Como cada noche, la taberna del pueblo Kymalta estaba concurrida: los habituales disfrutaban de la cena y saludaban a los conocidos con un gesto. Los foráneos se juntaban cerca del fuego, procurando calentarse al no estar tan acostumbrados al crudo invierno. Los autóctonos se reían a escondidas. Nadie se atrevía a decirles que la cosa iría a peor en unas semanas y, que si ahora buscaban el fuego, en poco tiempo se tirarían a él. Los pocos extranjeros que aguantaban en el pueblo les proporcionaban una buena sesión de misterios: había cuatro encapuchados escondidos entre las sombras con gesto adusto y sin apenas hablar; típico, pero no por ello exento de encanto. Las apuestas habían asegurado que al menos tres eran mercenarios y dos fugitivos de la justicia. Las matemáticas no eran el punto fuerte de aquellas gentes tan recias.
Puede que fueran un villorrio, pero estando cerca de las carreteras principales y teniendo tan buenos precios, habían visto de todo, tanto como para opinar a la salida de las iglesias. Incluso podían decirse a sí mismos cosmopolitas.
La puerta se abrió y una risa grave reconocible flotó en el ambiente. Muchos de los parroquianos se levantaron para recibir al bardo particular de Kymalta: el jamás venerable, pero sí muy anciano señor Narrow. Era una persona de enorme envergadura y rostro afable, aunque de gesto pícaro y juerguista si se le incentivaba, y poco se necesitaba para ello. Todos pensaban que antes de casarse con la difunta Lyn Narrow, debía haber sido un calavera de cuidado.
—¡Buenas noches, querido público! —dijo acercándose a una mesa en el centro del local y saludando a los foráneos—. Hoy ha hecho tanto calor que me planteé venirme en ropa interior. ¡Pero el fantasma de mi señora se me apareció y me dio un patadón en el culo!
Los demás rieron y antes siquiera de que pudiera sentarse y que le sirvieran el plato, ya estaban pidiéndole una nueva historia que contar. El anciano miró a la que llamaban Zona Misteriosa con un gesto que nadie pudo clasificar y, después, lanzó una última ojeada a la posada.
—¿Hay niños y personas sensibles en la sala? —preguntó y ante la negación de los padres abrió los brazos con fingido gesto derrotado—. Ay, entonces me temo que tendría que contaros, al fin, cómo se unió el Brujo Sombra, Relak, a la tripulación del pirata Darkloc.
—¿Hasta de eso tienes tu propia versión? Todos saben que Darkloc le ganó usando su ingenio contra las brujerías de Relak —aseguró uno con el ceño fruncido.
—¿En serio? Bueno, si preferís que os cuente esa versión, por mí perfecto. La mía solo era real y muy subida de tono, con conjuros, deseo, traición y la doncella Lyn de por medio. Os habríais aburrido enormemente.
En cuanto el señor Narrow acabó de hablar, todos los presentes coreaban pidiendo esa versión de la historia.
Era cierto que las versiones oficiales que circulaban eran muy interesantes, pero las variaciones del anciano tenían algo mágico y solían ser muchísimo mejores. No solo por el componente erótico que solía añadirles, sino que los personajes cobraban vida con sus palabras; hasta en los alrededores habían adoptado el nombre de Lyn para llamar a la amada del pirata, en vez del Loaisa oficial.
Todos estaban seguros de que era un sentido homenaje de ese gran cuentacuentos a su amada esposa, muerta tiempo atrás a causa de la edad.
El hombre alzó las manos pidiendo calma al público y mientras iba comiendo con parsimonia, comenzó la historia.
Seguramente todos recordaréis como Darkloc engañó a la bruja faérica, Edolis. Ya sabéis lo de las siete noches de seducción usando solo una parte de su cuerpo.
Os conté que la engatusó y la hizo creer que la amaba para ganar más años de juventud. ¿Para qué? Para ser inmoral y dedicarse al pillaje hasta que sus enemigos fueran unos ancianos comesopas. El problema es que el muy mentecato no se dio cuenta de que Edolis, borracha de celos, cerró un trato con el Brujo Sombra y le vendió a la preciosa a Lyn.
Hay versiones que aseguran que Relak deseaba torturar y destruir la mente de la dulce doncella para destruir al pirata. Pero como todos sabéis, ni Lyn era una doncella desvalida, ni el enemigo de Darkloc un ser sin escrúpulos. Todo lo contrario, era un guerrero fiero, solitario y con más honor que el que nuestro protagonista jamás tendría.
—¿Más que el Capitán de las Aguas Haver? —preguntó alguien del público asombrado.
