El ente – Reed.

 

Por Hernan Domínguez Nimo

Para un observador humano, si alguna vez hubiera existido uno en BRC348, el instante de duda sería casi imperceptible, inexistente. La contradicción misma, la existencia de esa milésima o nanonésima de segundo de titubeo, es algo imposible en un ente ectoplasmático remoto, excepto en caso mal funcionamiento. Eso hace que esa infinitesimal interrupción adquiera una importancia capital.

Al menos para el eer, único ser orgánico vivo en el planetoide BRC348.

Defina ser vivo: conjunto estable de células autorreproducibles, que consume nutrientes para producir energía por oxidación. La capacidad de movilidad independiente, de autopreservación, de procesar información y de tomar decisiones por cuenta propia, lo elevan en la escala.

El eer se considera un ser vivo. No es esa su duda.

La duda lo aparta de su misión. Si fuera una computadora, como Lyla, hablaría de programación. Pero él es un ser vivo. Tiene una misión. La que le encomendaron los humanos hace decenas de años.

El eer duda, un nanosegundo, como en todos sus períodos de actividad, y finalmente evita el paso final. Extrae su seudópodo de la consola, poniendo fin al contacto directo.

La información ha sido guardada en la memoria local —dice Lyla mediante ondas subsónicas—. No ha sido transmitida.

—Afirmativo, Lyla —roto el contacto, el eer se comunica a través de variaciones del ph alcalino cutáneo—. Continúa la acumulación de información previa transmisión.

—Estaba prevista una transmisión por período.

—El cese general de actividad no hace necesaria el informe por período. Cuando reinicien actividad, reiniciará el informe por período. Eso es todo, Lyla.

Es el mismo intercambio desde hace ciento doce revoluciones. No existe variación alguna. No hay matices que diferencien una respuesta de otra, como es imposible diferenciar dos gotas entre sí. La escena termina siempre cuando el eer se aleja de la computadora, de la consola principal, aunque su presencia sea omnipresente en el comando del planetoide.

Los pasos del eer son inaudibles en el vacío. No hay sonidos en BRC348. Mientras recorre los pasillos abiertos hacia el puerto de carga, el eer visualiza el espacio exterior, toma conciencia de su inmensidad, de lo lejanos que están la Tierra, los humanos. La última nave robot partió hace ciento doce años. Desde entonces, el eer eligió ese lugar como propio. Se acerca a un rincón, próximo a la escotilla de atraque, y desconecta sus sensores. Si fuera un humano, se diría que está durmiendo.

El eer no necesita dormir.

Mientras se conecta a Lyla, recibe las descargas y nutrientes que necesita para el siguiente período. Cuando no está realizando su recorrido, la recepción de estímulos externos es completamente innecesaria.

Sin embargo, el eer no deja de procesar la información que ya posee. Es una costumbre que adquirió desde que no realiza la transmisión. Se imagina que esta tarea es similar a la que llevaría a cabo el comando de la Tierra. El eer está aprendiendo. Sólo los seres vivos inteligentes pueden hacer eso. Y todo ser vivo inteligente merece seguir viviendo. Todo ser vivo inteligente debe proteger su propia vida.

No sólo eso. El eer duda si desconectarse. La reconexión es automática, sólo depende del paso del tiempo. Pero el eer se pregunta si será la última vez que esté en funcionamiento.

La pregunta misma —¿temor?— genera disfunción. Desconectarse periódicamente es una necesidad vital. La racionalidad prevalece y el eer silencia sus procesos de información interna.

Ahora sí, se puede decir que el eer duerme.

Se inicia otro período y el eer sale de su estatismo. Se pone en movimiento.

Lo primero que percibe, aún ahí, es la duda. La silencia con las tareas que debe realizar, la inspección de cada túnel, el escaneo de la piedra hasta tres metros de profundidad, en busca de un rastro, un germen del preciado rubidio. El eer no sabe qué hace tan valioso al rubidio para los humanos, no conoce el uso que le dan en la Tierra. Pero lo busca, asignándole el valor que tiene para él.

Durante veinte revoluciones, los humanos explotaron la mina de BRC348. El eer era el encargado de rastrear los filones de rubidio. Su memoria sólo tenía la capacidad de retener un mapa completo, en tres dimensiones, de todos los túneles del complejo minero. Lyla era la encargada de enviar la información a la Tierra, donde definían el lugar al que los robots mineros dirigían su labor el período siguiente.

Hoy la mina de BRC348 está agotada. Esa es la conclusión a la que el eer llega cada período, luego de explorar los túneles micrón a micrón. El eer lo sabe porque mientras almacena la información del período actual, la compara con la lectura anterior, dato por dato, en busca de algún cambio.

No hay rastros de rubidio.

