El embarque para Tierra

 

Por Mauricio del Castillo

Luego de varios análisis, Landa hizo descender la nave en estudiada espiral. Se puso el casco y comprobó tanto el caudal de oxígeno como las turbinas de su traje. Una vez en la superficie, en segundos se acostumbró a la gravedad. A través del visor y de la luz del reflector en su casco, observó una amplia y llana superficie. La sonda había informado de fluctuaciones en la temperatura, semejantes a un clima templado. Los datos obtenidos confirmaron en detalle que la gravedad y atmósfera eran óptimas para su incursión. No existía actividad volcánica, ni géiseres que expulsaran material incandescente.

La superficie del planeta otorgaba un aspecto de territorio virgen y colmado sol. El planeta era tan imprevisible como el curso del tiempo. Las nubes se acumulaban sobre las montañas escarpadas. Identificó un bosque, donde árboles atiborrados de ramas y gruesas hojas se plasmaban por doquier; la hierba emergía del suelo como si se tratase de un verde alfombrado. Desde sus ramas, petirrojos, ruiseñores y mirlos daban los buenos días con canturreos. En las partes más bajas de las montañas, los pinos se entremezclaban con los encinos. Capullos verdes, violetas y anaranjados desprendían su aroma que flotaba en el aire. Plantas de cultivo se extendían por doquier hasta ser cortadas por la línea del horizonte.

A pesar de ello, el paisaje le horrorizaba. Sabía que se trataba de un sueño, una alucinación, un encendido delirio que no lo soltaba.

Con las manos y la voz temblorosa, envió un mensaje a la estación más cercana del Sistema Solar:

―Paloma Pasajera a Base Solar 56. Paloma Pasajera a Base Solar 56. Me encuentro en un punto alejado de las coordenadas planteadas. No creerán lo que estoy viendo.

El mensaje de respuesta tardaría menos de dos días terrestres en ser recibido. No obstante, Landa se encontraba más aliviado luego de hacerles saber a las autoridades terrestres su ubicación.

Reparó en la existencia de una extraña luz detrás de un cerro relativamente bajo. Calculó que se encontraba por lo menos a tres kilómetros de distancia de ella, así que decidió ir a echar un vistazo.

La elevación finalmente representó un titánico esfuerzo. Al llegar casi a la cima, Landa tuvo que jalar sus piernas con más fuerza. Una vez en el punto más álgido, la luz estalló en su casco al mismo tiempo que una vorágine de pensamientos atravesaba su cerebro: «Esto tiene que ser un espejismo», pensó, «una alucinación». Aun así, decidió dirigirse directo a la luz, eso sí, con suma cautela.

Una vez allí, pudo constatar que se trataba de una tienda de abarrotes; consistía en una lona levantada con estacas y varillas. Debajo se encontraba una mesa de madera alargada, curtida, donde habían sido depositadas golosinas, emparedados, pan dulce, aguas de Jamaica y horchata y toda clase de alimentos. A medida que se acercaba percibió a través del audio una extraña música, que sólo su gusto musical pudo identificar como El lago de los cisnes de Tchaikovsky.

Una extraña sensación lo invadió. Sintió que ya no se encontraba en un planeta alejado a miles de millones de kilómetros del Sistema Solar, sino en un bosque de la Tierra.

Cuando por fin pensó que ya lo había visto todo, alcanzó a decir:

―¡Oh, por favor!

La música provenía de un tocadiscos. Retiró la aguja del disco y la música se detuvo.

Adentro de la tienda no se alcanzó a distinguir quién la atendía, sin embargo, un extraño y persistente rumor alcanzó a escucharse. Hubo un movimiento. Landa permaneció quieto, conteniendo la respiración. Intentó sacar su arma de la funda, pero algo pareció impedírselo.

No lo haga. Ni siquiera lo intente ―dijo una voz dentro de su cabeza. Landa obedeció. Luego de unos segundos de total expectativa, aquella presencia se acercó a la luz.

Se trataba de un huevo de !knat. Se mantenía flotando gracias a un dispositivo de levitación, ajustado a su alojamiento transparente de vidrio y plástico esponjoso. Brazos articulados le proporcionaban la ayuda necesaria para realizar acciones específicas.

Landa había visto muchos huevos de !knat. Deambulaban en las principales ciudades de la Tierra, principalmente en los centros económicos. Eran muy hábiles en los negocios, sobre todo para lograr sus cometidos. Si no fuera por el delicado estado económico en el que se encontraba la Tierra, desde hacía tiempo ya hubieran sido expulsados.

Luego de digerir la presencia del huevo en ese planeta, Landa alcanzó a decir:

―Un huevo… Un huevo de !knat.

Así es ―transmitió el huevo, con suma propiedad―. ¿Qué es lo que desea?

―Me gustaría saber cómo fue que llegó aquí.

No sé a qué se refiere.

―Que yo sepa este sistema planetario no corresponde a los habitados por los huevos de !knat.

En realidad, esperamos que se presente un nuevo cliente.

―¡Un nuevo cliente! ―exclamó Landa casi para sí mismo.

Siempre puede presentarse uno con una necesidad.

Landa frunció el ceño. Aquello no tenía sentido.

―Pero nadie ha visitado este planeta ―dijo―. No es una zona muy frecuentada. Yo llegué aquí por accidente.