—A mi juicio, Haver era un pobre diablo que necesitaba tomarse las cosas con más calma. Lo acabó haciendo y se convirtió en un enemigo invencible, pero eso no forma parte de nuestra narración.
Para los que no conocen las historias de esta peculiar tripulación pirata o, en su defecto, mis maravillosas versiones, voy a tomarme el tiempo de describiros a los personajes de esta farsa. Obviamente, comenzaré con la preciosa doncella Lyn, que no era tal y solía ser mucho más temible en su ira que Darkloc. A mí me parece un personaje más divertido que el pirata.
Lyn es una de las mujeres más hermosas que jamás podrán ver la humanidad… a excepción de mi adorada esposa, que en los brazos del mar esté su alma, aunque sea la tierra quien la acune. Su rostro era un tanto delgado, pero siempre parecía juvenil, incluso tras cientos de aventuras por el mar. Su gesto estaba lleno de picardía y unas ideas que a cualquier demonio habría podido sonrojar. Su boca siempre sonreía insinuante, pero aquellos que intentaron robarle un beso a esos suaves y sensuales labios, acabaron con un buen tajo por idiotas. Era una gata que daba lo justo y necesario a aquellos que consideraba merecedores de sus afectos.
Tenía el pelo negro y largo como una noche sin luna, mientras que sus ojos verdes y su cuerpo delgado y flexible le daban una elegancia felina que podía derretir el hielo con un suave golpe de cadera. Se decía que era hija de los dioses de los gatos, que tenía siete vidas y, a veces, que podía pasar de ser un hombre a una mujer. No lo sé, tanto no me dejó conocerla.
En el caso de Relak, aunque tienden a describirlo de formas muy dispares, la realidad es que era un hombre extremadamente alto, también muy fuerte. Algunos creían, no sin razón, que era el mismo señor de las sombras encarnado en hombre, dado que salvo sus dientes blancos, todo en él era oscuro. Su rostro era duro y adusto; su piel como la noche surcada de cicatrices.
De Darkloc, ¡bah! Atractivo, misterioso y bla, bla, bla. No nos interesa tanto como los otros dos personajes y es aburrido describir a un héroe tan plano.
A lo que íbamos, a causa de la hermosura de Lyn, todos aseguran que Relak deseaba torturarla, puede que violarla para dañar a Darkloc y reírse malvadamente mientras un rayo restallaba a su espalda. Señoras y señores, levanten la mano quienes se crean que el Brujo Sombra era así de idiota. Muy bien, me alegra ver que estamos de acuerdo en la inteligencia de este personaje, por lo que podemos continuar con la historia. Sí, habría echado a quien no me diera la razón. Saben que tengo la verdad de mi parte y la haré valer con mis malvados poderes de bardo.
Volviendo a la historia: sí, era cierto que Lyn se temía lo que pudiera hacerle Relak. A fin de cuentas, era una mujer precavida y desconfiada. En cambio, el Brujo Sombra tenía otros planes que nada tenían que ver con Darkloc o dañar a la doncella.
Al desembarcar en la Isla Perdida, Lyn miró asombrada el inmenso palacio de humo negro que se formó ante sus ojos. De este que manaba una dulce melodía tan suave como la miel. Al tocar los muros, comprobó que eran sólidos de una forma más blanda de lo habitual y cálidos al tacto. Los esclavistas la empujaron contra la pared sin puerta y la muchacha los vio alejarse mientras ella permanecía presa entre las paredes del palacio.
Con un suspiro, Lyn estudió la mal llamada isla para saber qué hacer: no había tierra alrededor a la que escapar nadando, ni barco que poder usar. Con un bufido resignado, acabó de penetrar en el palacio para enfrentarse a su enemigo.
Lejos de ser siniestro y aterrador, el lugar era lujoso y lleno de arte maravilloso venido de lejanas tierras. Lyn había sido la primera persona en verlo después del Brujo Sombra. Los harapos que le habían dado los comerciantes durante el viaje se habían convertido en ropajes dignos de una diosa. Las telas clareaban en los brazos, piernas y abdomen, mientras que mantenían escondidas con cierto pudor, aquellas partes que más podían interesar a su secuestrador. Le gustó aquel detalle, pero no dudó en guardarse una pequeña daga decorativa en el recogido del pelo. Ni asombrada dejaba de ser una guerrera dispuesta a protegerse.
Caminó a través de varios corredores y escaleras, hasta llegar a la zona más elevada del castillo. Allí, las vidrieras de colores teñían el mundo con alegría, mientras que las cortinas danzaban con elegancia al ritmo de las paredes; una mesa llena de las más increíbles viandas perfumaba el ambiente, haciéndola temblar de hambre. Habían sido unos días muy duros, por lo que no era de extrañar que la pobre doncella deseara llenarse la tripa hasta reventar, así, no pudo evitar lanzarse a por la fruta hasta haber saciado un poco de su hambre. Cuando acabó, lo que destacaba por encima de todo era la desnudez de Relak…
—Un momento, ¿desnudo? ¿Así sin más? —preguntó alguien asombrado—. ¿Y eso por qué?
