Fecha de caducidad

 

Por Begoña Pérez Ruiz

Erik se levantó antes de que sonara la alarma en su móvil con la hora programada. Era tan constante en sus rutinas diarias que nunca necesitaba que el timbre despertador le sacará de su sueño. Y, aun así, por puro ritual, no desprogramaba aquella función.

Miró la pantalla del brazalete de su móvil antes de volver a ponérselo en su muñeca. No fijó su atención en la hora concreta a la que se acababa de levantar. Pero sí atendió, como cada mañana, al contador de sus seguidores en My Life. Solo habían aumentado en tres personas, no suponía un gran número, aunque no dejó que un sentimiento de derrota le invadiera. Tenía que tener en cuenta que siempre solía ser así. Uno no podía esperar que los seguidores se incrementaran demasiado durante las horas del sueño. Al fin y al cabo nadie podía lucirse mucho ni marcar tendencia mientras dormía. No era cuestión de la calidad de las imágenes, eso ya lo había descartado al cambiar de móvil para que le grabara en sueños. Solo los más importantes Ideales conseguían aumentar en grandes números sus seguidores mientras dormían. Sus perfiles influían incluso cuando su actividad era de lo más aburrida o estática.

Pero Erik no podía compararse aún con las grandes cuentas de la red My Life.  Aunque debía sentirse orgulloso, en solo un año había conseguido tantos seguidores como para permitirse no recordar demasiado su chip. Y aquella mañana, como tantas otras, no era momento de deprimirse con el tiempo perdido que suponía dormir sin ganar en ese intervalo presencia en My Life. Ante todo debía felicitarse de no haber perdido ni un solo seguidor durante las últimas horas. No había sitio para el desánimo y menos ahora, en ese único momento del día que no tenía más remedio que apagar la cámara directa que trasmitía toda su existencia a través de My Life.

Se le antojaba necesario e inevitable. Cada día, desde que se había unido a My Life, suponía una práctica que se veía obligado a hacer. Precisaba de esa media hora de tiempo sin retrasmitir para recopilar información valiosa que reutilizar en su perfil, lo contrario podía suponer no conseguir más seguidores o lo que era peor, bajar los que ya tenía.

Aun así, sabiendo que lo que hacía solo venía a repercutir en su beneficio, no se libraba de sentir un miedo penetrante durante el tiempo que se desconectaba de My Life. Sentía el irracional temor de que al retornar a su perfil todos sus seguidores habrían decidido olvidarse de él, por pura apatía y habrían dejado de seguirle. Ese lapso de tiempo de apenas media hora de desconexión se le hacía eterno. En ese rato de castigo emocional no podía evitar que acudieran a su mente las palabras desaprobatorias de su padre:

—Las malditas redes sociales acabaran con todo país civilizado. Siempre lo he creído así y aunque me veas como un loco no soy el único que lo piensa desde hace años. La gente se cree que el apodo de redes viene del hecho de conectar a unos con otros. Pero yo sé que una red contiene también el sinónimo de trampa, de engaño. Y tú, hijo, en tu inconsciencia, permites que te atrapen con su tejido mentiroso, como lo hacen con la mayoría de la sociedad. El ser humano tiene la mierda que se merece…

Erik nunca había escuchado demasiado las sentencias lapidarias de su padre. No quería seguir sus planteamientos, ni compartir sus ideas sobre lo que suponía vivir con honestidad y dignidad. Él prefería poder disfrutar de una larga vida. Esa que su padre le había negado por su bajo estatus social. Porque todo se antojaba diferente si uno tenía dinero para permitirse muchas cosas o era un Ideal influyente. Pero al menos él no estaba dispuesto a asumir la miserable realidad que le había tocado como sí hacía su padre. Él tenía confianza en My Life y se sabía con la suficiente inteligencia para mantenerse en esa red y seguir creciendo en seguidores.

Optimizó, como de costumbre, al máximo su tiempo de desconexión. Lo primero era echar un buen vistazo a las últimas noticias y hechos destacados que hubieran ocurrido en el mundo. Y después, por supuesto, ver qué opiniones tenían los máximos Ideales sobre todo lo acontecido y, especialmente, cuáles de estos juicios estaban teniendo más comentarios positivos y seguidores y cuáles se manifestaban como menos valorados. Uno no podía equivocarse en My Life simpatizando con alguna idea poco en boga. Tus fanáticos seguidores te abandonaban enseguida si no aceptabas una opinión encumbrada como excelente e incuestionable.

Gastó sus últimos minutos de desconexión en buscar en su monitor un par de frases axiomáticas de las que la gente juzgaba como reflexiones positivas. Y puesto que aquel era el día internacional de los peces de pecera, también se molestó en buscar un poema en honor a esos animales. Aunque no salió muy convencido de lo que encontró, parecían versos pueriles, demasiado simples, los guardaría como último recurso para colgar en su perfil de My Life aquel día, si notaba que sus tareas diarias aportaban poca animación a sus seguidores y estos no interactuaban con él en forma de comentarios e imágenes compartidas.

