Guía del Autoescritor Galáctico I – Reed.


I. CONTRAINDICACIONES 

Por Magnus Dagon

Nadie duda que escribir es una acción muy gratificante para la mayor parte de las personas, incluso cuando no se realiza con más motivos que plasmar sentimientos en un diario, por ejemplo. Sin embargo el arte de escribir, y sobre todo el arte de escribir ciencia ficción y fantasía, puede traer aparejados algunos extraños efectos secundarios sobre aquellos que se dedican a dicha rama. No estoy hablando de adicciones o graves enfermedades psicológicas, problemas que han caracterizado a algunos de los grandes del género como Philip Dick o Robert Howard; tampoco me refiero a otros problemas no tan graves pero igualmente importantes, como la sensación de soledad clásica no sólo del escritor de estos géneros sino de cualquiera en general. Me refiero a dos problemas que, aunque no resultan graves, muchos autores, tanto aficionados como expertos, han padecido alguna vez, en mayor o menor intensidad. A falta de un término mejor me referiré a ellos como percepción ficticia en la realidad y percepción real en la ficción. Pueden parecer conceptos contradictorios, y en efecto en muchas ocasiones lo son. Sin embargo atacan en rigurosos turnos, sin necesidad de solaparse el uno con el otro.

La percepción ficticia en la realidad hace referencia a la capacidad de evasión del escritor. Sin llegar a límites exagerados, en general un buen escritor es una persona imaginativa. No con eso me estoy refiriendo a grandes mundos de magia y demonios y enormes sistemas estelares gobernados por espectrales imperios tiránicos (es más o menos en este punto cuando la mitad de los lectores se me echan encima). Sí, por supuesto, esta es una clase de imaginación, pero encontrarte a dos desconocidos en la calle y especular acerca de cómo relacionarlos, aunque no lleve a complots alienígenas ni realidades distorsionadas, es tan legítimo como lo antes mencionado. Sin embargo los escritores de ciencia ficción y fantasía hemos cogido este concepto y le hemos dado la vuelta completa. Lejos de espadas y escudos y rayos láser entre túneles de metal, obras recientes del panorama literario nos han hecho encontrar ciencia ficción en casi cualquier punto del mundo que nos rodea.

articulos_autoes01Cada uno de ustedes vivirá en una ciudad, en un mundo completamente distinto. De hecho, viven en varios. Si tienen un bosque cerca, están a un paso de una Tierra Media. Si están a poca distancia del centro de la ciudad, todo un mundo de sordidez cyberpunk les espera con los brazos abiertos, o tal vez un drama de denuncia social (sí, sigo hablando de ciencia ficción). El entorno, muchas veces, define al escritor. Escribimos de lo que conocemos, eso es indudable, y ¿qué mejor que el hogar? Ah, pero hay veces que el hogar se nos queda pequeño… y buscamos reinos dentro de los reinos. Tengo la certeza de que muchos de ustedes, al menos alguna vez en su vida, se han quedado mirando al espejo de su baño y pensando en tocarlo con los dedos y pasar al otro lado. Igualmente estoy seguro de que han mirado al cielo, su cielo, y en él han visto el amanecer de un nuevo planeta, y así con tantos y tantos simbolismos. Las posibilidades para un escritor de ciencia ficción son casi ilimitadas. De manera personal me han inspirado, por poner unos ejemplos, cosas tan dispares como una huella dactilar en un cristal, una mirada furtiva, un tren que se retrasa y las taquillas de una pista de patinaje.

El problema surge cuando nuestras ideas se cruzan con la impresión que los demás tienen de nosotros. Llega un momento en que nuestra agilidad mental está tan entrenada que vemos posibilidades en absolutamente todo lo que nos rodea. En cierto modo somos parecidos a los científicos, en cuanto que nos hacemos preguntas acerca del mundo físico que habitamos. Pero eso no siempre es bien visto por otros. Salvo honrosos y excepcionales casos, tal actitud es considerada como rareza, y en efecto lo es. Pero es que nadie dijo que todas las rarezas tuvieran que ser malas.

