De gestas y límites razonables

Por Sara Martínez

Me pidieron que acabara con Zephalosepton, el dragón de siete cabezas. Me encomendé a los treinta y seis dioses, desterrando mi miedo a tierras muy lejanas. A su guarida que me dirigí, y allí hice lo que tenía que hacer. No fue un trabajo bonito; tampoco fue limpio. Pero así es la vida del héroe. Usé mi astucia para confundirlo; le agoté con mi ímpetu incombustible. Probó el sabor de mi acero una y cien veces más, empapándome en su sangre hedionda. Cercené cada una de las cabezas. Certero, letal, inmisericorde. La audacia siempre fue mi compañera de viaje. Fui curtido en mil batallas. Cansado pero orgulloso, guardé todas las cabezas en un gran hatillo. Las presenté en asamblea ante el rey, satisfecho. Un paladín no se arredra.

Me rogaron que derrotara a Troozagor, el ogro atroz. Y vaya si lo hice. Ni siquiera vacilé: tomé mis armas y me encaminé a su castillo. Le obsequié con mi mirada más desafiante: no era rival para mí. Él era grande, pero yo era rápido y listo. Lo tenía controlado. La lucha fue cruenta, dura y brutal. Se prolongó dos días con sus noches. Sin embargo, no flaqueé en mi empeño, y me alcé con la victoria. Atravesé el corazón del monstruo con mi espada, sedienta de justicia. Cayó fulminado, desmoronándose con gran estruendo. Destrozado, muerto. Con las pocas fuerzas que me restaban, le arranqué sus ocho dientes de oro. Cuatro se los llevé a Su Majestad, y me quedé el resto como trofeo.

Me imploraron que pusiera fin al terror de Colmelia, la bruja caníbal. Tampoco titubeé ni me temblaron las piernas. Era pan comido. Irrumpí en su sórdida cabaña, repleta de cuerpos desmembrados. Olía a podredumbre; pese a todo, no me permití el lujo de desmayarme. Aguardé con paciencia entre las sombras hasta que la arpía regresó a su nido. Venía muy contenta, acarreando el cadáver de su última presa. Logré cogerla con la guardia baja; la inmovilicé y la reduje en segundos. La asé en su propio horno, a fuego lento, con calma y con muchas patatas. Al caer el sol, la corte real se regaló con un banquete opíparo. Se dice que la carne de bruja es un manjar exquisito. Y qué razón tienen.

Me suplicaron que sustituyera a la maestra de mi prima de tres años. ¡Joooder! ¿Quién se creen que soy? A esas veinticinco fieras se enfrenta su tía.

© Copyright de Sara Martínez para NGC 3660, Noviembre 2018