Cuando volvió a conectarse a My Life tuvo que morderse los labios para no lanzar un taco malsonante. Acababa de perder un seguidor. Su humor mudó y se vio atrapado por una sensación de enfado y alarma. El sudor frío le recordó que aquel día tendría que esforzarse el doble si no quería perder más seguidores. Los versos de los peces le parecieron aún más insustanciales.

Ya en la calle, de camino al trabajo, se esforzó por tratar de fotografiar detalles que pudieran ser vistos como interesantes por sus seguidores. Aunque era consciente de que aquella suponía una misión imposible en el primer tramo de su camino. Acostumbraba a ir andando hasta su puesto de trabajo, cosa que podía permitirse porque la hiper tienda de artículos deportivos donde trabajaba no estaba demasiado lejos. Además, si no gastaba en ninguno de los caros medios de transporte disponibles, podría ahorrar un buen número de créditos y eso era importante para tener una cuenta bancaria segura. En los tiempos que corrían no tener saldo era peligroso.

Así que siempre debía de afrontar la fea realidad del primer tramo de camino hacia su trabajo. Tras abandonar el edificio de viviendas medias en las que residía, tenía que pasar, siempre bordeando, uno de los descampados que habitaban los subciudadanos, aquellos que no poseían un trabajo que les sacara de esos vertederos humanos. El gobierno los prendía fuego al menos una vez al mes. Pero de nada servía, no había fuego en el mundo que purificara y exterminara del todo el mal de la pobreza extrema. Al poco tiempo, los inmundos asentamientos de subciudadanos volvían a ser reconstruidos y habitados,

No hacía mucho de los tiempos en los que él había vivido en uno semejante con su padre. Aunque para Erik se le hiciera una eternidad ahora que gozaba de un pequeño trabajo que le había permitido también acceder a My Life. Había dejado de dolerle la falta de contacto que existía entre su padre y él. De hecho ni siquiera sabía si este aún vivía. La última vez que fue a visitarle él le había tratado como un traidor. Como saludo le dedicó una intensa mirada de asco y unas frases demoledoras que solo despertaron su odio:

—Por primera vez me alegro de que tu madre se suicidara al poco de nacer tú, viendo cómo te vendes ante esta detestable sociedad. Tu madre prefirió abandonar este mundo a seguir sufriendo un destino oscuro. Podría decir, como muchas veces he hecho, que fue cobarde. Pero ahora, con el tiempo y teniéndote ante mí, descubro que hay otros tipos de cobardía. Es mejor huir que someterse.

Erik tembló de rabia por aquellas palabras. Ni se molestó en replicar a su padre, se marchó de allí sin mirar atrás. Su padre representaba solo un despojo de un mundo ya muerto, una sociedad pasada que ya no existía. No podía entender las necesidades de su hijo, su sufrimiento, ni siquiera se tenía que preocupar por el chip de control que a Erik le había puesto el gobierno al nacer. Su padre podía pudrirse lentamente en el basurero donde vivía desde que había perdido su trabajo tras la Gran Crisis Mundial.

Aquella mañana no dedicó ni una sola mirada al montón de residuos donde se hacinaba la masa de población más pobre de esa zona. Todos eran una panda de fracasados, como su padre. Y la mayoría se conformaban con subsistir como ratas, sin atreverse a ver el mundo que había más allá. Justificaban su desidia proclamándose héroes, rebeldes contra el sistema.

Él era el verdadero superhombre. Había salido de aquella nada y ahora tenía un trabajo y seguidores en su perfil. Sabía que no suponía un gran trabajo, pero soñaba con la posibilidad de ascender, sobre todo si continuaba ganando adeptos en My Life. Otros, más afortunados que él, tenían dinero suficiente para no tener que depender tanto de un trabajo o de una red social. Incluso podían dedicarse a estudiar durante un tiempo. Pero para Erik el problema con los estudios no se limitaba a su falta de dinero para dedicarse a ellos. Tampoco creía que fuera una buena idea gastar el tiempo estudiando. Tenía comprobado que las cuentas de My Life de estudiantes no solían contar con muchos seguidores. A nadie le interesaba observar la vida de gente estudiando.

Sin embargo, con su trabajo como vendedor de artículos deportivos había despertado el interés de muchos seguidores que interactuaban con él. Algo predecible, la mayoría de las personas adoraban practicar deporte y estar en forma. El culto al cuerpo suponía una disciplina rigurosa en todo ciudadano que se preciara.