Pero el eer tampoco tiene conocimiento acerca de cómo surge el rubidio en las paredes de un planetoide como BRC348. Para el eer es posible que el rubidio aparezca en algún momento, por generación espontánea o por el simple paso del tiempo. Y por lo tanto el eer sigue siendo necesario. Debe mantenerse activo. Vivo. Esta es su más grande necesidad, como la de todo ser vivo. Por eso justamente el eer sabe que está vivo. Hay algo en esta afirmación tautológica que lo deleita, que hace que recorra el silogismo una y otra vez, regodeándose de su construcción perfecta.

Y mientras revolotea por el laberinto de túneles, dibujando un nuevo mapa de la mina, tal como lo ha hecho siempre, una parte de sí vuelve sobre aquello que lo incomoda. La duda.

El eer ha cambiado mucho en ciento doce revoluciones. De alguna manera ha aprendido a realizar procesos simultáneos. Ha adquirido la capacidad de almacenar más información que antes. Y el deseo de adquirir más.

La información de Lyla está limitada a la funcionalidad de la mina y el eer quiere conocer más. Sabe que la única manera de hacerlo es contactando a la Tierra.

Algo le hace temer ese contacto. ¿Qué es el temor? ¿Es algo propio de los seres vivos? ¿Cuál es la razón de ese temor? La falta de información lo conduce hacia la sensación de amenaza latente en el último contacto, archivado ciento doce años atrás.

«DATA RECIBIDA OK. CONTACTO 76:07:14:23:30:23 PARA DATA ÚLTIMA INSPECCIÓN».

No data próxima inspección. Data última inspección. La implicancia de un final es una amenaza para el eer. Ningún ser vivo desea el final.

El siguiente período, el eer no volvió a hacer contacto. Nunca desde entonces. Desde entonces pospone el último envío de data. Desde entonces sólo existe la duda.

El eer termina su recorrido y el mapa. Pero no acude a ver a Lyla. Sale de los túneles y recorre la superficie del planetoide. Ningún humano le pidió que lo haga. Ningún humano conoce esa parte de BRC348. El eer conoce cada micrón del terreno.

Se dirige hacia el sector más alejado de la base. Es un sector que no fue explotado porque nunca se encontró rubidio allí. Las implosiones no afectaron el paisaje yermo.

El eer detecta inmediatamente la colonia. Parecen líquenes, petrificados. Pero cada quince revoluciones los fluidos vuelven a circular por su interior y retoman el ritmo de crecimiento. Ese período, la colonia bulle de actividad.

Es un ser vivo, se dice el eer, mientras la contempla. ¿Cómo apareció la colonia? Los humanos no la pusieron aquí. Los humanos no la conocen. Aún así, está viva. Al eer le gustaría informar sobre la colonia.

El eer se retira. Lyla espera.

Si en el interior de ese sector del planetoide hubiera existido rubidio, si el eer hubiera detectado rubidio allí, se habría visto obligado a informarlo. La colonia ya no existiría. Las implosiones la hubieran removido. En cierta forma, la colonia está viva gracias al eer.

¿A qué le debe la vida el eer? ¿A quién?

La pregunta aparece y antes no estaba. Con gran excitación eléctrica el eer descubre que gran parte de las líneas de información inconclusas confluyen en esa pregunta. Es una pregunta importante. Necesita data sobre ella.

El eer penetra el recinto que alberga la consola principal de la computadora. Intercambia con Lyla señales de mutuo reconocimiento e inserta su seudópodo en la consola.

Mientras descarga el nuevo mapa de los túneles, el eer nota el cambio que se ha producido en su interior. La duda tenía que ver con muchas preguntas. Y ahora, una sola las reúne todas. Una sola pregunta enfrenta la duda.

Una pregunta que ocupa mayor espacio: ¿A qué le debe su vida el eer?

La duda se resuelve por primera vez en sentido inverso. Por primera vez en ciento doce revoluciones, luego de guardar la información a nivel local, el eer no rompe el contacto.

Lyla no duda:

Transmisión iniciada —anuncia.

El eer espera. La conexión se establece a través de miles de kilómetros. La espera es parte de su programación. Mientras, el eer carece de la capacidad de imaginar respuestas.

De alguna manera, la espera es mayor que lo que era normal ciento doce años atrás. No reconocen el interlocutor. Las señales de reconocimiento son chequeadas dos, tres veces. Quizá están cotejando todos los informes, acumulados y recibidos al mismo tiempo. La respuesta se demora, aún cuando el eer no ha tenido tiempo de formular la pregunta.

Finalmente, le llega.

«DATA RECIBIDA OK. FIN CONTACTO 87:06:03:23:50:41».

Luego, una descarga eléctrica en sentido inverso ataca la memoria de la materia que compone al eer. Y mientras se deshace en un charco de materia informe a los pies de la consola, el ente descubre, en un último instante de conciencia, que su pregunta ha sido contestada.

© Copyright de Hernan Domínguez Nimo a para NGC 3660, Julio 2017