Guía del Autoescritor Galáctico XII – Reed.


XII: AMBIENTACIÓN

Por Magnus Dagon

 

Guía del Autoescritor Galáctico XII: AmbientaciónDespués de ponernos trascendentales en el anterior artículo y hablar de la maldad y cómo sacarla provecho desde el punto de vista creativo, ahora seré un poco más terrenal y hablaré de algo que ningún escritor puede dejar pasar de largo, y es cómo la ambientación que le rodea acaba influyendo en sus propios relatos.

Lo primero de todo, antes de meterme en el ajo, es agradecer a Pily la sugerencia de este tema que ahora tenemos entre manos, y recordar que cualquier lector puede mandarme sus propias sugerencias de posibles temas para la Guía del Autoescritor Galáctico a dagon.magnus[arroba]gmail.com. Una vez dicho esto, procedamos a meternos en lo que nos ocupa.

Hacer una lista de la cantidad de variables externas que influye en la obra de un escritor podría llevarnos toda la vida, si con suerte lográramos acabarla. Son tantos, tantísimos los detalles que pueden dejar una huella en un relato o en un libro que resulta tan difícil catalogarlos como difícil es contar los granos de arena de una playa. Desde un punto de vista personal me ha podido influenciar en el mismo proceso de creación de un relato desde los objetos que pueda tener en el escritorio, como un cubo de Rubik, al ruido de una taladradora que haya podido escuchar en el exterior de la habitación (ruido éste más que habitual en Madrid, como si las taladradoras fueran otra criatura que habita en la ciudad). En el cuatro artículo de La Guía sin ir más lejos, se hablaba brevemente de cómo hacer relatos breves, valga la rebuznancia, fijándose en lo primero que uno tenía a su alrededor:

Ahora bien, hay elecciones que son tomadas de manera subjetiva y en muchos casos resultan ser inevitables pues son producto de una dicotomía, es decir, o esto o aquello, pero una de las dos tiene que suceder. Además de eso el lugar concreto donde realicemos el proceso de escribir influencia de manera decisiva en el relato. Ya puede ser una biblioteca, la calle, un despacho o nuestra propia casa que cada sitio posee unas connotaciones propias. Y resulta interesante aclarar que, si bien en la mayoría de los artículos que he tratado hasta ahora me he centrado en el proceso de obtener inspiración para libros o relatos, en este caso partimos ya con la idea preconcebida de que tenemos una idea en mente y ya estamos de lleno en la tarea de convertirla en una historia. Pero claro, por muy planificador que uno sea, no puede tener atados todos los cabos sueltos que surgen cuando uno empieza a escribir. De hecho, y concretando ya en los géneros que nos interesan, que son la fantasía y la ciencia ficción en todas sus variantes, una gran parte de lo que en otros géneros sería documentación en estos es sustituido por imaginación, y la imaginación se nutre de manera directa del mundo que nos rodea. Ya sea por similitud o por contraste, pero el caso es que eso ocurre queramos o no.

Para abrir boca pondré un ejemplo muy claro pero al que no solemos dar la importancia que realmente tiene: el formato del ordenador. Los escritores estamos plagados de manías. Algunas de ellas están fundamentadas con cierta lógica, pero otras son tan variopintas que resulta imposible discernir cuál era su fuente. En los tiempos que corren puede que aún exista algún valiente que emplea la máquina de escribir para crear sus relatos, pero en general el ordenador es la herramienta más adecuada. Pues bien, mucha gente necesita tener un fondo de escritorio concreto para escribir. Ese no es mi caso, pero me consta que a muchos les sucede así. Puede deberse a que buscan un cierto estímulo, puede deberse a que lo necesitan para entrar en el «modo literario», el caso es que es una necesidad tan legítima como cualquier otra.

Guía del Autoescritor Galáctico XII: AmbientaciónOtras de las elecciones que se llevan a cabo, y que hacemos todos los que usamos el ordenador, es el tipo de letra a emplear y el tamaño de la misma. Por ejemplo, personalmente soy incapaz de escribir si no estoy usando la fuente Times New Roman y el tamaño 12. ¿Es esto una manía? Totalmente. Además, no me basta con escribir y luego retocar, todo lo que voy escribiendo, mientras pueda, tiene que quedar bien tabulado y corregido.

