II. MÚSICA
Por Magnus Dagon
Con este pequeño capítulo me gustaría comenzar una serie dedicada no a enseñar a escribir (cosa que difícilmente puedo hacer si no he aprendido) pero sí a encontrar ideas, motivaciones, incentivos en definitiva para o bien abordar un relato o bien perfilarlo como uno desea. Estos rollos que voy a contar, claro, son como las instrucciones de un lego, uno las puede seguir al pie de la letra y obtiene algún resultado o bien se sale un poco de la línea central de argumentación y en vez de construir un coche de carreras igual hace una réplica en miniatura del puente de Londres. Así que, una vez dicho esto, allá vamos.
En este mini ensayo me voy a centrar en algo que tiene mucha importancia en las películas pero no en los libros: la música. Por lo menos, es evidente su influencia directa en el desarrollo de la película y en su puesta en escena. Y si en la ciencia ficción es algo importante (porque, reconozcámoslo, Blade Runner sin Vangelis sería medio Blade Runner), en la fantasía es directamente imprescindible, o a ver quién se cree a Aragorn, Gimli y Legolas corriendo por Australia-Tierra Media, como si estuvieran enfrascados en una maratón, sin orquesta de viento de acompañamiento.
Ahora bien, la música también puede jugar un importante papel literario. Por algún extraño motivo que desconozco, tal vez afinidad artística, un montón de escritores son aficionados a la música. Más aún, muchos de ellos, antes de ser escritores, fueron o querían ser músicos. Supongo que parte del misterio consiste en que son personas con una cierta sensibilidad emotiva que encuentran en las canciones sensaciones que pasan desapercibidas para aquellos que creen que la música es sólo ruido de fondo, sonido de bar o de ascensor. También supongo que juega un gran papel la tendencia del escritor a convertirlo todo en literatura, como se decía en el último —y primer— artículo de la Guía del Autoescritor; por lo menos a mí me ocurre que llegado un punto, al final más que discos todo lo que escucho me parece banda sonora de una idea nonata.
Pero, y aquí viene lo que me desbarata la hipótesis, al revés no suele pasar. Por poner un ejemplo, el músico Arjen Lucassen, Ayreon, apenas ha leído libros en su vida. ¿Y esto por qué? ¿Por qué no comparten la pasión inversa? Hombre, hay casos para todo, Dave Grohl, cantante de los Foo Fighters, es un gran fan de la ciencia ficción, no hay más que ver las portadas y temáticas de sus discos o el propio nombre del grupo; Brian May, guitarrista de Queen, es otro caso similar —con preciosas canciones como ’39, que posee reminiscencias de viajes en el tiempo—, pero en general no es así. Tras mucho darle vueltas al asunto llegué a la conclusión personal de que en el fondo eso sucede porque un escritor con un relato o un libro es como un director de cine con su próximo estreno. No debe descuidar ningún aspecto, y la música es uno de ellos.
Así que, vale, la música es importante. En estos momentos alguien se estará preguntando, a ver, Magnus, los libros no se oyen, se leen. Eeh… sí y no. Hay una música escondida dentro de todos los libros y relatos, que puede estar más o menos implícitamente sugerida. Y en nuestro caso concreto, no me refiero sólo a melodías de sintetizador para la ciencia ficción y fanfarria sumada a coros de soprano para la fantasía. En primer lugar, ya que defendemos estos dos géneros no como algo más que una escisión literaria sino como unos géneros de géneros hagamos lo propio con su ambientación. ¿Cuántos estilos tenemos en la ciencia ficción? Toneladas. Más que nada por ilustrar, hagamos un par de divisiones muy burdas. Tenemos el pesimismo y el optimismo, ¿no? Imaginemos un grupo tremendamente pesimista, como Nirvana. Ahora imaginemos un escritor optimista, como Isaac Asimov. ¿Alguien se imagina Fundación con el fondo de Smells Like Teen Spirit? Bueno, a lo mejor alguien sí, no vamos a coartar ahora la subjetividad de nadie, pero no es lo habitual.
