Por Ángel Ortega
Franz resopló y volvió a la mesa, donde le seguía esperando el guiso de pescado. Se sentó y dio un gran trago de cerveza.
Brigitte, que había estado mirando la televisión a su lado con atención, se reunió con él.
—¿Qué es eso? —le preguntó.
—¿Eso? Eso es el final —dijo Franz. Cogió una cucharada, sopló y se la tomó.
—¿El final de qué?
—El final de todo. Es un Artefacto de Destrucción Total. Lo ha traído Sys-EM3N desde el futuro.
—¿Cómo sabes que ha sido él?
—Ése era el plan: traerlo aquí para acabar con Mortimongo —dijo Franz—. Y como no sabe quién es, ha decidido destruir a la humanidad entera.
—Está claro que alguien le ha proporcionado el bloc de notas.
—Está claro —repitió Franz mientras tomaba otra cucharada de comida.
—¿Has sido tú? —dijo Brigitte, sin cambiar su tono de voz.
—¿Yo? ¿Cómo te atreves? —Brigitte le cogió por el cuello de la camisa y le levantó un palmo del suelo.
—¡Suéltame, loca! —gritó mientras pataleaba en el aire.
—Sé que me estás ocultando algo, Franz. Eres un tío simpático y me va a saber mal torturarte para que me lo digas.
—Vale, vale —Franz levantó las manos pidiendo paz—. Sí, he averiguado dónde está el bloc de notas.
—Vaya. Sólo es un detalle que olvidaste mencionar —Brigitte alzó una ceja.
—Pero yo no lo tengo —añadió Franz apresurado—. Sólo sé dónde lo escondió Calatrava.
—Así que Calatrava lo escondió —repitió Brigitte—. Sois todos un puñado de miserables.
—Eh, yo no he tenido nada que ver. Fabrizio y Calatrava lo hicieron por su cuenta. Yo solo soy otra víctima.
Brigitte le dejó en el suelo.
—Otra víctima. Pobrecito Franz.
—Vete a la mierda.
—Y, ¿dónde está el bloc de notas?
—Aquí —Franz se metió la mano en el bolsillo y sacó la hoja de «La Séptima Rapsodia», aún envuelta en el pañuelo.
Se lo tendió a Brigitte. Ella sujetó el papel por el pañuelo con solo dos dedos y leyó la nota.
—Vaya —dijo Brigitte abriendo más los ojos—. Qué original. Nadie lo hubiera buscado ahí.
—Eso pensé yo —dijo Franz, colocándose la camisa.
—¿Alguien más sabe esto?
—Sí. Vino a verme Wong Antoine Wang, el presidente del mundo. Se lo dije a él.
—¿Le diste esta información tan crítica a ese burócrata? Pareces memo, Hauzman.
—Eh, vale ya —dijo Franz, molesto—. ¿Qué querías que hiciera? ¿Cómo iba yo a pensar que me iban a engañar?
—Es cierto, desconfiar de un político es un auténtico disparate.
—Joder —dijo Franz entre dientes.
—Si el gobierno del mundo está involucrado, supongo que ya no hay mucho que se pueda hacer —dijo Brigitte—. Las clases dirigentes tendrán las espaldas cubiertas, pero para los demás la cosa estará bastante jodida en poco tiempo.
Franz se terminó la cerveza. Con ella, los engranajes de su cerebro empezaron a funcionar.
—No tengo muy claro qué hacer ahora —dijo Franz—, pero hay varias cosas que se pueden intentar. Por un lado, hay que tratar de parar a ese monstruo. No tengo ni idea de cómo, pero si Sys-EM3N le está controlando seguro que tiene algún terminal conectado. Ése tiene que ser su punto débil. Lo complicado será acercarse a esa bestia.
—Hablaré con Didier. Yo no te puedo decir nada sobre esto sin consultarle.
—Me imagino —dijo Franz—. Pero mientras no acabemos con Sys-EM3N todo esto no servirá para nada. Y si ahora tiene el bloc de notas todo es mucho más peligroso. Así que hay que ir a por él y destruirle de una vez.