¿Por qué me comporto así? ¿Es algo normal o es raro? Yo diría que es normal al menos entre los que nos dedicamos a escribir, que algo raros debemos ser para hacerlo viendo lo duro que es meterse en ello. Tras reflexionarlo un poco he llegado a la conclusión de que cada autor desarrolla una especie de lenguaje interno parecido a los lenguajes de programación. Quien haya usado LaTeX (sí, no me ha bailado la tecla de mayúsculas, se escribe así) o diseña páginas web se imagina más o menos a lo que me refiero. Salvo escasas excepciones, lo que escribimos nunca aparece de la misma manera en que lo hemos hecho. Se cambia el tamaño, la fuente, a veces se añaden dibujos (como en el caso de este mismo artículo) e incluso, maravillas de la tecnología moderna, hipervínculos, pero eso al autor le da igual, porque él en su mente, si ve el manuscrito bien «formateado» en su lenguaje interno, comprende que será bien adaptado. Los lenguajes de programación que he mencionado antes (aunque es un término un poco vago para denominarlos los llamaré así) tienen una propiedad similar. Lo que se escribe en ellos no es, ni mucho menos, el resultado final. De mostrar el resultado final se encarga un software especial llamado compilador que lo transforma en algo reconocible para el profano. En nuestro caso, el compilador es un ser humano, y se trata del editor o maquetador, según los casos (como Pily en este artículo). Muchas veces de su labor depende que el relato tenga éxito o sea asequible al lector, pero eso es algo que no es competencia del autor. Él tiene un lenguaje interno del mismo modo que el maquetador otro.

Esto rollo viene a cuento de que nuestra elección puede cambiar mucho el resultado de lo que contamos. Por ejemplo, noté mucho la diferencia entre un monitor grande y uno pequeño en su momento porque en el grande podía ver más pantalla y por tanto tenía una idea más clara de si estaba haciendo o no párrafos grandes. Cada nuevo cambio introduce nuevas maneras de escribir, a veces más sutiles, a veces menos.

Después de este ejemplo un poco largo, pasemos a otros ejemplos más terrenales y menos algorítmicos. La ambientación influencia de manera muy distinta según sea aquello que deseamos contar. Desde luego, ejerce un papel crucial en un relato de terror, donde se puede decir que la ambientación casi debería ser tratada como un personaje más. En la ciencia ficción y en la fantasía, en términos generales, la ambientación es bastante importante, no sólo la del relato, también la que rodea al autor. Como se ha mencionado antes, la imaginación más que la documentación es esencial en estos géneros. La documentación también, por supuesto, pero en muchos casos, sobre todo en los de la ciencia ficción denominada Hard, la que se basa en ciencias puras, resulta ser un poco estéril por sí sola. Por interesante que sea lo que se está contando, hay muchos detalles que son necesarios para el lector. El lector, salvo que se desee adrede hacer lo contrario, necesita unos mínimos asideros para ubicarse, y mucho más en unos géneros donde si nos ponemos drásticos puede ocurrir literalmente de todo.

La manera en que introducimos el ambiente que nos rodea en un relato es, aunque parezca una perogrullada, por los sentidos. Son nuestro contacto con el exterior, y a través de ellos tendemos un puente hacia la historia. Si lo enfatizo es porque tendemos a pensar en la vista como el sentido predominante en, por ejemplo, las descripciones, pero hay otros grandes perdedores que ofrecen un interesante abanico de posibilidades descriptivas, como el oído, el número dos de los sentidos humanos, o el tacto. De hecho, antes de seguir, me gustaría mostrar la sobrecogedora descripción con la que comienza el excelente relato «Reversión», de Juan Alexander Padrón, publicado en la revista La Plaga nº 8:

Theros tuvo la sospecha que se estaba muriendo, como la puede tener un hombre cegado por la explosión de una granada mercurial. Una lengua de fuego y humo recorrió su aura, derritiendo el tejido del traje protector y devorando sus pestañas —las sintió consumirse como una brasa agitada. El estruendo que siguió a la detonación le indicó que estaba muerto, muerto o casi; a pesar de que aquella forma de apagarse no le hacía la menor gracia.

