Franz se arrepentirá de todo: Cap. 9


Por Ángel Ortega

Hasta tres veces tuvo Franz que tirar con cuidado hacia arriba del objeto que había pescado usando el perchero roto como caña para conseguir sacarlo del fondo. Seguramente fue la blasfemia que resonó por todo el piso superior de la torre más alta de San Gimignano lo que ayudó a que finalmente saliera, envuelto en baba viscosa y barro.

Franz quizá lo había imaginado más moderno o más solemne. Mentira: no se lo había imaginado de ninguna forma.

Sólo era un teléfono. Antiguo, con marcador de dial y una manivela para llamar a la operadora.

Lo limpió un poco con la manga y se puso el auricular en la oreja. Giró la manivela, pero no hizo ruido. Lo intentó de nuevo, y nada. Se encogió de hombros y marcó el número en el dial.

Se oyeron una serie de crujidos y zumbidos, pero finalmente empezó a dar tono de marcado. Unos seis o siete.

—Montgomery —se identificó una voz, con algo de ruido pero suficiente para entenderla.

—¿Mortimer? Soy Franz Hauzman.

—¿Hauzman? ¡Qué sorpresa! ¡Creía que estabas muerto! —la voz expresaba una alegría bastante sincera.

—Pues no. Aunque últimamente todo está intentando matarme.

—¡Cómo me alegro de oírte! ¿Dónde estás? Debe ser serio si me llamas por este canal.

—Estoy en el Almacén, en San Gimignano.

—¿Y qué haces ahí? ¿No te habías retirado? Me dijeron que te habías hecho con un enorme montón de pasta.

—Sí, es verdad. Hasta me compré una casa en Venecia.

—Oh, cuánto lo siento. He oído que todo eso está bajo el agua ahora.

—Sí, ya sabes, está ocurriendo algo bastante grave.

—¿Me estás hablando con el teléfono del Almacén? Ten cuidado, hay un calamar en el fondo al que no le gustan las visitas.

—Ya nos hemos visto —rezongó Franz—. Pero ahora da igual. ¿Quién te dijo que estaba muerto?

—Fabrizio estuvo aquí anteayer —dijo Mortimer—. Andaba contando cosas inconexas sobre una nueva Anomalía, pero yo no le hice mucho caso. Si no hubiera estado tan nervioso, igual le hubiera creído y habría hecho algo para evitarlo.

—No sé qué pasa con Fabrizio, me lleva unos días de ventaja y va contándole a todo el mundo que estoy muerto.

—No tengo ni idea de por qué —contestó Mortimer—, pero ya sabes que es un mentiroso compulsivo. ¿Dices que te lleva unos días de ventaja?

—Sí, estuvo aquí antes que yo.

—¿En el Almacén? ¿Sabes si se llevó algo de allí?

—Pues no lo sé. ¿Qué importa…?

—Por favor, tienes que enterarte de qué se ha llevado de allí. ¿Quién es ahora el Guardián? ¿Quiroga? Pregúntale, él sabrá qué se ha llevado.

Franz miró los trozos de hueso esparcidos por el suelo.

—Me temo que usé a Quiroga como arma para defenderme de un Iskopla.

—¿Qué es un Iskopla?

—Es una especie de… da igual, ya me he librado de él. ¿Qué te contó Fabrizio?

—Como te digo, un montón de cosas inconexas. Me dijo que La Cabeza ha vuelto desde el futuro para vengarse.

—¿Cómo que ha vuelto desde el futuro? ¿La Cabeza?

—Sí, ya sabes, Sys-EM3N.

—No sé qué es eso.

—¿Pero no estuviste tú con Lukasz en aquel embrollo con La Cabeza? —preguntó Mortimer mientras el canal de comunicación se llenaba momentáneamente de ruido.

—Sí. Bueno, pero andaba bastante liado cubriéndole las espaldas.

—¿Y no llegaste a ver el ordenador?

—¿Qué ordenador? —dijo Franz limpiándose un cuajarón de sangre de la nariz.

—Joder. Sys-EM3N, La Cabeza, es un sistema de inteligencia artificial.

—¿La Cabeza es un puto ordenador?

—Franz, a veces pienso que eres demasiado tonto para seguir vivo. O sea, que fue Lukasz el que hizo todo el trabajo, ¿no?

—No me jodas, Mortimer. Me están dando mucha caña últimamente. ¿Qué más te dijo Fabrizio?

—Que La Cabeza había mandado a la Hermandad de los Caballeros de la Sangre Inextinguible a por ti y que te habían hecho picadillo —se oyó un montón de crujidos—. ¿Franz? Te oigo fatal.

—¿Esos putos chiflados que se comen a los bebés? Será una broma.

—Son un puñado de fanáticos peligrosos, Franz.

—Y una leche. ¿Qué más? Esto tiene pinta de que se va a cortar de un momento a otro.

—Tienes que enterarte de qué se llevó Fabrizio del Almacén.

—Vale, vale. ¿Qué más te dijo?

—Me dijo que Calatrava andaba también detrás de todo esto. ¿Se ha puesto en contacto contigo?

—Sí, he recibido un par de mensajes suyos.

—¿Has visto también el cuadrado con el rombo inscrito?

Franz recordó en ese momento que sí; cuando recibió el primer mensaje de Calatrava, un montón de papeles cayeron del periódico y formaron esa figura mientras flotaban en el agua.

—Ahora que me acuerdo, sí.

—Joder, Franz, tienes que salir ahora mismo de allí.

—¿Por qué? ¿Qué pasa?

—Voy a colgar. Deja el teléfono en el fondo y sal pitando.

La conexión se cortó.

Franz lanzó el teléfono al pozo, que se hundió con un chapoteo pastoso.

Se puso en pie y miró por la ventana. No había un alma por ningún lado.  Ni turistas, ni el Iskopla hecho un guiñapo en el fondo, ni un pájaro, ni el más mínimo ruido.

Bajó los escalones de dos en dos. Llegó hasta el piso bajo y tiró de la puerta varias veces hasta que la arrancó del todo y salió a la calle San Mateo. Efectivamente, ni un alma. Sólo una mancha marrón en el suelo donde aterrizó el monstruo quedaba como testigo de lo que había ocurrido.

El aire era caliente y espeso.

Parecía que el tiempo se había detenido.

Echó a correr de nuevo hasta la piazza del Duomo. Ni siquiera los estandartes se mecían al viento, le pareció estar moviéndose dentro de una foto tridimensional.

Faltándole el aire, llegó a la Piazza Cisterna. La fuente estaba seca y no caía ni una gota de los caños.

Salir de allí. La ciudad completa era como un laberinto de muerte.

Sentía su pulso en las sienes aún más rápido y con más presión. Era como si cada paso necesitase más esfuerzo que el anterior.

Y como si su corazón fuese más pequeño cada vez. Lo vio en su mente,  como una nuez, igual de pequeño e igual de reseco.

La vía San Giovanni parecía un túnel de kilómetros de longitud.

Indice de capítulos

© Copyright de Ángel Ortega para NGC 3660, Septiembre 2016