—Si me dejáis acabar, os juro que quedará entendido, palabra. ¡No rompáis la magia! Si no el relato no os llegará de la misma forma. Con profundidad.
Aquel chiste generó algunas carcajadas divertidas y un tanto nerviosas.
En las Tierras del Norte de donde provenía Relak hay muchas costumbres peculiares sobre la desnudez. La que nos interesa en este punto es que, cuando desean demostrar sus buenas intenciones, confianza y sentimientos, se desnudan para demostrar que no hay un arma con la que atacar a traición. Tal vez os he adelantado un poco la trama, pero un buen narrador debe adaptarse a la situación.
Como vosotros, Lyn miró asombrada al Brujo Sombra, que se presentaba ante ella sin su armadura y completamente desprotegido. Tan solo lucía una sonrisa esperanzada y enternecedora, además de la magnificencia de su cuerpo.
Ya sabéis: hombre misterioso, lleno de cicatrices… No es de extrañar que la doncella lo encontrase hermoso. Vistas vuestras caras os respondo a esa pregunta que no acabáis de hacer: el rostro de la muchacha bajó descaradamente hasta ese punto, ni un ciego habría sido incapaz de ver aquello.
—Dama Lyn —le saludó con una inclinación mientras se acercaba con paso lento a ella—, sed bienvenida a mi morada.
El mago no se sorprendió cuando la muchacha sacó la daga a una velocidad asombrosa y la clavó en su pecho. Rápidamente, un hilo de sangre azul emergió de esta sin conseguir aun causar reacción alguna en el mago. La muchacha tampoco tembló ante la visión de la extraña sangre o la expresión del otro, muy al contrario, sonrió desafiante dispuesta a no dejarse avasallar.
Pero lo que allí flotaba no era furia, mas sí un deseo poco disimulado; un sentimiento indecible y una oportunidad que el hombre iba a aprovechar.
Cualquiera podría haber notado que algo ocurría entre ellos; daba igual el momento en el que se encontrasen, siempre se respiraba esa atmósfera. Incluso Darkloc, que hacía lo imposible por mantenerles alejados a causa de los celos. Él fue el primero en adivinar el final de aquella historia, mucho antes incluso que los propios implicados.
—Brujo sombra, no esperaba que fuerais capaz de aprovecharos de una pobre chiquilla y convertirla en vuestra esclava. No dice mucho sobre vuestro honor —le atacó Lyn con una gran sonrisa.
—¿Acaso teméis por lo que os pueda hacer? ¿Pensáis que os dañaré? —insistió él con la voz calmada.
—Podríais utilizarme para vengaros de Darkloc. Tal vez deseéis torturarme clavándome hierros al rojo vivo, u obligarme a tragar el humo de vuestras pócimas para prenderme fuego por dentro.
—Mi señora, ¿realmente deseáis llevar la conversación por esos terrenos? Preferiría… —explicó él intentando ser un caballero.
No acabó de hablar. El mago le agarró con firmeza el rostro y la besó. Nada de magia que pudiera haberle facilitado el camino, tampoco hubo subterfugios, solo unos labios carnosos y una lengua ávida de una respuesta. Además de la necesidad de demostrar que no hablaba por hablar. El brujo recibió una respuesta igual de contundente y ardiente por parte de Lyn con unas uñas clavándose en las amplias espaldas, para marcar el territorio que se le estaba entregando libremente. Los dientes de la doncella fueron mordisqueando juguetones la carne blanda.
Si hubiera sido otra la petición, Relak se habría declarado y Lyn le habría aceptado. De ese modo, la historia hubiera acabado ahí, sin apenas interés. Y por lo que veo, a nuestros párrocos eso les habría supuesto una decepción. Sí, ríanse, pero mañana no me pidan penitencia por lo que voy a contar, tan solo disfruten.
Como dije, podría haberse acabado así la historia; pero tras un beso que era capaz de convertir el invierno en verano, ¿realmente alguien cree que se dijeron alguna palabra? Cuando los amantes se separaron para tomar aire, apenas se miraron un momento antes de que se volvieran a lanzar lujuriosos el uno a los labios del otro y a arrancar aquellos ropajes que, de pronto, habían comenzado a estorbar. Aún de pie, el brujo cargó a la doncella contra su cuerpo, haciéndola aferrarse a él con brazos y piernas, tratando de encadenarla a él.
