Guía del Autoescritor Galáctico XIII – Reed.


XIII: TÍTULOS

Por Magnus Dagon

 

Guía del Autoescritor Galáctico XIII: TítuloEn el anterior artículo de La Guía hablamos de cómo la ambientación podía resultar crucial a la hora de escribir fantasía y ciencia ficción. En este caso nos centraremos en un aspecto que nunca se puede obviar sea lo que sea lo que uno escriba: el título. Ya estemos metidos en el ajo de escribir una novela o un relato, el título es una parte muy importante del proceso creativo. El título es, en muchos sentidos, la tarjeta de visita de nuestra obra, y no sólo para el lector, también para el editor. A veces en la buena elección de un título reside el motor que alimenta todo el resto de la historia, y eso, ni mucho menos, es una excepción en la ciencia ficción y la fantasía; es más, en mi opinión una de las cosas más divertidas de estos géneros es la increíble diversidad de títulos que admiten, a cada cual más extravagante que el anterior, y que muchas veces ponen de manifiesto que son auténticos géneros de géneros que engloban y aprovechan otros estilos más habituales. Pero como siempre, me estoy adelantando.

El caso es que nunca podemos prescindir del título. A veces, como en el genial relato del belga Frank Roger, nuestra historia puede tener cero palabras, pero aun así no se prescinde del título, que es, por cierto, «El día que cayeron las bombas borradoras de textos». Hace ya un montón de años, y como siempre perdón por ponerme de ejemplo, escribí un relato ultracorto de tres palabras que se llamaba «El título nunca debe ser más largo que la historia» y cuyo contenido era sencillamente una frase: «Estoy de acuerdo».

Lo cierto es que muchas veces del título puede surgir toda la idea para una historia. No me refiero a estos casos anómalos y paranoicos, más bien quiero decir que puede ser la chispa de creatividad que nos motive con la idea que dé cuerpo a todo el argumento. Ese será el tratamiento que le daré en este artículo, como en muchos otros anteriores, el título como herramienta para ayudar a la creatividad.

En toda la literatura, en general, el título es lo primero con lo que jugamos con el lector. La mayoría de las veces, sobre todo en este mundo en el que la saturación de información y posibilidades de ocio es cada vez más grande (y en muchos casos, como el de este artículo, gratuita) será nuestro cebo para «pescarle», para llamar su atención. Estamos diciendo algo así como «eh, mira qué título más curioso, tendrás que seguir leyendo para averiguar por qué lo he usado». En la ciencia ficción suele ser incluso más útil si cabe. Al fin y al cabo, muchas veces (por no decir todas) los relatos de ciencia ficción son fruto de la especulación, con lo que el título en sí puede ser una especulación andante.

Otras veces, el título es un reto, como un desafío que le lanzamos al lector. Un ejemplo de esto es el relato de Philip K. Dick que ya mencioné en una ocasión, «El cuento final de todos los cuentos». Con un título como ese (y por añadidura una extensión muy pequeña) las posibilidades de atrapar al lector son más que amplias. Otro asunto más peliagudo es que si luego las expectativas no son justificadas el lector se puede haber sentido engañado, con lo que por mucho que nos esforcemos en el futuro no podrá quitarse esa pequeña desilusión de encima. Es un poco lo mismo que ocurre con esos autores que por sistema, de manera automática, tienen que meter en todas sus historias uno de esos finales que me gusta llamar «sorprendentes», de esos que nunca se espera uno. No puedo poner ejemplos, claro, a ver si voy a fastidiarle a alguien el final de algo que no ha leído o visto. En el cine funciona igual, pero creo que me explico bien. Al final esos autores están abusando del lector porque ya lo único que hacen es jugar con él, no están interesados tanto en lo que cuentan como en contarlo de manera efectista. Con los títulos creo que pasa un poco igual. A veces un título debe ser correcto, apropiado, un remate a una historia excelente. A veces puede ser como un pistoletazo de salida que dé lugar a una lectura frenética. Eso depende mucho, también, de la filosofía literaria del autor, y de la extensión de lo que se escribe, como veremos más adelante.