Ahora pensemos en otro grupo más victoriano, con un claro sentido melódico, no nihilista como Nirvana, algo como Alan Parsons Project. ¿Alguien se imagina Fundación con Alan Parsons de fondo? Pues igual no, pero ¿alguien se imagina Yo, Robot con Alan Parsons de fondo? Ahora me dirán, claro, has hecho trampas, porque ya existe un disco de Alan Parsons Project llamado I, Robot que está inspirado en ese libro. Sí, pero queda más o menos bien, ¿o no? Digamos que ese grupo fue una buena elección para ese libro. Otro ejemplo: asociemos escritores de ciencia ficción con músicos. Si yo digo Arthur C. Clarke, muchos de ustedes pensarán en… ¡exacto!, Mike Oldfield (si no pensaron en ese, por favor mientan). Si yo digo Stanislaw Lem, pensarán en… supongo que habrá opiniones divididas. Si les vino a la cabeza, por ejemplo, Diarios de las Estrellas, pensarán en música más simpática y alegre, tal vez incluso muchos pensaron en la sintonía de apertura de la serie Futurama, claramente inspirada por ese libro. Pero si les vino a la cabeza Solaris, y sobre todo si han visto la película moderna, pensarán en música suave, ambiental. Es un buen ejercicio hacer esta asociación musico-literaria, para que se den cuenta de que la música y la literatura, sobre todo la literatura de la ciencia ficción, tienen muchísimo en común, con independencia de estilos musicales.
Pero los ejemplos que he puesto son todos a posteriori. Es decir, el libro ya estaba escrito. Ahora pensemos al revés. Tenemos una idea, pero no sabemos qué tono va a tener. Un método para encontrarlo es elegir en nuestra cabeza una especie de banda sonora. Si se trata de un relato, con una canción suele bastar, una que condense la idea principal, y así nos aclara las ideas a nosotros. En el caso de un libro, un disco entero puede hacer dicha función, aunque ahora es más útil de cara a una posible división en escenas: por ejemplo, las canciones rápidas sugieren acción, las tristes sugieren momentos reveladores, y las posibilidades son infinitas. O a lo mejor no les sugiere eso, pero lo importante es que les sugiera algo. La simbiosis de lo escrito con lo escuchado otorga seriedad a lo que hacemos, e inconscientemente imprimimos emotividad en cada parte de lo que estamos haciendo.
A todo esto, cuando digo emotividad no sólo me refiero a una canción de amor u otra que refleje un final feliz. La amargura, la oscuridad, son bien recibidas en este terreno. Personalmente me decanto más por estas últimas, aunque es posible que la mejor opción sea ni lo uno ni lo otro, canciones que no puedan considerarse pesimistas pero tampoco optimistas, adecuadas a finales que dan respuestas pero también dan preguntas.
Siguiendo con nuestra creación musical, está la opción de que la canción tenga un papel explícito en el relato o libro, pero eso no es imprescindible. Existen ciertos subgéneros de la ciencia ficción, como el cyberpunk, y de la fantasía, como la fantasía épica, que son más proclives a eso, de la mano de locales nocturnos y bardos, respectivamente, aunque no son las únicas posibilidades. Ejemplos de esto puede ser, cómo no, El Señor de los Anillos de Tolkien, y tirando para casa, el reciente cuento de Eduardo J. Carletti titulado «Pintada, como las Alas de las Mariposas», con clarísimas referencias a Freddie Mercury. El inconveniente que tiene esto es que no dice mucho a aquel que no conozca de manera directa las canciones, y ya en el caso de Tolkien, que las inventaba, menos aún; más de una persona me ha comentado que cuando se encontraba con una de ellas pasaba a la página siguiente.