Como era de esperar, la magia de Relak se desbocó de forma incontrolable para disfrute de Lyn. El humo emergió de la piel masculina con fuerza recorriendo el cuerpo de la doncella. La magia se convirtió en dedos, uñas, manos y labios que iban besando, lamiendo, succionando, mordisqueando y acariciando con firmeza cada curva.
Para haceros una ligera idea de lo que estaba viviendo Lyn os lo explicaré: imaginad a vuestro amante más experto, ese compañero de cama que jamás habéis podido olvidar, ¿ya? Pues multiplicado por tres, por cinco, por diez e incluso por cien a vuestro alrededor. Si él o ella hubiera sido humo con tacto, calor de piel y os dejara respirar… Vamos, sin la claustrofobia de las aglomeraciones. Si os hubiera ocurrido lo mismo, habríais acabado completamente locos de pasión como la doncella en esos momentos. Sobre todo, porque el mago jugaba con esos miembros fantasmas para transformarlos en lo más inverosímil como manos cuyas palmas eran bocas, uñas entrelazadas con lenguas y piel capaz de atrapar dedos, pechos y cualquier prominencia para succionarlos. Mientras, sus conjuros convertían en realidad las fantasías del Brujo Sombra, Lyn clamaba por más atenciones al tiempo que utilizaba sus armas y su experiencia consumada para «combatir a su enemigo», y estas eran más que suficientes para satisfacerle. No es que se conformara con poco, es que la muchacha tenía un peculiar instinto para saber dónde estaban los puntos débiles de aquellos que se entregaban a ella, explotarlos y doblegarlos a su voluntad.
La doncella se detuvo para tomar aire y una alargada sombra negra emergió ante su rostro y penetró en su boca. Lyn miró al mago con esa expresión capaz de hacer que un hombre pierda la cabeza, y con una mano, comenzó a masajear la oscuridad mientras la lamía con fruición sin dejar de observar al brujo, obligándole a destaparse por completo.
En la paz nocturna se escuchaban los jadeos de Relak alabando a Lyn. Ella permanecía en silencio por motivos que, si alguien no entiende, no explicaré. En lo que ninguno reparó, fue que se podían escuchar jadeos quedos en una de las esquinas más oscuras de la habitación. Mientras los dos amantes disfrutaban como si no hubiera mañana, Darkloc les observaba gozando de la escena consigo mismo. En su rostro había una sonrisa divertida y llena de seguridad. El mamón estaba aguardando al mejor momento para hacer una de sus entradas triunfales y rescatar a Lyn. Pero prefería esperarse un poco más por su propio interés. A fin de cuentas, si su amada se desfogaba y se olvidaba de su desliz con Edolis en los brazos y el humo del brujo, le sería más fácil perdonarle.
Aquí fue cuando cometió su primer error. Dejó de pensar mientras observaba atentamente las fuertes embestidas que disfrutaba el cuerpo femenino, que parecía temblar incontrolado.
El aire olía a sudor y ese aroma indecible, picante que incita a cualquiera a unirse a la diversión.
Cuando llegaron al climax y sus cuerpos se descargaron, Relak no gritó, o al menos tal parecía. Su boca se abrió y, sin sonido, una exclamación emergió y las paredes temblaron. Cayó al suelo de rodillas, y dejó a Lyn con suavidad en el suelo, retirando por unos momentos sus sombras mientras ella se relamía, degustando el sabor del hombre. La doncella acarició con su lengua uno de sus dedos delgados y luego lo introdujo en la boca de su compañero, moviéndolo de forma inequívoca: la doncella quería más y se lo exigía a su nuevo esclavo.
Ambos se observaron durante un rato en silencio, con voracidad, sin mayor contacto que ese dedo juguetón que bailaba con la lengua, labios y dientes del mago. Aunque sus cuerpos se hubieran relajado, una llama bullía en ellos incandescente.
La mano de Relak agarró la de Lyn, la apartó de su boca y guiándola hasta zonas donde podía aprovecharse más de su poder. El humo volvió a cubrir la piel de la doncella, que sintió el cuerpo del hombre a su espalda dejando el oído femenino al nivel de la boca del mago. Con aliento ardiente y entre suspiro y suspiro, le susurró palabras extrañas. Mientras, el conjuro negro se extendía por la piel pálida generando un deseo incontrolable en el cuerpo de la doncella. Las manos de Lyn se perdían en su espalda, provocando espasmos en el gigante que le hacían perder el hilo del hechizo.
