Por Blanca Mart
I
Mi nombre es Annabella. En otra vida estuve casada con un poeta: la barbarie ante la precisión del universo. Él me llamaba la Princesa de los paralelogramos, pues me interesan los estudios matemáticos. Por eso escribo este diario: para dar fe de que no estoy viviendo una fantasía ya que no soy dada a imaginaciones ni desvaríos.
Un día me desperté y aquí estaba, en este lugar desconocido, en una casa realmente deliciosa adecuada a un paisaje de la campiña inglesa. Recuerdo perfectamente mi vida anterior y por lo tanto sé que he muerto y dada mi inteligencia lógica creo saber que esta experiencia que estoy viviendo responde a adelantos científicos de épocas posteriores.
No soy la única en este bello lugar. Hay varias casas a respetable distancia unas de otras. En la más próxima viven las tres hermanas de la colina: Charlotte, Anne y Emily, ah, pero ellas pertenecen a otra dimensión. Las tres escriben, pasean, a veces cada una de ellas sola, meditando, o Emiliy saca a su perro, o salen las tres juntas y bajan hasta el mar. Por las tardes se reúnen alrededor de una de estas maravillosas lámparas que se encienden tan solo apretando un botón y nos invitan a las vecinas, pero yo no acudo, pues siempre tengo mucho que estudiar y descubrir.
Veo que en alguna ocasión se acerca Jane a tomar el té con ellas; aunque siempre anda con sus papeles y sus deseos de soledad. También he visto a la dama oriental que llega paseando, creo que su nombre es Murasaki.
¡Todas escriben! Murasaki escribió la primera novela en toda la Tierra, Jane y las hermanas, novelas y novelas… y yo me pregunto: si somos un experimento, si esto parece nuestro propio paraíso, ¿qué hago yo aquí que soy matemática?, ¿es acaso para mí un castigo?
II
Esta mañana brilló algo ovalado en el cielo; al cabo de un rato apareció Kate. Ella vive en la colina más alejada. Llega cabalgando en su fino caballo y deteniéndose un segundo, me dice:
—Annabella, alguien ha llegado, una nave del cielo. Ya he avisado a todas, ¿vienes? Algo cayó cerca del cubículo de acero que hay al lado del río. Ya sabes, el que Mary llama el Laboratorio.
—Voy — respondo.
A Kate le interesa la ciencia. Como yo, maneja rápido las máquinas que los sabios —así llamo a los que nos han traído aquí—, han instalado en nuestras casas, pero, a pesar de ello, ¡es novelista! ¡Qué destino el mío!
Unos veinte minutos después llegamos al río. Allá están las tres hermanas, mis vecinas más cercanas, y también Jane, Mary y Murasaki. Mary, que también es novelista, es la que está inclinada sobre una cápsula que refulge entre la hierba.
Kate y yo nos acercamos. Dentro hay un hombre hermoso como un dios. Sus cabellos a mechones claroscuros, joven y fuerte. Poderoso: perfecto.
—Qué desastre —murmura Kate.
Sí, es un verdadero desastre, porque este hombre magnífico está roto por varias partes, no tiene remedio posible.
—Es un guerrero —señala Murasaki cautamente.
Todas nos inclinamos, es cierto, una pequeña placa indica:
Alejandro Magno. Guerrero. Destino: HMGrec-3.W-5000
Unas luces parpadean sobre otra placa levemente abombada.
Destino interrumpido.
Reiniciar. Aceptar.
Pero aunque sepamos hacerlo —que sí sabemos, pues nuestras casas están llenas de interesantes indicaciones al respecto—, ¿cómo enviar al espacio a este joven destrozado? Posiblemente solo la violencia del despegue lo mataría de un modo terrible.
—Nada puede hacer la ciencia —dice Jane tristemente.
Mary la mira.
—Veamos —dice, y abre un pequeño maletín—. Lo he traído por si acaso… quizás aquí…
Saca algunas cosas, las tira; reconozco esos cables que provocan pequeñas tormentas, los he visto diseñados en las ventanas de las máquinas que hay en nuestras casas. Saca unos tubos, los aparta. Una rana de metal… ¡ay, estas novelistas! Por fin elige algo.
Esto es un láser. —nos dice triunfante—. Nada menos que un láser orsinisano de los tiempos medios, lo explica en las instrucciones. Puedo coser al guerrero, pero ayudadme a conducir la cápsula dentro del laboratorio. Allí podremos seguir los pasos necesarios.
