El maletín

 

Por José Andrés Hidalgo

Eran las siete y media de la mañana. Sonó el timbre de la puerta. De un respingo salté de la cama, y en pijama y zapatillas, me acerqué a la entrada que da directamente a la calle. Ojeé a través de la mirilla y observé a un hombre portando un maletín en su mano izquierda.

Con párpados aún torpes, entreabrí la puerta y allí estaba ese caballero trajeado frente a mí. Chaqueta, pantalones y corbata negros. Inexpresivo.

–¿Qué desea? –le balbuceé mientras contenía mi bostezo.

Sin mediar palabra por su parte, sin que yo pudiese pronunciar ninguna palabra más, sostuvo su maletín con la mano izquierda por debajo cual bandeja, y a continuación, con la derecha abrió los cierres delanteros con un sonoro clip, levantando la tapa ante mí. Todo ello sin cambiar su expresión y sin apartar la vista de mis ojos.

Nadie caminaba por la calle a esas horas, solo habitaba fuera el maldito frío tempranero que se colaba por la puerta, ya casi abierta totalmente.

Sin mirar lo que ofrecía y con impaciente deseo de despacharle rápidamente, le dije:

–¡No quiero nada! Gracias.

Pero continuó inmutable. Como si no fuera con él la cosa.

Bajé la vista al interior del maletín. Sobre un forro rojo satén, descansaban tres objetos bien anclados.

Con mi ceño fruncido, mis ojos como platos pudieron observar con extrañeza en el lado izquierdo, una figura de porcelana antigua o quizás imitación del dieciocho. En el centro, una rosa roja de pétalos abiertos y tallo muy espinado. Y por último, a la derecha, un billete de lotería para un próximo sorteo para, sabe Dios cuándo… Observé los objetos. Le observé a él.

Observé los objetos… Le observé a él… pero siguió sin decir nada.

Aquella situación absurda tenía que acabar ¡ya! Yo estaba tiritando de frío y empezaba a desconfiar de la salud mental de aquel caballero impecablemente vestido, situado frente a mi puerta, ofreciéndome unos desconcertantes objetos que, en ningún momento, yo había solicitado.

Mi mano flotó dudosa de lado a lado sobre lo ofertado. Lo hice una vez y otra vez. Otra y otra más. Y por fin me decidí a coger uno de ellos…

Le miré sosteniendo el objeto elegido. Ante mi sorpresa, él dibujo una media sonrisa en su rostro, y acto seguido, cerró el maletín con decisión, echando otra vez los cierres.

Me asomé a la calle para poder ver cómo se alejaba con paso relajado por la acera. Inmutable. Sin mirar hacia atrás. Sin haberme pedido nada a cambio del objeto. En ese momento, a primera hora de la mañana, la gente empezó a caminar alrededor por la calle. Gente camino del trabajo o gente camino de sus casas. Quién sabe…

Todos se quedaban mirando cómo yo continuaba en la acera frente a la puerta, hipnotizado, congelado e insensible, observando cómo se perdía la enigmática figura entre algunos viandantes.

–¿Está usted bien? –una señora se dirigió a mí con cara de preocupación.

De repente reaccioné. Estaba en pijama tiritando en la calle, y con gotas de sangre que caían desde mi mano al suelo…

Empezaba bien la mañana…

© Copyright de José Andrés Hidalgo para NGC 3660, Junio 2017