Franz se arrepentirá de todo: Cap. 45


Por Ángel Ortega

Las pelotas de Franz se encogieron hasta casi desaparecer cuando descubrió que algo tapaba la única salida. Había oído que en ocasiones las abominaciones como la que había destruido el intelecto de Fabrizio perseguían a sus víctimas hasta penetrar en la realidad, sobre todo en lugares poco concurridos como aquél. Pero su cerebro, espoleado por el terror, se puso en funcionamiento rápido y razonó que la silueta que se recortaba a contraluz no podía ser la de Balgarothotep, pues su tamaño y forma tenían que ser muy diferentes.

La figura se lanzó hacia él seguida de un nuevo grito de Fabrizio. Franz no dudó y descargó un cadenazo contra lo que se le venía encima. Aunque emitió un quejido sordo, la mole no frenó y le derribó. Ambos rodaron por el suelo.

El olor pestilente que soltaba su adversario le dio a Franz la primera pista de quién era. Se incorporó de un salto y comprobó que era un tipo vestido con hábito de monje y máscara antigás, armado con un cuchillo dentado. La Hermandad de los Caballeros de la Sangre Inextinguible había vuelto a dar con él.

Franz volvió a golpear con la cadena al hermano en toda la cabeza. Éste emitió un murmullo que ya empezaba a resultar característico. Se acercó rápidamente y le quitó el cuchillo.

El tipo rodó por el suelo y retorció la pierna de Franz, haciéndole daño en el tobillo y arrastrándole con él. Los dos rodaron por el suelo de nuevo. Franz asestó un par de cuchilladas pero no acertó. Era más ágil que otros de la secta con los que se las había visto anteriormente.

De un salto se puso fuera del alcance del Franz y le dio una fuerte patada en la cara. Franz sintió cómo uno de sus dientes se rompía. El dolor le paralizó un instante durante el que creyó que le taladraban el cerebro con un clavo.

Se incorporó a toda velocidad para lanzarse sobre el hermano, pero su tobillo estaba más resentido de lo que creía y trastabilló, cayendo casi entre las piernas del tipo. Éste aprovechó verle tan cerca para tratar de darle un pisotón en toda la cara, pero Franz rodó en el último momento y la sandalia apestosa golpeó contra el suelo.

Franz alzó la mano libre y agarró al tipo por los testículos y el pene, que estaban asquerosamente pringosos. Apretó todo lo que pudo, y el tipo cerró inútilmente las piernas y braceó, atenazado por el dolor, hasta que terminó girando sobre sí mismo y cayendo de bruces. Franz sintió que su muñeca se resentía, pero no pensaba soltarle las pelotas, aunque estaban tan sucias y grasientas que se resbalaban como un pez baboso.

El hermano se encontraba a cuatro patas, tratando de zafarse de la mano que le estrujaba los huevos y con su maloliente ojo del culo a palmo y medio de la cara de Franz. Éste estaba harto y con toda su fuerza clavó el cuchillo directamente en el ano de su oponente.

Éste emitió un gruñido ahogado pero muy largo. Del culo salió un borbotón de sangre que le cayó a Franz en la boca y los ojos. Franz escupió como pudo y empezó a girar y a apretar el cuchillo como si lo estuviera atornillando. Así, giro a giro, el tipo se fue quedando inmóvil y en silencio.

Franz soltó a su húmeda presa y se levantó, con una náusea haciéndole temblar todo el cuerpo. Se desequilibró, caminó describiendo eses hasta la esquina, apoyó la cabeza contra las paredes y vomitó con todas sus fuerzas. Se limpió con la manga como pudo la boca y los ojos y trató de enderezarse. Otro par de náuseas le convulsionaron el cuerpo, pero solo fueron eructos sonoros sin contenido.

Franz escupió. De pronto recordó que aquellos hijos de puta nunca iban solos, así que sacó el cuchillo del culo del hermano y se preparó para recibir un nuevo ataque.

Se acercó con cautela a la salida de la estancia, cruzo el umbral de un salto con el cuchillo hacia adelante pero allí no había nadie más, solo el pasillo, la escalera, el portón del montacargas y las puertas de las celdas, completamente silenciosas.

No tenía ni idea de cómo había llegado aquel cabronazo hasta allí, pero le habían pasado cosas mucho más raras y no le dio más vueltas.

