Por Ángel Ortega
—¡Pssst! ¡Eh! ¡Hauzman!
Franz abrió los ojos y vio el suelo. Tenía la boca tan seca que la lengua se le había pegado a un adoquín.
—¡Vamos, muévete!
Franz alzó la cabeza y vio delante de él un gato gris.
Intentó decir algo, pero la voz no le salía. Se aclaró la garganta y salivó para que su lengua se moviese un poco.
—Te conozco… —dijo al fin.
—Tienes que levantarte. Una amenaza terrible se cierne sobre esta ciudad.
Franz miró hacia arriba y vio las torres de San Gimignano sobre los tejados.
—Quiero una cerveza.
—Todo el mundo quiere una cerveza —dijo el gato—. Vamos, arriba. Estás intoxicado por el Sicarium disuelto en la brea del pozo.
Un ruido extremadamente grave que parecía salir del suelo hizo temblar todo.
—¿Lo has notado? —dijo el gato— No pierdas más el tiempo.
—Voy, voy.
Con un esfuerzo sobrehumano Franz se levantó. La cabeza le daba vueltas y vueltas. Tenía hambre y a la vez náuseas y la boca como si hubiese bebido Gasolina. Y un dolor que le bajaba por toda la pierna le decía que se le había vuelto a abrir la herida del culo.
El gato se le enroscó entre las piernas dibujando ochos en el suelo.
—No hagas eso. Estoy mareado —dijo Franz.
El gato le miró, se chupó una pata y echó a correr hacia el arco de salida.
Como si tuviese zapatos de hormigón Franz fue arrastrando primero un pie, luego el otro, intentado acortar el camino que parecía infinito.
Otro ruido grave atronó toda la ciudad.
Cuando paró, Franz reemprendió la marcha. Pero apenas unos segundos después volvió, esta vez mucho más fuerte.
Los adoquines empezaron a desprenderse del suelo.
Algunos se alzaron un par de palmos y se quedaron suspendidos en el aire, temblando.
Desde el umbral del arco, el gato le gritó:
—¡Corre! ¡Vamos, corre!
Franz apretó los dientes y echó a correr.
Como en un terremoto, las casas, las torres y el suelo empezaron a doblarse sobre sí mismos. El estruendo era ensordecedor. Piedras, polvo, maderas, comenzaron a volar por los aires en todas direcciones.
Franz cerró los puños y corrió aún más deprisa. En realidad, la salida no estaba tan lejos.
Un tejado con la ventana de la buhardilla incluida cayó frente a él; con habilidad saltó a un lado, esquivándolo en la última fracción de segundo.
Un trozo del marco de la ventana le dio en un costado, desequilibrándole. A zancadas demasiado grandes y erráticas fue poco a poco intentando recuperar la postura hasta que se golpeó contra una pared. Se resintió, maldijo, pero no llegó a caerse.
Un poco más y ya estaba fuera.
Una grieta se abrió ante él. Sin pararse ni siquiera a pensarlo saltó por encima. Del fondo surgía calor y una luz rojiza.
El gato le contemplaba nervioso, con el lomo erizado y dando saltitos de lado. Decía algo, pero era imposible oírlo.
Una nube de polvo le cegó momentáneamente pero siguió corriendo a ciegas.
El sol brillaba sin piedad y se reflejaba sobre los tejados de zinc, que resultarían cegadores si no fuese por las gafas de sol. El Bloody Mary ya se estaba quedando caliente: habrá que pedir otro, o cambiar de estilo y empezar con las Margaritas. La vida es una infatigable sucesión de decisiones. O habrá que dejar que elija la camarera de las enormes tetas; ahora oscila una, ahora oscila la otra, apenas sujetas por un bikini demasiado pequeño.
¡Eh! Esto lo había vivido antes.
Franz sacudió la cabeza. Otra vez un Resplandeciente intentaba manipular su mente para distraerle de lo que estaba haciendo.
¿Qué estaba haciendo?
¡Correr!
Abrió los ojos y vio al gato apenas unos metros delante de él.
Se lanzó en un sprint, agachando la cabeza, como si fuese a atravesar un muro con ella.
El suelo ya desaparecía bajo sus pies cuando cruzó el umbral del arco de un salto.
Rodó por el suelo con habilidad para acabar sentado con las piernas abiertas. Una nube de polvo lo cubrió todo.
Poco a poco, se fue disipando. Primero pudo ver sus pies y sus zapatos destrozados. Luego, algo más adelante, vio al gato, chupándose el culo con su pata trasera por encima de la nuca.
Un poco más allá, donde estuvo San Gimignano, había un enorme cañón. Sólo el arco se mantenía en pie, y no duraría mucho. Al otro lado del barranco se sostenía con igual precariedad un trozo de muralla.
—¿Por qué te has parado en el último momento? Creí que no lo contabas —dijo el gato, desatendiendo su culo por un segundo, para continuar después.
