Franz se arrepentirá de todo: Cap. 8


Por Ángel Ortega

Lo que sujetaba a Franz por la muñeca desde el fondo del pozo dio un tirón más fuerte, lo que hizo que se desestabilizase y diese de bruces contra la piedra. Franz sintió el polvo metérsele en la boca y la nariz. La herida de la ceja se le volvió a abrir y un hilillo de sangre le hizo cosquillas en el párpado.

Su boca estaba tan pegada al suelo que su blasfemia resultó ininteligible.

Estiró el otro brazo para intentar hacer palanca y recuperar una postura más digna, pero ya no era tan flexible como antes y su espalda se resintió, mandándole un pinchazo de dolor que le hizo ver como chispas. Resopló y lo intentó una vez más, y esta vez lo consiguió. Su mano libre ya reposaba sobre el suelo y le ofrecía al menos un punto de apoyo.

Acumuló fuerzas durante una décima de segundo y tiró hacia arriba: la zarpa que lo atrapaba apretó aún más, pero el tirón arrastró a su adversario un palmo y pico fuera del pozo.

A su espalda escuchó gruñidos y gritos; pero estaba tan atareado que no pudo entender nada de lo que pasaba.

Aspiró hondo, tensó los músculos y tiró de nuevo con todas sus fuerzas.

Con un sonido parecido al de un vómito, Franz consiguió sacar su brazo del pozo, arrastrando un montón de basura con él: sillas viejas, un despertador dorado abollado, una bicicleta oxidada, muchas hojas de arce secas, revistas porno con las hojas pegadas entre sí y varias latas de conserva vacías que rodaron con estruendo. Enroscado a su brazo había un calamar de unos tres palmos de grande de colores brillantes que giraban como los de un caleidoscopio.

Franz golpeó una y otra vez al calamar contra el suelo. Durante un momento éste pareció aflojar su abrazo, pero solo fue para morderle con su pico en el dedo corazón. Franz gritó mientras sentía que casi se lo arrancaba.

Espoleado, insistió en estrellar al bicho repetidas veces.

El calamar se rindió y le soltó. Cuando tocó el suelo, abrió sus tentáculos y bufó como un gato, provocándole. Franz se lanzó a darle un pisotón pero el calamar se escurrió hábilmente por el suelo como una serpiente. Tras tres o cuatro pisotones fallidos volvió a bufar y se lanzó de vuelta al líquido negro del pozo.

—Como te coja, hijo de puta, te vas a enterar —dijo Franz enseñando los dientes y sujetándose el dedo mordido con la otra mano.

Se miró la herida y era bastante fea. Tenía que vendársela con algo, quizá rasgando un trozo de camisa, pero no quedaba ni un centímetro de ella que no estuviese llena de mugre, sangre o ambas cosas.

A su espalda escuchó decir a Quiroga:

—¿Qué es un Iskopla?

Se volvió y vio la nuca de Quiroga y, tras él, un tipo deforme, cargado de espaldas, con alas de piel demasiado pequeñas para que volase y una cara arrugada como si se la hubieran pisado.

El monstruo respondió con voz cavernosa:

—Mi especie ha estado aterrorizando los bosques de Rumanía desde hace siglos y la sola mención de nuestro nombre hace temblar a los hombres. Se nos…

—Pues no lo había oído en mi vida —interrumpió Quiroga con su voz
silbante.

La criatura pareció querer continuar su discurso, pero se percató de que Franz estaba ahí.

—Tú. A ti te estoy buscando —y le señaló con su zarpa retorcida. Apartó de un empujón a Quiroga, que se quedó balanceándose como un péndulo colgado de la cadena, y se le acercó.

—Ya estamos otra vez —murmuró Franz para sí.

Con dos grandes zancadas, mientras agitaba de forma ridícula sus alitas, se plantó ante él.

—¿Quién eres? —le dijo Franz.

—Soy un Iskopla —respondió escupiendo.

—¿Y qué cojones es un Iskopla?

—Mi especie ha estado aterrorizando los bosques de Rumanía desde hace siglos y la sola mención de nuestro nombre hace temblar a los hombres. Se nos…

—Eso ya lo he oído —interrumpió Franz—. Déjame en paz, tengo cosas que hacer.

El Iskopla extendió ambas zarpas hacia él, mostrando sus uñas, como listo para atacar.