Guía del Autoescritor Galáctico XIII: TítuloSin embargo, lo que nadie duda es que si un título es bueno, a la gente le calará hondo, y eso nunca estará de más. Si la macrosaga de George R. R. Martin no se llamara Canción de hielo y fuego y tuviera un nombre más absurdo, raro es que el boca a boca la hubiera beneficiado. Si el título es bueno, a la gente le gustará mencionarlo, y en concreto comentarlo con otros, a los que a su vez puede que anime a leer dicha obra.

Otro asunto es que pueda resultar sugerente. Con un título, como con cualquier otro rollo creativo, hay gustos para todo, y lo que a unos les puede resultar sugerente a otros no tanto. Hace ya tiempo en el Taller 7 se evaluó un cuento que si no recuerdo mal, y me disculpo anticipadamente si me confundo en alguna palabra, se llamaba «El terrorífico orden de los decimales de Pi». Varias personas comentaron que era un título magistral, y a mí me lo pareció sin duda alguna. Sí, cierto, soy matemático, pero aun así el título me parecería magistral de todos modos. Resulta ser de lo más peculiar y, sobre todo, invita a la especulación, a pensar ¿de qué irá esto? Enciende una chispa de curiosidad, y eso ya es un punto a favor del relato. Ese es, al fin y al cabo, un denominador común de muchos lectores del género: la curiosidad. Curiosidad científica, curiosidad fantasiosa, pero una curiosidad malsana que les hace atrapar el cebo y que, a mi juicio, les hace ser personas con una gran inteligencia y cultura, porque hace ya tiempo que opino que la verdadera llave de la sabiduría consiste en tener la capacidad constante de maravillarte de lo que te rodea y desear comprenderlo o, cuanto menos, disfrutar con sus misterios.

En cuanto a lo de la curiosidad, la ciencia ficción en concreto es un género en el que hay una gran rienda suelta para la creación de títulos extraños y bizarros que atrapen al potencial lector. De hecho, suele ser uno de los detalles que con más claridad identifican al género desde sus inicios. Títulos como «La bestia que gritó amor en el corazón del mundo»¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?,  destacan por su peculiar estructura, que hace que deseemos saber más acerca de las historias que cuentan.

Muchas veces ese bizarrismo, sin embargo, puede provenir de lo extraño de sacar el título de contexto o de pensar en él como en un título de ciencia ficción, como por ejemplo en «La muerte interior» de Claudio Amadeo. Ese título podía ser usado en montones de relatos costumbristas o de ficción a secas, pero de repente pensar en él como en el título de un relato de ciencia ficción ofrece un abanico de posibilidades fascinante. ¿A qué se referirá con eso de «la muerte interior»? La respuesta, por cierto, podrán encontrarla en la revista Axxón, que es donde ese relato se publicó originalmente.

Jugar de esa manera con los títulos es, para qué negarlo, divertido. Mucho. Es divertido hasta inventarse títulos de relatos que nunca existirán. Pero cuando uno como autor piensa en un título que le gusta, la satisfacción es inmensa. Personalmente, uno de mis títulos favoritos de relatos que he escrito es «El Cazador de Almas Perdidas», y lo más gracioso es que no es ni de lejos de los relatos que más aprecio.

Como ya decíamos antes, por otro lado, la importancia está en relación directa con la extensión. En los ultracortos pueden querer decirlo todo, pero en general, en muchos casos, están de más. Son tanto más importantes cuantas menos palabras usemos, pues estaremos obligados a cargar el peso de la historia en el título, aunque a veces eso no ocurre así (como en un relato de una sola palabra que consiste, simplemente, en “Dios”). A medida que las palabras aumentan, el título puede perder importancia, ya que tenemos, digamos, un ultracorto de veinticinco palabras, pues lo importante es lo que esas palabras dicen, y a veces hasta no leeremos el título y leeremos antes el propio relato, cosa que, curiosamente, no haremos con muy pocas palabras, como si conociéramos bien las reglas del juego y supiéramos que, con muy pocas palabras, el papel del título será esencial.