Sus jefes, sabedores de la importancia de My Life y de la buena propaganda que una red semejante les proporcionaba, siempre accedían gustosos a que Erik estuviera conectado y emitiendo en directo en su turno laboral. Incluso le habían trasladado a la caja central donde podía retrasmitir mejor todo tipo de experiencias con los clientes de la tienda. Erik había aceptado más que satisfecho aquel cambio en su lugar de trabajo, aunque en un principio supo que echaría de menos a su compañera Sara.

Sara era una chica inteligente y encantadora, trabajar con ella suponía siempre tener un día divertido. Erik se había enamorado de ella al poco de conocerla, pero se forzó a no escuchar esos sentimientos. Sara no se caracterizaba por ser especialmente atractiva y tenía un ligero sobrepeso. Aquellas características no la hacían una buena candidata para elegirla como su pareja. De hacerlo muchos de sus seguidores en My Life se habrían sentido defraudados y le habrían abandonado. No podía permitirse perder simpatizantes. Él no dictaba las normas ni las tendencias, tampoco podía decir que todas le gustaran, pero estaban allí y debía tenerlas en cuenta si no quería terminar como su padre o peor. Erik sabía, porque se lo había oído decir con sorna a uno de los encargados de la tienda, que si Sara trabajaba allí era por su silueta rechoncha. Se había comprobado que las clientas que la contemplaban terminaban comprando más productos adelgazantes. Sus jefes tampoco aprobarían verle con ella como pareja.

La tienda de deportes en la que trabajaba era lo suficientemente grande para no tener que coincidir con Sara a diario entre los cambios de turno y departamentos. Eso ayudaba a olvidarla. Aunque la última vez que la vio le supuso un gran dolor:

—Voy a casarme, ¿sabes? —le dijo ella con una sonrisa radiante en la cara. Erik disimuló lo mejor que pudo su desconsuelo y la felicitó tratando de que su voz sonara sincera. Se consoló cuando ella le dijo que su pareja era solo un oficial de limpieza de calles, un pobre desgraciado en la escala que tenía Erik de medir la existencia de los demás.

Erik no volvió a enamorarse de nadie tras aquello, aunque procuraba flirtear de vez en cuando con alguna mujer lo suficientemente atractiva para que sus seguidores de My Life le admiraran. Eso sí, siempre lo hacía con la mayor de las cortesías y respeto como le habían enseñado a guiarse los perfiles Ideales de My Life. No era cuestión de herir la sensibilidad de ninguna mujer creyendo que su masculinidad le permitía sentirse superior. Incluso en alguna ocasión se había atrevido a ligar con algún hombre para ganar seguidores por ese otro terreno. Había que tener en cuenta siempre las directrices, a veces cambiantes, de My Life todo lo que aprobaran las tendencias, atender a las principales simpatías de la mayoría.

En su rato de descanso en el trabajo, Erik aprovechó para visualizar unas cuantas imágenes actuales sobre ropa del momento. Aquella tarde, tras terminar su turno, acudiría al barrio de las mejores tiendas de ropas para renovar su vestuario. Se había ganado algo así tras tantos días de esfuerzo y a buen seguro, si atendía a la forma de vestir de los Ideales, conseguiría aumentar su número de seguidores en My Life. Eso merecía gastar una buena cantidad de los créditos que le proporcionaba su trabajo.

Salió de muy buen humor de trabajar, la perspectiva de llenar el ropero con cosas atractivas y elegantes se le hacía más que deseable. Antes de llegar a la calle de las tiendas de lujo, le tocó pasear por las anodinas calles de los oficinistas.

Había un buen número de gente andando como él, algo normal considerando que era hora punta y mucha gente salía entonces de trabajar. Erik procuró no fijarse demasiado en los transeúntes que le rodeaban. Bien sabía, por pura experiencia, que por aquella zona no había gente interesante a la que retratar en su My Life.

A un par de metros delante de él cayó al suelo un tipo tras frenarse en seco. Erik supo, antes de que aquel tocará el pavimento, que estaba muerto. Era la forma habitual en la que pasaba y desde luego aquella no se contaba como la primera vez que Erik presenciaba un hecho semejante. Ya apenas le afectaba una escena como aquella y lo poco que sentía al respecto era un sentimiento de alivio de no ser el mismo, de no estar presenciando su propia muerte.

La mayoría de la gente que paseaba al lado del tipo muerto no reaccionó de forma muy diferente a la de Erik. Para ellos se presentaba como una escena frecuente a la que ya se habían habituado. Tan solo una joven articuló un pequeño grito ahogado de espanto. Pero desde luego nadie se paró ante el cadáver y todos continuaron su caminar como si nada. Sabían que pronto acudiría un robot calcinador a la zona y tras que este actuara el servicio de limpieza recogería las cenizas. No podía levantarse alarma alguna ante algo más que establecido y aceptado hacía tanto tiempo como el procedimiento habitual.