Franz se lanzó embistiendo con la cabeza como un rinoceronte, golpeando al monstruo en medio de su desfigurado rostro. Éste estiró a su vez los brazos para atraparle, pero ambos estaban completamente desequilibrados y rodaron por el suelo.

Franz se forzó a seguir rodando para alejarse lo más posible de su atacante, hasta que se encontró tumbado boca arriba, justo debajo de Quiroga, que no dejaba de menearse de un lado a otro. El líquido pringoso que goteaba desde lo alto de la cadena, atravesaba el cráneo y chorreaba por el espinazo soltó algunas gotas que cayeron directamente en sus labios, llenando su boca de un penetrante sabor a mierda.

Franz escupió sonoramente y se incorporó de un salto. El aborto de murciélago gigante ya avanzaba hacia él.

Otra vuelta de péndulo trajo a Quiroga justo delante de Franz.

Franz sujetó el cráneo con ambas manos, frenó su movimiento pendular y tiró hacia sí.

—Suéltame hijo de aaaaaahhhh… —gritó Quiroga mientras Franz tiraba. Como pretendía, la argolla que sujetaba a Quiroga por el débil entrecejo acabó por partir el hueso y se encontró con la calavera entre sus manos, libre de todo anclaje.

La lanzó por el aire para sujetarla inmediatamente después por el espinazo; como una maza, la blandió hacia atrás y descargó un golpe hacia el rostro del Iskopla que ya se le echaba encima.

El golpe le dio en todo el hocico, que resonó por toda la estancia con un eco pastoso. Debió doler, porque la criatura se hizo a un lado, cubriéndose la cara con las dos zarpas. Franz se acercó su improvisada arma contra el pecho para preparar otro golpe. La mandíbula de Quiroga cayó al suelo y se rompió en varios trozos.

Quiroga tembló como intentando decir algo. A saber qué sería.

El Iskopla miró de nuevo a Franz. Un hilillo de sangre negra le caía de una de sus narices.

—Hauzman, pagarás por esto…

Se lanzó al ataque de nuevo, pero Franz estaba preparado y volvió a golpearle en el rostro con el cráneo de Quiroga. La tapa de los sesos se partió y un trozo de hueso se quedó clavado en un ojo.

Eso tenía que haber dolido, seguro. Al parecer estos Iskoplas no son muy listos.

—Maldito seas mil veces, Hauzman. Toda mi especie se revolverá contra ti con imparable furia…

Franz no tenía ganas de aguantar la retórica de la criatura y volvió a atacar, esta vez con el hombro como para derribar una puerta. Impactó al monstruo en todo el pecho, lo que hizo que ambos se estrellaran contra la ventana de madera que seguramente llevaba cerrada decenas de años. El gran impulso la destrozó y cayó hacia fuera: un chorro de luz cegadora inundó la sala y fue como si un montón de agujas se le clavaran en los ojos, acostumbrados a la oscuridad.

Franz supuso que si a él aquel torrente de luz le había dolido, al bicho con pinta de murciélago mutante le habría dolido mucho más.

No se paró a averiguarlo: el Iskopla permanecía apoyado en el alféizar, tapándose su fea cara con ambas zarpas. Dio un paso atrás y le dio una patada. El monstruo giró sobre sí mismo y cayó por la ventana. Tras un segundo y pico de silencio absoluto, se oyó un golpe como de un saco de patatas contra el adoquinado.

Quiroga, o lo que quedaba de él, se resbaló de su mano y cayó a sus pies, terminando de desarmarse por completo. Algunas vértebras rodaron un poco más lejos.

Franz resopló y escupió un espumarajo de sangre. Se dio cuenta de que tenía ganas de cagar desde que se peleó con los dos bichos que salieron del espejo en aquel retrete de Puerto Corsini.

Si no iba a haber más interrupciones, decidió que era el momento de continuar con lo que había ido a buscar allí.

Tanteó entre la basura que había sacado del pozo, y encontró un perchero viejo, con la base rota. Eso le serviría para pescar dentro del pozo sin tener que meter la mano y volver a vérselas con el puto calamar que casi le arranca un dedo.

Sujetó el perchero con ambas manos y escarbó en el fondo. Sí que había gran cantidad de porquería allí dentro. Finalmente, un tintineo le indicó que había encontrado lo que buscaba.

Indice de capítulos

© Copyright de Ángel Ortega para NGC 3660, Septiembre 2016