Guía del Autoescritor Galáctico XIII: Título

Julio Cortázar

En los relatos cortos es probablemente donde los títulos brillan con mayor intensidad. Un relato corto es lo suficientemente impulsivo como para poder atraer de manera directa, pero lo suficientemente largo como para exigir una gran concentración por parte del lector, al que tenemos que darle lo mejor de nosotros mismos ya que, al contrario que en un libro, no está dispuesto a soportar que nos enrollemos en exceso. Como bien decía Julio Cortázar, y es posible que haya mencionado anteriormente, podemos poner un loro en el relato, pero entonces tiene que hablar. El título no se libra de esa norma. Es más, podría ser lo único que el lector leyera de nuestra historia. Un mal título puede convencerle de no leer más, y a veces es lo único que sabe de nosotros, ya sea porque lo ha leído en un índice de una antología de relatos, porque lo ha oído mencionar, lo ha visto en una página web o alguien se lo ha recomendado.

Subiendo la extensión, en las novelas cortas la importancia del título se hace menor. Leer una novela corta ya exige cierta disposición inicial, uno no se pone a leer novelas cortas así porque sí, sin más. Generalmente, ya sabremos la trama, y por tanto el título pierde notoriedad como carta de presentación (aunque no siempre será así, como en el caso de presentar una novela corta a un concurso). Si bien su importancia es menor, no es tampoco desdeñable.

Donde el título posee menos utilidad, irónicamente, es en una novela, donde muchas veces sólo cumple con su función objetiva, distinguir unos libros de otros, y poco más. Hay, de hecho, grandes libros con títulos nefastos o, en el mejor de los casos, sosos, como es el caso de mi libro favorito, que tiene el anodino título de La luz del día, un título que no hace ninguna justicia a su fantástico contenido.

El título, muchas veces, posee un doble sentido, y ahí es donde entra en juego la manera más sutil y astuta de emplearlo. Por sí solo tiene un significado, que puede o no ser entendible pero que está ahí, y sin embargo, todo título tiene una segunda manera de ser entendido, y es como parte de la historia a la que acompaña. Eso puede hacer que un título cambie totalmente su significado. Andreu Martín posee una novela negra que se llama Bellísimas personas, y teniendo en cuenta el gusto por los personajes oscuros y sórdidos del autor cabe esperar que ese título no sea otra cosa más que una amarga ironía. Dentro de nuestro terreno, un autor que juega de manera genial con esa idea es el gran punk Harlan Ellison, que tiene en su haber títulos como mi idolatrado «No tengo boca y debo gritar» o «Arde el cielo». Estos títulos toman un significado muy concreto cuando uno ha leído los relatos a los que hace referencia, escalofriante en ambos casos.

Lo cierto es que después de hablar de lo importantes que son los títulos lo suyo sería hablar un poco de cómo construirlos. Bueno, como en muchos otros artículos de La Guía… lo primero de todo es comentar que las tipologías o ideas que contaré son elecciones personales, y que seguro que habrá muchas ideas geniales que estaré dejando escapar.

