Instantes – Reed.

 

Por J. Javier Arnau

Prólogo.-

Sobre las infinitas pantallas holográficas tetracoloreadas, se desarrolla una ínfima porción de vida en blanco y negro…

 

Instante 1.-

Parpadeo, y la realidad se desvanece instantáneamente, como si estuviera esperando este momento para hacer mutis por el foro de la vida.

Extrañas, casi bizarras imágenes inundan lo que debería ser mi cerebro. Pero donde debería estar ese órgano, están las imágenes.

Parpadeo una segunda vez, pero la realidad sigue escondida entre bambalinas.

Un sistema límbico apenas concebido las procesa, las cataloga, y las deriva por las redes que son mi cuerpo, que conforman mi ser.

Una mota, un vilano de realidad parece haber entrado en mis ojos, haciéndome parpadear por tercera vez; y con ésta, la conjura de enemigos que han permanecido durante décadas en el límite borroso y difuso de la visión ancestral, intentan invadir mi campo de visión.

Las sensaciones son apenas percibidas como un efecto secundario del reciclado de postales desde el filo de la conciencia.

Pero parpadeo una cuarta vez, y la oscuridad reticulada que conforma ahora mi realidad les gana la batalla.

El aleteo incesante de una mariposa virtual refleja la urgencia de una noticia; y esa emergencia recorre la red de neuronas sintéticas que una vez fueron mis nervios.

Y, en el quinto y definitivo parpadeo doy origen a una nueva realidad, conformada con la malla de anteriores mundos, por la urdimbre de vagos recuerdos que parecen conformar la memoria racial de los que gobernamos la Cósmica Identidad.

Y, satisfecho, cierro mis ojos, quizás por última vez.

Se produce la desconexión. Una veleidad recorre mi espina dorsal; inconsistentes ramalazos de cordura azotan las costas de mi consciencia. Una marea de sensaciones amenaza con atribularme; pero no lo permito: arrío velas, y dejo que el barco de mi cuerpo, cascarón vacío, derive hacia destinos más favorables.

 

Instante 2.-

La incredulidad produce un vértigo casi orgiástico en las adormecidas mentes que casi no lo toleran. Múltiples causas, diferentes estados a los que acceder permiten que esas mismas mentes despierten a sentidos para los que estaban cegados hasta ahora. Estados negociables de la materia consumen los escasos sueños de los que se hacían eco, y consiente, pues, que la entropía genere falsas expectativas. Pero en ese preciso momento, un murmullo estelar irrumpe en sus coordenadas, y la nave de los sentidos escora hacia la metafísica más pura, y el vértigo se apodera, definitivamente, de las mentes omniscientes que gobernaban el cosmos. Ahora, una vez establecidos en la resaca tras la marejada producida por infinitas mentes vacilando al unísono, el cosmos se recrea a sí mismo y, en un microinstante que nos acompañará durante toda la eternidad, expira.

Es el fin último, aunque aún no nos hayamos dado cuenta, pues nuestras mentes no han digerido el vértigo orgiástico de la misma destrucción cósmica…

 

Instante 3.-

Las ruinas del dolor reconstruirán el camino del olvido. Las aguas de un estigio lago lamerán las arenas que el tiempo olvidó barrer; arañan los muros de los oníricos palacios de la melancolía, donde las eternas bacanales de los antiguos dioses dan paso al atardecer de una nueva era, al ocaso de una antigua civilización.

Seres nunca antes vistos, pero recordados por las memorias raciales de una entidad cósmica, toman nuestro lugar en la creación, y la partida se produce sin estridencias: como una llama que se apaga, como el último suspiro de una raza, como… el olvido, de nuevo.

Retornaremos, como siempre hemos hecho, nuestro turno volverá a producirse, en el gran esquema cósmico, en la rueda del Tiempo. Y seremos seres nunca recordados en la memoria de los antiguos dioses del ocaso, y las ruinas del olvido construirán nuevos palacios de arena y tiempo, de llamas eternas y melancólicos paseos por la estigia memoria de la rueda cósmica.

 

Epílogo.-

La enfermedad se extiende. Vuela, repta, camina entre nosotros. Poco a poco se va adueñando de todo. Ahora ya no somos más que enfermedad. Y así, seguimos (sobre)viviendo, como siempre, como si no hubiese pasado nada.

La verdad es que no nos hemos dado ni cuenta; para nosotros, todo sigue como siempre.

© Copyright de J. Javier Arnau para NGC 3660, Junio 2017