Nunca faltan clientes con necesidad de cualquier compra. Nuestra táctica de venta es infalible, señor.

―¡Santo Cielo! ―exclamó Landa. Intentó llamar a la base desde su comunicador, pero la repentina estática que se presentaba en todo el planeta se lo impidió. Frustrado, echó un  vistazo a los alimentos depositados en la mesa: estofados recién preparados, pastas calientes, pastelillos salidos del horno, bebidas frescas… No cabía duda: todo lucía auténtico.

Ande. Tome uno ―invitó el huevo de !knat.

Landa negó con la cabeza.

―Usted debe de estar loco. Estos alimentos deben ser dañinos para mi organismo. Por ningún motivo debo despegarme del casco y de mi traje espacial.

Claro. Por supuesto.

―¿Cuánto tiempo lleva aquí?

¿Cuánto tiempo? Vaya, no lo sé. Hace mucho que no hago un cálculo. No es que realmente importe. A ver, veamos… Oh sí. Lo tengo. Ochenta y siete millones, cuatrocientos dieciséis años. Sí, así es.

Un silencio profundo se hizo presente. Landa ni siquiera escuchó el sonido de su propia respiración.

―¡Eso es imposible! ―estalló por fin―. ¡La humanidad ni siquiera había poblado todavía la Tierra!

El huevo de !knat se movió inquieto en su aparato de levitación. Cruzó los brazos mecánicos y preguntó:

¿Y eso qué tiene que ver con mi tienda?

―Estos productos ―señaló Landa con su guante―, estos alimentos, estas bebidas, fueron elaborados en la Tierra. Eran vendidos en las calles, en locales y tiendas comerciales. ¡Y el ecosistema templado! ¡Juraría que se trata de la misma Tierra!

¿Estos productos son consumidos por los humanos? ―preguntó el huevo de !knat―. No lo creo. Han sido producidos por la compañía Ladentycoux 524-X². Son muy populares en el sistema Biuncamyn, cerca de Betelguese. Estoy seguro de que nada de esto se consume en la Tierra.

En parte tenía razón el huevo, pensó Landa. Estos productos ya no se consumían. Luego de la terrible sequía y las inundaciones que mermaron la productividad alimenticia de la Tierra, ya nada había vuelto a ser lo que era antes. Los niños ya no probaban golosinas, los hombres dejaron de tomar cerveza y las señoritas desconocían qué era el té. Todo se había desmoronado. Desde hacía cientos de años, la humanidad subsistía a base de «pavo falso» y «pseudo bistec» basados en levadura y algas procesadas.

Y ahora aquí se presentaban al mundo otra vez o, mejor dicho, al universo. Habían sido extraídos de quién sabe dónde, por un extraño ente del espacio que aseguraba era el productor y dueño de los mismos.

Landa sacudió su cabeza para tratar de salir de esa extraña ensoñación. Dijo:

―¿Tienen cultivos? ¿Ganado? ¿Ustedes mismos los hacen?

Así es ―dijo el huevo de !knat con orgullo―. Somos los mejores. Nuestra calidad avala nuestro prestigio.

―Sí, sí, sí ―dijo Landa, embelesado―. Ya veo.

Y bien ―dijo el huevo de !knat con cierta impaciencia―. ¿Piensa adquirir algo?

―Yo… ―Landa paseó su mirada por todo el establecimiento hasta que sus ojos se posaron en un frigorífico atiborrado de bebidas embotelladas―. Creo que quiero un refresco de cola.

Con sus brazos mecánicos, el huevo de !knat abrió la puerta del frigorífico y tomó una botella. La abrió con un destapador encajado a un costado de la mesa. Por alguna extraña razón, el sonido resultó muy familiar para Landa: una vez más resonaba en su memoria humana con increíble fuerza. Sentía que existía un vínculo especial entre la humanidad y estos productos desde hacía siglos.

Se llevó la botella a la boca y le dio un gran sorbo. Al digerirla sintió una súbita necesidad de beber más. Al terminar la primera botella pidió una segunda. Con el mismo impulso la apuró en segundos. Su inquietud, al igual que su adicción, aumentaba a cada momento. El huevo de !knat entregaba las botellas abiertas sin rechistar.

El rostro de Landa empezó a hincharse al igual que su estómago: se sentía cada vez más cansado. En segundos, empezó a perder la vista y los vasos sanguíneos de sus piernas comenzaron a taponarse. Uno de sus pies presentó una súbita infección, mientras su ritmo cardíaco descendía cada vez más hasta terminar provocándole un infarto agudo al miocardio.

Al no soportar los altos niveles de glucosa y calorías, Landa terminó cayendo al suelo. El huevo de !knat alargó un brazo para moverlo, pero no hubo respuesta.

Oiga, debe pagarme. ¡Debe pagarme!

Luego de llegar a la conclusión de que no tenía sentido llamarlo, el huevo de !knat estudió la mente de Landa y supo que el humano poseía un carguero del otro lado del montículo. Cuando llegara el momento de necesitar una temporada de ventas exitosa, se haría con los controles y visitaría la Tierra.

Todo parecía indicar que sus productos evocaban una entrañable nostalgia.

© Copyright de Mauricio del Castillo para NGC 3660, Octubre 2017