Guía del Autoescritor Galáctico XIII: TítuloLo primero de todo, y esto es algo que no acabo de entender muy bien por qué me sucede pero en mi caso al menos es así, es que siempre obtengo mejores resultados si primero pienso el título y luego escribo la historia, y no al revés. ¿Por qué? Es posible que tenga que ver con el hecho de que al pensar antes en el título lo incluya como parte del disparador de la historia. También es verdad que cuando lo hago así (no siempre, por desgracia no siempre está uno inspirado para encontrar un buen título y lo acaba dejando correr como una tarea pendiente para después de escribir la historia) intento crear una relación fuerte entre el título y la historia. Hay muchos libros, y relatos, y cómics, y películas, en los que se puede estar seguro de que el título fue pensado antes que la obra finalizada. No siempre ocurre así, pero en los casos en que ocurre resulta ser bastante claro. Quizás sea más correcto pensarlo al revés: es fácil ver cuándo un título ha sido puesto a una obra como se le pone una peluca a un maniquí, como simple material de atrezzo. A veces la relación entre título y obra resulta tan íntima que parecen ser dos cosas indisociables y en las que no se puede pensar por separado. Un título tan aparentemente inocuo como 1984 trae instantáneamente recuerdos en todo aquel que haya leído el libro.

Lo segundo de todo es estudiar a los grandes autores. Nunca suelo soltar algo tan pedante, pero es que en este caso es tan cómodo hacerlo… Tenemos acceso a montones de títulos, cada cual más llamativo que el anterior, con una facilidad pasmosa. Si uno se da una vuelta por los premios Hugo o Nébula o Locus de la categoría de relato corto verá títulos cada cual más interesante que el anterior. Por otro lado hay autores que son unos auténticos expertos a la hora de hacer títulos bizarros. Ya comenté a Ellison, pero Dick y Heinlein no se le quedan atrás. Por ejemplo, uno de los mejores títulos que he oído en mi vida pertenece a Heinlein, y tiene el bizarrísimo nombre de «Todos vosotros, zombies». Analizar esto en detalle llevaría su tiempo, y es que hay cosas que resultan cuanto menos llamativas, como el detalle de la coma (no muy usual en un título) y la millonada de ideas extrañas que le vienen a uno a la cabeza cuando escucha semejante título. Otro título raro pero que me parece magistral es «Veo a un hombre sentado en una silla, y la silla le está mordiendo la pierna». Dick ya es caso aparte, sólo un tipo como él puede crear títulos lisérgicos como «¡Oh, ser un blobel!» o El padre cosa. Aunque el bizarrismo no es la única opción. Ahí tenemos, por ejemplo, a Ray Bradbury, capaz de crear hermosos títulos como «El sonido del trueno», «Las doradas manzanas del Sol, Vendrán lluvias suaves» o, sin necesidad de ser poético pero sí claro, conciso y misterioso, La Ciudad.

Ahora, sin más, paso a enumerar brevemente varios tipos de títulos. Algunos han sido mencionados, pero no está de más ser un poco ordenados:

1) Basado en un poemaYa que estos son los últimos que hemos mencionado… Los títulos basados en un poema no son terreno exclusivo, ni mucho menos, de la ciencia ficción. Ahí está, por ejemplo, el precioso título de la película Esplendor en la hierba de Elia Kazan, integrado de manera muy hermosa en la historia cuando Natalie Wood recita, con lágrimas en los ojos, el siguiente poema en su clase:

Aunque ya nada puede devolver la hora
del esplendor en la hierba
de la gloria en las flores
no hay que afligirse
porque siempre
la belleza subsiste en el recuerdo.

Es la manera más nostálgica de poner título a un relato, sin lugar a dudas, y el maestro indiscutible de este terreno es Ray Bradbury.

Como anécdota personal, siempre he sido un gran fanático del poeta Ángel González, posiblemente el único poeta que me ha gustado de verdad en toda mi vida, y llevo muchos años sabiendo que si alguna vez compilo una antología de relatos la llamaré, si es que está en mi mano hacerlo, El fracaso del mundo, como cita extraída de este poema, llamado «Quise»:

Quise mirar el mundo con tus ojos
ilusionados, nuevos,
verdes en su fondo como la primavera.
Entré en tu cuerpo lleno de esperanza
para admirar tanto prodigio
desde el claro mirador de tus pupilas.
Y fuiste tú la que acabaste viendo
el fracaso del mundo con las mías.