Desde su escondite, Darkloc podía ver esas manos y bocas conjuradas extendiéndose por el vientre, pechos y cuello de Lyn, haciéndola gemir de placer. Uno de los brazos de carne de Ralek descendió desde el cuello y recorrió los pechos, el vientre, hasta enterrar sus dedos en el sexo de la doncella. Su mano se movía frenética y se entrelazaba con una enorme columna de humo. El pirata vio al Brujo Sombra profanando cuerpo de la doncella sin descanso y con una sonrisa un tanto retorcida en su rostro. Si Darkloc hubiera estado más cerca, habría escuchado el conjuro de Relak. Este doblegaba a la razón haciéndola esclava los deseos más profundos del alma. El ritmo se detuvo por completo, para luego hacerse lento y exasperante. Esa clase de tortura que solo un amante con mucho que ganar sabía hacer.
—No pares —le suplicó ella al notar que el ritmo de las embestidas se detenía casi por completo.
—Podríamos estar unidos durante toda la eternidad si tú lo deseas. Sería tu esclavo, tu más fiel amante y enamorado —le aseguró ronco y con mayor ruego en su voz del que ella había podido reunir—. Solo recita conmigo el juramento, encadénate a mí y siempre estaré contigo. Te seguiré allá a donde vayas y amaré a quien tú ames.
Y mientras el cuerpo masculino iba volviendo a marcar un ritmo pausado, evitando dejarse llevar, el mago le recitó la primera frase, con la esperanza de que ella la repitiese. Así lo hizo.
Entre gritos de placer y gemidos, Lyn siguió el hechizo y, para desespero y anhelo de Relak, ella misma fue moviéndose de tal forma, que la magia para mantener despierta la mente del Brujo Sombra se quebró por completo.
Faltaba una frase, una sola frase y ambos podrían pertenecerse para toda la eternidad. Ella lo deseaba, así lo había demostrado, pero él no podía evitar dejarse llevar por los anhelos que había tenido que mantener enterrados durante tanto tiempo. Aumentaron el ritmo, danzaron el uno para el otro volviéndose feroces y suaves. Solo cuando al fin volvieron a gemir de alivio y se recostaron en el suelo sin dejar de mirarse. Se sonrieron con complicidad.
Fue en ese momento cuando Darkloc emergió de entre las cortinas. El mismo que la mujer cambió de expresión a una catatónica. Relak se preocupó ante dicho cambio, pero no pudo atenderla como merecía a causa del inesperado visitante.
—Obligar a una dama a través del placer a casarte contigo no es honrado. Me decepcionas, Brujo Sombra —aseguró el pirata sentándose ante él con una gran sonrisa—. Sé que es humillante conseguir a Lyn por estos subterfugios, y más sabiendo, que en cuanto vuelva a mi cama se olvidará de ti.
Ralek deseaba golpear a ese estúpido fanfarrón, demostrarle que él no había forzado a la doncella. Aunque esta, con su cambio de actitud, no le ayudaba a probar su inocencia. Parecía presa de un conjuro perverso y de eso él sabía mucho.
—¿Qué me dices? ¿Quieres jugar contra el maestro y perder? —insistió el pirata.
—¿Quieres comparar tus habilidades con las mías? —le retó el mago.
Aquellos juegos estúpidos no le gustaban, y mucho menos si trataban a la muchacha como a un objeto.
—Así es: si gano, liberarás a Lyn —le retó comenzando a desnudarse—. Si tú ganas, recitaré el mismo conjuro y me convertiré en tu esposo.
Ese fue el mayor error que cometió Darkloc aquella noche, pero todos sabemos que el cerebro de su barco era su amada y él la fuerza.
El Brujo Sombra miró a Lyn, horrorizado ante lo que tenía aguantar por haber entregado su amor a un hombre tan despreciable. Los ojos de la doncella volvieron a parecer completamente normales, y le sonrió como solo ella sabía hacer. Un movimiento sensual con la lengua y un beso silencioso le convencieron para aceptar aquella apuesta, más que dispuesto a ganar al saber que contaba con la complicidad de su amor.
Podría seguir durante toda la noche y el día siguiente hablando de todo lo que hicieron, pero tengo nietos en casa a los que cuidar y no quiero morirme de viejo contando las marranadas que hicieron. Lo dejo a vuestra imaginación, que a buen seguro, será más salvaje de lo que yo os pueda contar y mucho menos de lo que llegó a pasar.
Hay diferentes vertientes de la historia de lo que ocurrió aquella noche, algunas incluso aseguraron que Darkloc sucumbió a los encantos de Ralek y, llevado por la pasión, recitó el conjuro de encadenaje antes que la propia Lyn. Todo a causa de la inmensa pericia del brujo.
