Por Juan Antonio Fernández Madrigal
No debería interpretar las hendiduras de la mesa. Rellenas de polvo, telarañas y sustancias grises y marrones, dibujan en la madera, junto a la libretita de notas, la figura deforme de una mano. Una mano que pide, que expone la miseria de sus grietas para obtener compasión. Una mano que…
Alargo la mía sobre las hendiduras. Las ignoro. Me acerco trabajosamente al único instrumento de mi imaginación. Me concentro en la libreta. No puedo detenerme a interpretar las hendiduras, ni a coger la pluma, antes de haber alcanzado la libreta: las hendiduras me distraen cuando me queda tan poco tiempo; el tintero está en el borde opuesto, y yo perdí la agilidad necesaria para realizar varias cosas a la vez hace ya mucho, tanto que no recuerdo cuándo sucedió.
Fue antes de que Ellos llegaran, seguro.
Ya está. El papel sucio y pequeño. Mis lentes estropeadas aprovechan para provocarme dolor de cabeza; dibujan sus bordes oscuros contra dos porciones de realidad pertenecientes a distintas perspectivas: la libreta y la ventana. Alzo un poco el mentón y bajo las pupilas, hasta enfocar el papel en el centro de los reducidos cristales. Mi cuello se queja. Mi mano derecha aparece en el campo visual soportando, ahora sí, la pluma cargada de tinta, lista para repartir mis pensamientos sobre el papel áspero y para adornarlos de vez en cuando con goterones azules.
La incómoda postura, sentado en el taburete bajo, apoyado sobre la mesa con los hombros forzados, el rostro hacia arriba para observar la libretita a través de los cristales inferiores de mis lentes, me permite mover fácilmente los músculos de los ojos, que se cansan menos que todos los demás, para observar de vez en cuando la vida que se desarrolla tras el cristal de la ventana. No me detengo a contemplar mi pálido reflejo en él, mi pelo blanco y las infinitas arrugas que se me enredan en la cara; atravieso ese fantasma para constatar la realidad que hay más allá, el movimiento en las calles, en las casas. Lo que queda de mundo fuera de mi buhardilla.
Mis dedos comienzan a escribir sin permiso. A las pocas frases, las ideas adquieren sentido. Voy turnando la mirada entre la vida exterior y el movimiento, éste sí doloroso, de mi muñeca y dedos. Por ahora no me marea el cambio continuo de enfoque.
Ellos están paseando por la calle. Siempre lo hacen a estas horas de la tarde, cuando el crepúsculo crece hasta comerse todo el color. Antes eran éstas las horas mágicas. Los duendes aparecían si lo deseaban. Los sueños también, porque son de la misma parentela. Las hadas, las ninfas, las ondinas… Bueno, son otra historia.
Ellos, no sé si me entendéis, no tienen rabo, cuernos, piel roja ni ojos de gato, pero en todo lo demás son como demonios. Y no hace falta mirar muy adentro para descubrir su alma deshecha, sin significado. Basta observar sus ropas, sus botas brillantes, sus adornos. Sus ademanes, sus saludos, la actitud con el resto de la gente. La actitud con los pobres Marcados.
Su obediencia ciega a una idea. El complejo de inferioridad, y de culpabilidad, que todo eso esconde. La carencia de verdadero sentido.
Un grupo de Ellos arrastra un cuerpo por la calle gris granito. Pasan sobre las manchas de broncíneo y humeante orín creando nuevas formas de arte sin querer y sin fijarse. Es una mujer. Siempre, digo normalmente, son mujeres. Desprecian a los Marcados y les engendran bastardos. Desvirtúan su raza. Luegon los matan. O al mismo tiempo. Sí, a veces acaban con ellas al mismo tiempo que engendran. Como si un pudor oculto les hiciera repudiar el fruto contaminado de sí mismos, aunque seguramente será otra cosa, y en cualquier caso ignorarán por qué lo hacen.
Ellos vinieron hace mucho. Supongo que ya los conocéis, están por todas partes. Esta ciudad en particular está dominada por muchas Puertas a los Otros Reinos, allá en las lomas de las colinas, así que aquí proliferaron, y no han menguado desde entonces.
Antes esto era un lugar muy distinto. Las personas podíamos salir a la calle y saludar a los duendes, a los gnomos y a los elfos. Algunos incluso preparaban habitaciones especiales en sus casas, repletas de juguetes y de dulces, de regalos y de olor a comida, sólo para que durante las escasas horas del crepúsculo se llenaran de risas agudas, de palabras en lenguas nunca oídas entre humanos. De alegría.