—Hay un Resplandeciente hijo de puta que intenta sorberme los sesos. Cuando le ponga la mano encima…
—No he visto ninguno por aquí. Pero claro, estaba pendiente de que no te tragara el abismo.
—Muchas gracias por preocuparte por mí —se levantó y se sacudió el polvo—. ¿Quieres dejar de hacer eso? ¿Por qué los gatos estáis todo el rato chupándoos el culo?
El gato se quedó inmóvil y le miró con sus ojos dorados.
—Por la misma razón que los hombres estáis todo el día recolocándoos los huevos —Franz se dio cuenta de que estaba haciendo precisamente eso y paró.
—¿Quién eres en realidad?
—Soy Cartafilo.
—¿Cartafilo? ¿Como en «Cartafilo, el judío errante»?
—Exacto.
—Ya, claro.
—Sí. Yo ofendí a Jesucristo cuando se cayó con la cruz a cuestas en el calvario y me condenó a esperar en el mundo hasta que él regrese.
—Pues no tienes mucha pinta de judío. ¿Entonces eres inmortal?
—Sí. Bueno, solo hasta el retorno del mesías. Y últimamente no parece que vaya a volver pronto.
—¿Y por qué eres un gato?
—Ha habido muchas Anomalías a lo largo de la historia —dijo el gato con solemnidad—. En una de ellas, todos los que ofendimos a algún profeta o dios cambiamos a forma animal. Algunos incluso a forma vegetal…
—Qué curioso. ¿Tú también sabes hacer eso de caer siempre de pie? Déjame probar.
—Basta —bufó Cartafilo—. Céntrate. Por alguna razón, tú eres una parte importante de todo este desastre y tienes que avanzar.
—Vale —contestó Franz—. ¿Qué sabes tú de todo esto?
—No mucho —respondió—. Sé que esta Anomalía es grave y ha sido provocada en parte por Sys-EM3N viajando desde el futuro hasta nuestro tiempo. Está furioso y quiere arrasar el planeta. Quiere hacer desaparecer la vida y esclavizar a la humanidad mientras los tortura uno a uno.
—Creía que Lukasz Paski acabó con La Cabeza. Yo estuve allí con él cuando ocurrió todo, pero parece que la cosa no salió como yo creía.
Cartafilo se rascó una oreja.
—La Cabeza y Sys-EM3N no son exactamente el mismo individuo. Proceden de secuencias temporales distintas. Es posible que en una rama temporal Lukasz destruyese a La Cabeza y que en otra diferente Sys-EM3N se haya desarrollado por su cuenta. O quizá sean distintos modelos del mismo prototipo. No lo sé. Puede ser cualquier cosa, últimamente el tejido espacio-tiempo está hecho una mierda.
Franz se rascó los ojos con ambas manos.
—No entiendo nada —pese a haberlo padecido antes, Franz nunca había llegado a entender todo ese lío de las realidades alternativas.
—Da igual. Lo que importa es que una entidad estelar llamada Mortimongo engañó a Sys-EM3N prometiéndole poder o control o algo así y le despojó de casi todo lo que tenía. Ha venido a nuestro tiempo para utilizar Internet para expandirse y multiplicarse.
—¿Y no podía hacer eso en su… como se diga… «marco temporal»?
—En el futuro Internet es mucho más lento por culpa del porno. Todo está colapsado. Es imposible hacer prácticamente nada.
—Ya —Franz se rascó la cabeza—. Ha venido del futuro a aprovecharse de nuestra Internet que va a la velocidad de la luz.
—Sí.
—Claro. Bueno, esto me lo está diciendo un gato que según él ofendió a Jesucristo.
—Eres un cabeza dura, Hauzman. No me hagas caso si no quieres. Pero tienes que intentar ponerte en contacto con tu exjefe Calatrava. Él tiene parte de culpa y también es parte de la solución.
—Joder con Calatrava. Hasta después de muerto está dando por el culo.
—Búscale, sácale de donde esté metido y que te ayude a solucionar todo este embrollo —Cartafilo se dio la vuelta.
—Espera. ¿Ya te vas? ¿Vas a aparecer y desaparecer así, como un recurso argumental de escritor barato?
—No, ya no vas a verme más. Me vuelvo a Gothmouth.
Cartafilo, con su habilidad gatuna, trepó por el canalón de uno de los pocos edificios que quedaban en pie, saltó a una ventana, se subió al tejado y desapareció.
Franz se rascó la cabeza durante un momento, tratando de decidir el siguiente paso. Mientras pensaba, algo brilló de forma casi imperceptible detrás de un montón de escombros.
Aunque no estaba seguro de lo que había visto, Franz inspeccionó el entorno en busca de algo que usar como arma. También debía mantener la mente en blanco, u ocupada en algo trivial para ocultar sus intenciones.
El Resplandeciente estaba allí mismo.
© Copyright de Ángel Ortega para NGC 3660, Septiembre 2016