Por supuesto, Erik no dejó que aquella macabra, pero usual estampa le alterara sus planes de la tarde. Siguió hacia la zona de las tiendas de lujo y se desvió hacia las calles de establecimientos de ropas. Pronto se vio cautivado por el brillo de los escaparates que mostraban los conjuntos más variopintos y elegantes. Toda ropa que estaba de moda en aquel momento, toda de máxima calidad, poco que ver con la que acostumbraba a usar Erik. Pero él había decidido aquel día que cambiaría su armario por completo, se lo merecía tras tanto ahorro y sacrificio.

Cuando salió de la última de las tiendas que visitó aquel día, iba cargado de bolsas y satisfecho con todas sus costosas compras. Su cuenta bancaria había quedado reducida a la nada, pero había merecido la pena. No era momento de preocuparse por aquello, al fin y al cabo, en un par de días cobraría su sueldo mensual y podría volver a empezar a ahorrar. Además, estaban los seguidores de My Life, esos que a buen seguro se entusiasmarían con su nuevo ropero y que le garantizaban poder mantener ese modo de vida.

Así que Erik regresó pletórico a su piso y con la clara sensación de que su vida cada jornada tomaba un rumbo más favorable. Se sentía cansado, había sido un día demasiado intenso. Pero antes de ir a dormir aprovecharía el rato para colgar en su cuenta My Life algunas frases a modo de reflexión profunda. Evitó usar las frases de los peces de pecera que había almacenado. Pero sí procuró gastar un par de bromas, gifts incluidos, contra las personas gordas, tras comprobar que uno de los mayores Ideales andaba con esa tendencia aquel día y no parecía irle nada mal.

Después de aquello y tras una ligera cena, se fue a dormir como acostumbraba para recuperarse de un largo día. Y para no perder la costumbre de sus últimas jornadas, no apagó su móvil muñequera, permitiendo que este le grabara mientras estaba dormido. Incluso se atrevió a fantasear imaginando que un día como aquel, de balance tan positivo, le daría un buen número de nuevos seguidores mientras dormía.

Se levantó ansioso antes de la hora señalada a la que acostumbraba a despertarse. Necesitaba ver el número de seguidores de su cuenta en My Life. Al principio, tras fijarse en el contador de su cuenta, creyó que aún estaba dormido. Solo podía tratarse de una espantosa pesadilla. Su perfil había quedado reducido a cero seguidores mientras dormía. Aquello no debía estar bien, tenía que tratarse de un terrible error informático.

Corrió a conectarse a My Life para comprobar si aquello no era sino un fallo masivo del sistema, porque solo algo así podría explicarlo, era eso o algún tipo de broma cruel. Entonces vio cómo uno de los Ideales, el mismo que el día anterior había estado difundiendo los chistes contra obesos, ahora ya no podía considerarse Ideal por cómo había bajado el número de sus seguidores.

Indagando más en My Life se enteró de que otras dos Ideales habían montado una campaña contra los insultos hacía las personas gordas, una de ellas se había servido de imágenes de su hermana pequeña, una niña con claros problemas de sobrepeso, para despertar conciencias contra aquellos ataques. La gente no tardó nada de tiempo en considerar de mal gusto las bromas contra gente que sufría sobrepeso como enfermedad.

Erik solo podía maldecirse, en tanto que odiaba su mala suerte de no percatarse en cómo aquella tendencia se había girado en su contra. El único remordimiento que pasó por su cabeza fue el que le recordaba lo tonto y descuidado que había sido. Ningún otro con una pizca de ética.

 Mientras que se autocriticaba por aquello sonó el leve y determinante pitido de su móvil. Aquel que le recordaba que su chip caducaría en apenas quince minutos. No entendía cómo podía ser aquello, hasta que recordó que la tarde anterior había gastado hasta el último crédito de su cuenta bancaria sin pensarlo demasiado. Al fin y al cabo, cobraría de nuevo en un par de días y además tenía un número suficiente de seguidores en My Life como para que el gobierno le descartara por ser persona no aprovechable. Sin embargo, en ese recién inaugurado día, no contaba con un solo crédito, ni un solo seguidor que ejerciera de aval de su existencia. El chip que llevaba implantado en su cerebro desde su nacimiento marcaba su fecha de caducidad como inminente, todo se había acabado.

Tras una explosión de risa histérica, rompió a llorar con desconsuelo. Iba a morir solo, en aquel piso que había conseguido llamar hogar. Antes de que la muerte le sobreviniera conectó la cámara de su móvil a My Life, quería que todo quedara grabado, aunque nadie atendiera ya a su existencia. Cuando llegó el robot calcinador para reducir con fuego abrasador su cadáver a cenizas, la cuenta de Erik había sumado más de quinientos seguidores.

 

© Copyright de Begoña Pérez Ruiz para NGC 3660, Marzo 2019 [ Especial Féminas 2019 ]