Los Hijos del Crepúsculo desaparecieron cuando vinieron Ellos. La ciudad se quedó vacía, mucho más vacía que una ciudad realmente vacía, ya me entendéis. Sólo quedamos nosotros y… Las ondinas, las ninfas y las hadas fueron las únicas que no se inmutaron. Porque son otra historia.
Poco después comenzaron a violar, castrar y concentrar tras las ideas, las consignas y los alambres de espino. Las máquinas que expulsaban fuego por su único brazo demolieron casas, pisotearon parques, agrietaron el granito de las calles. Las máquinas que volaban sembraron fuego en el suelo y en las habitaciones donde antaño los Hijos del Crepúsculo reían.
Nunca más se volvieron a escuchar las alegres voces.
Fue duro, pero todavía lo fue más el darnos cuenta de que nos habíamos acostumbrado a la presencia de Ellos. Quizás por eso decidimos hacernos viejos, ya me entendéis, porque no soportábamos estar así. Se olvidaron de nosotros. Ahora sólo soy capaz de escribir inútiles palabras en una inútil libreta que el tiempo convertirá en un objeto desechado por inútil cuando yo me muera. Sólo puedo mirar por la ventana sucia y desencajada de esta fría buhardilla, sin intervenir, esperando a que eso pase.
Quizás haya una razón para esto.
Está oscureciendo. Cada día oscurece más rápido. Es que ya no tiene sentido el crepúsculo sin sus hijos, sus duendes, sus sueños.
Oscurece y veo poco. Me duelen los ojos. Cuando me duelan un poco más, quizás cuando ese grupo de demonios salga de la casa de enfrente, dejaré de escribir.
***
Mírale allí, encorvado frente a la pared. Está observando el color rosa como si estudiara meticulosamente su composición, hasta el último fragmento, hasta la última partícula. Un caso perdido. Lleva años de esa manera; todos los días haciendo lo mismo a la misma hora. Siempre a la misma hora. Difícil de creer para alguien tan joven, ¿verdad?
Pues no. Cuando uno lleva cierto tiempo aquí puede creer cualquier cosa.
Es la vida, unos de un lado, otros de otro. Una suerte que sean ellos los que están del lado equivocado.
***
Otro día igual que todos. La buhardilla acoge el frío como si fuera una nevera de ésas modernas. Mis huesos se quejan. Debería hacer ejercicio, pero he decidido morirme un día de éstos, así que ya no me merece la pena. Dedicaré lo que queda a seguir escribiendo.
Hoy parece que no hay mucho movimiento afuera. Quizás estén organizando algo en otro barrio. A Ellos les gustan las conmemoraciones. Multitudinarias y llenas de gritos a la vez y banderines a la vez y gente igual y toda junta a la vez, ya me entendéis. Me han dicho que hay alguien que les habla. Alguien que les dice lo que deben hacer y lo bien que hacen lo que ya hacen, y lo bien que harán lo que van a hacer, porque Ellos no lo saben, o no quieren esforzarse en saberlo. Se refiere a las violaciones, a los experimentos, a los golpes y a las torturas, así que debe de ser el Demonio mismo en persona.
Hace mucho tiempo, cuando ni siquiera había pensado en envejecer, conocí a un duende. Fue mientras subía a la plaza, camino de la casa de alguien que no recuerdo. No, no consigo recordar de quién se trataba, aunque me duele un poco. Bueno, qué importa. El caso es que yo caminaba por la calle principal, ensimismado con el vuelo de un pájaro entre los árboles, sí, así fue, cuando tropecé con el duende. Le pedí disculpas y le acompañé a la habitación de la casa donde la pequeña criatura solía pasar los crepúsculos. Era una familia muy amable. Me invitaron a pastas y dulces. Al rato tuve que disculparme porque llegaba tarde a un compromiso, pero les prometí volver. En realidad prometí volver para volver a encontrarme con el duende. Su forma de hablar me había fascinado. No recuerdo bien si yo era estudiante. No importa. Su idioma era muy bello. Eso sí lo recuerdo.
Volví.
Y luego volví asiduamente.
Suspendí mis visitas al otro lugar sólo por ir a ver al duende. Creo que eso estuvo mal, me siento desconcertado con esa sensación, pero no me acuerdo del compromiso que dejé de lado; tampoco de nadie de la familia que nos acogía. Sólo que me sentaba con el duende frente a la ventana, una ventana mucho más grande y cálida que ésta que me muestra mi reflejo sin que yo quiera, y pasábamos las horas del crepúsculo hablando y hablando y hablando. Luego se marchaba sin despedirse. Los dos sabíamos que al día siguiente volveríamos a encontrarnos.