Una lluvia de agujas llenó su cuerpo y su cabeza con un alarido y algo se quebró dentro de su pecho. La sensación de calor que antes le embargaba se trocó en humedad tibia y pegajosa, al tiempo que un torbellino de espinas arropó su conciencia.

Entonces llegó al olfato el hedor a azogue, azufre, carne y sangre. Sus manos finas y desesperadas palpaban su cuerpo, tratando de averiguar que partes faltaba. Theros siguió palpándose hasta que descubrió que precisamente lo que faltaba eran las manos. Tosió sangre y se permitió un momento de resuello. Abrió los ojos para comprobar si podía ver y escuchó. Al menos los sentidos no estaban afectados: el olor de su epidermis chamuscada era tan real como el sabor a herrumbre de su boca. Dolía tanto que no le importó que sus esfínteres se abrieran.

Se resignó al hecho de que aún estaba vivo.

Lo más magistral de la descripción es el hecho de que ya en la segunda línea de la misma el autor directamente prescinde de la vista y se centra en todo lo demás para ofrecernos un marco global de lo que está pasando.

Tras este inciso acabar mencionando que la sensación del momento puede ser el mejor impulsor para narrar un hecho concreto. Personalmente he llegado al extremo de darme repulsión a mí mismo al escribir narrando una operación a pecho descubierto que un alienígena efectúa en un ser humano.

Guía del Autoescritor Galáctico XII: Ambientación

Otro ejemplo personal (es difícil poner ejemplos de influencia del ambiente en el autor que no sean personales) es relativo a uno de los primeros relatos que escribí. Tenía intención de que fuera de miedo, así que, ingenuo de mí, pensé que la mejor manera de lograrlo era producirme miedo a mí mismo. Y lo logré. Vaya si lo logré. Días antes había estado viendo una entrevista que se le hacía a Narciso Ibáñez Serrador, un gran experto en hacer Historias para no dormir, como se llamaba uno de sus programas, y decía que todo se reducía a tres variables, lo que he dado en llamar el SOS: la Soledad, la Oscuridad y el Silencio. Éstas son las variables que empleé en el relato. Por otro lado, para provocarme miedo a mí mismo lo que hice fue emplear dos de ellas (Soledad y Oscuridad) y cambiar la tercera por una canción que me resultaba y resulta aún inquietante. El resultado es que de primera mano todo lo que me asaltó lo traduje en descripciones directas del miedo que sentía el personaje.

El relato fue serializado en un programa de radio ya desaparecido llamado Cuento Contigo, y personalmente no he vuelto jamás a intentar provocarme miedo a mí mismo para escribir. Principalmente, porque tengo interés en superar los cuarenta.

Tras toda esta parafernalia, seré un poco más concreto al respecto de las cosas más importantes que residen en la ambientación que usamos al escribir:

1) La iluminación. Cuando digo la iluminación, claro, me refiero no sólo a la artificial, sino también, y sobre todo, a la natural. La verdad es que muchas veces, en muchas películas, han reflejado a los escritores como sujetos que se levantan pronto por las mañanas para escribir. Eso no es del todo cierto, ni mucho menos. Para empezar, porque a veces no se puede ni siquiera elegir. Si uno tiene un trabajo que no tiene nada que ver con escribir, como ocurre en la grandísima mayoría de los casos, acabará escribiendo de noche. Y la diferencia del resultado escribiendo de día o de noche es muy clara. No porque si escribimos de noche todo lo narraremos de noche, aunque puede ocurrir también. De noche nos dejamos llevar más fácilmente por el subconsciente, solemos soltar lo primero que nos viene a la cabeza. Muchos hemos escrito alguna vez de noche por ser incapaces de dormir. Un autor que por ejemplo suele escribir de noche es Mike Resnick, que si no conocen les recomiendo encarecidamente desde un punto de vista personal (además de que es una excelente persona). Él mismo dice, mencionando el proceso de creación de «MacDonald tenía una granja» (finalista del premio Hugo) que «lo de trabajar siempre de noche es una inclinación vampírica que comparto con la mayoría de los escritores». Yo mismo adoro escribir de noche, aunque dado mi estilo oscuro no es que esté revelando nada sorprendente. Este mismo ensayo lo estoy escribiendo de noche.