Entre todas ponemos la cápsula en rodaje con mucho cuidado, lentamente. Me encargo de los sencillos cálculos, presionamos botones, y poco después el joven guerrero está dentro, protegido entre las paredes de metal plateado.
—¿Estás segura? —pregunta Charlotte.
—Escribí una novela y hablé de la ciencia del futuro. Era un caso parecido.
—¿La ciencia del futuro? —sonríe Kate—: ¡Vaya! ¡Perfecto!
Pero Mary ya se remanga, enarbola el láser, se pone a coser aquí y allá y todas vemos cómo zurce, pega, sella; cómo las heridas se van cerrando y los huesos se componen. Luego un poco de electricidad y, por fin, el guerrero respira suavemente y queda dormido.
Nuestros ojos reflejan la admiración que nos inspira esta inesperada cirujana.
—En realidad, ya lo había hecho antes —explica Mary, suspirando aliviada.
—¿Fuiste médico en tu vida anterior? —pregunta Emily.
—No, no, nada de eso, fui escritora pero escribí una novela sobre un ser creado en un laboratorio. Imaginé cómo sería coserlo. Y ahí está.
—¿Te quedó bien el ser del laboratorio? —pregunta Anne.
Mary se encoge de hombros; su mirada se llena de tristeza.
—Este me ha quedado mejor.
III
Todas nos hemos quedado en suspenso, pero hay que seguir el proceso. Si queremos que se despierte y que viva en nuestra comarca, debemos pulsar Aceptar. Si queremos que se vaya al destino que tenía programado: Reiniciar.
Nos miramos.
—¿Qué queréis hacer? —les pregunto.
—Es un guerrero. —Vuelve a señalar Murasaki.
—Buscará la guerra, es su naturaleza —indica Mary.
«Es casi imposible que las almas cambien» —pienso.
—Entonces la pregunta real es: ¿guerra o paz? —dice Kate.
—Paz —contestan casi a la vez las tres hermanas.
—Paz —dice Jane.
Murasaki y Mary asienten.
Kate se acerca a la cápsula, mira al hombre, sonríe, sus pestañas afrancesadas languidecen; se vuelve y afirma: paz.
Entonces me acerco a la cápsula y presiono el botón de Reiniciar. Salimos y nos alejamos hasta la Pérgola. Es una pequeña construcción hexagonal de cristal desde donde se puede contemplar sin peligro cualquier actividad del laboratorio, según las indicaciones que hemos leído, claro. Entramos y cerramos. Siete minutos más tarde la cúpula se abre y la cápsula sale disparada hacia su destino. Brilla en el cielo, esplendorosa, perfecta.
—Goodbye Alejandro —dice Kate.
Percibo que Mary está triste, intuyo que le hubiera gustado que el héroe se quedara. ¡Hay tantas sugerencias!, el experimento médico, la posibilidad real más allá de su novela.
Hermoso, valiente, amante de la cultura clásica, alumno de filósofos pero ¿cuánta gente murió por su causa?, entonces… ¿Guerra o Paz?
—Goodbye Frankenstein —murmura Mary, y tiene ese aire profesional de los que aman y amarán la ciencia, en todas y cada una de las vidas que les toque vivir.
IV
Esta tarde iré a tomar té con ellas, mis amigas novelistas, en casa de Murasaki. Parece que alguna de nosotras quiere visitar las comarcas próximas pues han salido planos indicadores en las pantallas; también ha llegado información sobre una mujer que vive a tres días de camino. Se llama Juana Inés; ay, es poeta, pero ¡qué le vamos a hacer!
Desde luego yo quiero ir a conocerla.
Nota: Breve ficción inspirada por:
Murasaki Shikibu (978-1014), escribió la primera novela, en sentido moderno, Juana Inés de la Cruz (1651-1695), poeta, Jane Austen (1775-1817), novelista, Anne Isabella Noel Byron (1792-1860), estudiosa de literatura clásica, filosofía y matemáticas, madre de Ada Byron, Mary Shelley (1797-1851) con su novela Frankenstein, inició la literatura de ciencia ficción, Charlotte Brönte (1816-1855), novelista, Emily Brönte (1818-1848), novelista, Anne Brönte (1820-1849), novelista, Kate Chopin (1853-1904), novelista.
© Copyright de Blanca Mart para NGC 3660, Marzo 2019
[Especial Féminas 2019]