Lo que me contaba el duende se me ha perdido en la memoria, junto con tantas otras cosas. Ha sido mucho tiempo de obligarme a envejecer, de verles a Ellos allá afuera. Seguramente llevo así años, aunque no los haya contado. Realmente muchos, ya me entendéis.
Antes de morirme me gustaría recordar lo que el duende me enseñó. Pero tampoco quiero atrasar mi muerte mucho más. Un día de éstos lo haré. Sí.
Caramba, cómo me duelen los ojos.
***
¿Qué dices? ¿Que ya le ha tocado al de la pared? Joder, creo que le he tomado cariño.
En fin, me hubiera gustado saber lo que piensa cuando se levanta de su cama y se sienta frente al color rosa. El resto del tiempo lo pasa durmiendo, así que sus pensamientos deben amontonarse en esas pocas horas. No estaría mal enchufarle un par de buenos haces de electrodos en la calva brillante para averiguar qué pasa por su cerebro enfermo, ¿verdad? Si diera algún resultado quizás me permitiría salir de este agujero algún día…
***
Están organizando algo gordo, sí señor. Ya me entendéis, los he visto desfilar dos calles más allá, cerca de la plaza. Muchos, más de los que había habido nunca. También han traído sus máquinas infernales con ellos, pero esta vez de los cuerpos mancos no ha surgido el fuego destructor. Los estandartes ondean al viento del crepúsculo, y los sonidos de los pasos suenan todos a la vez, por lo que dan más miedo todavía. En cierto momento he creído distinguir un gnomo escondiéndose entre los adoquines de la calle, pero estoy muy lejos; seguramente será mi imaginación. Ya no hay gnomos ni duendes ni sueños. Las hadas, ondinas y ninfas puede que sí, que todavía anden escondidas por la ciudad, porque ellas son otra historia.
El Demonio en persona, el que se inventa las ideas que todos están deseando creer y defender, está observando el desfile. Se mantiene enhiesto, su mirada perdida como si algo aún superior a él le moviera los hilos. Los demás imitan sus gestos, que son como otras ideas huecas que se hicieran visibles. En sus caras veo lo que Ellos no ven ni pueden sentir, lo que realmente explica sus lamentables vidas: el reflejo de todos los que han sacrificado, de todos los que han marcado, de todos los Marcados que han utilizado en sus laboratorios. La música estridente de algún compositor antiguo llena el aire con notas afiladas. Me duele la cabeza.
***
Saludos, excelencia. Sí, conozco la noticia. Todo estará preparado para la visita. Sabéis que este centro acoge a más de dos mil deshauciados, y el trabajo de adecentarlo ha sido duro, pero estará dispuesto.
A propósito, respecto a mi ascenso, estoy preparando un informe sobre un caso específico. Creo que reúne condiciones de sobra para que el Luz esté interesado en él. Quizás consideréis oportuno que se lo presente personalmente durante la visita. ¿No os parece? Me alegro. No sabéis cuánto me alegro de que estéis de acuerdo en este tipo de detalles…
***
Llevo varios días observando desfiles. Ya no hay duda de que algo grande va a suceder.
Exhibicionismo y gestos. Como todo en Ellos. El Imperio del Vacío.
Las horas del crepúsculo se han convertido en escasos minutos. Apenas me da tiempo a escribir unas pocas líneas. Si al menos dispusiera de algunas velas…
Porque quiero escribir que estoy recordando mis conversaciones con el duende. Se llamaba Seniteni. Tenía el pelo blanco, claro y perfecto como la nieve. Sus orejas puntiagudas daban a entender inteligencia, como la frente ancha y la nariz afilada en cualquiera de nosotros. Me explicaba cosas acerca del cielo, de las estrellas, de la vía lechosa, de las Estancias donde el Tiempo Pasa de otra Forma. De la Flor de Hadas. Nunca lo entendí del todo, pero recuerdo que cuando me miraba con sus ojos oscuros la intensidad de sus pensamientos me invadía de tal manera que llegaba a vislumbrar parte de la verdad que había en sus palabras. La Verdad. Un sentimiento maravilloso.
Los primeros días después de que los demonios aparecieran seguí yendo a la casa, pero Seniteni ya no estaba. Sólo algunos gnomos aparecían aún por los rincones, austadizos. Luego la familia fue marcada y la habitación saqueada.