Otra variante menos drástica es la penumbra. Hay algunos autores a los que les gusta bajar la persiana para crearse un ambiente distendido y más tranquilo. Alguna vez lo he hecho, en la vida hay que probar de todo salvo, como ya se dijo en el primer artículo, nada de drogas ni cosas que afecten a la cocorota, que ya tenemos todo lo que se necesita para escribir sin ellas. Escribir con penumbra es un experimento interesante porque no llega a ser como la noche ni tampoco como el día, está a medio caballo en un terreno indeterminado del que uno no tiene claro qué puede salir. De ello saqué, sin ir más lejos, una novela de género negro y la descripción de una pesadilla.

Guía del Autoescritor Galáctico XII: Ambientación2) El clima. Esto será más breve que el apartado anterior, pero es también importante. Bien, supongo que, a no ser que el progreso vaya más deprisa de lo que imaginaba, para cuando lean esto no podemos controlar el clima a nuestro antojo, por lo que será una parte de nuestra ambientación que no podremos eludir de ninguna de las maneras. Uno tiende a pensar que el verano aplasta las neuronas y le vuelve más inactivo desde un punto de vista literario, pero no tiene por qué ser así. En verano se pueden escribir libros enteros si uno se pone a ello, además de que a veces es el único momento en que puede uno meterse en proyectos de tal envergadura, gracias a las vacaciones. Sin embargo de lo que no hay duda es que no tiene nada que ver escribir teniendo frío que calor. Pónganse si no a imaginar un planeta en tales circunstancias. Mejor aún, imagínense con frío y teniendo que hablar del vacío cósmico, o con calor y teniendo que hablar del corazón de una estrella. El clima también pone su nota anímica, porque qué duda cabe que el optimismo o el pesimismo de uno puede variar enormemente según esté o no en una estación que le guste, o en una en la que los días se van haciendo más largos o más cortos. Como curiosidad, cuando es verano yo suelo ubicar las historias en invierno y viceversa, pero eso es porque soy un nostálgico describiendo, así que añoro lo que en ese momento no tengo.

3) El sonido ambiente. De esto ya hemos hablado un poco antes, pero es que suele ser crucial para la mayoría de nosotros. Ya una vez dediqué un artículo al hecho de que la música puede inspirar un relato, pero ahora lo que decimos es que la música ambiente puede aportar un soporte extra al mismo. O la ausencia de música. Hay autores que no pueden tener ni un solo ruido a su alrededor y necesitan el más absoluto silencio. Eso también depende del momento concreto o de lo que se vaya a contar, si es algo que uno tiene muy claro o por el contrario desea, o bien imaginarlo con mucho detalle (y necesita por tanto concentración) o bien dejarse llevar por la música a ver dónde aterriza uno.

Si ya nos ponemos concretos, el tipo de música a emplear puede ser muy importante, y ahí entra la subjetividad de cada uno. Por ejemplo, la música jazz me hace pensar en novelas negras. Otra cosa es la sensación que la música provoca en el autor. Una canción agresiva puede provocar frases duras, cortas, y hacer que uno no piense demasiado lo que escribe sino escribirlo sin más. Lo contrario puede provocar, por otro lado, reflexiones y comentarios pausados, tranquilos. Esto lo comprobé por mí mismo ya no sólo con relatos sino también pintando cuando estudiaba arquitectura. Cuanto más movida era la música, más cercanos estábamos todos a los tonos oscuros, no porque nos deprimieran, sino porque empleábamos más y más colores hasta que todos ellos se acababan por mezclar y solapar.