La música puede, también, ser sugerida de manera tangencial. Asimov lo hace en gran parte de su obra, como en Fundación e Imperio, donde uno de los personajes domina un extraño y futurista instrumento musical, y también en Fundación y Tierra, donde se mencionan antiguos instrumentos musicales, muy similares a los de hoy en día. En este caso, sin embargo, la música no es más que un toque de trasfondo a un mundo ya de por sí someramente descrito por el autor.
Eso sí, la música no tiene por qué robar protagonismo al resto del libro. Recuerden que la música siempre está presente, o debería (rara es la película que no posee banda sonora), pero no tiene por qué ser un tema central del mismo. Salvo en estos casos mencionados, y otros que me habré ido dejando en el tintero, funciona de manera similar a la documentación; aunque el lector no la aprecie, para nosotros es parte del proceso previo de creación. Nos ayuda a pulir lo que queremos decir, a decirlo en menos palabras y con más precisión, y también, en el caso de los relatos, a no desviarnos del hilo central de la historia. El paralelismo entre relato y canción es muy fuerte. Una canción no debe poseer más armonías de las necesarias, o de lo contrario el que lo escucha se perderá intentando buscar una estructura madre, lo mismo que ocurre con un relato.
Otro asunto es qué nos inspira de la canción. Para empezar, muchas veces las canciones están en idiomas que no entendemos. ¿Qué hacemos, carpetazo y a otro disco? Pues no. Aunque la letra no tenga nada que ver con nuestra idea, la música en sí puede ser inspiradora para ella. Más aún, aunque conociéramos perfectamente la letra y supiéramos que no tiene nada que ver con la idea, eso no invalida nuestra elección. Incluso la ausencia de letra es admisible, o si no, estamos cerrando el paso a buena parte del repertorio de Mike Oldfield, Jean Michel Jarre, Enya y otros gurús de la New Age.
Hay gente que de hecho piensa al revés, que en el momento en que hay letra ya les cuesta ver otra cosa en la canción. Puede ser cierto, pero hay veces que la letra puede ser tan inspiradora como la canción en sí, por supuesto sin recurrir a una repetición de palabras o ideas. Como muestra un botón. Quien se aburra se lo puede tomar como un ejercicio. A ver qué les sugiere estos extractos de la letra de la siguiente canción, Children of the Moon de Alan Parsons Project:
Too late to save us but try to understand
The seas were empty there was hunger in the land
(Demasiado tarde para salvarnos, pero trata de entender
Los océanos estaban vacíos, había hambre en la tierra)
We’re Lost in the middle of a hopeless world
(Estamos Perdidos en mitad de un mundo sin esperanza)
Follow the pilgrim to the Temple of the dawn
The altar’s empty and the sacrifice is gone
We let the Madmen write the golden rules
We were no more than mortal fools
(Sigue al peregrino al Templo del amanecer
El altar está vacío y el sacrificio se fue
Dejamos al Hombre Demente escribir las reglas doradas
No éramos más que locos mortales).
Dependiendo del estilo literario de cada uno, encontrarán distintas ideas en estas frases, aunque quien esté muy interesado sugiero que consiga la letra completa. Un hecho curioso es que algunas palabras están en mayúsculas, otorgándolas mayor énfasis. Poniendo vagos ejemplos (no quiero coartar las ideas de nadie), el segundo bloque de la letra, el que alude a estar perdidos en un mundo sin esperanza, puede interpretarse como un incentivo para distopías; sin embargo, el primero alude a hechos más sorprendentes, como la desaparición de los océanos, que puede o no ser interpretado en sentido literal, con independencia de que el grupo de verdad quisiera decir eso, pues ahora nos importa la canción por cómo puede disparar nuestra imaginación. El último bloque parece cortado a medida para una temática de fantasía, pero de nuevo, las posibilidades son enormes. Todos ellos podrían, con ciertas tergiversaciones, ser perfectamente aplicados a Dune, de Frank Herbert, sin ir más lejos.