Les pido a aquellos que ponen caras de asco, que recuerden que en los barcos no suele haber muchas señoritas. Duden que los marineros se aguanten las ganas hasta llegar a puerto o encontrar un pez o gaviota que puedan considerarse femeninos, ya saben, completamente rosas y con lacitos de puntillas. Mejor reíd, es más sano que tener malos sentimientos, sin duda alguna.
—Entonces, ¿qué ocurrió con Lyn? ¿Realmente estaba fingiendo o estaba hipnotizada?
—Paciencia, enseguida tendréis vuestras respuestas.
Cuando acabó la noche, los dos hombres estaban en el suelo, agotados, pero la doncella se levantó, tras haber fingido con gran arte que había perdido el juicio por tanto placer. Se atusó un poco el pelo y sonrió a ambos, luciendo el símbolo de Ralek en el pecho que la señalaba como su nueva esposa.
—Caballeros, es hora de zarpar —dijo ella con ligereza y comiendo un poco de fruta—. Aún tenemos que encontrar el tesoro de Sri’Kay.
—¿Y se puede saber qué hacemos con este, Lyn? —bufó Darkloc, agotado y enfadado por haber sido engañado por la mujer de esa forma.
Por su parte, El Brujo Sombra estaba completamente feliz porque ella le hubiera aceptado. No le importaban los desprecios de su nuevo marido.
—Se viene con nosotros, no voy a dejar a mi esposo abandonado tras la noche de bodas —dijo ella ayudando primero al brujo, y luego al pirata a levantarse—. Y mucho menos, después de que me salvara de tu última conquista.
—¿Realmente quieres arrastrarlo contigo hasta el Mundo Prohibido?
—Claro, será un gran marido y nos vendrá bien una ayuda extra —aseguró ella acariciando la cara de Darkloc con cariño, sin dejar de darle la mano al mago.
Este último se sentía tan feliz como para asegurarle a su contrincante que haría lo imposible por amarle. La gente del brujo ama todo aquello que sea amado por su pareja, no es raro que sean polígamos e inmensamente felices al no tener celos que les nublen el juicio.
Cuando salieron de allí, Darkloc suspiró, triste. Sabía que había metido la pata y permitido a uno de sus rivales en el amor reclamar lo que era suyo en el corazón de Lyn. Con respecto al tercero y último…
—Bueno, eso es una historia que merece ser contada en otra ocasión sin niños delante —aseguró dándole el último bocado a su postre—. Dara, querida, como siempre, te has superado.
—Muchas gracias, Noly —dijo ella con una gran sonrisa—. Siempre es agradable cocinar para un estómago tan agradecido como el tuyo.
—Un segundo, ¿tres amores? —preguntó alguien incrédulo—. ¿Lyn amó a tres hombres en total?
—Así es —dijo Narrow tomando un poco de postre—. Te lo dice un miembro de la tripulación del Black Sab, cuyos ojos presenciaron todas las historias que os voy contando cada noche.
—¿Y quién era el tercer amor? —terció una mujer abanicándose, con los colores subidos.
—¿Acaso no es obvio? Era el Capitán de las Aguas Sir Anolay Haver —dijo haciendo un movimiento marcial—. Siempre se dice que estaba enamorado de Darkloc y por eso lo perseguía, pero todos sabemos que salvo deseo y furia, no eran capaces de compartir más sentimientos.
. Era un pobre infeliz sin alma ni corazón hasta que conoció a Lyn siendo una niña, y no dudó en intentar salvarla de un tipo como Darkloc una y mil veces. —El anciano se limpió la cara y se levantó—. Junto a Ralek y Darkloc, al estar dispuesto a sacrificarse por ella, la salvaron de los seguidores de la Noche sin Luna. Es otra de esas historias que dan calor al cuerpo y a la mente, ya os la contaré otro día, que se hace tarde y tengo niños que cuidar.
Con un quejido general, Narrow se despidió de los allí presentes con una sonrisa y se encaminó hacia el bosque, donde vivía con todos sus hijos y nietos: jóvenes y niños que fueron cagados en las calles y buscaban una nueva oportunidad, alguien que los quisiera con toda su alma.
El anciano caminó por la arboleda canturreando para sí mismo. Una daga siseó en el aire, el hombre no se movió y el arma le pasó rozando la oreja haciéndole sangrar. Hasta que se clavó contra un tronco. Se giró para mirar al hombre embozado y sintió que su cuerpo recuperaba parte del deseo dormido tiempo atrás.
—Buenas noches, Terlem. Cuánto tiempo sin vernos —le saludó como a un viejo amigo—. ¿Vienes de visita o quieres quedarte una temporada?
