Yo me intento bajar en la próxima, ¿y usted? – Breve – Reed.


Por Rafael Rius

Lo reconozco, siempre me he considerado una chica de gustos raros: una friki como nos llaman despectivamente en hoy día. Cuando era pequeña, sentía fascinación por las historias de terror, sobre todo por aquellas en las que los muertos se levantaban de sus tumbas como si estuviesen vivos y los vivos acababan más bien muertos. Creo que fue cosa de la adolescencia, pero conforme me iba haciendo mayor, esa fascinación empezó a disminuir. Ya no me atraían tanto las historias de cuerpos putrefactos, en cambio aquellas otras de fantasmas, espíritus errantes en espera de concluir lo que dejaron a medias… ¡Uf, eso sí que me excitaba! Llamadme tontorrona pero aquellas historias contenían un punto romántico que me hizo acabar idealizándolas.

Hay tantas. Y aún no hay una que no me guste. Pero las que más me hacen estremecer son aquellas que tratan de trenes fantasmas, trenes surgidos de la nada y de destino incierto; hogares errantes de espíritus dolidos porque no pudieron acabar aquel viaje que ahora les condena a vagar por la eternidad entre estaciones olvidadas; fantasmas que te acogen con su gélido abrazo simplemente porque necesitan compañía. Por eso, comprendedme cuando os digo que aquel día en que el tren multiplicó su velocidad y las estaciones dejaron de ser un lugar de parada para adentrarnos en el túnel más largo y oscuro que jamás se haya visto, yo disfruté. La gente gritó de pánico mientras yo los observaba con una extraña expresión de satisfacción. No podía creerlo, estaba viviendo una de mis fantasías: no sólo parecía que había encontrado un tren fantasma, ¡es que iba montada en él!

Os aseguro que aquella experiencia la gocé hasta el final, eso sí, de haber sido consciente a tiempo del fallo en los frenos de emergencia y que aquella oscura y larga vía de servicio terminaba en un grueso muro de hormigón… yo también habría gritado.

© Copyright de Rafael Rius para NGC 3660, Enero 2018