No con eso defiendo posturas extremas, no confundan términos. Pongamos por caso a James Ellroy, autor de numerosas novelas negras. Su madre fue asesinada cuando tenía diez años, cosa que le obsesionó hasta el punto de devorar todo lo que tuviera algo argumental, por vago que fuera, en común con crímenes, tanto reales como ficticios. Pero para Ellroy todo tenía el mismo valor; tanto le daba que la víctima hubiera existido como que no, empleaba la misma frialdad en ambos casos. ¿No les sirve? Pongamos uno del gremio, ese que muchos están pensando ahora mismo, el mezclador de realidad y ficción por excelencia. El señor Philip Dick, no cabe duda, es un maestro de la ciencia ficción, pero tal vez a un precio muy alto. La prematura muerte de su hermana lo obsesionó de manera acuciante, y le convirtió en alguien en búsqueda de una verdad universal que no iba a encontrar. Estos hombres nos han dado maravillosos momentos de diversión, pero sus vidas han estado marcadas por la tragedia. Ahí es donde quiero llegar. La percepción de la realidad para ambos era enfermiza, sin duda digna de un estudio psicológico, y con un claro detonante.

articulos_autoes02No es esta la disociación a la que me estoy refiriendo. Para aquellos que gozan de buena salud mental (atentos, pedagogos), decirles que escribir ciencia ficción y fantasía no va a arrebatársela a menos que la enfermedad ya estuviera dentro de ustedes. Así que ya saben: si ven una fuente repentina de inspiración en un eclipse, en el ulular del viento una tarde de julio o en la forma de una sombra proyectada por múltiples focos, no están locos. No al menos mientras profesionalicen su imaginación. Ideas, bellos conceptos filosóficos, eso es lo que son. Pero no se conviertan en Dick (bueno, si escriben otro Ubik haremos la vista gorda). Sientan lo que no está ahí, pero no sustituyan la realidad con ello.

Un bello ejemplo de lo que uno puede ver en la realidad (y así de paso hacen algo de psicoanálisis conmigo). Hace mucho estaba andando por la calle, de camino a la universidad, si no recuerdo mal con música para matar el rato por el camino. Por aquella época estaba escribiendo un relato algo largo, casi una novela corta, donde debía aparecer un alienígena que simbolizase algo muy importante para la raza humana. Estaba, sin lugar a dudas, totalmente perdido, y de repente, en ese paseo, vi a un jardinero podando un seto. Estaba tan lejos que le reconocí más por sus acciones que por su aspecto, pero al acercarme poco a poco, pues estaba en mi ruta, mi vista me jugó una mala pasada y creí ver que tenía dos manos en una misma muñeca. ¿Locura?

El hombre tenía puesto un guante, y el otro estaba atado junto a él, de modo que produjo en mí ese efecto ilusorio. Tanto me gustó la idea que la aproveché para lo que pueden ya imaginar. Y como suele pasar, cuando se tiene el germen se tiene la planta; la retorcida lógica del escritor de ciencia ficción me dijo que ya que mi ser extraterrestre tenía dos manos en la misma muñeca debía tener otro apéndice en el brazo contrario. Tal vez fue la visión de las tijeras del jardinero lo que me hizo pensar en algo puntiagudo. El caso es que tras rumiarlo un poco, y todo ello en el mismo paseo por la calle, concluí que sería una especie de guadaña orgánica, similar a las patas de una mantis. El resto vino rodado, pues la sola mención de guadaña ya motiva la presencia de la Muerte, y ese fue el simbolismo que le di a dicho ente con respecto a los seres humanos, el de un ser encargado de acabar con nuestra presencia terrenal.

