Por Ángel Ortega
—Identifícate —dijo la médium, con voz tenebrosa—. ¿Quién eres?
El trozo de madera se movió titubeante de una esquina a otra del tablero, para finalmente tomar una trayectoria más firme. Cada vez que señalaba una letra, volvía al centro, para inmediatamente después marcar la siguiente.
C… A… L… A…
—¿Eres Calatrava? —gritó Madame Lola.
El marcador interrumpió su trayectoria y señaló la palabra «SÍ».
—¡Joder, qué bien funciona! —dijo ella—. ¡Esto es increíble!
—Calatrava, soy Franz. ¿Me oyes?
No se produjo ningún movimiento.
—Calatrava, escucha, soy yo. ¿Dónde…?
La bruja le dio un manotazo.
—¡Cállate, patán! ¡Tú no tienes ni idea de cómo va esto!
Franz frunció el ceño y se apoyó en el respaldo de la silla, cruzando los brazos.
—Escucha, espíritu doliente. Soy Madame Lola de Montmartre. Te hemos invocado aquí para oír sobre tu sufrimiento y para suplicar tu consejo.
—¿Espíritu doliente? No me jodas, vieja. Es Calatrava. Pregúntale dónde cojones está.
Madame Lola le enseñó los dientes y le dijo con los labios que se callara, sin emitir ningún sonido. También hizo un movimiento con el dedo índice de derecha a izquierda bajo su propio mentón, en el gesto de cortar un pescuezo.
—Espíritu —continuó—. Sabemos de tu sufrimiento y tu desazón y queremos ayudarte. Pero para ello precisamos de algo de información. ¿Me oyes?
La ouija permaneció muda.
—No temas, alma perdida. Estamos aquí para ayudarte. Soy Madame Lola de Montmartre y soy tu canal de comunicación con el reino de los vivos.
Siguió sin ocurrir nada. Franz resopló.
—Manifiéstate, espíritu errante. Te escuchamos. Manifiéstate y podremos ayudarte.
El marcador de madera empezó a moverse. Poco a poco, con velocidad cambiante, fue saltando de una letra a otra, hasta que se quedó quieto en una esquina.
—¿Qué ha dicho? —preguntó la bruja.
—¿Qué? —respondió Franz.
—Que qué ha dicho.
—¿Y yo qué sé? ¿No eres tú la médium?
—¿Serás gilipollas? ¿No estabas mirando las letras a las que apuntaba?
—¡Joder, pensaba que TÚ estabas pendiente!
—¡Me cago en tus muertos, Hauzman! —se giró, abrió un cajón a su derecha y rebuscó apresuradamente en él para terminar sacando un bloc de notas y un lápiz, que le entregó de un empujón—. ¡Yo tengo que estar concentrada, maldito cabeza cuadrada!
—Vale, vale, ya apunto yo lo que ponga.
Madame Lola tomó aire y trató de relajarse.
—Espíritu, no te hemos recibido con claridad. Por favor, repite tu mensaje. Recuerda que estamos aquí para ayudarte.
El puntero permaneció inmóvil.
—¿Ves lo que has hecho, estúpido? —susurró la médium—. Le hemos perdido. Por tu culpa.
—Insiste otra vez —dijo Franz también en voz baja.
—Por favor, alma perdida. Déjanos ayudarte. Ábrenos tu corazón. Libera todo tu odio y déjate acompañar.
—Si realmente es Calatrava, estarás cabreándole más que tranquilizándole con esas chorradas —dijo Franz.
Madame Lola le ignoró.
—Dinos algo, espíritu errante.
El trozo de madera finalmente se puso en movimiento.
—¡Apunta! —susurró la bruja a Franz.
El puntero viajó por las letras cada vez más despacio, hasta que se paró.
—¿Ya? —dijo Franz.
—Espera un momento.
No hubo más movimientos.
—Sí, ya ha terminado —dijo la médium—. ¿Qué ha dicho?
—«KRASHNA» —dijo Franz—. ¿Qué coño es eso?
—No lo sé.
—¿No serán interferencias o algo?
—¿Cómo quieres que lo sepa?
—Joder, tú eres la médium. ¿No hay errores de transferencia en estas cosas?
—Puede que hayamos perdido a Calatrava y que nos hayamos metido en otra conversación. Puede que sea algo en un idioma que no conocemos o que… ¡Mira, se mueve otra vez!
Ahora iba mucho más rápido. A Franz le costaba escribir las letras a medida que el puntero las señalaba y salía disparado hacia la siguiente. Tan rápido llegó a ir que cuando alcanzó un extremo de la tabla se salió de la mesa y rodó por el suelo.
—¡Corre! —gritó la bruja— ¡Cógelo!
Franz se lanzó como un portero de fútbol a por el trozo de madera. Éste siguió resbalando por el suelo y escapando de sus manos como un ratón asustado. Él lo siguió a cuatro patas hasta que se dio en toda la cabeza con una lámpara de pie, que cayó con estruendo. La bombilla se rompió y Franz se quedó a oscuras. Buscó desesperadamente el puntero y lo vio a sus pies: se giró como pudo y finalmente lo atrapó.
—¡Ya lo tengo! —gritó.
—¡Vamos, vuelve a ponerlo sobre la mesa! —le gritó la vieja.
Franz lanzó el marcador desde donde estaba hasta la tabla. Éste rebotó, derrapó en el borde y siguió señalando letras a toda velocidad. Franz se levantó a toda prisa para volver a sentarse y apuntar lo que decía.
—¡Apunta, ha dicho «OSOJO»! —gritó Madame Lola.
Franz escribía tan rápido como podía, pasando las hojas arrugándolas a medida que las iba llenando de letras garabateadas.
—¿Has apuntado lo que te he dicho? ¡«OSOJO»! ¡«OSOJO»! —la bruja se agarraba al mantel y lo arrugaba cada vez más.
—¡Que sí, joder, no me distraigas! ¡Y no hagas eso, que vas a tirar la tabla al suelo!
El puntero paró de repente.
—¿Ya? ¿Eso es todo? —dijo Franz jadeando.
—¿Qué pone? —dijo la bruja, impaciente.
Franz se alejó un poco el cuaderno de la vista para verlo mejor. Pasó páginas adelante, luego páginas atrás, intentando hacerse una idea.
—¡Vamos! ¿Qué pone? ¿Qué pone?
Franz se quedó muy serio. Lo que veía no tenía sentido para él. O quizá sí, pero no le gustaba.
—Pregúntale si es Calatrava.
—¿Otra vez? ¡Claro que es Calatrava! ¡Pero dime qué pone!
—¡Espíritu, o lo que seas! —gritó Franz— ¿Eres Calatrava? ¿ERES CALATRAVA?
El puntero se movió muy despacio, chirriando sobre la madera de la tabla. Describió una trayectoria en zigzag y al final se paró en la palabra «NO».
Se hizo el silencio durante un instante. Ambos se quedaron mirando el tablero como idiotas.
—Estamos jodidos —dijo al fin Franz.
© Copyright de Ángel Ortega para NGC 3660, Octubre 2016