Daba igual el tiempo que pasara, el pétreo rostro de Darkloc siempre era hermoso: anguloso, de rasgos duros y cuando sonreía hacía soportable lo que podía llegar a decir. Ya no estaban a la misma altura, la vejez había hecho que Noly se encogiera y ganara en tripa; pero con los años también había ganado aplomo y una actitud desenfadada capaz de enfurecer a cualquiera, y más habiendo herido el orgullo del pirata con el relato.
—¿Cómo has osado a contar una mentira así? ¡Esa historia es inventada! —le gritó fuera de sí.
Parecía que el no envejecer no hacía que tu cabeza madurase lo suficiente. Pero sí que su memoria mutase, porque salvo omitir las palabras de amor, promesas y los detalles reimaginados por el propio pirata, la historia era tal como la había contado el anciano.
—¿No te gusta? Yo prefiero esta versión. La verdadera es más íntima, cuando Rela y Lyn la contaban tras…
—Haver, calla o acabarás muerto —dijo amenazándole con una espada que sacó de debajo de su capa—. ¿Está Rela contigo?
Fue en ese momento cuando el viejo capitán Anolay Haver reapareció, para componer una sonrisa cruel y taimada.
—No, la maté poco antes de reencontrarnos con Lyn. Solo los idiotas como los del Norte pueden creer que no existen los celos.
—Ella se hubiera ocupado de ti si hubiera sabido que la convertiste en hombre en tu cuento —aseguró el pirata con un gesto mordaz, comprendiendo la actuación del viejo capitán.
—Como Lyn cuando escuchó por primera vez tus mentiras. Dejar que fuera solo una mujer para difundir tus historias le enfureció mucho, tanto como que le obligaras a ser hombre por tus preferencias. Es una lástima que muriese hace cinco años, le habría encantado golpearte.
El pirata se retiró con la misma fuerza que habría sentido si el anciano le hubiera agredido.
—¿Dónde está…? —preguntó con la voz queda.
—¿Su tumba? Sigue por allí y no tardarás en ver la lápida . Está en un lugar precioso, donde hicimos el amor por primera vez tras casarnos —dijo el anciano con sorna—. Al final te vencí, Darkloc. Vivimos experiencias que jamás comprenderás: envejecimos juntos, compartimos nuestros secretos más íntimos y nos amamos a pesar del paso del tiempo. Habrías huido en cuanto su pelo clareó.
—Prefiero quedarme con mi recuerdo de ti en Halau. Ahora das asco, viejo.
—Excelente elección, es un buen momento que compartimos. Si me disculpas, tengo niños a los que atender.
Ni se despidieron. Si el anciano hubiera seguido al pirata, habría visto que este llegaba a la tumba de Lyn y con un conjuro, abría la tierra en dos, saltaba hasta la fosa y, con una sonrisa, comprobaba que estaba vacía. Como debía ser.
—Ya has renacido a tu nueva vida, Lyn. Pronto nos volveremos a encontrar y no te volveré a dejar ir ni te compartiré —aseguró el hombre, lanzándose en busca de su amor por todo el mundo—. Estúpido Haver, seguro que jamás supo la verdad.
Pero si hay algo que se gana con la calma de la edad, es en sabiduría. Anolay Haver sabía todos los secretos de Lyn, hasta los más extraños. A fin de cuentas, estuvieron felizmente casados durante más de cuarenta años y cuidó de su amor como se merecía. Una parte del antiguo capitán no pudo evitar ser sincero con su contrincante y darle una pista, pero Darkloc siempre pensaba que todos eran iguales a él. A excepción de su doncele, que era superior a la mayoría.
En fin, si creía que desconocía lo del renacimiento, Haver solo podía compadecerse de semejante bobo.
Noly llegó a la casa, donde un montón de jóvenes le esperaban para darle un beso de buenas noches y un abrazo. Daba igual lo mayores que fueran, sus niños siempre serían sus niños y se lo demostraba todos los días.
El anciano se acercó a la cocina, donde una humeante taza de cacao lo esperaba. Con una sonrisa traviesa, la fue a tomar, hasta que una cuchara de madera le golpeó en la mano.
—¡Por el mar, Rela! —le gritó el anciano a la enorme y hermosa mujer delante de él, que se apareció medio desnuda al no haber mentes infantiles a las que dar explicaciones—. No prepares cacao si no quieres que me impaciente por tomármelo.
—Espera que los chicos suban, Anolay —exigió ella con una sonrisa mientras le daba un abrazo rápido. El hombre exhaló y suspiró ante la familiaridad del aroma de brasas y humo—. Luego podremos disfrutar de tu cacao.
El hombre sonrió con picardía a la hermosa sombra negra y llena de curvas que se había hecho pasar por pariente del matrimonio Narrow desde hacía años. Si aquellas gentes hubieran sabido que era su otra esposa, habrían sufrido de terribles fiebres. Se rascó de forma cariñosa el pecho, donde lucía la marca de la Bruja Sombra.