—Supongo que eso significa que te estás presentando voluntario.
—Joder —Franz frunció el ceño—, ya pensaba hacerlo. Sé dónde se esconde y tengo una llave de acceso.
—Vaya, Hauzman, me sorprendes. No eres completamente inútil.
—Vete a la mierda, Mary Sue. Pero necesito algo de información. Tienes que ponerme en contacto con Mortimer.
—Bien, eso es fácil.
—¿Tienes un intercomunicador seguro?
—Claro.
Se metió la mano en el escote y de él sacó un audífono y un micro. Los cables eran muy cortos y apenas sobresalían un palmo de entre sus pechos. Franz se puso de pie, se inclinó un poco y se colocó el aparato en la oreja. Desde donde estaba, lo único que veía eran las tetas de Brigitte.
—¿De verdad el cable no es más largo? —dijo Franz— Me va a ser imposible concentrarme tan cerca de las gemelas.
—Ya he marcado; coge el micrófono.
Sonó una sucesión de tonos de comunicación.
—¿Sí? ¿Quién es? —dijo una voz temblorosa.
—¿Mortimer? ¿Eres tú? Soy Franz Hauzman.
—Oh, Dios, Hauzman, ¿qué coño ha pasado?
—Ya lo ves. Algo ha salido mal. Sys-EM3N ha conseguido el bloc de notas, ha mandado a un terminal al futuro y se ha traído a este monstruo.
—¿Y cómo ha sido eso posible? Me cago en la leche, Hauzman, esto se te ha ido de las manos.
—¿Qué cojones? ¿Cómo que SE ME HA IDO de las manos? Me tenéis todos harto, Mortimer. Llevo quién sabe cuánto tiempo peleándome con mis propias manos con toda la mitad oscura del puto universo sin que nadie me eche un cable. ¿Dónde estáis los poderosos, aparte de poniendo pegas y dándome pistas incompletas?
—Lo siento, Franz, de verdad. Sé que has hecho todo lo que has podido, y que la misión te venía grande. Es…
—¿Cómo que la misión me venía grande? ¡Me cago en la leche! Si alguno hubierais movido el culo de vuestros cómodos sillones todo sería distinto y ahora no estaríais cagados de miedo.
—Bien, bien, Hauzman, cálmate…
—Y una mierda. Ahora… —dijo Franz, gritando aún más. Pudo ver una gotita de su propia saliva en la piel del pecho izquierdo de Brigitte, lo que hizo que perdiera completamente la concentración. Apenas la quitó con la yema del dedo índice Brigitte le dio un manotazo— ¡Ay! ¡Joder!
—Las manos quietas —dijo Brigitte.
—¿Qué pasa? —dijo Mortimer.
—Nada —dijo Franz, frotándose el dorso dolorido de la mano con la otra—. Vamos a ver, Mortimer, dejémonos de historias y vamos al grano. ¿Qué hacemos ahora?
—Bien, bien, tienes razón —se oyó a Mortimer tragar—. Hay que hacer dos cosas: parar a esa máquina y destruir a Sys-EM3N.
—Joder, dime algo que no sepa.
—Vale, no me metas prisa, joder, Franz, estoy a menos de doscientos kilómetros de ese puto bicho y me va a encontrar.
—¿Cómo que te va a encontrar? ¿Por qué a ti? —dijo Franz.
—Quiero decir que estoy a casi un palmo de su culo. Esta cosa está destrozando Londres y Dublín está a un suspiro.
—Ya.
—Verás. Sys-EM3N lo controla mediante uno de sus terminales, que tiene que estar en algún sitio, encima o dentro de él.
—Eso también lo sé, pero ese monstruo es enorme. ¿Cómo coño vamos a saber dónde está?
—Eso no es lo importante, basta con impedir que lo controle. Para eso necesitas el inhibidor de comunicaciones.
—¿El qué? —dijo Franz.
—El inhibidor de comunicaciones. Es un aparato que llena de ruido los canales de transmisión de datos de los ordenadores de la serie Sys-EM.
—Ah, bien, pues ya está, hay que conseguir eso.