Los Hijos del Crepúsculo no volvieron a aparecer. Ni yo volví más por allí.
La luz mengua. Estoy cansado. Ahora que he conseguido recordar mis encuentros con el duende es hora de morir. Así es como se vive de verdad: actuando según el sentido de las cosas. Porque todo ha de tener sentido si debe merecer la pena.
Ellos se mueven rápido. No quiero ser testigo de lo que hagan a partir de ahora.
***
Vamos a ello. Quiero extraer los pensamientos que se ocultan tras ese cerebro estropeado. Las ideas que le llevan a sentarse frente al muro de su habitación, día tras día.
Debemos darnos prisa. Cada vez permanece menos tiempo despierto. Pronto vendrá el Luz y yo tengo que conseguir mi ascenso.
***
Apenas queda crepúsculo. Las horas mágicas se desvanecen. El mundo, antes tan suave y bello, parece cortado a cuchillo. Las personas también se han dividido y simplificado hasta lo inhumano, en Buenas y Malas; han dejado de ser. El crepúsculo, los Reinos Intermedios…
Sí, es el momento de morir. Quiero ir al lugar donde las ninfas, las ondinas, las hadas, acompañan a los que aún tienen alma.
Puedo avisarles; sería una manera. Ellos suelen matar a quien les provoca. Puedo hacer que vengan.
Ah. Pero no pensé que levantarme de mi taburete fuera tan difícil. Hace muchísimo que no lo hago tan rápido. Y la mesa es inamovible. Caramba, nunca había visto las estrías de aquel borde, cerca de la ventana. Todo este tiempo y no me había fijado en ellas… Tenía que concentrarme en la libreta.
Me crujen los huesos. La libretita se quedará en la esquina. No la entenderán: está escrita en el idioma que me enseñó Seniteni.
La ventana está encajada por la humedad. Si empujo un poco más… Vaya, está realmente encajada; no sólo encajada, sino realmente encajada, ya me entendéis.
Al fin.
Allí están. ¡Eh!
***
Llegó la hora. ¿Tenéis todos los aparatos? No, no creo que dé muchos problemas.
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Les oigo por las escaleras. ¿Serán tan estúpidos que no sabían que vivía aquí? Quizás no vean bien. Algunos nacen deformes, sin visión. De tan preocupados por seguir unas pocas ideas fijas, inventadas por otro, ven muy poco entre todo lo demás, incluida la realidad.
Se acercan. Abren la puerta.
***
Ahí, de pie. Mucho mejor. Tranquilo, chaval, sólo vamos a probar unas cosillas. No, no os empeñéis, no habla. Sentadle en esa silla. Inyéctale.
No, no quiero para nada esa libreta. ¿De dónde la habrá sacado? ¿Hay algo escrito? No. Claro, no tenía nada con lo que escribir.
¿Lo tenéis conectado? Enchufad los electroencefalógrafos.
***
Qué raro, pensé que me llevarían a donde acaban con los Marcados, pero me han obligado a sentarme. No le temo a la tortura, desde luego, moriré antes de que lo intenten, pero la verdad es que esperaba que lo hicieran, ya me entendéis.
En fin. No es cuestión de esperar creatividad de Ellos.
Ahora me rodean la cabeza con una de sus máquinas perfectas. No me importa tampoco. Sólo quiero morir, deslizarme entre el dorado y el negro, volver a la realidad.
Es lo que voy a hacer…
Justo ahora.
***
¿Cómo…? Pero si estaba tan fresco… ¡Repetid la prueba! Amplificad más la salida… Así. ¡Ahora, ahora! Parece que sale algo…
***
¡Seniteni! ¡De nuevo juntos! Esperaba encontrarme con las hadas, las ondinas y las ninfas, pero nunca soñé con verte aquí.
Me alegro mucho, amigo. Realmente ha sido buena idea morir, ya me entiendes.
Además, ellas siempre han sido otra historia, ¿no es cierto?
***
Mi Luz. Éstas son las instalaciones mejor dotadas de la Claridad, donde se desarrollan los más avanzados experimentos. Los Ciudadanos se verán mejorados hasta donde les corresponde. Gracias al estudio de los defectuosos.
Ah, y aquí está nuestro eminente Doctor. Ha analizado un caso muy interesante. Quizás disponga del informe que prometió… Es un hombre de gran valor para la Claridad, se lo aseguro; creo que estaréis de acuerdo en que un ascenso en este momento de su carrera sería algo muy beneficioso para todos.
© Copyright de Juan Antonio Fernández Madrigal para NGC 3660, Enero 2017