—No soy un Bicho. Soy humana.
Aura se ajustó el Psi-Casco y miró aprensiva hacia el operario que le habían asignado como oficial de control. El hombre soltó una risita mientras barría con su escáner toda la zona de escombros ante ellos.
—Bien dicho, novata. No olvides nunca lo que eres.
¿Aquel tipo se estaba burlando de ella? Aura refrenó su rabia, ignoró al supervisor y trató de concentrarse en la misión. No podía cometer errores en su primer rastreo. Les mostraría a todos que estaba cualificada para actuar sobre el terreno, que era una buena exterminadora.
La mayoría de exo-bios licenciados ansiaba semejante destino. Nada más obtener el título oficial en la Academia, todos corrían para ser admitidos en la Brigada de Control de Exo-Plagas. Era un trabajo agotador, incluso peligroso, pero estaba bien valorado por el Consejo Científico; tener experiencia como exterminador pesaba mucho en el currículo académico. Y era mejor que permanecer en paro, como la mayoría.
Cada vez hacían falta más exterminadores, era inevitable. Todos los Bichos que llegaban del espacio eran sometidos a una rigurosa cuarentena en zonas aisladas del planeta. Y el Cubil, debido a su clima desértico, casi extraterrestre, era uno de los refugios más grandes de Europa, un lugar donde gran parte de las especies alienígenas se sentían cómodas, como en su hábitat natural. Pero con ellas también llegaban todo tipo de plagas no deseadas.
Era inevitable que ciertas especies invasoras, escondidas en las bodegas de las naves alienígenas, lograran atravesar las barreras de seguridad terrestre. Era cuestión de tiempo que se expandieran por la zona desértica de los Monegros, llegando incluso a la ciudad de Zaragoza.
La mayoría eran formas simples de vida, bichos en apariencia inofensivos; pero al ser alienígenas carecían de depredadores naturales en el planeta, por lo que representaban una amenaza para el ecosistema autóctono. Podían transmitir enfermedades y destrozar la biodiversidad local. Había que erradicarlas de inmediato, no dejar que establecieran un hábitat propio.
Aura repasó una vez más el procedimiento estándar: rastrear, aislar y destruir. En el breve curso de formación que le habían impartido, los instructores insistieron mucho sobre la importancia de reafirmar su personalidad antes de realizar un Contacto. Ella tenía que ser la mente dominante, controlar al Otro con decisión. El Psi-Casco podía ser muy traicionero…
—¡Atención! Tras ese edificio detecto un montón de impulsos alien. Prepárate.
El chirrido de algo afilado, raspando contra un material duro, llegó hasta sus oídos. Semejaba una profusión de patas que escarbaran el suelo con frenesí. Bichos…
—Qué te parece —el oficial leyó su aparato y frunció el ceño—. Una colonia entera de charnas. ¡Asquerosas criaturas! Seguro que han agujereado el cemento para hacer un nido.
Aura tragó saliva mientras notaba un temblor involuntario. ¡Toda una colonia de Bichos! Y encima eran charnas, una especie arcturiana de aracnoides muy agresiva… Aquello era demasiado para una simple novata. ¿Cómo iba ella sola a dominar a tantos individuos a la vez?
—Hazte con el control de la reina —el hombre la miró, intuyendo su vacilación—. Impide que los individuos se desperdiguen, retenlos hasta que llegue la brigada de limpieza. Si dominas a la reina, todos te obedecerán sin oponerse; esas cosas actúan como los zánganos de las abejas.
La joven aspiró el aire con fuerza y se lanzó decidida. En cuatro zancadas alcanzó las ruinas y se adentró a través de la penumbra. En el interior del edificio, reptando entre los escombros, un montón de sombras se diseminó en varias direcciones.
—¡Usa el Psi-Casco, venga vamos! —los gritos del oficial llegaron hasta ella, obligándola a reaccionar —. ¡Que no huyan! ¡No pueden formar nuevos nidos!
Con mano trémula, activó el control del Psi-Casco. En el acto, una oleada de sensaciones invadió su mente, formando un repentino vórtice que colapsó sus sentidos. Extraños susurros sonaron en su interior, repitiendo una idea imperiosa.
—«Cemento. Cemento. ¡Cemento!».
La consciencia de Aura se agitó, atrapada en un ansia cada vez mayor. ¡No, ella no era un Bicho! ¡Era humana, debía recordarlo! Tenía el control, el Psi-Casco emitía ondas mentales que conectaban su mente con las sinapsis de las charnas, dominando sus impulsos.
Tras un esfuerzo de voluntad, empezó a notar corrientes de estímulos inconexos que fluctuaban de forma aleatoria. Aún aturdida, atravesó una densa red de descargas neuronales, buscando un patrón que las conectara. Algo que dotara de sentido a semejante algarabía.
—«Yo. Cemento. Yo. Sólo yo. Dadme cemento. Dadme energía para mis huevos».
La idea llegó nítida hasta ella. Era la Reina, el pensamiento aglutinador de la colonia. Igual de primitivo que el resto de impulsos, pero más fuerte. Más imperativo.
Aura se concentró en aquel punto focal, surcando sus descargas neurológicas. Era como surfear sobre una ola. ¡Sí! La notaba, era Ella. El poder del nido. La Reina… Y ahora estaba a su merced. Podía dominarla. Podía…
Una punzada repentina atravesó su cerebro. Era como si la estuvieran quemando. ¡Dolor!
Un estallido de luz la invadió de repente y se sintió caer hacia un vacío sin fondo. Alguien le había quitado el Psi-Casco.
—¿Qué..? —Aura parpadeó confusa mientras gruesas lágrimas caían de sus ojos—. ¡Qué daño, mi cabeza va a estallar!
El oficial la sujetaba por el brazo, todavía con el Psi-Casco en la mano. Un par de pasos más adelante, varios operarios con lanzas térmicas procedían a quemar los escombros donde se hallaba la colonia invasora. Espeluznantes chillidos salían de entre las llamas.
—Lo siento —se disculpó el hombre—, te estabas acercando demasiado al nido y he tenido que desconectarte a toda prisa. Además, esos cretinos se han puesto a achicharrar Bichos sin avisar siquiera.
Aura lanzó una mirada dolorida hacia el pelotón de operarios. Aunque el exterminio de Bichos era el procedimiento estándar, el protocolo interno ordenaba una coordinación con los rastreadores antes de actuar. Una desconexión brusca del Psi-Casco podía ser muy dolorosa.
―Para ser tu primera vez no ha estado mal, novata. Regresemos a la Base.
Mientras se encaminaban hacia el vehículo, la chica se rascó la mano. Le picaba horrores.
Vaya día más miserable. Ansiaba volver al cuartel y descansar entre sus paredes de hormigón.
Qué extraño, de repente sentía unas ganas enormes de lamer cemento…
© Copyright de Joan Antoni Fernández para NGC 3660, Septiembre 2016