Por Ángel Ortega
Volvió al puente y lo cruzó a la máxima velocidad que le permitía la poca luz. Cuando llegó al otro lado, giró a la derecha. En medio de ese tramo de calle había un farol, lo que le facilitó moverse con más soltura. Susanna le había dicho que aquella calle giraba en ángulo recto hacia la izquierda y que, a partir de ahí, una cuesta arriba le llevaría hasta Sys-EM3N, o La Máquina, como la conocían en Alphaburg.
Llegó a la esquina, paró y se asomó con cautela: también le había advertido que a partir de aquí sería muy probable encontrar miembros de la guardia porque en aquel lugar empezaba la cola de gente lista para que Sys-EM3N se los comiera. Comérselos no era quizá la expresión más correcta. Al parecer sí usaba su energía para abastecerse, pero además también empleaba su piel como cobertura.
La calle, efectivamente, subía, y estaba algo más iluminada que el resto de lo que había conocido hasta el momento. Había farolas alternadas en ambas aceras, pero no había nadie.
No obstante, podía oír un rumor de voces y pasos.
Como si se tratase de un guardia más, Franz dio la vuelta a la esquina con paso firme y decidido, incluso algo chulesco. Echó a andar cuesta arriba, hacia donde se escuchaban los sonidos y hacia donde supuestamente estaba Sys-EM3N.
Una pareja de tipos, aparentemente guardias por el color de sus casacas y las porras, surgieron entre la oscuridad similar a niebla negra. Franz no dijo nada y saludó levantando una mano. Sólo uno de ellos le devolvió el saludo, el otro estaba muy atareado explicándole algo a su compañero.
Cuando pasaron de largo, Franz sintió que la presión en su corazón se liberaba. Hacerse pasar por un guardia parecía funcionar.
Poco a poco el ruido de voces se fue haciendo más nítido y era una mezcla de sollozos leves y órdenes de silencio. Aun sin ver nada, Franz se imaginó de qué se trataba.
Según se acercaba, consiguió distinguir varias siluetas: a ambos lados de la calle, unas cuantas figuras de su altura, con armas de mano, de la que salían los gritos secos. En el medio de la calle apreciaba el contorno de gran cantidad de siluetas más bajas que se mantenían inmóviles y que de vez en cuando emitían lamentos y sorbos.
Era la fila de niños.
Cuando pudo verlos con algo de detalle, se fijó en que no sólo eran niños y niñas, sino también alguna que otra adolescente y un hombre muy viejo, cuyas cabezas sobresalían por encima del resto. Los pequeños tenían todos caras tristes sucias de lágrimas y ropa andrajosa. Algunos cuchicheaban con otros, pero casi todos estaban callados o llorando en silencio. Los mayores, sin embargo, parecían más tranquilos.
Uno de los niños se sentó en el suelo e inmediatamente uno de los guardias se alejó de su puesto en la acera, cruzó justo por delante de Franz y le ordenó a gritos que se levantara, amenazándole con la porra. El niño se levantó como por un resorte y volvió a su posición, pegándose lo más posible al que tenía delante. El guardia se quedó allí y Franz tuvo que sortearle.
—Buenas —dijo Franz, como si nada.
—Qué tal —dijo el tipo, sin dejar de tener clavada la vista en el niño, que le miraba aterrorizado.
Franz caminó siguiendo la fila, comprobando que la proporción de niños y adultos o adolescentes era constante. Varios guardias la emprendieron a gritos con alguno más de los chicos, pero parecía una gente bastante dócil y el trabajo era sencillo. De vez en cuando se cruzó con parejas de guardias que llevaban a niños sujetándoles por la ropa, a menudo arrastrándoles. Estaba claro que eran nuevas adquisiciones y debían colocarse al final del todo para cuando les llegase el momento.
Un niño se derrumbó justo a un metro delante de él, cayendo de bruces. Ninguno de sus compañeros de la cola hizo nada por ayudarle. Un guardia estaba justo enfrente.
Franz paró.
El tipo le miró, como esperando que dijera algo. Al ver que Franz no hacía nada, giró la cabeza, como para examinarle mejor.
Franz dio un paso adelante y le gritó al niño:
—¿Qué haces, basura? ¡En pie!
El niño levantó la cabeza y le miró con cara de terror. Franz debía mantenerse en su papel de guardia, así que repitió:
—¡Arriba!
El guardia que se le había quedado mirando se acercó a ambos. Antes de que pudiera decir nada, Franz le gritó:
—¿Qué pasa, que tengo que venir a hacer tu trabajo?
—Vale, vale, ya me encargo —dijo el tipo, sorprendido por el tono autoritario.
—¿Cómo que te encargas? Pues claro. Muévete ahora mismo y no daré parte —dijo Franz.
—¡Venga, arriba! —le gritó el guardia al niño— ¡No me hagas que te parta la cara!
El niño se levantó como pudo. Las piernas le temblaban, pero consiguió mantenerse en pie. Tenía unas ojeras profundas y parecía sudoroso.
Franz echó a andar alejándose lo antes posible.
Le resultaba imposible saber la distancia que había recorrido, pero tuvo la sensación de que ya eran varios centenares de metros. No sabía cuánto tiempo tardaba Sys-EM3N en despachar a toda aquella gente, pero si no era mucho, estaba claro que dejaría la ciudad vacía de niños en poco tiempo.
Un guardia apareció por un costado y gritó:
—¡A ver, los voluntarios, que vengan conmigo!
De la fila se separaron dos chicos y tres chicas jóvenes y una anciana y caminaron hasta el guardia.
—Cuatro, cinco y seis. ¡Vale! ¡Es suficiente! ¡Volved a la fila! Vosotros, venid conmigo.
El tipo echó a andar a paso rápido y el grupo le siguió, desapareciendo pronto en la penumbra.
Así que voluntarios. El ser humano es sorprendente, pensó Franz.
Continuó su marcha. El flujo de niños escoltados para ocupar su posición en la fila se mantuvo. Si notaba que alguno de los guardias se le quedaba mirando, saludaba con un par de palabras o un gesto, que siempre era devuelto.
Frente a él había un guardia que abofeteaba a un niño que estaba tendido boca arriba en el suelo. El niño no se movía.
—Muévete, joder, muévete —dijo el guardia—. Muévete o me buscarás un problema.
—¿Ocurre algo? —dijo Franz.
—No, no. Este niño, que no me hace caso —dijo el guardia con voz temblorosa—. ¡Venga! ¡Muévete!
—Yo creo que está muerto.
—¿Muerto? Oh, vamos, tío, no me jodas. Me van a joder por esto. No digas nada, por favor.
—¿Yo? No, no diré nada —dijo Franz—. Pero soluciónalo. Ya.
—Claro, claro. Gracias, tío.
—De nada.
Franz continuó fila arriba. Un par de guardias bajaron a paso rápido como para atender una emergencia.
Poco a poco, algo enorme empezó a materializarse desde la oscuridad. Era tan grande como un edificio, de contorno incomprensible, como si se tratase de algo que previamente había tenido forma de bloque pero que había sufrido sucesivas abolladuras y modificaciones. De él surgía calor, un murmullo constante formado por zumbidos, crujidos y voces y leves resplandores. A su alrededor se sentía mayor actividad de gente yendo y viniendo. La silueta temblaba como si fuese totalmente sólida, como un gigantesco y amorfo flan de gelatina.
La fila terminaba, o más bien empezaba, en una oquedad oscura de contornos redondeados, que convulsionaba cada cierto tiempo.
Había llegado.
© Copyright de Ángel Ortega para NGC 3660, Agosto 2017