El paseo de las mañanas – Reed.


Por Ricardo Manzanaro

Antonio se puso la chaqueta —el termómetro parlante le comunicó que la temperatura exterior era de 16 grados— Un instante después llamaba a su perro guía.

—¡Toby! ¡Ven! ¡Paseo!

El animal acudió diligente a donde se encontraba su amo. Antonio localizó y luego acarició la cabeza y el lomo del perro, y luego le susurró al oído:

—¡Toby! ¡Paseo!

El perro se acercó más a su dueño, el cual colocó la correa. Tras oír la voz de su amo pronunciar las palabras «Vamos Toby, adelante Toby», el can comenzó a caminar, guiando al invidente Antonio primero por su vivienda, y luego por las instalaciones de la casa. Finalmente llegaron al portal.

—Bien Toby, adelante, sigue.

El perro, obediente, comenzó la rutinaria caminata que hacía todas las mañanas desde hacía tiempo. El ciego y su mascota pasaron por delante del kiosco.

—Buenos días, Don Antonio –se oyó desde el kiosco.

—Hola, ¿qué tal?

—Bien, ¿y usted?

—Bien, gracias.

Menos mal que Antonio residía en aquel barrio, provisto de muchas áreas peatonales, pasadizos y jardines. Era una zona muy tranquila. De hecho, en su recorrido diario no cruzaba por ninguna carretera.

Un poco después, cuando su bastón tocó los aros metálicos que bordeaban el parterre, saludó al jardinero, el cual le contestó, como era habitual. Finalmente, llegó al centro del parque. Toby lo guio hasta su habitual banco. Allí, como siempre, estaba el violinista sin techo, que interpretó para él varias piezas. Tras terminar, Antonio le dio varios euros, agradecido por la música. Una hora después, sin ningún problema gracias a la guía de su perro Toby, Antonio alcanzó su casa.

Por las tardes Antonio no salía nunca. Se quedaba en casa haciendo ejercicio, escuchando música y lavando y cuidando a su fiel perro Toby.

***

—¡Toby! ¡Ven!

El animal acudió.

—Toby ¡Paseo! Toby ¡Paseo!

Toby se dejó colocar la correa, y comenzó a guiar a su dueño por la casa.

—Bien Toby, adelante, sigue.

El ciego y su mascota pasaron por delante del kiosco. Gracias al sensor de movimiento, el kiosco automático detectó a Antonio, tras lo cual puso en marcha su habitual rutina y su voz artificial habló.

—Buenos días, Don Antonio.

—Hola, ¿qué tal?

—Bien, ¿y usted?

—Bien, gracias.

Toby continuó orientando a Antonio, para que no tropezara con los escombros y las ruinas a las que había quedado reducida la ciudad. Antonio saludó al robot jardinero, el cual permanecía inmóvil, pues los efectos químicos de las bombas habían arrasado con toda la vegetación.

Tras guiarle hasta su banco del parque, Toby se acercó al mecano violinista, y trepando a la parte superior del artefacto, pulsó con su pata derecha el botón que lo ponía en marcha. El aparato cumplió su función y emitió cinco temas de su amplio repertorio para alegrarle un poco la existencia al único ser vivo que quedaba en la ciudad.

Toby llevó de nuevo a casa a Antonio, al igual que había hecho en los pasados 256 días, desde que su amo se recuperó de aquella enfermedad que lo mantuvo en cama durante el ataque con armas químicas.

***

Antonio se puso el abrigo —el termómetro le dijo que hacían 9 grados— y luego llamó a su perro.

—¡Toby! ¡Ven! ¡Vamos al paseo!

© Copyright de Ricardo Manzanaro para NGC 3660, Junio 2018