúpidas y no pueden manipular su entorno, necesitan un recipiente para moverse en el plano de la realidad física. Lo memoricé: «Con el viento, lento, pierdo el último aliento, sediento de vivir bajo el reglamento del nacimiento».
Nadie logró escucharnos, el silencio fue el único testigo. Decidí ayudarlo a cambio de información sobre mis padres biológicos, ya que fui abandonado a los tres meses de nacido. Los negocios siempre son importantes. Después de pactar el trato, Jinurk se arrojó al mar con el cuerpo del capitán Williams, diciendo que a lo mejor su cuerpo cadavérico lograba ver algo, miraría a través de sus ojos. Al amanecer se hizo un pequeño velorio con la fotografía del capitán Williams. Manfred Lemaire tomó su cargo.
Concluimos la pesca con diez toneladas de camarón. La embarcación regresó al Puerto de Rotterdam. Sobreviví unas semanas con el dinero que me habían pagado, la mayoría lo gasté en bebidas alcohólicas, era la única forma de parar aquellas voces y ruidos distantes que escuchaba continuamente. Sentía un eco en mi interior, como si comenzará a quedarme vacío.
En mis sueños Jinurk se aparecía en escenarios poco soportables para las mentes más abiertas. Me ordenó regresar a mi hogar natal, en México, sabía que los aztecas dejaron información sobre la entrada a la oscuridad subterránea, le llamaba así porque existe paradójicamente un mundo más allá del noveno planeta de nuestro vasto sistema solar, que se llega a través de un punto secreto de la Tierra, en una especie de portal que se encarga de transportar materia biológica racional a cualquier sitio, utilizado por los antiguos dioses, que se olvidaron de los hombres al autoproclamarse reyes.
El dinero comenzó a terminarse, buscaba trabajo pero nadie se atrevía a contratarme, dado que mi rostro comenzó a marchitarse, creían que padecía una rara enfermedad. Los trabajos son para esclavos sanos que deben dedicar su vida haciendo ricos a otros. Como último recurso salí a las plazas públicas a pedir limosna, la gente se apiadaba de mí por ser un extranjero desamparado.
Las bestias que conocemos y que aparecen en los sueños, vagan en los rincones de la humanidad, a veces llegan caminando desde el desierto del Sahara y otras veces emigran de mundos distantes al nuestro, tan sólo para crear caos y contemplar nuestra autodestrucción con el miedo. Lo he entendido a gota gorda meditando, aceptando que nos equivocamos al pensar que estamos solos, cuando la soledad es lo único que aterra a la gente más débil.
Una mañana, en la puerta de mi departamento aparecieron un par de ostras, con perlas bellísimas, de increíble valor en sus entrañas. Se las vendí a un coleccionista obsesionado con los animales. Jinurk se había encargado de los medios necesarios para llevarme de regreso a México. Recuerdo que dijo que el dinero es de carácter irónico para la adquisición de materiales, que sólo ostenta al poder y a la fortuna, y el hombre lucha durante toda su vida por ese ideal que siempre lo mantendrá en guerra.
Finalmente llegué a mi hogar. Durante las siguientes semanas busqué información en libros antiquísimos sobre el universo, el que se estudiaba sin telescopios en los viejos observatorios, tuve que contratar a intérpretes que hablaran diferentes idiomas prehispánicos para recabar información. Jinurk se hacía más fuerte y tenía mayor dominio sobre mí. Se alimentaba de mi alma en los días calmados. Decidí no ayudarlo más, estaba harto como el capitán Williams. Había perdido lo que tenía de vida y juventud. Me pudría en la existencia.
***
El juego ha cambiado. Casi se acaba la noche; y dejaré de existir en el melancólico mundo, pues cometeré el mayor acto de valentía: me quitaré la vida con las palabras. Sin mi alma en su cuerpo Jinurk no podrá seguir sometiéndome, le será difícil encontrarme. Soy el único que sabe su secreto. Ha comenzado una guerra. Buscaré al capitán Williams para ofrecerle un trabajo: sellar la entrada. Aunque Jinurk no lo sabe, encontré la ubicación de la entrada debajo de una constelación, ocultada en una pirámide, que es enterrada cada vez más con las pisadas de los turistas que buscan energía; cuando en realidad inhalan el infierno. Ahora comprendo por qué el cielo siempre fue especial.
Las voces abaten mi fuerza para pronunciar las palabras. ¡Hay gritos! Me concentro en los esforzados latidos de mi corazón. Respiró. Se acerca. Hay un temblor, casi no puedo detenerme, las cosas caen. ¡Ya viene! Escucho sus lamentos. Ya está aquí. ¡Siento dolor! Me miraré en el espejo por última vez, antes de olvidarme de mi apariencia.
Escribiré el desenlace de mi terrible historia habitando otro cuerpo. ¡Quiere detenerme! Hasta entonces. ¡Es hora de morir!
© Copyright de Abraham León Chávez para NGC 3660, Noveimbre 2016