Esto no quiere decir que tengamos que irnos a enrevesadas letras para encontrar algo de lo que hablar. Con mis disculpas por poner un ejemplo personal, hace tiempo publicaron en Alfa Eridiani un relato mío llamado «1616», en el que se hablaba de una arquitecta a la que un millonario contrataba para construir la torre más alta del mundo sólo para después destruirla como una muestra de su poder. La canción Fortress Around your Heart de Sting me ayudó mucho a darle un tono de metáfora al relato, pues dicha canción habla de un hombre que crea barreras para que la persona amada no se acerque, barreras que son asemejadas a las partes de una fortaleza. En mi relato no salía una fortaleza, ni había apenas sugerencia de una historia de amor, pero aun así no hubiera sido el mismo relato si no hubiera conocido dicha canción.
El tema de la elección musical a veces es una sencilla cuestión subjetiva. Si uno se siente triste, es posible que trate de escribir cosas tristes y por consiguiente su vida musical en esos días estará empapada de música melancólica o perversa, por lo que dicha influencia acabará cayendo en el relato de un modo u otro. O bien puede desear combatir dicho estado, con lo que caerá en el contrario. Más aún, tal vez simplemente escoge dicha canción porque está muy presente para él en ese momento de su vida. La música nos recuerda épocas de nuestras vidas, así que si ya las sumamos a relatos o libros, dicha sensación se intensifica.
Y por supuesto, las posibilidades son ilimitadas. Un programa de radio en España llamado Cuento Contigo narraba cuentos de los oyentes e introducía música, tanto de fondo como en pausas. En una ocasión pusieron un relato mío para el que yo había pensado en Elton John como música. Sorprendentemente, ellos también pensaron en dicho autor. En dicho programa también gustaban de emplear la música clásica, especialmente la bellísima obra del compositor Eric Satie. Así que, como pueden ver, hay vida después de Carmina Burana, una cantata que, desde que fue empleada en la película Excalibur, ha sido repetida hasta la saciedad.
Y si no, ahí tienen un mundo entero de Heavy Metal a su disposición para sus batallas épicas… o espaciales. O de otro tipo. De otro tipo, sí. Como el impresionante disco The Human Equation de Ayreon (el tipo del principio que no había leído apenas, ese), una obra conceptual que narra la historia de un hombre que sufre un accidente de coche y lucha en el interior de su mente por salir del coma en lo que, desde fuera, su mujer y su mejor amigo tratan de ayudarle, llegando a confesarle sus peores pecados. En dicho disco hay once cantantes, haciendo papeles tan diversos como la Esposa, la Razón, el Amor, el Orgullo, la Rabia y el propio protagonista, conocido como Yo (Me), y cada una de las veinte canciones corresponde con un día en coma. Como este disco hay muchos otros muy interesantes que mezclan las fronteras de la literatura fantástica y de ciencia ficción y lo musical sin ser una mera adaptación de algo ya escrito. Ayreon, Spock’s Beard y Pink Floyd son sólo unos pocos ejemplos. Y existen variantes más extrañas de la idea.
Muchos escritores de ciencia ficción y fantasía, sobre todo si son jóvenes, son aficionados a los videojuegos. Y los videojuegos tienen música… y por fin, gracias a las nuevas tecnologías, no es una sucesión de pitidos chirriantes capaces de desquiciar al más paciente. Si no, como ejemplo, las sintonías principales de juegos como Chrono Trigger, sintonía que no es muy difícil encontrar y que ha sido incluso interpretada en directo por una orquesta, o la música de fondo de Max Payne, digna de los mejores clásicos de la novela negra (con unos ciertos toques de la inefable Matrix).
De modo que ya saben, a poner el oído. Sea la música que escuchen suave o agresiva, sea bella o torturadora, siempre pueden sacar algo beneficioso de ella, ya sea para inspirarse o bien para encontrar el estilo narrativo. Espero que les de buenos resultados o que, al menos como me pasa a mí, les haga pasar un rato estupendo.
© Copyright de Magnus Dagon para NGC 3660, Julio 2016