Franz se arrepentirá de todo: Cap. 58

 

Por Ángel Ortega

Si aquello era Dublín, Krashna había llegado hasta allí y había tenido el tiempo suficiente para no dejar piedra sobre piedra.

Allá donde mirara, sólo quedaban restos de edificios destrozados, vigas con la ferralla al aire como esqueletos de bestias vencidas, muros sujetos por hilos de material aislante deseando caer definitivamente al suelo. Una nube de polvo como neblina lo cubría todo. Era como si el apocalipsis se hubiera cebado en aquellas construcciones.

Cerró con cuidado el acceso a Alphaburg, de forma que quedó casi completamente sellado. Cogió su maletín y echó a andar entre los escombros tratando de reconocer dónde estaba.

De algunas partes salían quejidos de gente atrapada entre los restos. A lo lejos pudo ver a un grupo de tres supervivientes ayudando a otro a salir de debajo de un armario.

Pasó junto a un coche medio aplastado por un enorme trozo de ladrillos y hormigón. Dentro había un cadáver tumbado sobre el claxon, que no dejaba de sonar.

La desolación era total. Sería imposible encontrar lo que buscaba.

De nuevo miró a su alrededor, intentando orientarse. Los restos de una tienda de ropa, aún reconocibles pese a su destrucción, le indicaron que no andaba lejos de su objetivo.

Contó los pasos hasta el comienzo del siguiente edificio, enfrente del cual debía haber un buzón de correos: efectivamente, éste aún estaba allí, aunque completamente abollado y vomitando su contenido de sobres y postales encima de un charco.

Alcanzó el portal de un edificio más antiguo que el resto, cuya base tenía un aspecto algo mejor que los anteriores. Al lado de donde debería estar la puerta había una serie de placas metálicas indicando las oficinas que habían estado allí.

Una de ellas, en buen estado comparado con la devastación que la rodeaba, mostraba el texto «Asesoría Fiscal Blumenstein and Bohlwinkel. BAJO B».

El acceso a la planta baja estaba bloqueado por una plancha de escayola caída de algún piso superior y a Franz no le costó moverla. Despejó la escalera como pudo y llegó a la puerta, que había cedido y se había quedado con forma de trapecio. Intentó abrirla pero no pudo. Le dio una patada y se apartó, temiendo que el amasijo de restos que había encima le aplastara, pero sólo cayeron unos cuantos ladrillos cuando la puerta se terminó de partir.

Del interior surgió una bocanada de aire caliente.

Franz entró. El techo estaba completamente deformado y obligaba a caminar agachado. Por todas partes había muebles destrozados y papeles desparramados. Una tubería soltaba agua continuamente sobre el cadáver de una mujer tendida boca abajo y con un auricular con micrófono aún sujeto a la cabeza.

Franz apartó un escritorio que le bloqueaba el camino, haciendo ruido.

—¡Eh! ¡Aquí! —se escuchó una voz al fondo. Franz la reconoció de inmediato.

Se dirigió hacia donde salía la voz.

—¡Por favor! ¡Ayúdenme!

Franz entró en el despacho y vio a un hombre atrapado bajo una viga de madera. Tenía el pelo blanco, unos cincuenta años y pese a su estado aún parecía peinado. Sonrió al ver que alguien entraba.

—Menos mal que… ¡Franz Hauzman! ¿Eres tú?

—Hola, Mortimer.

El gesto de Mortimer cambió rotundamente y se quedó serio.

—Por favor, Franz, sácame de aquí. El monstruo ha debido pasar de largo. Tenemos que irnos lo antes posible.

—El monstruo está muerto. Sys-EM3N lo destruyó. Y yo acabé con él.

La cara de Mortimer mostró sorpresa de forma casi cómica.

—Eres genial, Franz. Lo has conseguido.

—Y no gracias a ti, grandísimo hijo de puta.

—¿Qué? ¿Por qué dices eso?

—Tú me diste pistas falsas todo el tiempo. Igual que a Fabrizio. Igual que a todos, cabronazo.

—Estás delirando, Franz. Soy tu amigo. Tu amigo Mortimer, Franz, yo siempre te he ayudado.

—Sí. Mortimer. Mortimer Montgomery. Morti-Mongo. Cómo no se me ocurrió antes. Tan seguro estabas de ser superior que hasta te permitiste un mote tan ridículo pensando en que nadie se iba a dar cuenta —Franz apretó los puños y los dientes.