—Anda, siéntate. Quiero acabar de cenar.
—Deberías venirte a la taberna conmigo a disfrutar de las viejas historias —le replicó mientras esperaba a la mujer.
—No, las cuentas demasiado bien —dijo Rela sirviéndose—. Si no puedo acabar en la cama tras escucharte, me parece una pérdida de tiempo.
—Deberías preparar más cacao, por…
—No voy a consumirte antes de tiempo, por muy placentero que sea el proceso te prefiero a mi lado. Una vez a la semana, los dos podemos aguantarnos —aseveró ella comiendo con hambre.
—¿Adivinas qué historia he contado? —preguntó el anciano con alegría—. Cómo conseguiste que Lyn fuera tu marido y mujer.
—Me figuraba que para poderse extenderla, habría que cambiar algunas cosillas. Aun así, creo deberías haber contado cómo te convertiste en nuestro esposo, me parece mucho más bonita —afirmó ella con una sonrisa, y entonces cayó en la cuenta de lo que significaba—. ¿Darkloc se ha presentado al fin?
—Al fin. Le ha costado mucho seguir el rastro de historias reales tras sus mentiras. Lo cual es sorprendente, porque las mías suelen gustar más.
—Nuestra verdad supera a su paupérrima ficción —dijo ella, contenta—. A ese infeliz le ha costado años descubrir dónde estábamos, está volviéndose más estúpido. Más le valdría pedir más seso y menos juventud y sexo.
—Y tenías razón. Cree que te maté y que jamás descubrí que…
—Abuelito —dijo Lyen, el niño medio gato medio humano, bajando los escalones despacio y arrastrando tras de sí a su calamar de peluche—. ¿Me cuentas un cuento? No puedo dormir.
El anciano no dudó, enternecido. Se levantó y cogió al pequeño en brazos. Subió las escaleras sin quejarse por la edad para que el pobre no se preocupara y le acostó con cariño. A fin de cuentas, Lyen siempre sería su favorito por ser la reencarnación de su antiguo amor y le evitaría cualquier sinsabor. Daba igual que Lyn, al renacer en su tumba, se hubiera olvidado del pobre Haver, como Lyen podía tener un mejor comienzo. Con la nueva vida de su ex amante, el anciano capitán había podido concederle su mayor deseo: la infancia que no tuvo en las calles, con el amor de unos padres y un hogar cariñoso.
—¿Quieres una historia de piratas? —preguntó el capitán colocando al chiquillo para que se sintiera cómodo.
—Sí, son las mejores —aseguró el niño contento y mirándole con sus ojos verdes—. Cuéntame como la doncella Lyn y el capitán Haver se enamoraron, por favor. Es mi favorita.
—La mía también, Lyen —dijo el hombre con una lágrima en la mejilla.
Y mientras el anciano relataba una versión más edulcorada del asunto. No pudo evitar recordar a su Lyn.
La que todos conocían como doncella Lyn había sido un muchacho que se vestía con ropas de mujer y parecía una hermosa dama; también una muchacha que cuando se engalanaba de forma masculina, era tan guapo que el mundo suspiraba a su paso. Su cuerpo mudaba de un sexo a otro, pero a petición de Darlock solía ser masculino por lo que Lyn tendía a decirse a sí mismo varón, aunque estuviera en su cuerpo de mujer. Ni a Haver ni a Rela les importó lo que fuera en realidad, solo obedecían las peticiones de su amante. Era el amor de sus vidas, la persona por la que dos seres tan dispares se habían llegado a conocer y amar con la misma locura que a su amante común; por la que eran capaces de montar aquella pantomima: para que cuando Lyen tuviera la edad adecuada, la Bruja Sombra pudiera conquistarle y hacerle feliz en esa segunda vida. Esta y las otras cinco que le quedaban al niño gato por vivir gracias a la magia de sus dioses felinos.
Cuando el pequeño se hubo dormido, el anciano salió al pasillo donde la mujer le esperaba con el cacao humeante. Nada más se lo hubo tomado, el cuerpo de Haver se estiró y estilizó, convirtiéndose en aquel gallardo capitán que fue muchos años atrás. Ese conjuro solo podía tomarse una vez a la semana o consumiría la poca vida que quedaba en esos viejos huesos.
Aunque al ver cómo Rela tiraba de él hasta el cuarto, el antiguo capitán tuvo que reconocer que nada podría chuparle más vida que la belleza que tenía delante, que aguardó impaciente a que se poseyeran con la misma voracidad de siempre.
© Copyright de Laura López Alfranca para NGC 3660, Enero 2018