—Espera. El modelo enloquecido, el 3N, sabía de este inhibidor y apantalló sus cables e interfaces, así que no será tan fácil.
—Claro que no, cómo iba a serlo —bufó Franz—. Y entonces, ¿qué?
—Es necesario acercarse mucho al sistema para que sea efectivo.
—Vale, vale —dijo Franz—. ¿Dónde está ese puto cacharro?
—Lo tiene Fabrizio.
—Oh, vamos —gritó Franz—. ¿Ya empezamos otra vez con «Lo tiene Fabrizio»?
—¿Qué tiene Fabrizio? —preguntó Brigitte.
—Es cierto —dijo Mortimer—. Yo mismo le mandé a por él.
—¿Qué tiene Fabrizio? —insistió Brigitte.
—Joder, Brigitte, calla, no oigo nada —dijo Franz—. ¿Mortimer? ¿Has estado hablando con Fabrizio?
—¿Quién está ahí contigo? —dijo Mortimer.
—Da igual. ¿Qué pasa con Fabrizio? —dijo Franz.
—Sí, me llamó desesperado y cagado de miedo para pedirme consejo. Yo no tenía mucho que decirle, por tanto le mandé a por el inhibidor. Así le mantenía ocupado y por lo menos serviría de respaldo en caso de que tú fallaras.
—Eres todo corazón, cabronazo —dijo Franz—. Creo que sé dónde encontrar a Fabrizio, ¿verdad, Brigitte?
—Espero que no necesites que Fabrizio te diga nada —dijo Brigitte.
—¿Estás con la Mary Sue de Didier? —dijo Mortimer—. Ten mucho cuidado. No te fíes de nadie.
—No lo hago. Y tengo la sensación de que tampoco me puedo fiar de ti —dijo Franz—. ¿Qué me ocultas?
—¿Yo? Nada. Déjate de paranoias, Hauzman. Ya sabes que yo siempre te he ayudado.
—Sí, siempre que coincidía con tus intereses —dijo Franz—. Bueno, dejemos eso ahora y vamos a centrarnos en los problemas. Voy a ver a Fabrizio y a conseguir el inhibidor ése.
—¿Fabrizio tiene un inhibidor? —dijo Brigitte— Pregúntale a Montgomery si tiene un plan B.
—¿Qué?
—Que le preguntes…
—¡Mortimer! —dijo Franz— Me dice Brigitte que si hay alguna alternativa.
—Consigue el inhibidor como sea —dijo Mortimer—. Sí, ya sé que esto se está convirtiendo en una historia bastante lineal de coger un objeto tras otro como si fuera un videojuego, pero es lo que hay. Recuerda que…
Un chirrido le destrozó los tímpanos.
La comunicación se rompió.
—¿Mortimer? ¡Mortimer! —gritó Franz.
—Da igual cuánto grites, Hauzman. Se ha cortado.
—Vamos, vuelve a contactar.
—Está bien, voy —Brigitte hizo algo, pero como Franz solo veía su escote, no pudo saber qué.
El auricular se mantuvo mudo.
—Imposible. Deben ser cosa de los cables internacionales o de los satélites, así que me temo que no podemos hacer nada —dijo Brigitte.
—Joder.
Franz soltó el intercomunicador. Pese a lo tenso de la conversación, haber estado tan cerca de aquellas tetas tan firmes había sido una hermosa experiencia y volver a estar libre le resultó desagradable.
—Llévame a ver a Fabrizio —dijo Franz.
—No me escuchas, Franz. Fabrizio no va a poder decirte nada.
—¿Por qué?
—Se ha vuelto loco. Su cerebro está frito.
—¿Qué le habéis hecho?
—¿Nosotros? Nada. Pero en su búsqueda se encontró con un ser para el que la mente humana no está preparada —dijo Brigitte con solemnidad—. Sólo contemplarlo hace que pierdas la razón. Es tan inconcebible que las fibras y los tejidos de la cordura se desgarran en su presencia.
—No me jodas que…
—Sí, de alguna forma, se tropezó con Balgarothotep.
© Copyright de Ángel Ortega para NGC 3660, Abril 2017