Volvió a la celda. Pasó por encima del caballero muerto y se encontró a Fabrizio sentado en su esquina favorita llena de mierda, jugando con sus dedos y canturreando.

—¡Eh! ¡Fabrizio! —dijo, entre jadeos.

—Nada más… —dijo Fabrizio.

Franz le dio una bofetada. Fabrizio se cubrió con el antebrazo y soltó un par de gemidos.

—¡Atiéndeme, hostias! ¿Dónde cojones está el inhibidor de comunicaciones?

—¡Franz Hauzman! ¿Eres tú?

—Sí, joder. Soy yo. Necesito que me digas de una puta vez dónde está el inhibidor.

—Yo buscaba el inhibidor.

—Sí, ya lo sé. Por eso te lo estoy pidiendo.

—Oh, sí. El inhibidor escondido. Lo escondí. Me escondí. Está escondido. Todos debemos escondernos ahora.

—¿Dónde lo escondiste?

—No, no, no, no hay dónde esconderse. Lo he visto, Hauzman, he visto a la abominación. Su nombre es Balgarothotep y es una pesadilla.

Franz cogió a Fabrizio por el cuello y lo estrujó. El italiano abrió mucho los ojos.

—Escúchame, grandísimo gilipollas. Estoy cansado, harto y no me queda paciencia para tonterías. Dime dónde está el inhibidor o te rajo ahora mismo.

—Franz, Franz Hauzman, tú tienes la culpa de todo.

—¿Qué? ¿De qué coño estás hablando?

—Tú me has condenado, Hauzman. Yo no tenía nada que ver en esto. Tú me acusaste. Tú me entregaste.

—¿Yo? Y una mierda. Tú me has acusado a mí. Tú le has estado diciendo a todo el mundo que yo era el responsable.

—No, no, no —sollozó Fabrizio—. No es verdad. Sólo lo hice para quitármelos de encima. Sí, lo hice, te eché la culpa de todo lo que pude. Cada vez que alguien me preguntaba por alguna cosa les decía que la tenías tú. Oh, me han torturado, Hauzman, me han torturado muchas veces, me han engañado. Sí, es verdad, yo te he echado a los perros. Yo te he acusado de todo.

Franz pensó que, siendo justos, él había hecho lo mismo cuando se había visto acorralado, así que de alguna forma estaban en paz; aflojó la presión del cuello y Fabrizio se hizo pis encima, salpicándole los zapatos.

—Oh, joder, basta de guarradas. Me tenéis harto.

Alzó la mano para pegar a Fabrizio pero, al verle tan indefenso ahí tirado, cubierto de mierda y tapándose la cara, decidió no terminar el golpe.

—Habla, cojones. ¿Dónde está el inhibidor?

—Nada. No hay nada más. No queda nada. He visto… he visto la abominación. Todos estamos muertos.

—¿DÓNDE ESTÁ EL INHIBIDOR? —gritó Franz más fuerte que nunca, volviendo a amenazarle con la mano en alto.

—¡Nada! ¡No hay nada! No hay. No hay inhibidor.

—¿Qué? ¿Qué coño estás diciendo?

—No hay inhibidor, Hauzman. No hay. El inhibidor no existe.

—¿Cómo que no existe?

—No, no, no —volvió a lloriquear—, no existe, no hay inhibidor, todo es una trampa. Me han engañado. Nos han engañado. Todo el mundo nos ha engañado. Todo…

Franz se quedó quieto, respirando fatigosamente. Se metió la mano en la boca y sacó un diente que se le había roto en la pelea. Lo tiró al suelo.

—No hay nada… no hay nada… —siguió repitiendo Fabrizio.

No tenía ningún sentido seguir allí. Tampoco tenía ningún sentido dejar a Fabrizio en ese estado.

Le cogió por el pelo y le levantó. Fabrizio puso ojos de terror, pero luego su gesto se suavizó.

—No hay nada, Franz —dijo con voz temblorosa—. No hay nada. Deberías estar muerto. Todos deberíamos estar muertos.

De un golpe le segó el cuello. Tan fuerte lo hizo que casi le cortó la cabeza.

Fabrizio cayó al suelo como un trapo, muerto en el acto.

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© Copyright de Ángel Ortega para NGC 3660, Mayo 2017