Hasta ahora todo lo que he dicho no parece apoyar mi tesis de que estamos frente a un problema. Que piensen los demás lo que quieran, pensarán algunos ahora. Claro, todo es útil hasta que escapa de nuestro control. ¿Y qué arte no se escapa del control de sus artistas? Resumiendo: ustedes no crean cuando quieren. Tampoco cuando pueden. Crean cuando a sus conexiones neuronales les da la real gana. Y cuanta más experiencia tienen como escritores de estos géneros, más a menudo pasa eso. Ven potencial en todo lo que les rodea, incluso de manera automática. Si tuvieran con ustedes un escriba que les siguiera a todas partes y anotara sus ideas hace tiempo que habría dimitido del puesto. Pero así son estos arrebatos literarios, no esperan ni perdonan. Ya pueden tener exámenes, estar en medio de una discusión o de vuelta a casa tras un turno extra; ahí estarán, esperando, agazapados para que los capturen y los hagan palabras, porque, no nos engañemos, mientras no sean palabras, no estarán satisfechos, y si están listos para ser plasmados, la espera les matará. Les llenará de una urgencia que no desean, porque ese es su día libre, porque habían quedado para ir al cine esa tarde, porque sencillamente les apetece algo de ventilación mental. Gajes del oficio, ya lo saben. Y los que no lo sepan, ya lo anticipo; no se van a librar de ello jamás. ¿O acaso se libran los actores de teatro del miedo escénico?

articulos_autoes_03Por el contrario, la percepción real en la ficción acerca su mundo de ocio a la objetividad incuestionable de su criterio. A riesgo de generalizar diré que muchos escritores, entre los que me incluyo, hemos empezado en esto por puro instinto. Qué sabíamos nosotros de trama o personajes. Sí, sí, siempre están esos libros de cómo escribir y que ganes tantos premios que no te quepan en el estante, que abren una ventanita a mirar con lupa, pero vamos a ver: ¿por qué al principio se quiere escribir como Isaac Asimov o Frank Herbert? ¿Por la belleza estructural de sus mundos? ¿Por la potencia de sus personajes y sus diálogos llenos de frases elípticas? Por Dios, no. Los que los admiran quieren escribir como ellos porque les gustan y punto. Más sencillo aún, porque quieren dar a otros lo mismo que estos autores les dieron a ellos. De modo que uno empieza en esto con el corazón y las buenas intenciones, no con la maquinaria lingüística.

Y claro, pasa lo que pasa. Que nadie nace un genio del bolígrafo (e insisto: NADIE), y los primeros intentos, aunque voluntariosos, suelen ser fallidos, en ocasiones precisamente por eso, por voluntariosos, por querer contarlo todo y al final no contar nada, pero esa es otra historia y será contada en otra ocasión, como decía Michael Ende. El caso es que el método de prueba y error puede ser un poco lento, pero es infalible, y al final desarrollamos una especie de nuevo olfato narrativo, que nos va capacitando para ver lo correcto y lo incorrecto, o al menos nos hace ver qué queremos y qué no queremos hacer. Vamos ganando control sobre nuestras creaciones, y aunque sean fallidas, no es porque no hayan resultado como esperábamos. Siempre, por supuesto, existe un factor de improbabilidad: pero, usando terminología matemática, digamos que es tan pequeño como nosotros queramos.

Muy bien, ¿y qué?, se preguntarán algunos. Pues magnífico, mejor para nosotros, sí, sin duda. ¿Mejor para nosotros? Bueno… digamos que es mejor para nuestros relatos, libros, ensayos, o lo que sea que hagamos, pero nosotros… nosotros perdemos inocencia.