4) En un vehículo. Primer consejo: si escriben en un vehículo, no sean ustedes los conductores del mismo. Lo primero para evitar un multazo, y lo segundo para salvaguardar su integridad física y la de los demás. En este apartado lo que quiero decir, obviamente, es que son pasajeros. Es más habitual hacerlo en un transporte público que en uno privado, porque en un coche, por ejemplo, uno acaba conversando con el conductor o con algún otro pasajero. Pero en un transporte público eso es menos usual.

Cabe decir que en cada país los vehículos son muy distintos. Aún recuerdo los camiones-monstruo que funcionan como autobuses en La Habana, donde era mejor no andarse muy despistado. Por otro lado en países como Estados Unidos es bastante normal que dos desconocidos se paren a charlar en el metro, sin ir más lejos. Aquí en Madrid, que es donde me ha tocado vivir, cada uno va a su bola y, salvo jueguecitos de miradas, no hay mucha comunicación entre pasajeros, de modo que uno se saca sus cuartillas o lo que sea y al tema.

Guía del Autoescritor Galáctico XII: Ambientación

Segundo consejo: no tengan vergüenza en escribir delante de otros. Al cabo de un rato de empezar estarán de lo más a gusto, y si no es así insistan, porque de verdad merece la pena intentarlo. Escribir en un transporte público es muy fluido, y las ideas bullen a toda velocidad. Además el entorno influye muchísimo en lo que contamos, a veces de hecho puede convertirse literalmente en la historia o en el capítulo que estemos llevando a cabo. Piensen, además, que ese es un ambiente al que la mayoría tenemos fácil acceso, dado que es normal tener que usar a menudo el transporte público, y de ninguna de las maneras podrán tratar de imitar en sus casas.

5) Campo o ciudad. Otro que en general tampoco podemos controlar, aunque en España y gran parte de Sudamérica somos inmensamente afortunados de tener fácil acceso al campo. Escribir en el verde es una de las cosas más relajantes y agradables que uno puede llevar a cabo. Claro, el clima tiene que acompañar, pero la historia se ve plagada de innumerables detalles minúsculos, como una que escribí recientemente en el Cerro de los Locos (no me he inventado el nombre, en serio) en la que empleé arañas por el mero hecho de tenerlas cerca.

Lo urbano también aporta grandes detalles a una historia. Aunque no lo he hecho nunca, me encantaría escribir un relato estando en la azotea de un edificio elevado desde el que poder abarcar un amplio horizonte.

Si uno ya tiene claro lo que busca, entonces elige un sitio concreto y lo emplea como ya en el pasado hablamos de cómo aprovecharse de los paisajes.

6) En tu país o en otro. La ambientación influyente definitiva. Una de esas cosas que sólo se puede hacer unas pocas veces en la vida, a no ser que uno sea un gran viajero o un fugitivo de la justicia. Si todas las cosas anteriores resultaban influyentes por sí solas, imaginen estar en un lugar en el que por no tener no tienen ni que tener nuestro mismo idioma. Todo es nuevo e increíble: las gentes, las costumbres, el paisaje, el clima, el transporte… y más aún, el potencial de semejante influencia en la fantasía y la ciencia ficción es colosal. Pero dado que este tema concreto es muy extenso, lo dejaremos aquí con la idea de retomarlo en un futuro artículo, tal vez el siguiente (¡ya tengo idea para una próxima actualización!).

Ya hemos llegado al final entonces. ¿Queda algo por decir? Bueno, reiterar lo que dije al principio, que las sugerencias sobre nuevos temas son bienvenidas sin más que enviar un correo a  dagon.magnus[arroba]gmail.com. ¿Algo más? ¡Ah, sí! Dedicar este artículo a Miguel Cisneros, miembro del Círculo de Escritores Errantes, y agradecerle sus elogiosas palabras para con esta sección, que siempre son de agradecer.

Y ahora sí que sí, hasta la actualización que viene.

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