Una humana escapada

Por Ariel Ledesma Becerra

Ella

Nunca había estado tan cerca de un dragón. Las escamas tornasoladas, extrañamente frías a pesar del fuego que cubrían, le recordaron los dibujos multicolores de los charcos de aceite y combustible en los pisos de las estaciones de servicio.

La angustiaba no poder darle ningún sentido a ese recuerdo. No sabía que era el aceite, el combustible y, mucho menos, una estación de servicio.

Lo que vio más allá del Guardián, en el Corazón del Bosque, desarmó su mente y la volvió a armar con extrañas imágenes a las que no podía relacionar con la realidad.

Ahora corría desesperada por el Bosque, buscando escapar. Temblaba cada vez que alguna sombra más densa que la de los árboles milenarios, y más vieja, oscurecía el ya de por sí umbrío ambiente.

Buscando alcanzar un borde para pasar a otro lado. Aunque al Bosque lo sabía infinito, sentía en sus entrañas que debía haber otro lugar, que ese era el Secreto que ahora residía en su cabeza.

 

Ello

Un Bosque infinito y con un centro. En el centro, un Secreto. Era su deber guardarlo y su error fue dejar que un humano se acercara lo suficiente para verlo. Con la mirada de los humanos.

Inclinó su escamada cabeza hacia abajo, dejando que sus ojos dorados escruten el bosque. Las copas de los árboles, criaturas tan efímeras, tapizaban el plano infinito. Como siempre lo hicieron, como siempre lo harán. Porque el Bosque es, también, eterno.

Infinito, eterno, con un centro y un borde. Se preguntó cómo verían los humanos, la hembra humana que huía, al Bosque con su mirada humana. Antes de poder evitarlo, se preguntó cómo lo vio la humana. Cómo verían esas criaturas a los dragones.

Con esas preguntas notó que el modo humano había contaminado su pensamiento. El Bosque se volvió momentáneamente metal y roca, en formas regulares y simples, como cristales, amontonadas en grupos y separadas de otros grupos exactamente iguales. Entre ellos, la nada extrañamente recortada en figuras regulares planas de diversos colores, atravesada por líneas que unían los amontonamientos cristalinos. Extrañas criaturas metálicas con fuego en su interior moviéndose en hileras interminables entre ellos. Todo bullendo de humanos. Infinidad de humanos. Sin dragones y sin el Bosque. Una realidad plenamente humana.

En un lento movimiento de su membrana nictitante, volvió al patrón correcto.

A perseguir.

© Copyright de Ariel Ledesma Becerra para NGC 3660, Mayo 2019