Tal vez no sea el título más comercial del mundo, pero tiene algo que recomiendo en cualquier título que elijan: sinceridad. La sinceridad, a la hora de escribir, es de lo más hermoso y noble que pueden ofrecer a otros. Estar de verdad en lo que están escribiendo. Pero no me centro en ello porque, como en otras ocasiones, discutirlo a fondo puede dar para un artículo al completo.

2) Basado en una canción. Otro bastante usual. A veces, es curioso, hay una especie de retroalimentación al respecto, pues hay muchas canciones con nombres de relatos, como bien sabrán, por poner un ejemplo cualquiera, los seguidores de Metallica. Lo cierto es que, esto ya se habló hace mucho tiempo, una canción puede resultar muy inspiradora para un relato, por lo que un fragmento de la misma tiene perfecto derecho a definir un título. No en vano, muchas veces se incluyen fragmentos de una canción en las historias, ¿por qué no iban a tener derecho a ascender a un puesto incluso de mayor envergadura?

Un buen ejemplo de ello en nuestro idioma es el fantástico pero desesperanzador relato de Eduardo J. Carletti «Pintada, como las alas de las mariposas», que alude a la letra de la canción The show must go on de Queen, una canción, por cierto, cuyo título cumple la premisa del doble significado, pues fue la última canción del grupo que se comercializó con Freddie Mercury estando vivo, como si quisieran dejar un mensaje en ese título (y en las póstumas, como It’s a beautiful day o Made in heaven).

3) Lacónico. No, no estoy hablando de un tipo de embutido, me refiero a que el título sea corto, incluso abrumadoramente corto. Esto, no obstante, encierra varios peligros. El primero es que sea tan poco anodino que resulte difícil de encontrar o identificar (cuando un título de un relato de Internet es extravagante ayudamos mucho a que sea fácil encontrarlo en Google). Puede ocurrir, también, que haya ya un relato con ese título. Si a un relato lo llamamos «El Guardián» «El Guerrero» sonará demasiado como algo ya escuchado, pero si lo adornamos más, por ejemplo El Guardián entre el centeno El Guerrero número trece, tiene ya un color mucho más vivo.

Pero volviendo a lo lacónico, a veces buscamos eso. Buscamos algo que parezca sonar sencillo, anodino, y que luego resulte no ser así. Hay un género donde eso encaja de manera perfecta: el terror. Nunca, nunca, debemos llamar a un relato de terror cosas como «El hGuía del Autoescritor Galáctico XIII: Títuloorror de Dunwich», no es una buena elección. Es singular como título, pero no ayuda a meternos en la estética de los relatos de terror realista, estamos introduciendo la fantasía de manera directa y eso no ayuda. Por no martirizar al genial Lovecraft, otro título suyo que me parece mucho más acertado es En las montañas de la locura, donde ofrece al tiempo lo normal y lo anómalo, y sin dar muchas pistas de lo que nos encontraremos.

Títulos acertados de terror son, por ejemplo, La Silla, de David Jasso, un título perfecto para una historia de terror, o Rec, que resulta hasta exageradamente objetivo, sin duda mucho más acertado que La noche de los muertos vivientes, por conocida y clásica que sea la película. Por cierto, hablando de películas de zombies, otro excelente título que entra en la vertiente de lo poético, para demostrar que los tipos de títulos no están restringidos a géneros (no es que haya mucha poesía en las películas de zombies, aunque en ocasiones sí hay crítica social) es Amanecer de los muertos.

4) Descriptivo. A veces un título es, sin más, una descripción objetiva de lo que nos encontraremos. Y no trata de decir nada más, aunque sí juega con la idea de que no sepamos a lo que se refiere. ¿No me creen? Viajemos a Japón por un momento y a las películas de Hayao MiyazakiEl viaje de Chihiro, La Princesa MononokeEl Castillo Ambulante. A veces la fuerza de un título reside en su abrumadora objetividad.

