Entre perros

Por Carlos Morales

Para Carla L.

 

—Confiemos en que la batería resista, coronel.

—Resistirá. Es inevitable.

El grupo de sobrevivientes observaba con respeto a los dos hombres, que lucían sus disímiles concepciones del mundo: el natural dubitativo del portentoso científico y la certeza irracional del valeroso militar.

—Recuerde mantenerse en medio de los perros, coronel; la superficie del traje copiará aquello que esté cercano para disimular su presencia. Confiemos en la pésima visión de los invasores.

—Me preocupa el tema del olfato, Sanders —repitió el coronel antes de cerrarse la cremallera del cuello.

—Tranquilo, Upham. El campo reflector del traje es estanco; no podrán olerle. Aparecerá probablemente en medio de los perros, en esa posición de la pantalla; los apartará a los lados al corporizarse, pero confiemos en que les parezca solo un empujón.

»Ahora que el macho alfa les comenzó a aullar, están distraídos. Manténgase encogido y en medio de ellos; el traje hará el resto. Tiene solo veinte segundos de batería; por favor, active el cronómetro.

Upham cerró la cremallera y activó el cronómetro mordiendo el contacto en su boca. Un grupo de números marcando 20:00 se iluminó frente a su ojo izquierdo.

—Apenas cruce el portal… —La voz de Sanders se oía confusamente a través del neocrilato del traje—… deberá iniciar el contador. El generador del escudo de los perros estará a la derecha o a la izquierda. Calcule la distancia, la elevación y el ángulo. Tenemos que destruirlo o pereceremos esta misma noche; ya nos rodean.

Upham asintió y se introdujo, levemente encogido, bajo los montantes del portal. Esperó.

Apareció entre los perros empujándoles y percibió los gruñidos a través de la vibración del traje, pero solo oía el resollar de su propia y encerrada respiración. Activó el contador y asomó levemente la cabeza por encima: eran miles. El alfa estaba cerca y a los aullidos; miró a un lado.

El recinto era gigantesco y de límites confusos. Se sorprendió por la cantidad de estructuras a los lados. La cámara espía mostraba el estrado y sus cercanías; no permitió imaginar eso. Su mirada erró entre la maquinaria, intentando identificar el generador por el diagrama que le había mostrado Sanders. Giró la cabeza al otro lado y se encontró con el mismo abigarrado panorama.

El contador corría. No habría otra oportunidad; la energía de la colonia solo alcanzaría para un viaje más, y entonces debería traer el lanzador de cohetes. Pero no podía disimular el arma dentro del traje. Habría de llevarla por fuera y los perros la verían. Tendría como mucho un par de segundos antes de que lo derribaran a dentelladas. Imposible hacer otra cosa que apuntar y disparar a un blanco previamente seleccionado. Y el blanco se le escabullía: no podía detectar el generador del escudo.

Un quejido aterrado se escapó por su garganta. Volvió a girar la cabeza cuando restaban cuatro segundos. Creyó ver entonces, como orlado por un nimbo dorado, el generador del escudo, a las ocho y a doscientos cincuenta metros, elevación dos metros. Activó el regreso.

Salió del portal temblando, pero con una alegría inmensa: estaban salvados.

El primer perro le partió la columna; el segundo se cebó en su cuello hasta que le separó la cabeza a través del ya inútil traje.

© Copyright de Carlos Morales para NGC 3660, Julio 2020