Mortimer le miró un instante y se rio.

—Tienes razón, Franz. Siempre habéis sido un puñado de estúpidos ignorantes. Gente poderosa pero fácilmente manipulable. Os he manejado a todos como a marionetas. Ha sido como una partida de ajedrez. Pero ni siquiera mi oponente estaba a mi altura.

—Sys-EM3N ha estado a punto de matarte. Lo habría hecho si no hubiese sido por mí.

—Sí. De toda la gente implicada en este embrollo, eres el último que pensé que lo lograría —dijo Mortimer—. Tú eras el peón menos aventajado y mírate.

—Y todo esto, ¿para qué? —dijo Franz— ¿Qué has sacado?

—Yo despojé a Sys-EM3N de algo que tú ni siquiera eres capaz de entender. Sabiduría, Franz. Conocimiento. Soy con mucho el más poderoso de la tierra.

—¿Sí? —dijo Franz, extendiendo las manos y mirando alrededor— Desde aquí no lo pareces.

—Sácame de aquí, Franz —dijo Mortimer, cambiando el tono—. Ya todo ha terminado. Compartiré mi éxito contigo.

—No quiero tu éxito —dijo Franz, escupiendo las palabras.

Franz se dio la vuelta.

—¡Eh! ¡Espera! ¿Dónde vas? ¡No me dejes aquí!

Atravesó el desvencijado salón, pasó por encima del cadáver y cruzó la puerta.

—¡Hauzman! ¡Por favor! ¡Ayúdame! ¡Sácame de aquí!

Ya fuera del edificio apenas se le oía.

Al fondo, entre las nubes de polvo, vio algo enorme. En un principio pensó que era alguna casa que no se había terminado de derrumbar, pero su estructura era demasiado compleja como para eso.

Se acercó trabajosamente, pasando por encima de partes destrozadas de edificios, vehículos y mobiliario urbano. Pronto entendió de qué se trataba: los restos de Krashna.

Era un armazón indescriptible de hierros retorcidos, chapas reventadas, cables deshechos y mecanismos destrozados. Se alzaba ante su vista como una casa de cinco pisos. Lo que antes debieron ser sus múltiples patas estaban esparcidas por el suelo en ángulos dispares, como si se tratase de un bosque de árboles metálicos que se hubiesen desmoronado por un terremoto. De alguno de los cables aún brotaban chispas.

Se subió a la estructura tratando de buscar el centro, donde se supone que debía estar el terminal que le controlaba. Resultaba complicado caminar y trepar por las superficies combadas, tan llenas de aristas cortantes y de hilos metálicos pelados que podían aún tener cargas eléctricas mortales. Tardó casi media hora en dar con él.

Levantó una carcasa informe y encontró los restos de un hombre. Lo que había sido su cabeza estaba desparramado por encima de una serie de controles y enchufes, que estaban todos achicharrados. El hombre estaba en una postura imposible que indicaba que todos sus huesos estaban rotos.

En el suelo había un cuaderno.

Era el bloc de notas, el dispositivo de viaje en el tiempo.

Lo cogió y le sorprendió su simpleza: no parecía muy diferente a un bloc de notas de tamaño mediano, como los que había llevado al colegio cuando era niño.

Sonó un trueno y empezó a llover.

Se alejó de los restos de Krashna y se puso a cubierto de la lluvia dentro de una casa que aún conservaba algo de tejado.

Se acercó a un escritorio que estaba volcado en el suelo. Rebuscó por los cajones y encontró una estilográfica, papel y cinta adhesiva.

Escribió una nota en uno de los papeles, abrió el maletín y la metió dentro. Cogió un fajo de billetes y se lo guardó en el bolsillo, aunque tenía la sensación de que el mundo estaba tan destruido que el dinero tendría mucho menos valor a partir de aquel momento.

Cerró el maletín. Abrió el bloc de notas y escribió una dirección y una fecha en la primera hoja. La pegó con cinta adhesiva al exterior del maletín y de un tirón desprendió el resto del bloc, quedándose con él en la mano.

Inmediatamente, el maletín desapareció de delante de sus ojos.

Indice de capítulos

© Copyright de Ángel Ortega para NGC 3660, Agosto 2017