5) Imitación de un género. Éste, a los escritores de género fantástico, nos encanta. Es como una burla a los convencionalismos que dicen que nos dedicamos a un subgénero, y respondemos diciendo «¿Sí?, pues mira, podemos hasta abarcar los géneros que llamáis mayores». Hemos robado títulos de todos los géneros, por ejemplo de las aventuras (La costa más lejana), de la novela negra (Una mirada a la oscuridad), de las novelas bélicas (Starship Troopers) e incluso de un folleto (Instrucciones secretas para la Misión Alfa: Pliego Uno). Todo nos sirve, demostrando con eso que el género no está, ni mucho menos, encasillado ni restringido a sí mismo.

6) Enganchar con la primera frase de la historia. A veces el relato es como si fuera ya directamente parte del comienzo de la historia, un recurso típico para atrapar a toda velocidad al lector pero que ofrece excelentes resultados. «Arde el cielo», sin ir más lejos, encaja con esa premisa.

7) La última frase o diálogo. Parecido pero no igual. Este recurso es excelente para libros, donde, al haber leído y comprendido la historia, se nos hace notar el sentido del título. El mejor ejemplo que conozco, que no ocurre nada porque lo comente ya que no desvela la trama, es Soy Leyenda de Richard Matheson, un libro, por otro lado, que recomiendo leer antes que ver la película de Will Smith, que aunque mucha gente (que no ha leído el libro, claro) dice que está bien, traiciona por completo el espíritu del libro. Por ser diplomático, la película está bien, sí. Pero lo malo es que, con muy poquito esfuerzo extra, podía haber sido una auténtica obra maestra y no una película más de muchas.

8) Ofrecer una falsa sensación. Ya se comentó antes que podemos jugar con la percepción en el título. Igual que antes podemos poner a un relato de terror nombres aparentemente inofensivos como La Silla o El Cable, la cosa puede funcionar al revés, y jugar con otras sensaciones a la hora de tratar toda clase de temas. Un ejemplo de ello es Tehanu, un libro de Ursula K. Le Guin ambientado en el mundo de Derramar, más que curioso por su visión hasta cotidiana de la fantasía (lo más parecido que conozco son los libros de Miguel Delibes, para que se hagan una idea). Personalmente llamé a un relato absolutamente realista que hablaba de la cara oculta de los parques temáticos «El Monstruo», y no es que hubiera un monstruo real pululando por ninguno de ellos, no al menos uno físicamente real.

9) Homenaje. Éste es el último subtipo, homenajear a títulos de relatos o libros que ya existen. Un ejemplo de la casa: «¿Con qué sueñan las ovejas eléctricas?» de Pily B. En el mundo de la música hay también una canción de Ozzy Osbourne cuyo nombre es muy ingenioso, y se titula My Jekyll doesn’t Hide, literalmente, “Mi Jekyll no se esconde”, pero casi todos los lectores del género captarán la broma enseguida.

Este método es también muy típico verlo en ensayos, como por ejemplo… Déjenme pensar un ejemplo… La Guía del Autonoséqué, ahora no recuerdo muy bien…

articulos_autoes60Para ir acabando, mencionar un hilarante concurso que hace poco encontré en el que había que presentar un título y la última frase de un relato inexistente, y cuyo premio eran cinco kilos de callos (el finalista ganaba unas sopas de sobre). El certamen, por si alguien tiene interés en consultarlo, se llamaba “Relatos sin entrañas”.

Y ya por fin, llegamos al final del artículo. No olviden que cualquier sugerencia de temas a tratar será bienvenida en la dirección dagon.magnus[arroba]gmail.com. Pórtense bien, escojan buenos títulos y hasta la actualización que viene.

Indice de capítulos

© Copyright de Magnus Dagon para NGC 3660, Octubre 2016