Cuando empecé la carrera de matemáticas era bastante aficionado a la magia. Todo un arte, sin duda, que esconde un aprendizaje y una creatividad muy notables. La práctica me hizo aprender varios trucos, algunos de carácter matemático, otros no. Sin interés por desvelar los entresijos de este mundillo (cosa que no haré pues, como aficionado responsable, debo guardar los secretos como es debido), diré que cuanto más aprendía, menos me emocionaba a mí mismo. Una baraja, ocho personas, conseguir que todos extraigan la misma carta, jugar con ellos y hacer que pasen un buen rato, es en verdad bello, pero tú estás viendo la verdad detrás de la cortina. Es como si mientras vieras una película te giraras y distinguieras los edificios de cartón. Algo muere cuando uno es portador de los secretos. Digamos que la ignorancia otorga la cualidad de sorprenderte por todo.

Eso es, en cierta medida, lo que pasa con los escritores de ciencia ficción y fantasía. Para empezar, somos gente dada a leer. Y cuanto más leemos, más encontramos las pautas escondidas, pero al mismo tiempo perdemos la capacidad de sorprendernos. Esto explica por qué, para los mismos libros, hay algunos que los adoran y otros que los ven como simples repeticiones. Todo depende del instante de sus vidas en que les agarraron. Y para la ciencia ficción y la fantasía, esta dura realidad se vuelve abrumadora: llegado un punto, tan problemático puede ser este hastío que no se preste más atención que a los libros de rompe y rasga, aquellos que no se parecen a nada creado antes. Es normal, claro, pero ¿acaso no tenemos la obligación de juzgar a los demás en la medida de sus intenciones? Nosotros estamos de vuelta de todo (en parte es nuestro deber estarlo); si a eso añadimos que muchos escritores son críticos, ya sea por trabajo o afición, y otros muchos dirigen revistas y/o son editores, la repetición puede hacerse tediosa en extremo. Pero nosotros no somos el único público; las generaciones se suceden, y los viejos temas regresan. Y al final, ese gran conocimiento se vuelve en nuestra contra y nos hace incapaces de juzgar de manera objetiva. Más aún, nos hace incapaces de juzgar nuestra obra. Para este fin, muchos escritores (entre los que me incluyo) buscan con desesperación la opinión externa. Y hacen bien, o si no acabarán en la papelera obras de gran valor, tanto propia como ajena.

Y respecto a nuestro ocio, la pérdida de la inocencia se repite. Nuestro nuevo olfato viene con pilas de larga duración, y por tanto no podemos desconectarlo a voluntad. La consecuencia: nos convertimos en pequeños verdugos artísticos. Ya no sólo vemos películas o leemos para disfrutar: analizamos meticulosamente, y eso nos puede jugar malas pasadas. Hoy mismo estaba viendo una serie televisiva, y los diálogos no me agradaban, de modo que no entré en la historia. No era capaz de creérmela. Peor aún, como estaba familiarizado con los personajes noté que el guionista había cambiado.

articulos_autoes_04Nuestro filtro se vuelve muy sensible a los defectos, y acaban pasando pocas cosas a través de él. Tan sensible que hasta puede apartarnos del género, y si no, miren al gran Stanislaw Lem. De repente, un buen día, se encontró con que no tenía interés con narrar ninguna ciencia ficción. Sin juzgar sus motivos, es indudable que lo aquí contado es parte de ellos, máxime cuando es un feroz crítico del género de nuestra época. De repente, un buen día, se encontró con que no tenía interés con narrar ninguna ciencia ficción.

De modo que ya saben: se toparán con estas situaciones, en parte inevitables porque son parte de la naturaleza misma de escribir. En su mano está controlarlas de manera adecuada. Respecto a drogas, enfermedades mentales y otras lindezas, recuerden el consejo de Stephen Vizinczey: no beberás, ni fumarás, ni te drogarás, pues para ser escritor necesitas todo el cerebro que tienes. Y si no para ser buenos escritores, por favor, háganlo por el bien de su propia salud, que autores psicológicamente inestables hay muchos, pero Dick, como madre, sólo uno.

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© Copyright de Magnus Dagon para NGC 3660, Julio 2016